ARDE 4

"ARDE"

    

Capítulo 4: Están a nuestro alrededor





A pesar de haber conseguido sus números de teléfono intenté que María no se sintiese presionada o forzada a tener que acudir a mí para todo. O también a no darle la impresión de que, en ningún aspecto, tenía ninguna obligación conmigo. Éramos oficialmente amigos (más o menos) pero yo quería que ella sintiera que respetaba su forma de ser, que no tenía que cambiar en nada. Porque tampoco yo quería que cambiara. Ni siquiera yo tenía muy claro qué buscaba en ella. Si la quería o sólo quería averiguar, descubrir. Pero en cualquiera de los dos casos si ella cambiaba todo se iría al garete.
Ya; era mucha presunción pensar que cambiaría en algo por mí. Pero bueno, mi orgullo estaba henchido tras ver cómo había conseguido acercarme a ella (más que nadie en su vida; era evidente) y entonces pensaba que podía haber alguna posibilidad de que ocurriese.
Una de las cosas que hice para que esto no ocurriera, para que ella no sintiera que debía cambiar nada, fue que tardé mucho en llamarla por primera vez.

Nos vimos varias veces más. La primavera estaba ya encima nuestra y tuvimos más tardes de cine, charlas y café. Más noches de antros hasta el amanecer,  más o menos alocadas e incluso cosas nuevas, como visitar un museo o acompañarla a comprarse ropa, al contrario de lo que se pudiera pensar, en tiendas que eran de todo menos pijas. Buscaba en establecimientos pequeños, de segunda mano o de carácter más rockero o punkarra. También se convirtió en costumbre que la llevase a su fisio noruego de Marbella. Y seguía empeñándose en pagar ella la gasolina.

Pero en cualquier caso, siempre era María la que llamaba para quedar. A veces desaparecía varios días como era costumbre en ella. Pero yo aguantaba como un campeón y no marcaba su número. Si su ausencia se prolongaba ya una semana o asi, como mucho le mandaba un mensaje de texto, escueto, un simple "¿Todo bien? ¿Pasa algo?", o por el estilo. Me solía contestar al momento con algo parecido a  "Sí. Están aquí. Mierda todo. No estoy para nada, ya te llamaré". Y yo captaba el mensaje y la dejaba en paz.

Creo que llegué tanto hasta ella, llegué a sacarla tanto de su cascarón, que incluso una vez consintió en estar un rato con más gente (tampoco toda la velada; un cine y una copa posterior. Luego ya nos fuímos por nuestra cuenta los dos solos). Con Dani y Lola, para ser exactos. Pero se le notaba que no le gustaba. Cuando estuvimos con ellos puede que los demás no, pero yo la noté más apagada, más gris. Y se puede decir que incluso "más normal". Creo (a riesgo de pecar de presumido y estar equivocado) que lo hizo por mí. Pero a mí me gustaba que fuese ella, así que normalmente quedábamos los dos solos. 

Como digo, cuando la llamé por primera vez ya era primavera, y ni siquiera lo había planeado. 

Era jueves y estábamos ya a sólo tres días del Domingo de Ramos y por tanto de que la ciudad se revolucionara con la exaltación religiosa y lúdica que ello conlleva. Estaba en el "ZZ Puff" dispuesto a ver la actuación de un grupo de hard-rock local, coleguillas nuestros. Había ido con Dani quien a su vez estaba con Lola, aunque no habían ido juntos.

Tras dejar el coche aparcado en calle Madre de Dios (al no ser fin de semana no podía considerarse un milagro aparcar tan cerca, pero desde luego sí un gran golpe de suerte) echamos a andar tranquilamente hacia el garito. Se suponía que íbamos los dos solos, pero entonces ella le llamó al móvil.
Parecía interesada en saber sus planes, deduje por las incómodas y vagas respuestas de él, que a su vez le daba explicaciones de por qué no la había llamado en los últimos días. Yo me sabía la escena de memoria. Pasada la novedad, Dani ya empezaba a planear "La Fuga de Lola" (¡su próximo gran éxito, no se lo pierdan!). Según mis cálculos, era cuestión de días que la dejara. Lo que tardara él en terminar de sentirse agobiado o en encontrar a una nueva víctima.
Hubo un tiempo, cuando éramos más jóvenes, que aquella faceta de mi amigo me hacía gracia y me producía admiración a la vez. Pero ya por entonces, aunque intentaba no juzgarle, empezaba a resultarme desagradable.
Finalmente le dió buena cuenta de nuestros planes y situación antes de colgar. Se le notaba un poco molesto.
- Bueno socio - me dijo mientras guardaba su móvil en su chaqueta vaquera -, parece que vamos a ser tres.
- Vale; sin problema - admití con sinceridad -. Ya sabes que Lola me cae de puta madre.
- Es que lo es, lo es... - dijo. Pero luego añadió con algo de queja en la voz -... pero tiene el mismo problema que todas las mujeres. Tú ofreces dos, desde el principio y sin trampa ni cartón... y luego quieren tres.

