"Dentro" (Un cuento post-apocalíptico)
Capítulo 8:
La mayoría de aquellos refugiados, como en cualquier sociedad, habían formado sus propios grupos y camarillas. Salvo los que vigilaban el perímetro de la base, que se repartían estratégicamente por la azotea del edificio principal y las dos torres de observación (Sara y Daniel sólo habían visto la de la entrada en la cara norte pero en la sur había otra), el resto dormían en las plantas bajas del Módulo B del edificio, que en su día eran los cuartos de oficiales de los militares.
Ahora reconvertidos en dormitorios comunitarios no había tampoco una necesidad de hacinamiento, como les había explicado Benjamin y se repartían, según lazos y afinidades, por diferentes habitaciones.
Aunque sólo estaba atardeciendo y por las ventanas entraba aún algo de luz del sol, ya tenían dispuestas por ellas y por los pasillos lámparas de gas y de aceite.
De una de esas habitaciones salieron las dos mujeres que habían reconocido a Sara, portando una pequeña lámpara a gas de las que se usan en el campo o antiguamente en las minas. Recorrieron varios metros de pasillo hasta que llegaron a otra, entrando sin llamar.
Dentro, en lo que antiguamente había sido un despacho, había tres hombres. Dos de ellos estaban sentados cada uno en su cama y parecía que charlando animadamente antes de que ellas entraran. Uno estaba tocando una desmejorada guitarra acústica, intentando, con discutible parecido, sacar los acordes del "Smoke on the water" de Deep Purple. El otro limpiaba sus botas de soldado (cedidas con toda seguridad por los anfitriones, Benjamin y Diana). Y el tercero, un hombre de unos cuarenta, con barba, estaba sentado en una silla, frente a un escritorio, garabateando algo en un cuaderno.
Los tres las miraron al entrar, pero el de las botas y el que escribía además sonrieron.
- Eh, chicas - dijo el que estaba en la cama -, ¡qué impaciencia! Si ahora iba a ir yo, Lucy.
- No es eso, idiota - dijo la pelirroja. Los dos hombres se miraron entre ellos y dejaron de sonreír, al ver las caras serias, incluso enfurecidas, de las dos mujeres -. Ha ocurrido algo, y es muy importante.
Todos miraron al de la guitarra, que había dejado de tocar y también les miraba a todos ellos.
- Vale - dijo levantándose de su cama, sin soltar su guitarra, claro -, lo pillo... me voy con la música a otra parte.
Conforme salía, ellas se sentaron en la misma cama que acababa de dejar libre.
- No os lo vais a creer... - empezaron a contar.
En el módulo contiguo y dos plantas más arriba, ocupando las habitaciones del oficial al mando, y que bien parecía un hogar cualquiera, Sara y Daniel estaban sentados en una mesa redonda de lo que bien podría ser un salón. Varias lámparas de gas y algunas velas les daban luz. Las mochilas estaban en el suelo, junto a la puerta.
Benjamin estaba sentado frente a ellos, con un cigarrillo en una mano y una gran taza en la otra.
Diana, que al igual que su marido rondaba los cincuenta y algo y tenía el pelo liso y recto hasta los hombros, ya grisáceo, vestida con un mono como de mecánico pero de color caqui, les puso en la mesa por delante otras dos grandes tazas humeantes.
- Tomadlo - dijo la mujer con mucha amabilidad-, os sentará bien y es nutritivo.
- Vamos, Diana - dijo Benjamin con un cierto toque de hartura -, es puñetero caldo de pollo de las raciones militares.
- Aj, conforme vas para viejo te estás volviendo insoportable - dijo Diana con tono autoritario. Sara y Daniel se miraron arqueando las cejas, sin saber muy bien qué decir, aparte de un "gracias" casi unísono.
- Joder - insistió su marido -, hace tres años que no se reponen los suministros militares y esos puñeteros cubitos de caldo no se acaban...
- Ni tampoco los cigarrillos...- dejó caer ella en tono acusador antes de sentarse a la mesa con ellos.
- Por cierto, ¿queréis uno? - Benjamin les tendió el paquete. Daniel rehusó.
- No, gracias - dijo -. Lo dejé hará... unos dos años - y sonrió. Diana soltó un sonoro "¡Ja!" y Benjamin le clavó la mirada (aunque a ella no le importó lo más mínimo).
- Yo sí, gracias - dijo Sara y mientras sacaba uno del paquete se fijó que tanto Daniel como Diana la miraban sorprendidos.
- Eres muy joven para fumar, muchacha - dijo la mujer.
- Y además es un vicio caro en estos días - dijo Benjamin mientras le encendía el pitillo a Sara -. Joder, ¿os podéis creer que fue lo primero que desapareció de todas partes? A los pocos meses del apagón ibas a la ciudad y encontrabas comida, encontrabas medicinas, encontrabas gas para las lámparas... pero los cigarrillos, volaron.
- Algo bueno tenía que tener el fin del mundo... - dijo Diana como si no fuera dirigido a nadie, bebiendo de su taza.
Sara se recostó en su silla y dió una primera calada que, aunque no la hizo toser, notó cómo rasgaba su garganta.
- Hacía semanas que no... - y se interrumpió divertida al ver cómo la miraba Daniel.
