Dentro 6

"Dentro" (Un cuento post-apocalíptico)

Capítulo 6:



El tiempo pasaba muy despacio mientras esperaban en el cruce de las dos calles principales de la pequeña ciudad, con sus edificios muertos y coches amontonados, inertes en el asfalto y el puerto frente a ellos tras la maraña de desguace.
Sin nada que hacer hasta que regresara Tobías con las provisiones, el resto descansaba sentados en las escalinatas del edificio más grande del cruce, que parecía haber sido un banco. Unas columnas presidían su entrada y apoyado en una de ellas, también sentado en el primer escalón, Marco observaba al fondo de la calle, donde el mar y algunos mástiles de los barcos amarrados en el puerto se intuían a lo lejos.
Miró a los demás y notó su pesadumbre y baja moral. Llevaban muchos días fuera, habían tenido que refugiarse en las alcantarillas de la tormenta roja, se habían acabado las provisiones... y no habían logrado encontrarlos.
"Pero sé que vienen hacia aquí", pensaba Marco, convencido de su propia inteligencia, "no hay otra ruta. Si viaja hacia el sur, van a pasar por aquí, por Caledonia".
Habían mandado de vuelta a Tobías a Eleden, con dos caballos, para que siempre uno sirviera de refresco, con la misión de aprovisionarse y volver. Siguiendo la carretera y sin desviarse (ni perder tiempo en investigar como hacían ellos) podía ir y venir en un par de días. Si no se había encontrado con contratiempos, debía faltar poco para que regresara.
El idiota de Lázaro le sacó de su pensamientos:
- Marco... - dijo con voz lastimosa de queja, como un niño -... tengo hambre...
- Cállate - fue lo único que obtuvo de él.

Mazayas estaba justo en el vórtice de la calle, a su izquierda, subido en el lateral de un gran camión de combustible volcado, ejerciendo de vigía, con su rifle en las manos. Alzó la voz:
- ¡Marco, caballos! - dijo. Él se levantó, satisfecho de que sus cálculos fuesen correctos. Se repartirían las provisiones que les iba a proprocionar Tobías (mejor dicho, las repartiría él) y continuarían la búsqueda. Pero entonces Mazayas añadió - Son muchos...

Como entraban las legiones romanas en las películas, la doble hilera de jinetes fue pasando por la calle frente al banco muy despacio, dejando que sólo el sonido de sus cascos rompiera el sepulcral silencio de la ciudad muerta. Algunas aves sorprendidas por tanto alboroto revolotearon sobre ellos. Eran doce jinetes, más Tobías que traía sujetas las riendas de un segundo caballo, el de refresco. Y delante, Eliseo.

Detuvo a su caballo, un hermoso alazán negro y descabalgó, despacio y tranquilo. Como era siempre. Como más había que temerle. Marco se puso en pie nada más reconocerle y esperó a que él le ofreciese las riendas de su caballo a otro de los hombres que estaban descabalgando, para que las sujetase. Luego se bajó la capucha de su abrigo negro, mostrando su cráneo rapado y las gafas de sol redondas. Con su incipiente barba canosa, miró a Marco mientras guardaba las gafas de sol y empezó a subir la escalinata del edificio. Lázaro y Tobías subían tras él.
Llegando a su altura, sonrió.
- Marco, mi hermano... - empezó a decir.
- Señor... - dijo este sabiendo que, en ese instante, no debía decir nada más.
- ¿Estáis todos bien? - fue lo siguiente que dijo Eliseo, con su voz profunda, potente y grave -. ¿Habéis pasado muchas penalidades? Os hemos traído tanta comida y agua como hemos podido transportar.
- Gracias, mi señor - dudó si añadir algo más pero decidió esperar.
- ¿Os sorprendió la tormenta roja? Cuando estábamos en el refugio subterráneo, allá en Eleden, todos rezábamos por vosotros.
- Nos ocultamos en las alcantarillas y no hubo que lamentar bajas, mi señor.
- ¡En las alcantarillas! - dijo Eliseo muy despacio y como con admiración - Magnífico, siempre has sido el mejor, Marco.
- Gracias, mi señor.
- Por eso me sorprende tanto todo esto, Marco - añadió-. Por eso he tenido que venir... dejando a nuestros hermanos y hermanas, en nuestro hogar, desprotegidos sin mí, ¿te das cuenta de cuánto me importáis, Marco? - guardó silencio, teniéndole ya frente a frente, muy cerca. Podía sentir su fuerza, su poder, penetrando en su mente a través de sus ojos. Eliseo añadió: ¿Vas a explicarme qué hago aquí?
- Yo... - balbuceó Marco -... yo no dije que te hicieran venir, mi señor.
- En cierto modo sí, Marco - dijo Eliseo aparentemente calmado -. Ponte en mi lugar: hace muchos días mandas a uno de tus hombres pidiendome recursos para cazar a un posible recluta. Por supuesto, te concedí cuanto pediste, dos hombres más y provisiones para varios días porque para eso eres el mejor reclutador y rastreador. Siempre pensando en nuestra comunidad - le puso la mano en el hombro y la apretó, con afecto -. Ni lo dudé. Pero - soltó la mano y le dió la espalda - eh aquí que no sé nada de vosotros en casi dos semanas... dos semanas, Marco. Y entonces vuelve Tobías, con un aspecto lamentable, y me pide... más tiempo y más recursos. ¿Dos semanas para reclutar a uno sólo habiendo tantos hermanos y hermanas por ahí perdidos?
- Es... ese hombre... creo que es un hombre, que buscamos - empezó a explicar Marco - es muy escurridizo, mi señor. Muy inteligente. Creo que sería una gran adquisición.
Eliseo guardó silencio unos segundos.
- Debe ser realmente bueno si aún no has podido atraparlo, desde luego - dijo aún de cara a sus hombres en la escalinata, dándole la espalda -. Pero... debe haber algo más. ¿Qué es lo que no me estás contando, hermano?
Bajo él, en las escalinatas, Tobías y Lázaro se miraron, absolutamente temerosos de lo que pudiera pasar a continuación, ya que sabían que Marco no iba a mentir.
- Creo que... viaja... con Sara.