Continuamos andando hacia el "ZZ Puff" mientras yo pensaba dos o tres cosas de mi amigo que, por el momento, decidí no comentarle. Era su vida y uno de los grandes pilares de nuestra amistad es que cada uno respetaba la forma de ser del otro, aunque no la compartiese.

Llegamos al local con mucho tiempo por delante; aún había poca gente y los del grupo estaban probando sonido. Tras saludarlos y charlar un poco entre risas y bromas les dejamos con sus preparativos y fuimos a la barra a por sendas medias de Mahou.

Pocos minutos después llegó Lola. Venía preciosa, con vaqueros negros, chaqueta también vaquera pero de un color burdeos oscuro y el pelo recogido en una sencilla cola.
Me saludó más efusivamente que a él. Estaba claro que iba a haber guerra, pero de momento parecía querer dejarlo para más tarde. Dani fue a la barra de nuevo a pedirle algo de beber y ella me dió conversación. O más bien que necesitaba hablar. Estaba animada pero se la notaba nerviosa.
- ¿Cómo te va? - me dijo sonriente - ¿Sigues escribiendo o qué?
- Sí, yo siempre ando escribiendo, aunque es verdad que esto va por rachas - admití tratando de no darle mucha trascendencia. Nunca he entendido por qué a alguna gente le parece tan fascinante lo de que alguien escriba; para mí es tan natural como leer, como cualquier afición de cualquiera. Y hay que ser cuidadoso al tratar el tema por tu parte pues, aunque suelen ser los demás los que te preguntan por ello con gran interés y fascinación, a poco que te explayes empiezan a llamarte creído y prepotente -. Pero sí, últimamente le doy bastante - zanjé el tema por mi parte.
- A ver cuándo me dejas algo tuyo para leerlo. Dani dice que eres un genio o algo así...
Tuve que insuflar cachondeo al tema. Ya digo que o lo haces o estás condenado a ser un presumido y un altivo. 
- Bueno, pero Dani es que me quiere mucho - dije sonriendo -. Y como, aparte de lo mío, sólo lee el Marca, pues...

Ella rió con ganas. Demasiadas. Era la tensión, estaba claro. Sabía que la arena de su reloj con él se le estaba acabando y debía estar debatiéndose entre luchar o mandarle al carajo. Y en aquél momento no sabría por qué opción apostar, porque seguía pensando que Lola tenía más carácter que la mayoría de amores fugaces de Dani que yo había conocido.
Él llegó entonces con otra cerveza para ella y se unió a nuestras risas. El ambiente pareció relajarse un poco  dando lugar a una especie de tregua momentánea. Una tregua muy frágil, a mi entender.
Charlamos animadamente de varios temas sin importancia hasta que no recuerdo cómo, creo que fue ella quien preguntó si no había venido, salió el asunto de María. 
- Pero bueno - me inquirió ella con carilla perversa -, ¿qué hay entre vosotros en realidad?
- Eso me pregunto yo - la apoyó Dani -. Tío, sois como una pareja de novios pero que no follan.
La mirada de desagrado que le dedicó Lola (a mí el comentario no me importó; ya me lo había dicho otras veces desde que apareció María en mi vida) hubiera hecho a cualquiera ir a buscar un agujero para esconderse.
- ¡Pero qué animal eres, tío...! - le dejó caer con un profundo desprecio, casi asco. 
- ¡Joder, es verdad! - se defendió él, como no entendiendo qué era lo que había dicho tan malo. Yo comprendí que aquello no iba conmigo en realidad y traté de calmar las aguas. 
- No, no - intervine -, si en parte tiene razón - entonces me dirigí directamente a él -. Se llama "amistad", Dani.
Él negó con la cabeza, nada convencido.
- Hmmm... no; la amistad es otra cosa - sentenció con vaguedad.
- ¿Cómo lo sabes? - intervino rauda otra vez Lola, con ácido en su siguiente pregunta - ¿Has tenido una amiga alguna vez? ¿Una amiga de verdad? Lo dudo...
Dani puso levantó las manos como si la policía le hubiese dado el alto.
- Me rindo, no vale - dijo. No parecía molesto realmente, sólo que se le había escapado ya de qué iba en el fondo la conversación -. Dos contra uno, paso. Voy a hablar con los del grupo. 