- Bueno - el tono de Benjamin no era duro pero sí más serio, indicando con ello que habían acabado las formalidades previas -, vamos al grano. ¿Qué veníais buscando y sobre todo, cómo lo habéis hecho?
Daniel y Sara se miraron fugazmente un instante, una mirada de "vale, confiemos en ellos. Parecen legales". Y luego Daniel sacó la piedra, aún envuelta en aluminio.
Se disponía a desenvolverlo un poco pero Benjamin le interrumpió diciendo:
- No lo hagas - dijo el hombre. Daniel le obedeció pero ante su cara de sorpresa y la de Sara, continuó explicando -. Ya sé lo que es. Esperaba que fuera otra cosa pero... no.
- ¿Sabe lo que es?
- Un núcleo - explicó Benjamin -. De la cabeza de esos seres, ¿verdad?
- Sí... - dijo Sara muy sorprendida.
- No es el primero que vemos - dijo Diana tranquilamente.
Daniel volvió a coger la piedra entre sus manos, intentando no parecer decepcionado ante la familiaridad que el matrimonio de soldados mostraba ante lo que él pensaba era algo espectacular. Benjamin continuó explicando:
- Algunos otros que pasaron por aquí tenían uno de esos - dijo -. Sabemos lo que hacen y por eso esperaba que... bueno, que de verdad alguien hubiese conseguido generar energía por sí mismo. Esos núcleos a fin de cuentas, son sólo... un parche. Intentamos no usarlos. La gente se pone nerviosa...
- ¿Nerviosa? - preguntó Daniel sin comprender -. Pero con electricidad aquí la vida sería mucho mejor.
Benjamin y Diana se miraron con complicidad por un segundo. Luego ella dijo, algo triste:
- No lo creas...
- Algunas personas - continuó su marido - se ponen muy alteradas con eso. Hemos tenido problemas, ya sabes, disputas por ser quien los controlara y por decidir quién debía ser el que dictara cómo emplearlos. O si no porque algunos de los que los habían traído después querían marcharse y los que se quedaban querían impedirlo. Hemos pasado malos momentos por cosas así... al final siempre era un foco de disturbios. Decidimos prescindir de ellos. Vivimos con más oscuridad... pero más tranquilos.
Ahora reconvertidos en dormitorios comunitarios no había tampoco una necesidad de hacinamiento, como les había explicado Benjamin y se repartían, según lazos y afinidades, por diferentes habitaciones.
Aunque sólo estaba atardeciendo y por las ventanas entraba aún algo de luz del sol, ya tenían dispuestas por ellas y por los pasillos lámparas de gas y de aceite.
De una de esas habitaciones salieron las dos mujeres que habían reconocido a Sara, portando una pequeña lámpara a gas de las que se usan en el campo o antiguamente en las minas. Recorrieron varios metros de pasillo hasta que llegaron a otra, entrando sin llamar.
Dentro, en lo que antiguamente había sido un despacho, había tres hombres. Dos de ellos estaban sentados cada uno en su cama y parecía que charlando animadamente antes de que ellas entraran. Uno estaba tocando una desmejorada guitarra acústica, intentando, con discutible parecido, sacar los acordes del "Smoke on the water" de Deep Purple. El otro limpiaba sus botas de soldado (cedidas con toda seguridad por los anfitriones, Benjamin y Diana). Y el tercero, un hombre de unos cuarenta, con barba, estaba sentado en una silla, frente a un escritorio, garabateando algo en un cuaderno.
Los tres las miraron al entrar, pero el de las botas y el que escribía además sonrieron.
- Eh, chicas - dijo el que estaba en la cama -, ¡qué impaciencia! Si ahora iba a ir yo, Lucy.
- No es eso, idiota - dijo la pelirroja. Los dos hombres se miraron entre ellos y dejaron de sonreír, al ver las caras serias, incluso enfurecidas, de las dos mujeres -. Ha ocurrido algo, y es muy importante.
Todos miraron al de la guitarra, que había dejado de tocar y también les miraba a todos ellos.
- Vale - dijo levantándose de su cama, sin soltar su guitarra, claro -, lo pillo... me voy con la música a otra parte.
Conforme salía, ellas se sentaron en la misma cama que acababa de dejar libre.
- No os lo vais a creer... - empezaron a contar.
En el módulo contiguo y dos plantas más arriba, ocupando las habitaciones del oficial al mando, y que bien parecía un hogar cualquiera, Sara y Daniel estaban sentados en una mesa redonda de lo que bien podría ser un salón. Varias lámparas de gas y algunas velas les daban luz. Las mochilas estaban en el suelo, junto a la puerta.
Benjamin estaba sentado frente a ellos, con un cigarrillo en una mano y una gran taza en la otra.
Diana, que al igual que su marido rondaba los cincuenta y algo y tenía el pelo liso y recto hasta los hombros, ya grisáceo, vestida con un mono como de mecánico pero de color caqui, les puso en la mesa por delante otras dos grandes tazas humeantes.
- Tomadlo - dijo la mujer con mucha amabilidad-, os sentará bien y es nutritivo.
- Vamos, Diana - dijo Benjamin con un cierto toque de hartura -, es puñetero caldo de pollo de las raciones militares.
- Aj, conforme vas para viejo te estás volviendo insoportable - dijo Diana con tono autoritario. Sara y Daniel se miraron arqueando las cejas, sin saber muy bien qué decir, aparte de un "gracias" casi unísono.