Eliseo apenas torció el gesto, apenas movió un poco la cabeza hacia un lado. Esa fue toda su muestra de sorpresa. Continuó hablando hacia delante:
- Me dijísteis que estaba muerta.
- Eso... eso creímos - dijo Marco -. Creímos que estaba muerta pero cuando volvimos al otro día ella ya no estaba allí y... creo que él la curó y se la llevó.
- Crees...
- Sí, mi señor
- También creías que estaba muerta - Marco, descolocado y sin argumentos, calló. Eliseo continuó, siempre hablando muy calmado y muy despacio - A ver si lo entiendo todo. Os pido que la castiguéis duramente... y me decís que se os ha ido la mano y ha muerto. Os castigo a vosotros por ello y ahora me dices que está viva y que viaja con esa otra persona tan inteligente... ¿es así?
- Sí, mi señor...
- Vaya... - se giró y volvió a mirarle directamente a los ojos -... cualquiera diría, por tanto, que os castigué injustamente - esperó a ver si Marco decía algo, pero como guardó silencio, continuó - ¿Es así, Marco? ¿Crees que os castigué injustamente?
- No, mi señor, lo merecíamos - dijo, tan humilde como era capaz de sonar.
- Bueno, está bien - dijo Eliseo con voz pacificadora, como queriendo aplacar su miedo -. Ya tendremos tiempo de hablar de crimen y castigo. Lo importante es, para que sepamos por donde empezar, para que pueda comenzar a comprender lo que ocurre y no vuelva a confundirme:  ¿estás diciendo que mi hija está viva?



En el bunker de la playa no entraba la luz del sol. Así que si apagaban la luz eléctrica la oscuridad era total. 
Por eso a Daniel, al abrir los ojos tras el sueño, le sorprendió que hubiera una cierta penumbra. Estaba oscuro pero no mucho. Se giró un poco hacia el otro lado de la cama y vió a Sara, despierta, mirándole. Sonreía.
- Hola - dijo ella casi susurrando.
- Hola... dijo él aún a medio despertar - ¿y esa luz? - tras ella estaba encendida una lamparita de la mesilla de noche.
- Quería verte mientras dormías.
Él sonrió y le acarició el pelo de la sien. Luego miró hacia la puerta porque escuchó unos ruídos procedentes del salón.
- Sí, es Elmer - dijo ella -. Lleva un rato levantado trasteando... espero que preparando el desayuno. Me muero de hambre.
Dejaron pasar unos segundos sin decir nada, sólo mirándose y sonriendo. Entonces Daniel se puso un poco más serio, como avergonzado, antes de decir:
- Oye, siento no haber aguant...
- Si acabas esa frase te mato - le interrumpió ella muy seria. Pero luego le sonrió -. Fue perfecto - y le besó en los labios -. Fue absolutamente perfecto.

Un estruendoso golpe en la puerta les sacó del País de Nunca Jamás.
- ¡Chicos, arriba, café! - tronó luego la voz de Elmer.

Después de desayunar, con café abundante y unas galletas, Elmer les pidió que le siguieran hasta su dormitorio. Pasaron al fondo, dejando la cama a un lado y el viejo descorrió unas puertas dobles, metálicas, que se deslizaron por rieles lateralmente. Luego encendió una bobilla del techo con una cadenita y se iluminó una estancia, como un armario o un archivo, lleno de multitud de objetos.
- Aquí guardé todo lo que era de esos chicos - dijo Elmer -, los guardacostas del Gavilán, ya sabéis - les explicó.
- Vaya, hay de todo - dejó escapar Daniel mirando la de utensilios que había. Lámparas, linternas, salvas, bengalas, chalecos salvavidas, radios, unas cajas con unas latas... y mil cosas más.
- Podéis coger lo que queráis - dijo Elmer -, la mayoría de cosas ni yo sé que son.
- Joder - dijo Sara sacando algo de una caja de plástico llena de objetos.
- Cuidado con eso, cielo - dijo Elmer. Sara sostenía una granada de fragmentación, como las del ejército. Asombrado, Daniel echó un vistazo a la caja de plástico, había varias más, botes de humo y bengalas.
- ¿Eso lo llevaban los guardacostas? - preguntó Daniél sorprendido.
- Al menos iban en el barco - dijo Elmer encogiéndose de hombros -. Pero ya te digo yo que no es parte del equipo reglamentario. Joder, ojalá lo hubiese sido; lo que me hubiese divertido en mis tiempos - y se echó a reír a carcajadas acabando como siempre en una estruendosa tos. Cuando se le pasó, continuó -. Cuando se lió el apocalipsis de su puta madre en el mundo todo cristo rapiñeó cuanto podía. Coño - contó entre risas -, recuerdo a mi vecino Julius, el puto cartero del pueblo, andando por ahí con un bazooka ¡Julius el cartero!, que no levantaba tres palmos del suelo... era de locos - cuando terminó de reír y recordar, continuó -. Supongo que cuando estuvieron a la deriva se toparían con otros barcos... bueno, yo qué sé. De todas formas, no era nada de esto lo que quería enseñaros...

De un estante superior, donde había varios libros y archivadores, cogió una especie de cuaderno de tapa dura.
- Este es... - dijo mirando la tapa -... venid conmigo, luego miraréis aquí cuanto que queráis, todo es vuestro.