Y se dió la vuelta dejándonos solos mientras Lola le clavaba puñales en la espalda con la mirada. 
- Estáis mal, ¿no? - pregunté yo cubriendo mi cupo de obviedades de todo el mes.
- ¿Tanto se nota? - dijo ella. Me ví obligado a asentir. Bebió un poco de su cerveza. Luego me miró y también afirmó con la cabeza levemente - Ya, se nota un huevo... pero no quiero hablar de eso, si no te importa... y perdóname, por favor; supongo que a tí tampoco te hará gracia tener que dar explicaciones de vuestra relación, sea la que sea.
- No, a mí no me molesta, de verdad - admití con sinceridad; de hecho, María era ya mi tema favorito de conversación, aunque eso no se lo dije -. Lo que pasa que desde fuera entiendo que se ve raro; pero que no hay ningún misterio: somos muy buenos amigos. Quizá parece más porque ella no tiene más amigos que yo y siempre andamos juntos. Pero...
- No es sólo amistad, ya que dices que no te importa hablar de ello - dejó caer ella, tajante. Casi parecían celos de mi novia, no de la de Dani -. Joder, os he visto juntos. Yo sí tengo amigos; tíos, muy buenos amigos. Y ahí hay algo más.
- ¿El qué? - de repente me interesaba mucho su análisis. Quizá viera algo que a mí, por estar tan dentro, se me escapaba. Ya dije que desde el principio Lola me pareció una tía con mucho coco, lista. Quería saber su opinión - ¿Qué es lo que ves tú? Sé sincera, no me va a molestar.
Ella hizo un mohín con la cara como de esfuerzo, como de que no lo tenía claro en realidad. Y empezó diciéndolo con muchas dudas en verdad:
- Pues... es que no lo sé tampoco... hay amistad y cariño, desde luego. Pero... no me jodas, también hay atracción, morbo... eso ya no es de amigos, ¿eh?
Lo pensé durante unos segundos. Pero no estaba muy convencido.
- No lo sé... - empecé a explicarle -. Creo que por mi parte la palabra es curiosidad. Porque, conforme mejor la voy conociendo, lo que siento son muchas más ganas de  averiguar más sobre su forma de pensar y de sentir. Por y para ayudarla, en realidad. Es una persona que tiene muchos miedos, de sí misma para empezar; por eso se aísla de todo y de todos. María ha hecho suya la frase de Nietzsche, "todo lo que no te mata, te hace más fuerte". Pero por debajo de todo eso sigue habiendo una chica de diecinueve años, ¿sabes? O al menos, espero que siga ahí.
Lola asintió convencida mientras bebía su cerveza. Pero luego dijo algo muy interesante:
- Vale, eso explica lo que tú sientes por ella. Es mucho más complejo pero resumámoslo en "curiosidad". Pero, ¿y ella? Porque tú eres un libro abierto, no hay ningún misterio ¿Entonces? Tan antisocial como dices que es, que odia a todo el mundo y estaba aislada de todo... ¿qué quiere de tí? 
Realmente tuve que pensarlo bien. Y mi propia respuesta sólo me convencía a medias:
- Quizá ella sí que busca sólo un amigo...  
- Ya - alegó ella nada conforme -... ¿y el morbo y la atracción que hacemos con ellos? Porque no es sólo cosa tuya, ella también los siente hacia tí - ahí ya no supe qué decir. Ella me habló entonces muy contundente y seria. Realmente  parecía que se preocupaba por mí -. Ten cuidado, Angel. Te tengo mucho aprecio y me caes de puta madre... así que ten cuidado con ella. No me fío ni un pelo de esa niña... siento si te molesta esto, de verdad, pero tenía que decírtelo, aunque te enfades conmigo y...
- Tranquila, Lola - le dije para calmarla -; ni me enfado ni me molesta y además - me acordé de Susi -, no eres la primera persona que me lo dice. Te lo agradezco; tendré cuidado.

Dani volvió en ese momento, poniendo su mano en el hombro de ella y dedicándole una sonrisa como diciendo: "ey, enterrémos el hacha de guerra un rato". Y a mí me pareció buena idea dejarles solos y con alguna excusa estúpida salí fuera. 

Respiré el aire fresco y sin pensarlo en absoluto, respondiendo a un impulso de quien nunca antes se había guiado por impulsos,  cogí el móvil y marqué su número.
Tardó bastantes tonos en descolgar y cuando lo hizo, me arrepentí un poco de haberla llamado. Su voz sonaba somnolienta y espesa, como dormida. Aunque sólo eran las diez y media de la noche temí haberla despertado y empecé disculpándome por ello, pero María lo negó:
- No estaba dormida, sólo amodorrada viendo la tele - dijo -. Hoy he tenido un día regular; la espalda, la pierna... y mis padres. Un asco. 
- ¿Pero estás mejor? - pregunté.
- De la espalda y la pierna sí; ahora perfecta. De lo otro... ¿dónde estás tú?
Le comenté lo del concierto y le pregunté si no se animaba a venir. 
- Pues por escapar de aquí un rato, si que me gustaría... pero me da una pereza arreglarme ahora...
- ¿Arreglarte tú? - insistí - Si con unos vaqueros y una camiseta eres una diosa.
La escuché reír por el teléfono.
- ¿Quién es ahora el zalamero? - preguntó con humor. Se quedó callada unos segundos - Vale, pero sólo porque me has llamado diosa... dame tres cuartos de hora. 