- Joder - insistió su marido -, hace tres años que no se reponen los suministros militares y esos puñeteros cubitos de caldo no se acaban...
- Ni tampoco los cigarrillos...- dejó caer ella en tono acusador antes de sentarse a la mesa con ellos.
- Por cierto, ¿queréis uno? - Benjamin les tendió el paquete. Daniel rehusó.
- No, gracias - dijo -. Lo dejé hará... unos dos años - y sonrió. Diana soltó un sonoro "¡Ja!" y Benjamin le clavó la mirada (aunque a ella no le importó lo más mínimo).
- Yo sí, gracias - dijo Sara y mientras sacaba uno del paquete se fijó que tanto Daniel como Diana la miraban sorprendidos.
- Eres muy joven para fumar, muchacha - dijo la mujer.
- Y además es un vicio caro en estos días - dijo Benjamin mientras le encendía el pitillo a Sara -. Joder, ¿os podéis creer que fue lo primero que desapareció de todas partes? A los pocos meses del apagón ibas a la ciudad y encontrabas comida, encontrabas medicinas, encontrabas gas para las lámparas... pero los cigarrillos, volaron.
- Algo bueno tenía que tener el fin del mundo... - dijo Diana como si no fuera dirigido a nadie, bebiendo de su taza.
Sara se recostó en su silla y dió una primera calada que, aunque no la hizo toser, notó cómo rasgaba su garganta.
- Hacía semanas que no... - y se interrumpió divertida al ver cómo la miraba Daniel.
- Bueno - el tono de Benjamin no era duro pero sí más serio, indicando con ello que habían acabado las formalidades previas -, vamos al grano. ¿Qué veníais buscando y sobre todo, cómo lo habéis hecho?
Daniel y Sara se miraron fugazmente un instante, una mirada de "vale, confiemos en ellos. Parecen legales". Y luego Daniel sacó la piedra, aún envuelta en aluminio.
Se disponía a desenvolverlo un poco pero Benjamin le interrumpió diciendo:
- No lo hagas - dijo el hombre. Daniel le obedeció pero ante su cara de sorpresa y la de Sara, continuó explicando -. Ya sé lo que es. Esperaba que fuera otra cosa pero... no.
- ¿Sabe lo que es?
- Un núcleo - explicó Benjamin -. De la cabeza de esos seres, ¿verdad?
- Sí... - dijo Sara muy sorprendida.
- No es el primero que vemos - dijo Diana tranquilamente.
Daniel volvió a coger la piedra entre sus manos, intentando no parecer decepcionado ante la familiaridad que el matrimonio de soldados mostraba ante lo que él pensaba era algo espectacular. Benjamin continuó explicando:
- Algunos otros que pasaron por aquí tenían uno de esos - dijo -. Sabemos lo que hacen y por eso esperaba que... bueno, que de verdad alguien hubiese conseguido generar energía por sí mismo. Esos núcleos a fin de cuentas, son sólo... un parche. Intentamos no usarlos. La gente se pone nerviosa...
- ¿Nerviosa? - preguntó Daniel sin comprender -. Pero con electricidad aquí la vida sería mucho mejor.
Benjamin y Diana se miraron con complicidad por un segundo. Luego ella dijo, algo triste:
- No lo creas...
- Algunas personas - continuó su marido - se ponen muy alteradas con eso. Hemos tenido problemas, ya sabes, disputas por ser quien los controlara y por decidir quién debía ser el que dictara cómo emplearlos. O si no porque algunos de los que los habían traído después querían marcharse y los que se quedaban querían impedirlo. Hemos pasado malos momentos por cosas así... al final siempre era un foco de disturbios. Decidimos prescindir de ellos. Vivimos con más oscuridad... pero más tranquilos.
- Comprendo - dijo Daniel y volvió a guardar la piedra, o el núcleo como lo llamaban ellos, en el interior de su anorak. Luego continuó preguntando -. Pero, ¿qué saben de ellos?
- No mucho más que tú, supongo - dijo Benjamin -, que esos seres los tienen en la cabeza y que dan energía. Son pocos los que han conseguido uno; no es fácil acercarse a esas cosas sin que te destrocen el cerebro... ¿cómo conseguísteis ese?
- No lo conseguimos nosotros - explicó Sara -. Un hombre que nos ayudó lo tenía desde hacía tiempo... murió, por desgracia.
- Pues todo para vosotros, chicos - dijo Benjamin bebiendo de su taza después.
- ¿Y a dónde os dirigíais? - preguntó luego Diana - ¿o vais a quedaros?
Daniel sólo lo pensó durante unos segundos.
- Desde luego este es un buen lugar para quedarse - les dijo después con sinceridad -, pero no podemos. Quiero ser honesto con vosotros, ya que habéis sido tan amables y parecéis buenas personas - Diana sonrió pero Benjamin permanecía espectante -. Hay un grupo de saqueadores... un grupo muy grande y bien organizado... que nos persigue. Si nos quedáramos aquí os pondríamos en peligro.
- Ya os estamos poniendo en peligro - añadió Sara -, de hecho. Tenemos que marcharnos enseguida. Si nos vamos no creo que se entretengan en causaros problemas.
- ¿Y puedo saber por qué os persiguen? - preguntó Benjamin.
Sara y Daniel se miraron por instante, que no pasó desapercibido para el matrimonio de soldados.