Se sentaron los tres en las sillas del salón, alrededor de la mesa. Elmer empezó a pasar las páginas del cuaderno.
- ¿Qué es esto, Elmer? - preguntó Sara, intrigada.
- Es el cuaderno de bitácora del Gavilán - explicó -. Todo un coñazo hasta... esta parte - pareció encontrar la página que buscaba y le pasó a Sara el cuaderno sobre la mesa, indicándole un punto de una página con el dedo -. Lee a partir de aquí... sabes leer, ¿no?
- Sí, claro - dijo Sara entre sorprendida y divertida por la pregunta.
- Yo que sé, antes del apagón los chicos sólo sabían leer "guasaps" - dijo Elmer. Sara y Daniel reprimieron una risa -. Venga, lee.
- "...arrastrados por la corriente a la deriva - fue leyendo Sara - y pudiendo a duras penas guiar el barco a golpe de timón, conseguimos esquivar las rocas del Cabo Centenario..."
- ¿Te suena el lugar? - le preguntó Elmer a Daniel.
- Vagamente... - admitió este.
- Es igual, por ahí tengo unos mapas, luego te digo - se volvió a dirigir a Sara después -. Sigue, cielo.
- "Sorprendido, el contramaestre, Teniente Médico Castillo avisa de que... - miró fugazmente a Daniel antes de seguir leyendo -... divisa unas luces provenientes del faro. Observando con prismáticos podemos confirmar avistamiento de energía..."
- ¿Energía? - preguntaba Daniel.
- Espera, espera... sigue leyendo, Sara - insistió Elmer. Sara continuó.
- "...Aunque no era la luz del faro, pues no giraba ni tenía tanta potencia, tenemos la seguridad al cien por cien que era de origen artificial. Un foco o un reflector..." Acaba ahí la anotación de ese día - dijo Sara levantando la vista.
- ¿Cuándo fue eso? - preguntó Daniel.
- Según la fecha del cuaderno de bitácora - le dijo Elmer - varias semanas después del apagón, cuando supuestamente ya toda la electricidad del mundo se la habían sorbido esos putos marcianos...
- Aún así son casi tres años.. - dijo Sara no muy optimista.
- Ah - dijo Elmer encogiéndose de hombros -, yo no digo que allí quede nada. Pero hubo... hubo electricidad cuando no debía haberla. En Cabo Centenario.

Unos minutos después desplegaban un mapa de la zona sobre la mesa.
- Mira - fue señalando Elmer con el dedo -, aquí estamos nosotros... Caledonia aquí... aquí Nueva Aurora y desde ahí, al suroeste... Cabo Centenario.
- Es mucho océano desde Nueva Aurora... - señaló Daniel, quien pese a lo fantástico del descubrimiento, no podía dejar de pensar en las vicisitudes de un viaje tan largo por mar.
- Unas doscientas ochenta o trescientas millas. Es un buen viaje, sí... - admitió Elmer - Pero recuerda que ahora tendrás energía. Busca un buen barco a motor, llénalo de gasóil y tira millas, grumete. En fin - dijo Elmer recostándose en la silla, cansado pero satisfecho -, ese era mi plan, que nunca llevé a cabo. Yo no digo que lo hagáis, vuestra base militar está muchísimo más cerca. Id allí primero pero si, por desgracia, no encontráis nada que os sirva para algo... aquí tenéis un plan B.
- Pero Elmer - dijo Sara - nosotros no podemos irnos y... llevarnos la piedra y dejarte aquí a oscuras.
- Anda que no... - empezó a decir el viejo pero le vino otro ataque de tos. Continuó tras limpiarse la boca con su pañuelo -... esto es mucho más importante que el que yo esté aquí sentado bajo luz eléctrica o con unas velas, tesoro. Haced lo que tengáis que hacer... esta es vuestra casa y si alguna vez volvéis por aquí ya sabéis dónde refugiaros, aunque yo ya estaré criando malvas... ah, una cosa chaval, recuerda que hay que reparar el tirador para abrir y cerrar desde fuera. Es fácil... - volvió a toser -... pasa una cadena desde el pistón de abajo por el macarrón que va por dentro del hormigón hasta arriba, en el suelo junto a la trampilla verás el agujero. Tirando, ya podrás abrir y cerrar, pero deja lo que sobre arriba escondido en la arena, que no se vea...
- Claro, Elmer - dijo Daniel.


Daniel dedicó parte de la tarde a dicha tarea y mientras reparaba el sistema de apertura exterior siguiendo las indicaciones del viejo, como la puerta permanecía abierta, Elmer aprovechó para visitar a su esposa, acompañado de Sara.
El mar estaba más calmado que en días previos y apenas había nubes. Corría viento pero no era desagradable. El cielo estaba naranja. Sara sintió la brisa del mar en su cara y, tras más de un día en el búnker, lo agradeció. Llegando a la tumba de la esposa de Elmer le dijo:
- Hacía mucho tiempo que el mundo no me parecía hermoso.
- Es que lo es, tesoro - dijo Elmer -. La gente mayormente no. Pero el mundo lo es... incluso con las luces apagadas.

Luego, una vez frente al pequeño montón de rocas blancas, guardó silencio, pensativo quizá. Por una vez no hubo bromas ni chascarrillos. Luego sencillamente dijo:
- Hasta pronto, Débora - y le pidió a Sara regresar.

En la cena recuperó su humor y tras ella, aún con los platos vacíos delante y apurando la botella de vino, Daniel le hizo una última pregunta sobre la piedra del Nocturno:
- ¿Hay alguna forma - quiso saber - de que vayamos por ahí con esto sin que todo se vaya iluminando a nuestro paso como si fuéramos el jodido señor Navidad?
Como de costumbre recibió una plamada en el hombro seguido de carcajada y tos, ya toda una tradición.
- ¡Me encanta este chico! - vociferaba Elmer - ¡Que "espabilao" es!
Sara les miraba ambos divertida.
- Sí la hay - respondió Elmer tras la euforia -, y es bien sencillo: enciérrala en metal.
- ¿En metal?
- Cualquier metal - insistió Elmer -. He probado con muchos y con todos ha funcionado. Métela en una fiambrera, un joyero... cualquier cosa que sea de metal. Hasta envolverla en papel de aluminio como si fuese un puto bocadillo de queso servirá.

Como la noche anterior, un rato después de cenar el viejo empezó a dar cabezadas en la silla. Sara le ayudó a levantarse para acompañarle de nuevo al dormitorio y arroparle. Y de nuevo se giró hacia Daniel:
- Creo que ya está todo, chicos - dijo con la voz cansada pero serena -. A partir de aquí, vosotros mandáis. Mi casa es vuestra casa...
- Gracias, Elmer - dijo Daniel -. Seguro que entre los tres lo conseguimos.
Elmer sólo asintió antes de que Sara le metiera en el dormitorio diciendo:
- Vaaamos, Elmer Gruñón. A dormir...

Y el viejo refunfuñó algo ininteligible por el sueño.