Brujah, que era como se llamaba el grupo de nuestros amigos, llevaban tres o cuatro temas de contundente sonido ya interpretados que disfrutábamos desde la barra (los jóvenes que se apostaban más cerca del escenario practicaban ese extraño ritual de en vez de bailar meterse empujones unos a otros, propio del estilo más hard de entonces, con lo que los tranquilos como nosotros nos sentíamos más a salvo en la barra) cuando ví a María cruzar la puerta de "ZZ Puff", que se había llenado poco a poco de seguidores, curiosos y melómanos noctámbulos, de modo que le costó un gran trabajo llegar hasta hasta nuestra posición. Algunos protestaron por sus empujones y eslálon a base de codos pero ella les ignoró. Llegó hasta mí y me dió un beso en la mejilla sonriendo. A Dani y a Lola los saludó con la mano y una sonrisa, pues aunque también estaban en la barra permanecían unos metros más alejados.
El volumen de la música era tan alto que no pudimos hablar hasta que terminaron esa canción.
- Qué, he tenido que sacarte a rastras, ¿eh? - dije cuando por fin hubo algo menos de jaleo entre tema y tema.
- Sí, y ahora me alegro - confesó -. Estaba agobiada, necesitaba aire aunque sólo sean un par de horas.
- ¿Los dos están? - le pregunté refiriéndome a sus padres. Ya controlaba bastante bien sus estados de ánimo en función de la compañía en casa. Sola, estupenda. Su padre, irritable. Ambos, papá y mamá, hundida en la miseria.
- Si, horrible como siempre... pero si no te importa, prefiero hablar de otra cosa.
- Sin problema - obedecí al momento y pasé a contarle las excelencias de aquella banda de rock. Le gustó el sonido e incluso se metió en la zona bestia, bailando (es un decir) a su estilo de empujones y codazos el resto del concierto, pasándoselo genial mientras yo sufría por su delicado cuerpo.

Cuando salimos del ZZ, mientras esperábamos a Dani y Lola le dije que si ella quería nos desmarcábamos los dos solos. Pero María, aún sudorosa por el ejercicio hard, y muy risueña, me dijo que tranquilo:
- No, vamos con ellos, no me importa - me dijo con naturalidad -. Pero sólo una copa, eh. Mañana tengo bastante lío y no puedo acostarme muy tarde.
- ¿Y eso? - le pregunté sin saber a qué podía referirse; en la galería siempre me decía que se pasaba las horas muertas. Lola y Dani salian ya del local así que ella sólo dijo:
- Luego te cuento...

Fuímos los cuatro al "Filo", uno de los bares con más solera de la zona de Beatas. Siendo jueves apenas había gente y pudimos hasta pillar una mesita con taburetes. El "Filo" era por entonces de los bares que ponía música más de nuestro gusto. Y María, cuando sonó una de "nuestras canciones" (porque sí; teníamos hasta nuestras canciones... y es que lo pienso ahora y es verdad que parecíamos una pareja) me obligó a bailar con ella (bueno, medio bailar en mi caso). La canción era  "Honestly", del grupo que hizo Billy Corgan en un paréntesis de los Smashing Pumkins, Zwan. Los Samshing eran uno de los grupos favoritos de María y a mí me los estaba contagiando.
Como casi todo lo demás...




Mientras, Lola y Dani, menos animados en su crisis de pareja, nos observaban sentados como pensando justamente eso: "... si es que parecen una pareja de novios, coño". Desde luego esa noche parecíamos más pareja que ellos.

Luego estuvimos un rato sentados los cuatro charlando de cosas banales. María aguantaba bien el tipo, fingiendo que era una chica normal. No hablaba mucho pero pero asentía y reía las gracias de Dani. Yo me daba cuenta de su esfuerzo y no dejaba de mirar el contenido de su botellín de cerveza, decidido a que nos marchásemos en cuanto lo terminara.

Pero, entre aquellos temas banales acabó saliendo el tema del violador del estilete. Su mal ganada fama era ya de alcance nacional. En todos los noticieros televisivos y radiofónicos se hablaba de él, los psicólogos y psiquiatras daban mil y una opiniones y la gente hacía llamadas para decir el castigo que habría que imponerle cuando lo atraparan.
María, cuya opinión ya era de sobra conocida por mí, no dijo gran cosa hasta que Lola expresó su convencimiento de que las personas así eran, en realidad, enfermas mentales.
Y una pequeña mecha se encendió en los ojos de María:
- ¿Y no pueden ser simplemente hijos de perra? - dijo con una buena dosis de desafío.
- La maldad es un concepto muy ambiguo - argumentó Lola con un buen regate -. No creo haya nada en nuestro interior que determine si somos buenos o malos, en el fondo. Es la propia vida, los ideales que te metan en la cabeza, la educación que recibas y sí, también la salud mental que te toque, el propio funcionamiento de la cabeza de cada uno, lo que guía tus actos... creo yo - añadió al final para que no pareciera que quería imponer su opinión.
- Estoy de acuerdo - intervino Dani - ¿Creéis que un talibán que le corta la mano a un niño por jugar con una cometa lo hace porque es malvado? Lo hace porque llevan toda la vida diciéndole que es lo correcto; que es lo que hay que hacer.
María encendió un Ducados mientras asentía, aparentemente conforme. Pero volvió a la carga:
- Sí, en la mayoría de los casos será como decís vosotros. Pero ¿de verdad no podéis creer que hay gente por ahí auténticamente malvada? ¿Creéis que todos los asesinos, violadores o pedrastas lo son por enfermedad, traumas de la infancia o porque han esnifado demasiado pegamento? Pues eso sí que es de ingenuos. Os aseguro que hay gente por ahí que sabe perfectamente lo que está mal y lo que está bien. Que son inteligentes y con un sentido exacto y preciso de quienes son, de dónde están y de lo que hacen. Que disfrutan de la maldad en cualquiera de sus formas, simplemente. Y que después de hacerlo duermen toda la noche a pierna suelta. Existen y están entre nosotros, a nuestro alrededor.
- ¿Has conocido tú a alguien que se ajuste a esa descripción? - le preguntó Lola, ahora sí, desafiante.
- ¿Estás segura al cien por cien de que tú no?