- Pricipalmente por la pie... por el núcleo - dijo él -. Lo vieron y saben lo que hace y que lo llevamos encima. Son peligrosos de verdad; no sólo son muchos, sino que su líder está completamente loco.
Benjamin, pensativo, se tomó unos segundos de deducción mientras daba una calada al pitillo.
- Has dicho "principalmente"... - dijo después.
Daniel pensaba qué decir pero Sara se adelantó:
- Yo estuve con ellos un tiempo; fuí una de ellos - dijo -. Pero les abandoné. Daniel me ayudó escapar. Ahora me consideran una traidora y una desertora, supongo.
Ahora fueron Benjamin y Diana los que intercambiaron una mirada.
- Oh, muchacha - dijo Diana -, no has debido tenerlo nada fácil...
Sara, sin mirar a ninguna parte, se limitó a dar otra calada.
- Créame que no - dijo, o más bien susurró, después.
- Pero ¿saben que veníais específicamente aquí, a la base? - quiso saber Benjamin.
- Oh, no - respondió Daniel -. Con suerte aún nos creerán escondidos en Caledonia. Y con mala suerte, si nos vieron huír en la lancha, deducirán que estamos en Nueva Aurora, pero de esta base no les dijimos nunca nada.
Benjamin pareció más tranquilo.
- Entonces tampoco os preocupéis tanto - dijo -. No es fácil cruzar ese charco sin barcos a motor, y la mayoría de veleros que queden por allí estarán destrozados.
- Y aunque lo consigan, lo lógico es que empiecen a buscaros por la ciudad - apuntó Diana.
- Al menos descansad esta noche - continuó él -. Si queréis partir mañana, no os lo impediremos, aunque no subestiméis las defensas de esta base. Y tenemos armas de sobra.
- Aún así - continuó Sara -, no sería justo implicaros en un conflicto que no os habéis buscado vosotros.
- Somos soldados, cariño - dijo Diana -, estamos aquí para ayudar.
- Ya lo habéis hecho - contestó Sara sonriendo a la mujer.
Otra puerta se abrió en la oscuridad y el hombre que estaba durmiendo en una cama, un hispano de unos cuarenta años, despertó un poco sobresaltado por el ruído y las luces provenientes de varias lámparas de gas que deslumbraban sus ojos aún somnolientos.
- ¿Qué... qué pasa? - dijo tapando algo de luz con su mano.
- Emilio - dijo una voz. El hombre por fin pudo enfocar su visión y reconoció a Jonah y a los que estaban a su alrededor. Otros cinco o seis entre los que estaban Lucy, la pelirroja, Helen, la chica negra y otros - Emilio, ¡despierta!
- Pero ¿qué carajo haces, Jonah? Estaba durmiendo...
- Emilio - insistió el hombre, fuerte, rapado y con su camiseta blanca de tirantas que mostraba unos fuertes brazos tatuados -, tú tienes las llaves del arsenal, ¿no?
- Sí, joder - dijo el otro sin entender nada -. Pero sólo Benjamin...
- Calla y escucha - le silenció, autoritario -. Vamos a intentar dejar a Benjamin y Diana al margen de esto...
- Aquí estaréis bien - dijo Diana - y tiene baño propio.
La pareja les había acompañado a una de las habitaciones que quedaban libre en su misma planta. Era muy sencilla, un par de camastros plegables de campaña, un par de taburetes y un par de mesitas de noche de metal.
Benjamin iluminaba con una lámpara de gas que dejó sobre una de las mesillas.
- Es perfecto - dijo Sara mirando la sencilla habitación -, no necesitamos más. Muchas gracias.
- ¿Tenéis pensado a dónde ir o sólo es "corre, corre que nos pillan"? - preguntó Benjamin.
- Pues - dijo Daniel sentándose en uno de los camastros y dejando su mochila al lado - hay un lugar del que hemos oído cosas... al suroeste...
Benjamin y Diana se miraron, sonrieron y dijeron casi a la vez:
- Cabo Centenario...
Ahora sí que les miraron sorprendidos Sara y Daniel, mucho más que cuando reconocieron el núcleo.
- ¿Lo conocen? - dijo Sara. Y Daniel preguntó también:
- ¿Qué saben de ese sitio?
Intuyendo una explicación larga, Benjamin se sentó en un taburete. Diana permanecía en pie junto a la puerta.
- Pues algo sé... - empezó el hombre - y también que no sois los primeros en dirigirse allí. Cabo Centenario es Xanadú, hijo, es el mágico paraíso donde algunos creen que está la salvación. Personalmente, no creo que haya nada de especial...
- Alguna vez - continuó Diana - ha llegado gente que habían oído hablar de ese sitio como un refugio. Uno seguro de verdad. Pasaron por aquí, se marcharon en su busca y a decir verdad, ninguno regresó.
- Un mito, seguro - dijo Benjamin -. La gente necesita tener esperanza, soñar con que hay un sitio así en el mundo, para no perder del todo las fuerzas de vivir. Y algunos prefieren perderse en el mar y morir arrastrados por las fuertes corrientes que hay allí... todo por un sueño.
- Pues lo cierto - dijo Daniel - es que nosotros no habíamos oído hablar de él nunca, ni como refugio ni como nada. Pero leímos el cuaderno de bitácora de un guadacostas donde se mencionaba que habían pasado cerca después del apagón y... vieron luces. Luces eléctricas...