Cuando regresó y vió que Daniel, sentado en la silla, por una vez no estaba estudiando la piedra, sólo la miraba a ella, le dedicó una sonrisa y acto seguido se quitó la camiseta, quedando desnuda de cintura para arriba. Él no hizo ningún gesto. Quizá sonrió un poco más abiertamente mientras ella le cogía la mano para hacer que se levantara y la siguiera.
- Vamos a ver si la perfección es mejorable - dijo ella.
- Qué te apuestas - respondió él.



- Creo que es su forma de decirnos "adelante, no os detengáis por mí" - dijo Sara mirando el cuerpo de Elmer en la cama. Les había extrañado que no les despertara.
No hacía falta una autopsia. Su pesada respiración, sus ronquidos y su vida ya no estaban allí. La pequeña botella de whiky y el frasco de pastillas vacío era todo cuanto necesitaban como prueba.
- Viejo loco... - dijo Daniel, entre el enfado, el cariño y la admiración. Sara cogió la nota que descansaba a su lado y la leyó:
- "Hola, alelaos - ambos no pudieron evitar sonreír -. No os enfadéis conmigo. Mi trabajo, que durante un par de años creí que no podría hacer, está hecho. Y ha sido gracias a vosotros. No os sintáis obligados a nada. Usad la piedra, o este búnker, mi casa, como os salga de los cojones... - no pudieron evitar reír y Sara tuvo que parar de leer un instante. Luego continuó -. Sé que haréis lo correcto. Id a explorar, a buscar a otros que puedan hacer algo útil por el mundo, o que sepan más que nosotros. O quedáos aquí si lo preferís, a salvo y..." - Sara volvió a reir mientras Daniel la miraba intrigado.
- ¿Qué ha puesto? - dijo divertido de verla a ella -. Vamos, sigue.
Y Sara, no sin esfuerzo por la risa, siguió:
- "... y hartaros a follar como conejos".
Rieron los dos. Luego Daniel dijo:
- La madre que lo... - Sara continuó de nuevo.
- "Ahora en serio, no os sintáis mal. No me voy porque crea que os retendría aquí. Me voy feliz, tranquilo de haber acabado el trabajo y sabiendo que por fin - Sara ya no sonreía - podré descansar junto a mi Débora. Os quiero, alelaos. Cuidaos mucho. Posdata para los dos: si no es mucha molestia, me gustaría descansar junto a mi esposa. No hace falta que montéis un jodido funeral; enterradme junto a ella y ya está. Posdata para Daniel: llévate a mi amiga con el cinto; nadie resiste sus cartuchazos. Posdata para Sara: el mundo es muy hermoso, chiquilla. Pase lo que pase, nunca lo olvides. Elmer".
Desde el "chiquilla" a Sara ya le caían las lágrimas por las mejillas.

Le dejaron junto a Débora por la tarde. Sara buscó piedras similares y formó otro montón cuando Daniel terminó de igualar la arena con una pala. Se esmeró en que ambos montones se tocaran, pareciendo que eran el mismo.


Por la noche, en la cama, apenas hablaron. Abrazados, él preguntó:
- ¿Tienes miedo? - y Sara respondió:
- No, ni un poquito.


Con las primeras luces del alba, tan bien equipados como pudieron, salieron del bunker. Daniel, con la escopeta en el cinto de Elmer que le caía a la pierna como el clásico pistolero del Oeste, tiró de la cadena. La puerta se cerró y con sus pies la cubrió improvisadamente de arena del lecho de playa donde descansaba el Gavilán. Luego, también con el pie, enterró cuanto pudo la cadena que sobraba tras el agujero.
- Todo listo - dijo mirando a Sara. Ella se ajustó un pañuelo azul en la cabeza, a lo pirata  - ¿Y eso?
- Era de Débora, me dijo Elmer - luego miró a Daniel y le dijo -. Vamos a Caledonia  a buscar un barco.


Siguiendo la costa y caminando a buen ritmo tras dos días de cómodo descanso, al atardecer ya estaban en las afueras de la pequeña ciudad. Frente a ellos veían los mástiles de los barcos del puerto y se miraron esperanzados.
Daniel decidió dejar la playa (se les veía mucho) y teniendo ya la referencia del puerto subieron a la calle que lo bordeaba.
- Necesitamos averiguar dónde se guardaba aquí el gasóil de los barcos - dijo Daniel -. Y creo que ahí podremos encontrar alguna pista - dijo señalando al edificio que tenía delante, que hacía esquina en una calle, por su anchura importante, que ascendía al centro de la ciudad. Aparentemente todo estaba muerto, no oían el más mínimo ruído aparte de algún graznido de pájaro y algún ladrido de perro.

El pequeño edificio al que se refería Daniel, con unas cristaleras (rotas por supuesto) como si fuesen escaparates, era el de la Autoridad Portuaria, unas oficinas. Entraron tratando de no hacer ruído. Todo era un caos absoluto y el lugar estaba completamente arrasado. Pero esta vez no buscaban suministros, buscaban información. Daniel se  fue hacia unos archivadores que veía tras lo que podía haber sido el mostrador principal, ahora destrozado.
- ¿Qué buscamos exactamente? - dijo Sara.
- Documentos, albaranes, facturas - dijo Daniel muy seguro -. Cualquier cosa que muestre dónde guardaban el gasoil. No importa que sea una dirección que no conocemos, una vez que la tengamos, ya averiguaremos dónde es.
- De acuerdo - dijo Sara -. Yo empiezo por aquí - y abrió el primer archivador de la izquierda.
Tras un rato mirando papeles, sin resultado por el momento, Daniel se fijó, a través del escaparate roto, en el edificio de enfrente. Aún destrozado, faltando algunas letras del rótulo de la fachada, podía deducirse que una vez había puesto: "Casa naval. Aparejos y suministros".
- Sara - le dijo -, voy a ir allí enfrente - ella vió el edificio.
- De acuerdo. Yo seguiré buscando.
- No tardaré ni cinco minutos - dijo él -. Sigue  a ver qué encuentras y permanece así, agachada; el mostrador te oculta desde la calle.
- De acuerdo, "Lex" - dijo. Se miraron y se dieron un rápido beso en los labios.
- Volveré enseguida, señorita Teschmacher...