Sus ojos chocaron como el Titanic y el iceberg; fría y brutalmente. Pero fue Lola la que apartó la mirada cuando, dios le bendiga, Dani intervino con alguna burrada y acabamos riendo. Y un par de minutos después, cambiando de tema.

Sobre la una nos despedimos de ellos allí mismo, en el "Filo". Ellos dos decidieron quedarse a tomar otra ronda y, supongo, a discutir sus asuntos. 

Acompañé a María hasta calle Nosquera, cerca del ZZ que era donde había dejado aparcada su scooter. Y aunque íbamos hablando de otras cosas, no dejaba de preguntarme a mí mismo a quién demonios se estaría refiriendo. Porque me había dado la impresión de que en el "Filo" estaba hablando de alguien concreto, con nombre y apellidos.

Llegamos a donde estaba su moto y mientras le quitaba el candado a la rueda trasera me dijo:
- Mañana tengo un juicio - yo casi había olvidado por qué quería madrugar, como me había dicho -. Si puedes escaparte y quieres disfrutar del espectáculo... los pienso chulear a todos.
- ¿Un juicio? ¿Por qué?
- Agresión y amenazas, dice la gilipollas. Yo nunca amenazo; si me conociera mejor lo sabría.
Yo estaba bastante impresionado aunque, a decir verdad, no sé de qué me extrañaba.
- ¿Es la del "Roadhouse"? - quise saber.
- Qué va - contestó como si nada -. De aquella no volví a saber nada, creo que eran de fuera, porque nunca les he vuelto a ver el pelo... Pero vaya, esta lo mismo; otra choni idiota que se pensaba que yo iba detrás del baboso de su novio, cuando era él quien llevaba toda la noche lamiéndome el culo en la disco. Fue en Puerto Marina... joder, qué poco me gusta ese sitio; nunca me lo paso bien allí... Total, que viene a los servicios a chillarme, yo le digo que se evapore...
- Y te liaste a hostias, no me digas más - dije yo que casi podía imaginármelo.
- Para nada, sólo le dí una... pero le rompí la tibia de una patada...

Me tapé la cara con las manos. No sabía si reír, llorar, besarla o salir corriendo. Ella prosiguió su relato sin darle mayor importancia, como el que cuenta la última pequeña reparación que le ha hecho a su coche:
- Se lió un pollo que te cagas y todos a comisaría... y a partir de ahí cada vez que la veo por la calle sale corriendo y me pone una denuncia por amenazas, la muy imbécil...

Yo intentaba no sonreír, aquello era muy serio, pero no podía evitarlo. Desde que había empezado a contarlo su semblante y su voz habían cobrado algo de vida y parecía aún más despierta y animada. No estaba contando una experiencia desagradable en su vida. Ni mucho menos.
- Ya... - dije yo intuyendo lagunas en la historia -... pero tú nunca la has amenazado ni nada... ¿no? Me refiero a después de lo de la discoteca.
- ¡Qué va! - exclamó de inmediato. Pero luego, mientras me miraba, empezó a sonreír como una niña pequeña que ha hecho una travesura - Bueno... alguna vez la he llamado por teléfono, pero para cachondearme nada más.
Las manos a mi cabeza por segunda vez.
- ¡María, por dios! ¡Te van a empapelar!
- Bah... - dejó caer muy tranquila -... nuestro abogado, que te aseguro ha sacado a mi padre de mierdas mucho más difíciles, dice que no tienen ni una prueba.
- Vaya, pues qué suerte... - dije sarcásticamente. Luego me asaltó otra pequeña duda, un nuevo agujero en la historia -... oye, ¿y cómo averiguaste el teléfono de la tía esa?
- Me follé a su abogado.

Me eché a reír durante unos segundos. Hasta que la miré y ví que ella no reía. Me miraba igual que antes, tranquila. Y dejé de reír.
- No... lo has dicho en serio, ¿no?
Disfrutó de mi turbación un poco más y luego fue ella la que estalló en carcajadas.
- ¡Dios, tenías que haberte visto la cara! - decía después.
- ¡Serás...! - y casi empecé a formar una letra P con los labios.
- ¡Dímelo, dímelo que me pone! - seguía con ganas de cachondeo. Podía ir a la cárcel, pero ella de guasa.

Cuando ya decidió dejar las bromas y se subió a la moto me dijo que "el circo" (así se refirió al juicio) empezaba a las nueve y media. Y repitió que si podía y quería, me pasara.
- Haré lo posible - le dije mientras ella ya había encendido el motor y sólo tenía que acelerar para irse. Entonces, algo más serio, le dejé caer otra -. Pero al final no me has contestado, ¿cómo tenías su número?
- Tenía su número, y ella el mío - dijo, también más seria, casi molesta por mi insistencia - porque estuvo saliendo con F un tiempo, unos meses antes del accidente, ¿satisfecho? 