- Eso ya es más interesante...- admitió Benjamin.
- ¡Ja! - volvió a soltar Diana.
- Oh, mujer... no empieces con eso... - protestó su marido.
- Te lo dije - recalcó ella, con aire de revancha.
Sara y Daniel les miraban sin entender nada.
- Disculpad - dijo Benjamin cuando volvó a ellos -, pero mi mujer ya lleva un tiempo con la idea de marcharse de aquí. Le empieza a afectar el virus de Shangrilá... o sea, Cabo Centenario.
- No se trata de Shangrilá, Ben - dijo ella -. Me da igual si es allí o a otro sitio, pero sabes que aquí las cosas estan peor. Los suministros empiezan a escasear, incluso en la ciudad, que además está infectada de carroñeros y saqueadores. Y... hay que admitir que con tal de tener a quien nos ayude, hemos bajado el listón. Al principio mirábamos con lupa a quien dejábamos entrar. Ahora con que no vengan pegando tiros ya nos basta y admitimos a cualquiera - miró a Sara y a Daniel -. Disculpad, chicos; no va por vosotros.
Ellos no sabían qué decir.
- Bueno, ya hablaremos de eso, eh - le dijo Benjamin a su mujer -. De momento son ellos los que se van.
- Pero, ¿qué era Cabo Centenario antes? - preguntó Daniel, siempre intentando saber más - Antes del apagón, antes de los Nocturnos, ¿qué había allí?
Benjamin se mesó la barba, recordando.
- Pues no hubo gran cosa hasta que se montó esta base y, aunque esté muy lejos, el gobierno también adquirió aquello. Durante los ochenta era zona restringida porque se usó como campo de pruebas de armamento.
- ¿Nuclear? - preguntó Sara.
- No, por dios, está demasiado cerca de poblaciones para eso - explicó Benjamin -. Armas normales: helicópteros, carros de combate, cañones... esas cosas tambien hay que probarlas. En cualquier caso después de la Guerra Fría se recortaron mucho los presupuestos para defensa. Esta base se redujo, en tamaño y en personal, y en Cabo Centenario recogieron el petate y desarmaron el campamento. Y no quedó nada aparte de un faro y de una bonita playa que de todas formas poca gente visitaba, porque con las corrientes es difícil acceder. Dejó de ser zona restringida, pero como los terrenos continuaron siendo propiedad del gobierno, nunca se pudo edificar nada... lo cual fue una suerte porque seguro que hubiesen levantado un par de hoteles y se hubiese jodido todo. Así que hasta se fue la luz, sólo los aficionados a la vela, a tomar el sol en pelotas sin que les molesten los mirones y a la pesca submarina iban por allí. De todas formas - dijo levantándose del taburete -, en esa chatarra en la que habéis venido no podréis llegar.
- Sí, ya contábamos con eso - dijo Daniel -. Pero supongo que en el puerto de la ciudad podremos encontrar algo mejor...
- La ciudad está infectada de carroñeros - dijo Benjamin -. Pero no os preocupéis por eso, en la parte sur de la base está la zona naval y el hangar. Allí hay varios barcos que podréis usar. Mañana os lo enseñaremos.
Daniel se levantó y le tendió la mano.
- Muchas gracias, Benjamin - le dijo. Y el hombre estrechó su mano. Sara también le dió las gracias y luego abrazó a Diana. Y cuando el marido ya había salido, le dijo a ella:
- Convéncele y venid con nosotros - Diana le hizo un guiño y le dijo en voz baja:
- Lo intentaré. Si no funciona con el sexo le apuntaré con mi rifle; disparo mucho mejor que él...
Sara se echó a reír.
- De acuerdo... - le decía antes de cerrar la puerta, aún entre risas.
Daniel se había vuelto a sentar en el camastro y ella corrió hacia él y se tiró encima, sonriendo.
- ¡Son geniales! - dijo Sara, muy alegre -. Creo que lo vamos a conseguir.
- No te emociones aún - dijo él aunque también estaba visiblemente animado -. Quizá no haya nada allí.
- Bueno - dijo Sara encogiéndose de hombros, despreocupada -, puede que no haya un refugio pero, ¿te suena mal una isla desierta, con una playa y un faro?
- Y por lo visto hay muchos peces.... - dijo Daniel -. Yo pescaré cada día para los dos.
- Y yo iré todo el tiempo desnuda, como Brooke Shields en "El lago azul".
- Hmmm... - dejó caer Daniel pensativo -... de repente no quiero que venga nadie más con nosotros...
Ella rió con despreocupación juvenil antes de besarle. Por primera vez en mucho tiempo sólo era una chica, riendo con su chico y hablando de tonterías.
Mientras volvían a sus habitaciones, con la lámpara de gas en la mano él, Benjamin y Diana ya iban discutiendo el tema.
- ... ¿y no te importa dejar a esta gente abandonada aquí?
- ¿Abandonada? Ben, no somos niñeras ni ellos son niños - argumentaba ella de forma certera -. Son supervivientes como nosotros y les dejamos una base fortificada, con armas y suministros.
- Precisamente por eso, Diana; es un buen lugar para vivir, ¿y si vamos allí y no hay nada?
- ¡Pues buscamos otro sitio!...