Se asomó antes de salir y miró a ambos lados de la calle. Ni un alma. Cruzó rápido y silencioso y se introdujo en la Casa Naval, que estaba igual de arrasada o más. Tras buscar unos minutos sin encontrar nada aprovechable se disponía a salir pero entonces, en una pared, vió un plano del puerto y de toda la parte sur de la ciudad, en realidad. "¡Bingo, sí señor!", pensó. 
Pasando su dedo por el mapa, buscaba los depósitos o la gasolinera del puerto. Creyó encontrarla y al parecer no quedaba lejos, al menos en el plano, del puerto deportivo.

Casi a la vez sintió el frío del metal en su nuca y escuchó el "click"  de un arma siendo amartillada.
- No... te... muevas - dijo una voz seca de hombre, ligeramente gutural. Luego llegó hasta él un olor a sudor y descomposición. "Joder", pensó Daniel, "vale que no lo haya oído pero ¿cómo he podido no olerlo? ¡Apesta!".
 Sin dejar de apuntarle, el hombre sacó la recortada de Elmer de su cinto de la pierna, con suavidad.
- Buen arma - dijo quien fuera.
- Me alegra que la aprecies, fue un regalo.
- Ahora también lo es... - y el hombre soltó una risita - Vamos, camina despacio y sal.

Al salir a la calle, siempre con el cañón del arma del tipo apuntándole en la cabeza, su única preocupación era Sara. No vió ni a más hombres ni la veía a ella ni se escuchaba nada. "Que no la hayan cogido..." era lo único que podía pensar. "Sara, dime que lo estás viendo y te estás escondiendo, por favor...¡no vayas a salir ahora!".
Caminaron calle arriba entre coches destrozados y otros escombros hasta que a unos cuarenta o cincuenta metros Daniel empezó a oír un murmullo, tanto de gente como de caballos. A ambos lados de la calle había hombres armados, saqueadores sin duda, pero parecían bien equipados. Al menos calculó que eran diez o doce, contando a un grupo principal que estaban esperándole en las escalinatas de lo que parecía haber sido un edificio importante, que cerraba la calle por la que habían subido y se abría en otra dos, formando una T. Rodearon algunos obstáculos más, incluyendo una alcantarilla que estaba sin tapa y ya a poco más de diez metros del grupo principal, el hombre dejó de apuntarle y pasó a su lado, confiado.
Daniel le cogió del cuello, sin pensarlo, a la vez que sacaba el revólver y se lo ponía en la sien. Todos los hombres, tanto los del frente como los de los lados, amartillearon sus armas y estuvo convencido durante un instante que iban a disparar. Pero el que estaba frente a él, vestido de negro con un largo abrigo levantó un puño y no pasó nada. "Vale", pensó Daniel, "ya sabemos quién es el jefe".
Mientras continuaba sujetando al hombre como escudo humano, el jefe habló, pero no a él, pudo comprobar.
- ¡Oh, vaya! ¿Has visto éso, Marco? ¡Qué rapidez! ¡Qué decisión! Ha de ser este...
Daniel siguió observando por un instante y, tras quitarle la recortada, soltó al hombre y le empujó hacia delante con el pie.
- Sólo quería recuperar mi arma - le dijo al líder, aputando a cada lado al hombre que tenía  más cerca, a uno con el revólver en la mano derecha y a otro con la recortada en la izquierda -. Tiene un valor sentimental.
El tipo al que había reducido y empujado le apuntó a la cabeza con una pistola automática pero el líder dijo con voz enérgica:
- ¡No, Leko! - y el otro obedeció como un perro fiel, retrocedió unos pasos y se quedó junto a los otros. 
De su derecha escuchaba una risita. A tres o cuatro metros, entre dos coches, reconoció a uno de los dos hombres de la gasolinera, el idiota. También tenía una recortada en las manos. Y junto al líder reconoció al listo.

Los que atacaron y violaron a Sara.

Reprimiendo las ganas de liarse a tiros, se dispuso a escuchar al líder. "¿Nos han seguido?", se preguntó. "¿Por qué?".

- Debo expresar mi admiración por tí, muchacho - dijo el hombre con una voz poderosa y una forma de hablar culta. El idiota seguía riendo. "Claro, por eso es el líder", pensó Daniel - No sólo nos ha costado varias semanas encontrarte, sino que ahora demuestras arrestos, para hacer esa maniobra sin importante que quince armas te apunten... e inteligencia para no hacer nada más.
- ¿Me bucábais? - preguntó Daniel intentando no mostrar miedo - ¿Por qué? Yo no soy nadie.
- Oh, te infravaloras... tienes talento. Para muchas cosas. Y tenemos que reconstruír el mundo con talentos como el tuyo. Me llamo Eliseo y esta es sólo una parte de mi comunidad. Como ya has podido comprobar, no te queremos muerto. Queremos que te unas a nosotros.
- Interesante, pero ya tengo otros planes.
Eliseo soltó una risita. Algunos de sus hombres le imitaron (el idiota por supuesto).
- No... no estamos negociando - decía  Eliseo aún entre risas -. Que vas a venir con nosotros es un hecho. Si aún hablamos es porque queremos que nos digas dónde está la chica. Así podremos marcharnos... todos.
- ¿Qué chica? - dijo Daniel intentando sonar entre convincente y estúpido. "Piensa, piensa... gana tiempo y piensa algo".
- El humor es una muestra de inteligencia - dijo Eliseo -, pero no lo estires demasiado, o empezarás a insultar a la mía. Venga, acércate y hablemos... como hermanos.

"Ciégalos", pensó. "Es enseñar tus ases demasiado pronto pero no hay otra; hay que acojonarlos. Todas las fichas están sobre el tapete. Pase lo que pase, es la última mano".