"A medias", pensé mientras mientras la veía alejarse y salir a calle Carretería sin mirar si venían coches. Una vez más, sospechaba que sólo me había contado partes de la historia.


Por supuesto fuí, y nada más entrar en la sala me alegré. 
María estuvo prácticamente sola toda la sesión. Su padre no apareció y cuando yo entré, a mi pesar con algo de retraso pues no pude escaparme del trabajo hasta las diez y media y entre que llegué y encontré la Sala de lo Penal nº 3 ya eran las once, ví que salvo sus abogados nadie estaba con ella. 
Era una sala más bien pequeña y tampoco había espacio para mucha gente. Cuatro o cinco jóvenes, dispersos, tomaban nota. Estudiantes de Derecho con toda seguridad. En el lado derecho de la sala se amontonaban algunas personas más que al rato, por sus gestos y cuchicheos, pude deducir que eran familiares y amigos de la denunciante. Se dedicaban miradas de aprobación y conformidad cuando hablaba el acusador particular y negaban con la cabeza o reían sarcásticamente cuando era el turno del abogado de María. El juez les llamó la atención en varias ocasiones. Daba la impresión de que tenían un patriarca, un hombre grueso, calvo y con barba, que me pareció la versión caucásica del Tío Phil de "El príncipe de Bel-Air". Eran como una familia-piña de esas estilo americano que dan tanta grima.

¿Y en el otro lado? Pues María, sentada en una silla central ante una pequeña mesa como única acusada y con gestos y una actitud de aburrimiento total, dirigiendo toda su atención a las musarañas y ninguna (o eso parecía al menos) a la hinchada del otro lado. Y tras ella, salvo algún estudiante tomando notas, nadie. Ni su padre, quizá el único que yo esperaba.
Me alegré entonces de haber podido ir, aunque hubiese llegado tarde. Y aunque al cruzar la puerta y ver la escena general he de reconocer que tuve mis reticencias a sentarme cerca de ella, que tal como se habían dispuesto era posicionarme claramente, al final lo hice, qué coño.

Pasé junto a ella por el pasillo central entre los asientos y luego sin dedicarles ni una mirada de reojo, me senté detrás de María en la primera fila disponible. Independientemente de que los actos de María fueran reprobables desde mi punto de vista (o no; aún no me había planteado ese tipo de cuestiones morales o éticas con ella), lo cierto es que cuando veo a diez contra uno, por defecto me suelo posicionar de parte del uno.
Además, para eso están los amigos.

La llamé con un siseo muy corto y leve. Ella se giró, me vió y sonrió, formando después con los labios un "¡has venido!" bastante feliz. Yo me encogí de hombros y meneé la cabeza a un lado, como diciendo "no, verás... No me lo perdería por nada".
Entonces el bedel se me acercó y me dijo en voz baja que estaba prohibido hablar con la acusada. Pedí disculpas y me recliné en el asiento, observando y escuchando con atención, al menos al principio.

Fue todo bastante aburrido, la verdad. Ni María ni la otra chica, que al parecer se llamaba Silvia, declararon. Sólo lo hicieron el médico de urgencias que la atendió, los policías que la detuvieron en la misma discoteca y algún testigo.
Tras ello, el abogado de María, un hombre grueso y medio calvo que se parecía un poco a Bud Spencer, fue desmontando punto por punto todas las teorías malévolas de la acusación sobre el acoso y las amenazas por falta de pruebas, dejando la agresión de la discoteca en una simple pelea entre chicas jóvenes que, por pura mala fortuna, acabó mucho peor para una que para la otra.
Yo no entiendo ni entendía nada de leyes o derecho, pero aquél tío era bueno de verdad. Lo podía ver en la cara del juez, que parecía a cada minuto tener más ganas de dar carpetazo a aquello e irse a comer. Y en la familia de la tal Silvia, cada vez más inquietos, molestos y nerviosos.

Acabando sus argumentos el brillante defensor entró en la sala alguien más, y no parecía del clan de la derecha. Era una mujer de unos cuarenta y tantos años y bastante atractiva. Morena de pelo largo y lacio, muy femenina y sexy con un traje de falda y chaqueta rojo vino. Con paso firme e ignorando las miradas y cuchicheos del clan de Silvia se sentó también tras María, en su lado, pero algunas filas por detrás de mí. Yo oí a alguien de la otra bancada murmurar: "...es la madre", y una especie de escalofrío me recorrió la espalda. Miré a María y sí, le había echado un vistazo rápido y desinteresado al entrar, pero nada más. Ninguna expresión. ¿Sería ella? No soy un experto en el tema pero desde luego aquella mujer daba la impresión de estar perfectamente. 
Preguntándome si sería su madre o la novia de uno de los letrados, me distraje con las conclusiones finales y sin preocuparme más por ello respiré con alivio cuando el juez dijo lo de "visto para sentencia". Aquellos asientos eran incomodísimos, era más de la una de la tarde y tenía el culo como una piedra.