Abrieron la puerta de su habitación y se quedaron en silencio. Había al menos diez personas, armadas, con Jonah y Lucy al frente, mirándoles amenazantes.
- ¿Qué coño pasa aquí ? - dijo Benjamin, visiblemente enfadado.
- Tenemos que hablar, Ben - dijo Jonah.
Unos diez minutos después Sara y Daniel estaban ya cada uno en su camastro, pero aún despiertos, charlando bajo la débil luz de la lámpara de gas. Como de costumbre no se habían desvestido ni descalzado, pero sí quitado los abrigos, que habían dejado junto a las mochilas en el suelo.
Estaban riéndose de algo sin importancia cuando escucharon unos pasos por el pasillo acercarse a la puerta. No eran estruendosos pero sí parecía un grupo grande personas.
- ¿Qué pasará? - dijo Daniel.
No dió tiempo a más por que la puerta se abrió de golpe y entró un nutrido grupo, al menos siete u ocho, encabezados por el corpulento Jonhan que les encañonó con una escopeta de caza.
- ¡Ni os mováis! - dijo. Ellos aún así se habían incorporado, asustados, y estaban sentados sobre los delgados colchones. Un par de tipos a cada uno, todo bien estudiado, les sujetaron de los brazos.
- ¿Qué es esto? ¿Qué pasa? - preguntaba Daniel - ¡Quienes sois!
Lucy y Helen se acercaron a Sara mientras dos tipos la sujetaban. La miraron llenas de odio y fue la primera la que le dijo a Jonah:
- Es ella; sin ninguna duda.
A Sara, muy asustada aún por la irrupción, no le sonaba de nada la mujer... pero empezó a imaginar de qué iba todo aquello.
- ¡Dejadla en paz! - gritó Daniel - ¿Dónde están Benjamin y Diana?
- Respetamos mucho a Ben y a Diana... - dijo Jonah -... pero esto es entre nosotros. Registradles bien y vamos abajo - ordenó al grupo.
Tras quitarles todas las armas, que se quedaron por la habitación al igual que el núcleo, que continuaba en el interior del anorak de Daniel, y sin decirles nada más los sacaron, siempre bien agarrados por varios hombres y recorrieron pasillos y bajaron escaleras. De algunas puertas asomaban otros refugiados, con caras de extrañeza, preguntando qué ocurría, pero por respuesta sólo obtenían un seco: "¡Meteos dentro y no salgáis!" de Lucy o de Jonah.
Por fin salieron al exterior, al patio y se detuvieron junto al muro oeste donde, aparte de algunas cajas y trastos varios sólo había destacable un jeep medio desvencijado, sin ruedas ni nada, y una farola de hierro, evidentemente apagada desde hacía tres años.
- Ponedla ahí - dijo Lucy y todos los demás, incluyendo a Daniel al que seguían sujetando pese a sus forcejeos, quedaron en semicírculo. Los dos que sujetaban a Sara la llevaron hacia atrás hasta que su espalda tocó la farola. Y Lucy y Helen se pusieron frente a ella.
Daniel, quizá porque también empezó a sospechar o simplemente a temerse lo peor, que aquello iba contra Sara y querían hacerle daño, empezó a forcejear y a gritar otra vez:
- ¡Soltadla, hijos de perra u os mato a todos, cabrones! - y cosas así. Jonah pareció hartarse y con la culata de la escopeta le golpeó en el estómago, fuerte y seco. Inmediatamente se quedó sin aire, aparte del dolor, y se dobló hacia delante. Cayó de rodillas, incapaz de emitir sonido alguno mientras intentaba soportar el dolor y poder volver a respirar.
- ¡No - gritó Sara -, dejadle en paz!
Jonah le habló a Daniel, con un tono que intentaba ser duro y amenazante, pero tranquilo:
- Esto no va contigo, amigo - le dijo -. Si no causas más problemas de los necesarios, no te haremos daño.
Sara miró entonces a las dos mujeres que tenía delante.
- ¡Qué queréis, qué estáis haciendo! - gritaba - ¡¿Qué les habéis hecho a Ben y a Diana?!
- No te acuerdas de mí, - dijo Lucy - ¿verdad? Pero yo de tí sí que me acuerdo...
- Y yo también - apoyó Helen.
- ¡Pues yo no os he visto en mi puta vida, joder! ¡Soltadme! - gritaba y pataleaba.
- Oh, claro - continuó Lucy con escupiendo rabia en cada sílaba -, eras demasiado importante para mirarnos y acordarte de nuestra cara, ¿verdad, zorra? Te convertiste en la puta de Eliseo y nos escupías al pasar, mandando como si fueras la reina de aquél infierno...
- ¡Os estás confundiendo! - dijo Sara - ¡Esa no era yo! - y lo dijo con tanta sinceridad que hasta Jonah y algunos de los demás dudaron. Porque lo decía de corazón, aquella ya no era ella.
Pero para Lucy y Helen seguía siendo la misma.
- Claro que eras tú - dijo la primera con una voz distorsionada por el odio -, no me olvido de la cara de la que ordenó matar a... - le tembló la voz por un instante -... mi hombre... sólo porque le molestó alguna estupidez que hizo.
- No era yo - insistía Sara, ya sin gritar, suplicante -. Créeme que esa no era la persona que ves ahora...
- Sí lo es... para mí sí lo es.