- Verás - guardó la recortada en su cinto pero continuó apuntando con el revólver en la derecha y mientras hablaba se echó la mano al bolsillo izquierdo del anorak rojo de plumas -, el problema es, Eliseo... ¿es señor Eliseo o Eliseo a secas?... es igual... el problema es que su comunidad de mierda, llena de apestosos degenerados y retrasados mentales no me interesa demasiado porque usted y su asquerosa gente ya son el pasado... - en este punto la cara de desconcierto de Eliseo era total, y sus hombres, al mirarle a él, también estaban desconcertados, como preguntándose: ¿Esto es en serio o en broma? ¿Debemos disparar o reírnos? -... ya que son simples hombres de las cavernas que van a caballo y viven bajo la luz de las antorchas - con la mano aún en el bolsillo, rasgó un poco, con los dedos, el papel de aluminio - ¿Cómo es ese sitio donde viven? ¿Oscuro, polvoriento... huele mal? - dudó por un último intante si hacerlo o no, pero inmediatamente pensó que ya daba todo igual. Sabía que probablemente iba a morir y esa tranquilidad, el saber que el partido está perdido por goleada y que sólo faltan unos minutos para que el árbitro pite el final, le hizo irse al ataque sin más, sin complejos. Ya no había por qué defender la portería -. No parece un futuro muy interesante el tuyo, Eliseo. Mientras que yo...
- ¿Que está diciendo?... - susurraba Eliseo. Marco negó con la cabeza, también sin comprender.
- ... soy un futuro mucho mejor - continuaba Daniel -. Yo soy... el señor Navidad.

Y sacó la piedra.

Casi todos las farolas se encendieron a muchos metros a la redonda, muchos coches encendieron las luces que les quedaban sanas, saltando incluso las alarmas de alguno. Las luces de los escapartes, e incluso de algunas viviendas alrededor de Daniel se encendieron.

Las caras eran de pánico, asombro, horror e incredulidad en todos los hombres del grupo incluído en el propio Eliseo al que, aunque aguantaba el tipo mejor que los demás, también le temblaron las rodillas. Entonces Daniel, con los dedos de su mano, volvió a tapar el pequeño trozo de piedra que había destapado con el papel de estaño y el efecto, poco a poco, cesó.
Daniel seguía apuntando con el revolver, ahora directamente a Eliseo. Y mantenía la piedra, ya envuelta, bien en alto.
- Así que señor Eliseo... o Eliseo a secas... sí que vamos a negociar.
- ¿Qué me impide matarte y quitarte esa joya? - dijo Eliseo con la voz distorsionada por el ciego deseo.
- Es una  buena pregunta. Nada... ¿y a mí? - Eliseo le miró sin comprender - Quiero decir... ¿qué me impide ordenarles que te maten? A ver, rudos hombres armados, ¿por qué no os cargáis al señor antorchas, caballos y olor a mierda y os venís con el señor Navidad, con neveras, luz eléctrica, radios, coches... aviones... ¡teléfonos moviles!...

"Ya te enseñado mis tres cartas, cabrón", pensó Daniel. "Y aunque no veas las dos que tengo ocultas, que son una mierda, estás viendo tres ases. A ver si te acojonas"

- ¡Eres muy bueno! - dijo Eliseo - Pero no lo conseguirás. Mis hombres son mis hermanos, ¡todos somos hermanos! Nosotros no basamos nuestra fuerza en la tecnología. La tecnología destruyó el mundo y atrajo a los demonios rojos. Pero, esa especie de joya que tienes, puede sernos muy útil contra ellos. No... mi comunidad no tracionará nuestros principios de fé porque es inquebrantable. Reconstruiremos el mundo desde la fé, no desde la energía. Castigaremos la herejía como llevamos haciendo desde que el mundo se sumió en las sombras. Y tú, ahora sí, morirás. Morirás por infiel y por hereje...
Daniel vió las caras de los hombres, aún asustados... pero fieles. Eran demasiado estúpidos para otra cosa. 

"Lo siento, Sara...", pensó. "El muy hijo de puta tiene cuatro Jotas"...

 Empezaba a oscurecer.

Con un movimiento firme y decidido, pero al mismo tiempo muy natural, como si él fuese un muñeco sin voluntad, Sara le quitó la piedra de la mano y se quedó dos pasos por delante de Daniel, absolutamente tranquila. Ni la había oído llegar por detrás.
- ¡Basta, padre! - le dijo a Eliseo.

Daniel estaba absolutamente fuera de órbita. Sencillamente, no entendía qué estaba pasando.
-Sara... - dijo Eliseo sonriendo mientras los hombres, poco a poco, volvían a la calma. Incluso el idiota de Lázaro volvía a soltar sus risitas, aunque aún nervioso por lo de las luces -. Me alegra ver que estás bien.
- No gracias a tí, precisamente.
- Comprendo que estés enfadada conmigo pero, tenía que castigarte...

Daniel intentaba reconocer a Sara, pero no podía. No era su voz. No era su forma de hablar. No era su postura al estar de pie. Era como una doble de Sara... pero no era ella.

- ¿Enfadada? No, en realidad no - dijo Sara... o la chica que era igual que Sara, para Daniel - Enfadada estaba mientras tus hombres me violaban y mataban a golpes. 
- Quiero que sepas, que entiendas, que no te quería muerta - dijo Eliseo intentando parecer razonable -. Pero tenía que hacer que comprendieras lo grave de tu traición. Habías abandonado el camino del credo y sólo se puede volver a él desde el dolor, como ya sabes. Renaciendo desde el más profundo dolor.
- Pues no mandaste a los mejores educadores, entonces - dijo Sara... o quien fuera.
- Me enfadé mucho cuando me dijeron que habías muerto, créeme. Les castigué por ello, mi amor... mostradle mi castigo.

Tobías, delante y a la izquierda de ella, Marco, que estaba junto a Eliseo y Lázaro (que aún así sonreía) alzaron sus manos izquierdas. A todos les faltaba el meñique. Alguno aún llevaba un pequeño vendaje.
- ¡Uauh! - dejó escapar ella, sarcástica - ¿Eso es lo que valgo para tí? ¿Un puto dedo meñique? Vaya, tu amor, tu sangre, tu heredera, tu hija...
- Oh, eres tan implacable... - dijo Eliseo con un tono de desasosiego fingido, pero sintiendo admiración en el fondo - ¿Qué es lo que quieres, Sara?
- Sólo quiero volver a casa... y acabar con esto. Tenías razón, el mundo exterior es un pozo de podredumbre y pecado. Pero antes quiero pedirte dos favores. Me los debes, padre.
- Sara - dijo Eliseo como cansándose de la conversación, aunque realmente estaba fascinado por la fortaleza que parecía mostrar Sara. Pero no quería demostrárselo -, dame la joya...
- ¿Esto? - Se guardó la piedra, envuelta en el papel de aluminio, en el bolsillo de la chaqueta -. A su debido tiempo. Antes, mis dos favores - dijo inflexible -. Sabes que no cederé, lo aprendí de tí... padre.
- ¿Qué quieres? - dijo Eliseo.
- Primero, que permitas que se vaya este tipo. Joder, me salvó la vida. Y no es tan listo como crees - dijo la que se parecía y hablaba de forma similar a Sara - Era esta cosa - se palpó el bolsillo de la guerrera - lo que le hacía parecer listo, sin ella es como todos los demás. No tiene nada de especial...
Se giró para dedicarle una mirada de desprecio. La expresión que tenía Daniel era de auténtico pánico mezclado con una profunda tristeza. Más de lo segundo. En sus ojos ella pudo ver su corazón roto.
Pero en ese momento, a ella no le importó.