Tras levantarse todos ví como María se reunió a hablar con su abogado, que le mostraba una montaña de documentos. Me miró, me sonrió y con gestos me indicó que le quedaba un rato, y también con gestos yo le indiqué que la esperaba en la cafetería del Palacio de Justicia.

Ya en el local de la planta baja, en una atestada barra plagada de tíos con corbata, pedí un café y me puse a buscar mi paquete de LM por los bolsillos de mi cazadora, que no se dignaba a aparecer. 
Entonces la atractiva mujer de traje, que se había puesto en la barra a mi lado sin que yo me diese cuenta, me ofreció del suyo, poniéndome frente a la cara un paquete de Winston.
- ¿Quieres uno? - me dijo con el suyo ya en los labios. Aquello parecía una escena de seducción de una peli mala de esas que ponen a mediodía, y recuerdo haber pensado que de haberle ocurrido a Dani, sin duda sería mucho más divertida. Su sueño siempre habían sido las maduras de buen ver.
- Gracias - dije yo bastante cortado, como es de imaginar.
- De nada - devolvió ella con una voz bastante serena. Exalada la primera calada por parte de ambos continuó mirándome, aunque yo fingía no darme cuenta, concentrando toda mi vida en aquél instante en mi café, y me preguntó sin más rodeos - ¿Eres Angel, el amigo de María?
- Supongo... que sí - contesté con intriga. La mujer me observaba. Me estudiaba y me ponía nervioso, la verdad. No dije nada más a ver si se arrancaba y desvelaba el misterio. No tardó mucho, afortunadamente.
- Me llamo Cristina - dijo por fin -, doctora Cristina Yllescas; soy la psicóloga de María.
- Ah... - primera noticia de que tenía psicóloga. Así que de nuevo no dije nada y la dejé hablar.
- Llevo tratando a María bastante tiempo y tengo que reconocer que estaba muy interesada en conocerte. Aparte de su hermano, nunca ha hablado de nadie con tanto interés y detalle como habla de tí. Supongo que ya sabes que la palabra introvertida se queda muy pequeña para ella.
- Desde luego - admití tratando de no pensar mucho en lo que acababa de oír -. Una prueba de ello es que nunca me había dicho que se trataba con un psicólogo... quiero decir, psicóloga - sonreí. Ella no.
- Bueno, otro motivo para eso es que no puede ni verme - dijo sin aflicción, más bien algo frustrada -. Soy parte de la condena que le impuso su padre cuando todo ocurrió. Me refiero al accidente.
- Sí, lo sé. María me lo contó; fue terrible para ella - no me estaba dando cuenta pero ya estaba justificando a María sin saber muy bien por qué. Y es que me daba la sensación de que aquella mujer se me había acercado para sonsacarme, fingiendo simple curiosidad. Y también sin tener mucho sentido, sentí que hablando con ella estaba traicionando a María. Visto ahora, absurdo, lo sé. Pero entonces lo sentí -. Supongo que recuperarse de algo así, con lo que amaba a su hermano...
- Vaya - dijo sonriendo por primera vez y mirándome casi con admiración -. Veo que realmente te has acercado a ella, y en un tiempo récord, además. A mí me costó dos años llegar hasta donde tú has llegado, averiguar todo eso. Pero, - y aquí ya no sonreía - en cualquier caso, María ya tenía graves problemas y desórdenes antes. El accidente no fue la causa de nada; sólo una consecuencia más.

Irracional o no, comenzaba a tocarme las narices, lo confieso. Me empezaba a sentir realmente incómodo. Por un lado era consciente de que Cristina podía aclararme muchas cosas que yo ignoraba o sobre las que estaba equivocado. Pero por otro me parecía algo muy mezquino. Yo le importaba a María, aquella mujer lo acababa de decir. Lo más honesto me parecía dejar que fuera la propia María quien fuese desgranando su vida, sus secretos o sus miedos y traumas, a su propio ritmo según qué y cuándo necesitase contarme algo. Así se forja y cimenta la amistad; no hablando con el psicólogo del otro.
Pero también me rondaba otra cosa en la cabeza: era la propia Cristina la que se había acercado a mí, no al revés. ¿Por qué? ¿Qué quería de mí? Tenía que hablar de ello o me iba a explotar la cabeza.
- Oiga - dije en tono amable; las formas siempre -, yo no entiendo mucho de todo esto pero ¿no hay una cosa que se llama "secreto médico-paciente", "código deontológico" o algo por el estilo?
- Los hay, estás muy bien informado - dijo sonriendo otra vez. Y luego, más seria, me habló sin tapujos -. Pero me importa mucho más ella y usaré cuanto esté en mi mano para ayudarla, para evitar que se autodestruya, que es lo que de verdad anda buscando. Es lo que lleva haciendo desde mucho antes del accidente.
- Mucho antes del accidente sólo era una niña, ¿de qué me está hablando? - esto último lo dije ya visiblemente molesto.
- Mira, Angel... y puedes tutearme - tras decir esto abrió su bolso y empezó a buscar algo. Sacó una tarjeta de visita -... puede que contigo abra sus sentimientos y eso es genial, no lo había hecho nunca con nadie, excepto con Francis. Pero yo tengo sus informes médicos - y soltó la bomba -. ¿Te ha hablado alguna vez de sus intentos de suicidio?
No pude reaccionar. Ella puso la tarjeta sobre la barra, junto a mí café. Y continuó hablando pero más apresuradamente. Miré a mi espalda y ví que María acababa de entrar en la cafetería y ya nos había visto.
- Guarda esto, por favor - me dijo. Y pese a mis dudas y reticencias lo hice, con disimulo. Me sentí bastante sucio por hacerlo, si digo la verdad -. Y cuando te veas entre la espada y la pared... llámame.