Jonah se acercó a ellas.
- Bueno, basta - dijo. Y desplazó la corredera de la escopeta para cargar un cartucho en la recámara -. Acabemos con esto.
- ¡No! - le gritó Lucy - ¡No tan rápido ni tan fácil! ¡Tiene que pagar por lo que hizo, no se trata sólo de matarla!
- Pues ¿qué demonios quieres entonces? - preguntó el hombre.
Lucy debía haberlo imaginado ya porque no tuvo ni que pensárselo:
- Atadla ahí - señaló con la cabeza a la farola - y hagamos con ella lo que se hacía con las brujas, ¡quemémosla viva!
Nada más oir aquello Sara volvió a forcejear y patalear, obligando a los dos hombres a emplearse con todas sus fuerzas para que no se soltara. También Daniel desde el suelo, donde estaba de rodillas, sacó fuerzas para intentar levantarse, pero volvió a recibir nuevos golpes de los hombres que le sujetaban y volvió a caer.
- Joder, Lucy... - dijo Jonah, al que aquello ya le parecía un poco excesivo.
- ¡Cállate! - gritó la otra. Luego le habló a Helen, que sabía estaba de su parte - Coge un cubo y llénalo de combustible del taque.
Se refería a un depósito de varios hectolitros de capacidad que había a unos diez metros por la derecha, en la misma pared, y que en los tiempos del ejército se usaba para que repostaran los vehículos.
La otra obedeció sin dudarlo.
- Ahora vas a sufrir sólo una pequeña parte de lo que sufríamos nosotras, puta. Tú eras la reina y nosotras las esclavas...
- ¡Yo también era una esclava - gritó Sara -, maldita estúpida! ¡¿Por qué crees que me escapé?! ¡Por lo mismo que tú! ¿No lo ves? Si era tan bueno para mí, ¿por qué escapé como tú?
Durante unos segundos Lucy guardó silencio, aunque seguía matándola con la mirada, de modo que Sara pensó que podía estar convenciéndola. Pero luego habló:
- No vas a envenenarme con tu lengua de víbora, zorra - dijo llena de ira -. Eso te valdría con Eliseo y te habrá valido con ese joven idiota, al que habrás hechizado... pero conmigo, no... ¡bruja!.
Helen regresaba ya portando un cubo hasta arriba de gasóil. Entonces por detrás de Jonah llegó la voz, aún ahogada y entrecortada, de Daniel:
- Si le hacéis algo... os mataré a todos, hijos de puta. Uno a uno.
- Cállate, amigo - le dijo Jonah -, por lo que me han contado, te vamos a hacer un favor; es una zorra de cuidado.
- ¿Y vas a matar a una cría por lo que te han contado? ¡Vaya, estoy impresionado! ¿Qué eras en el mundo de antes? ¿Premio Nobel o algo así? ¡Qué inteligente, rebelándote contra Ben y Diana que os lo han dado todo, que os han salvado la vida...
- ¡No le escuches, Jonah! - gritó Lucy, notando que Jonah, efectivamente, empezaba a dudar.
Pero Daniel tenía a su presa y no iba a soltarla.
- ... y que nos han acogido sin reparos, para que ahora vosotros matéis a una chiquilla a la que hace un rato Diana quería casi adoptar. Qué movimiento más inteligente, Jonah - se había quedado rápido con su nombre. Es muy importante llamar al cliente por su nombre para ganarte su confianza y poder convencerle; lo aprendió vendiendo casas -. Si dejaras de pensar con la polla, te darías cuenta de lo mucho que te estás complicando tu futuro. Pero adelante, quemadla viva como los malos de un cuento para niños... ya veréis qué divertido cuando os echen de aquí y tengas que volver a vagar por los yermos, Jonah; de nuevo a comer basura y esconderte de los Nocturnos...
- ¡No le escuches! - volvió a gritarle Lucy - ¿No ves que está hechizado también? ¡Vamos! - y cogió el cubo que había traído la otra - ¡Atadla ya! - le dijo a los hombres que la sujetaban.
Sonó un disparo y todos miraron hacia atrás, hacia el edificio, que era de donde había venido. Por la puerta principal había salido Benjamin y llevaba su fusil de asalto apuntando hacia arriba, con la culata apoyada en la cadera. Había hecho el disparo al aire. Jonah y los otros le apuntaban, pero sin mucho convencimiento y él lo sabía. Era como si los hijos apuntaran al padre.
- No os puedo dejar solos... - empezó diciendo mientras se acercaba al grupo.
- Benjamin - dijo Jonah sin entender -, ¿cómo...?
- ¿Qué como hemos salido? - dijo el hombre tranquilamente - ¿te refieres a como hemos convencido al que has dejado apuntándonos a mi esposa y a mí? Jonah, nunca te he tenido por muy inteligente y el hecho de que quisiérais hacer una hoguera a pocos metros de un tanque de combustible ya es bastante prueba de ello. Pero que dejaras custodiándonos al buenazo de Emilio, al que recogimos muerto de hambre, lleno de ampollas que mi mujer limpió y curó... en fin. Lo hemos dejado arriba, llorando desconsoladamente. No es mal chico. Idiota, pero buen muchacho.
Llegó hasta el grupo y se puso entre ellos y Sara, apuntando después directamente a Lucy con su fusil.