- Ya veremos... - dijo Eliseo. Y luego, con una sonrisa curiosa preguntó - ¿Y el segundo?
 - Ah, que me dejes matar a este anormal - señaló con un informal gesto de su cabeza a Lázaro, que se echó a reír como si todo fuese una broma, mirando una y otra vez a Sara y a Eliseo repetidamente -. Es algo estrictamente personal...

Un brillo de entusiasmo encendieron los ojos de Eliseo.
- Adelante...

Antes de que Lázaro terminara de mirar a Eliseo y a Sara, sin dejar de reír, sin comprender que iban en serio, el machete de Sara salió del lateral de la mochila y guiado por una mano firme y certera describió un semicírculo silbando en el aire.
Lázaro dejó caer el arma al suelo con una expresión de sorpresa en los ojos y se echó rápidamente las manos al cuello, intentando tapar los chorros de sangre, a borbotones, que salían del corte de su garganta y que habían salpicado con algunas gotas el rostro de Sara. Cayó de rodillas y ella se inclinó un poco sobre él, susurrando, aunque Daniel que estaba sólo un metro y pico detrás, lo oyó:
- Ahora soy yo la que te la mete a tí, cabrón... ¿"disfrutas, cariño"? - dijo esto último como imitando la forma de hablar de Lázaro.

Eliseo sonreía complacido viendo como Lázaro caía finalmente al suelo, quedando boca a bajo sobre un lago de sangre se formaba bajo él. Y pensaba: "¡Esta es mi chica!".

Sara ni necesitó mirar atrás. Sentía la respiración agitada de Daniel. Sabía lo que estaba pensando y lo que estaba sintiendo.

Pero no le importó lo más mínimo. 


"¿Puedo salir ya?, preguntó Sara, muy asustada.
"No, quédate ahí", dijo Pequeña Zorra. "Seguiré yo al mando un poco más. Enseguida acabo"



- Bien hecho, mi amor - dijo Eliseo, reconociendo en ella su obra de dos años largos. La criatura a la que había dado forma y moldeado. Satisfecho como cualquier padre orgulloso de sus hijos, le dedicó una  mirada llena de amor y tendió su mano hacia ella -. Ahora dame la joya y vámonos. 

Sin un ápice de nerviosismo o tensión en su rostro, como si charlara con amigos, ella se encogió de hombros y dijo:
- Claro, padre... - saco la mano del bolsillo la lanzó hacia el aire -... ¡Cógela!

Mientras la joya iba por el aire y todos miraban su parábola, como jugadores de rugby que esperan que caiga el balón para cogerlo, pudieron ir comprobando que Sara no  había calculado un lanzamiento muy centrado, se desviaba hacia la derecha. Mazayas, sobre el camión volcado, parecía el mejor posicionado.
- ¡La... la tengo...! - decía ya antes de cogerla, soltando el arma a sus pies y poniendo las manos en modo recepetor.

Mientras esto ocurría, aprovechando esos dos segundos escasos en que nadie les miraba, la que se parecía a Sara se giraba como un felino, cogía a Daniel del pecho de su chaqueta y lo empujaba hacia atrás.

-¡Mía! - dijo Mazayas con una recepción perfecta de portero de fútbol - ¡La tengo, Eliseo! - abrió sus manos para ver su nuevo tesoro.

Era una granada de fragmentación, sin anilla.


La explosión en principio no fue muy fuerte, aunque el cuerpo de Mazayas reventó en varias direcciones a la vez, cada pedazo en una distinta. Curiosamente sólo las botas se quedaron en su sitio. Varios hombres cercanos también salieron despedidos, siempre según el sentido de la onda expansiva, que tampoco era muy potente... en principio, porque entonces unas llamaradas empezaron a surgir del depósito de combustible del camión volcado y el infierno se desató en el cruce, con un fuego que lo inundó todo hasta las primeras plantas de los edificios adyacentes y una lluvia de cristales que cayeron de ellos.

Cuando el humo se disipó entre los quejidos y lamentos de sus muchos hombres heridos, Eliseo se acercó al lugar donde habían estado Sara y Daniel. Allí no habían hecho mucha mella las llamaradas, aunque sí habían llovido cristales y algunos pequeños fragmentos de vehículos.

Marco y varios hombres más, todos con el rostro oscurecido por el hollín y entre ligeras toses, llegaron hasta donde estaba él y se colocaron a su alrededor, mirando el oscuro círculo de la alcantarilla abierta.

- ¡Tráeme la joya, Marco! Coge a todos los hombres que puedan andar y empuñar un arma, bajad ahí y traédme esa joya. Mandaré un jinete a Eleden y haré venir a todos nuestros refuerzos, a todo nuestro maldito ejército. Ahora no importa nada más, ¿lo has entendido?
Marco, que ya se conformaba con que no le matase allí mismo, dudó si preguntarlo, pero finalmente lo hizo para evitar malentendidos.
- ¿Y ellos?
- No me importan en absoluto, para mí ya están muertos. Los dos. Pero tráeme esa reliquia de Dios...