María llegó a la barra y se quedó tras nosotros dos, que nos giramos. Ella sonreía y me habló a mí, pero la miraba a ella.
- Qué, ¿te está interrogando mucho? - yo iba a negarlo pero en realidad María no hablaba conmigo y continuó - Es uno de los defectos de mi amiga Cristina; como no tiene vida privada siempre está psicoanalizando por donde quiera que vaya.
- Sólo había venido a ver cómo te iba, María - dijo la mujer ignorando el ataque completamente. Yo pensé entonces que menudas sesiones debían ser aquellas. Choque de trenes, vamos -. Espero que te sea favorable la sentencia. Bueno, Angel - me dijo a mí después tendiendo la mano que yo estreché -, ha sido un placer.
- Igualmente. Y gracias por el pitillo - contesté educadamente, tratando de aparentar que no habíamos hablado de nada importante.
Luego la mujer al empezar a marcharse y pasar junto a María, le dijo:
- Hasta el martes, María. Ya sabes, a las siete. Como siempre. 

Y se alejó con su elegante y seguro andar. Mientras desaparecía por la puerta de la cafetería, María comenzó a decir en voz muy baja, casi mascullando con rabia:
- Cerda... puta... zorra... - y algunos otros piropos por el estilo. Yo le pregunté por qué reaccionaba así con ella - Porque es lo que es. Mira cómo ha venido corriendo a soltarte sus mierdas de siempre.
- Si no me ha dicho nada del otro jueves - me expliqué... mentí más bien -. Sólo que es tu psicóloga. Creo que le daba curiosidad conocerme; nada más.
Ella hizo un gesto como de "si tú lo dices". 

Terminé mi café y salimos de la cafetería. La acompañé a su scooter, aparcado fuera en el Paseo de Reding, que es donde antiguamente estaban los juzgados.
- Es culpa mía - continuó diciendo mientras le quitaba el candado a la moto, sin dejar el tema visiblemente enfadada -, no debería haberle hablado de tí. Por eso nunca le cuento nada. Estos psicólogos son todos iguales, fingen ser tus amigos pero sólo te están diseccionando, estudiando, haciendo una autopsia en vida...
- Bueno, María, es su trabajo - argumenté como pude -. Pero lo hacen para ayudarte.
- ¿Y quien dice que yo necesite ayuda? - me atravesó con la mirada - ¿Estás seguro que no te ha dicho nada de mí?
- Nada que yo no supiese - mentí - ¿Es que podría haberme dicho algo que tú no quieres que sepa?
Creo que intentando esconderme un as en la manga, se me cayó al suelo y ella lo vió. Claramente.
- ¡No se trata de eso, capullo! - me soltó, cada vez más molesta, encendiéndose como una llama sobre pólvora -. No te estoy contando mi vida por capítulos y tengo miedo a que te revienten el final. No es tan sencillo.
- ¿De qué se trata entonces? ¿Por qué no me lo cuentas?

María guardó silencio durante unos segundos mirando al suelo, jugueteando con las llaves de la moto entre sus dedos. Su respiración pareció hacerse más pesada.
Y entonces ocurrió algo para lo que yo no estaba preparado en absoluto. Cuando levantó la vista y me miró ví que sus ojos se empezaban a humedecer. Nunca la había visto llorar, ni siquiera con los dolores de su pierna. Jamás. La impresión me dejó petrificado.
- ¿También tú vas a psicoanalizarme? - dijo con la voz medio ahogada. Y con la siguiente frase las lágrimas empezaron a caer - ¡Eres igual que ella; sólo te doy curiosidad! ¿Verdad?
- ¡Claro que no! Yo... - empecé a decir. Pero ella se subió en la moto y la arrancó con celeridad.
- ¡Vete a la mierda! - soltó antes de salir disparada por la avenida. Yo la llamé a gritos por su nombre un par de veces pero fue inútil.
El corazón se me había encogido de la impresión, pero también de rabia por mi torpeza. Podía adivinar qué era lo que le había hecho daño pero sobre todo me impactaba la reacción.

La seguí con la mirada mientras se alejaba a su imprudente y habitual velocidad, zigzageando entre los coches. Alucinado y aunque me produzca cierta vergüenza admitirlo ahora con algo de orgullo.
No debían existir muchas personas capaces de hacerla llorar.

No paré de llamarla por teléfono y mandarle mensajes los tres o cuatro días siguientes. Y ni que decir tiene que no contestó.

(continuará)



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