 
Sólo unos cientos de metros más al sureste una tubería de las cloacas, de más de metro y medio de diámetro, dejaba caer su pequeña corriente de aguas antaño residuales, ahora sólo de lluvia en realidad, sobre un enorme charco que descansaba en una arboleda, un bosquecillo ya en las afueras de la pequeña ciudad, pero hacia el interior.
Tras detenerse apenas un par de segundos para observar y no ver más que los árboles y no escuchar nada aparte del murmullo de sus hojas mecidas por la brisa y algún canto de pájaro, Daniel saltó al charco el par de metros de caída, levantando una gran cantidad de agua pero sin llegar a caerse del todo, sólo flexionando las piernas. Luego, sin esperar nada más se puso en pie y echó a andar hacia la parte más frondosa de la arboleda.
- ¡Espera! - decía Sara tras él, preparándose para saltar también - ¡Daniel, espérame!
Saltó, no con tan buen estilo como él y acabó cayendo de culo tras flexionar, mojándose prácticamente entera. Aún así se puso en pie rápidamente y fue detrás de él a toda prisa, para acortar distancias. Se internaron en el bosque.
- ¡Espérame! - volvió a decirle - ¿Es que no piensas hablarme nunca más?
- Lo siento - dijo él con aparente frialdad sin cambiar el paso ni mirar atrás -, no te conozco.
- ¡Oh, no me lo puedo creer! - estalló ella - ¡Como puedes hacerme esto después de lo que acaba de pasar! ¡Cómo puedes ser tan cabrón tan egoísta y tan hijo de puta! - lo dijo así, todo seguido.
Daniel se paró en seco y se giró, visiblemente enfadado. Sólo una de las tres cosas que le acababa de llamar le molestó de verdad.
- ¿Egoista?
- ¡Sí, joder, egoísta! - le gritó ella con rabia (aunque sus ojos se estaban encharcando) - ¡Sólo pensando en lo que crees que has perdido, en lo que crees que te han quitado! ¡Estás jodido porque la pequeña, desvalida, frágil y dulce Sara de repente ya no existe! ¡Vaya, qué pena que te acaban de quitar tu juguete! ¡Pues no, no existe, nunca ha existido!... - dudó pero continuó, aunque con algo menos de ira -... tuve que matarla hace un par de años, ¿no lo entiendes? Para sobrevivir tuve que... cambiar...
- ¡A mi todo eso me da igual, pero ¿por qué no contarme la verdad desde el principio?!
- ¡Y qué querías que te contara! - volvió la ira - ¿Quieres que te cuente cómo me atraparon siendo casi una niña, con mi padre recién muerto después de abrirse las venas? ¿Quieres que te cuente cuando me llevaron a su asquerosa ciudad de maníacos y fanáticos de una nueva religión de zumbados? ¿Quieres que te cuente para qué servíamos allí las mujeres? ¡Sólo para ser preñadas en sus locos delirios de reconquistar el mundo con un nuevo orden y todas sus mierdas! ¿Te lo traduzco? ¿Sabes lo que significaba éso?
Daniel ya no parecía enfadado. Pero Sara continuó, aún más rabiosa:
- ¡Eso éramos allí, por eso todas trataban de escapar! Como la pobre Marta, ¡oh, sí, la pobre chica del sótano también era una de ellos, por eso me reconoció! También habría escapado; todas sueñan con escapar y da igual cuántas escapan, siempre atrapan a más.  Pero yo fuí afortunada, en realidad, ¡dios bendiga a mamá y sus genes! ya que por alguna razón, nunca me quedé embarazada... ¡y mira que lo intentaron todos!
- Basta, Sara...- dijo Daniel. Pero ella siguió como si no le hubiese oído.
-... pero sí, fue una suerte, porque el más enfermo de todos, Eliseo, lo interpretó como una de sus señales divinas de los cojones y me adoptó para él solo. ¡Coño, mejoré mi posición; en vez de que me follaran decenas de degenerados ahora me follaba siempre el mismo!
- Basta, Sara... - volvió a decir con igual resultado. Ella seguía cada vez con más ira; salía fuego de sus ojos y veneno de su boca..
- ¡Y me aproveché, adquirí poder y lo usé para mí, ¿sabes?! Si alguien me caía mal podía mandar que lo degollaran, ¡y créeme que lo hice no pocas veces! Todos me odiaban; los hombres porque ya no me podían tocar. Y las mujeres porque ya no era ganado como ellas. Y yo también los odiaba a todos. ¡Me volví la mayor zorra del nuevo puto mundo! Pero aún así... - se fueron la ira y el veneno. De nuevo parecía la Sara de siempre, que empezó a hablar con la voz rota, angustiada y suplicante. Y las lágrimas empezaron a brotar -... no podía soportarlo y me escapé. Y me encontraron y creí que iba a morir y te juro por dios que no me importaba... Pero abrí los ojos y estabas tú...
- Cállate, Sara - él también estaba ya roto. Pero ella continuó.
- ... y me mirabas de aquella forma... tan distinta a como me miras ahora... - se limpió las lágrimas con la mano pero no sirvió de mucho. Seguían saliendo de sus ojos sin parar - Yo creía que ya no quedaba gente así en el mundo, como tú o como Elmer... Creía que todos eran como nosotros, salvajes... repugnantes... Pero entonces tú... me salvas, y me cuidas... y... me hiciste recordar cómo era yo... antes... ¿cómo iba a contarte quién era yo? ¿lo que... era yo? - ya se rompió completamente. Las lágrimas caían sin remisión y su garganta apenas podía emitir las palabras, sólo un agudo hilo de sonido que, entrecortadas, intentaba formarlas - Tenía miedo... de que me odiaras o... de darte asco y...
- ¡Cállate! - dijo y la abrazó con todas sus fuerzas. Sara cayó al suelo pero él no la soltó y los dos quedaron de rodillas. Ella se agarró a su cuerpo, con la cabeza en su pecho y lloró como una niña pequeña, llenado su ropa de lágrimas. Y sólo balbuceaba:
- ... no me odies... no me tengas asco... no me odies... - una y otra vez.

Él sólo la abrazaba y pensaba: "Estamos perdidos..."

(continuará)

Comentarios

  1. IMPRESIONANTE!! Este capítulo ha sido la hostia... esta historia hay que montarla en un libro y publicarla. Eres el puto amo.

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    1. ¡Hala, exagerá! Pero me alegro mucho de que te esté gustando. Sí, este capítulo tuvo partes muy intensas de escribir. Creo que la confesión final de Sara pude reescribitla y corregirla cien veces...

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