- Suelta eso ahora mismo - se refería a la pistola automática que ella llevaba en una mano - o te vuelo la cabeza sin pensármelo dos veces.
- ¡Benjamin, ella es...! - empezó a decir la mujer, pero él la interrumpió.
- Una saqueadora, lo sé. Nos lo dijo nada más llegar, no lo escondió. Suelta... eso.
Lucy, a pesar de la rabia, vió en sus ojos que no bromeaba. Soltó el arma y dejó en el suelo el cubo de gasóil, pero volvió a hablar:
- ¡No sabes las cosas que hacía!
- Puedo imaginarlo... no sé, ¿quemar muchachas en una hoguera, por ejemplo? Ponte ahí con ellos, ¡vosotros, todas las armas al suelo! Y vosotros dos - se dirigía a los que sujetaban a Sara -, soltadla y poneos ahí con los demás.
Lo hicieron y Sara inmediantamente corrió hacia Daniel, al que también dejaron de sujetar.
- ¿Estas bien? - le preguntó agachándose junto a él y luego ayudándole a levantarse.
- Sí... estoy bien...- decía aún con el estómago dolorido. Se acercaron a Benjamin y se pusieron junto a él, frente al grupo. Daniel se agachó y cogió la pistola que había soltado Lucy.
Jonah no soltó la escopeta así que los demás tampoco lo hicieron con sus armas. A fin de cuentas él estaba solo con Daniel y ellos eran más de diez.
- Escucha, Ben - dijo -, tampoco creas que debemos obedecerte así porque así. Este lugar no es tuyo.
- Lo es mientras yo sea el que ve y vosotros estéis ciegos - dijo Benjamin -. Y te aseguro que en mi casa no se va a linchar a nadie.
- ¿Ver? - preguntó Jonah sin comprender - ¿qué quieres decir?
- ¡Cielo! - dijo en voz muy alta - ¡Haz que vean!
Y de pronto los grandes focos de la base, sobre varias torres de iluminación, se encendieron, inundando completamente el patio con una claridad que algunos no habían visto en tres años. Sonó un disparo procedente del muro e impactó en el suelo justo delante del pie derecho de Jonah, a menos de un centímetro.
Miraron hacia arriba y vieron a Diana sobre el muro norte de la base, encima del arco de entrada, apuntándoles con un rifle de precisión con mira telescópica.
Todos se quedaron paralizados.
- ¿Le tienes, Diana? - vociferó Benjamin.
- ¡Ya te digo que le tengo, cariño! - dijo Diana desde el muro, apuntando por la mira - ¿Qué ojo quieres que le vuele primero, el izquierdo o el derecho?
Jonah empezaba a estar realmente asustado, pero por si acaso, Benjamin continuó apretándole las tuercas:
- Ya os conté que mi mujer es médico de profesión - dijo sonriendo -. Pero en el ejército se especializó en rifles de largo alcance... puede peinarte con la raya en medio desde allí, Jonah... - dejó de sonreír -... suelta esa puta escopeta. Esto se ha acabado. Nadie va a ser linchado en mi base. Me da igual lo que hiciera, aquí sólo cuenta lo que ocurre aquí; y ahora sólo veo a una turba de desagradecidos que querían quemar viva a una niña. Soltad las armas de una maldita vez...
Jonah ya no tenía ganas de seguir con nada de aquello. La escopeta cayó al suelo con un ruído sordo. Luego los demás le imitaron.
- Y ahora andando - dijo Benjamin indicándoles que caminaran hacia su izquierda -. Vais a pasar la noche en las celdas, mañana decidiré que hacer con vosotros.
Mientras todo esto había ocurrido, el resto de supervivientes que no habían participado en el motín, comenzaban a salir tímidamente del edificio, mirando la mayoría hacia las luces, alucinados. Algunos se acercaron más y Benjamin les dijo que cogieran las armas del suelo y le echaran una mano. En cuestión de segundos ya eran tres o cuatro los que le ayudaban a escoltar a los prisioneros.
Sara y Daniel se abrazaron.
- ¿Estas bien? - le preguntó él.
- Ahora sí... - y le besó. Luego, al mirarse, le sonrió un poco -... pero me vendría bien mi inhalador...
Él sonrió también.
Luego fueron tras Benjamin, que dirigía al grupo sin dejar de apuntarles hacia una puerta metálica al lado de la entrada principal, mientras los demás refugiados miraban la escena.
- Benjamin, lo siento - dijo Sara -. Siento todo esto. Yo...
- Ahora no, muchacha - dijo él -. Encerremos a esta gente. Luego hablamos.
Lucy, caminando junto a Jonah y Helen, no dejaba de mascullar, tratando de contener su rabia.
- Maldita... otra vez se va a salir con la suya... maldita...
- Vamos, Lucy - dijo él en voz baja -. Déjalo ya, bastantes problemas tenemos y...
Pero no pudo terminar. Súbitamente ella se giró y echó a correr hacia atrás, pasando junto a Benjamin al que no le dió tiempo a reaccionar; cuando empezó a apuntarla con el fusil ya estaba junto a Sara.
Daniel sí la apuntó con la pistola pero justo cuando iba a disparar la mujer, rápida como un relámpago se echó sobre Sara y las dos cayeron al suelo.
- ¡Te mataréeee... ! - gritaba como loca, y de detrás de su pantalón sacó un cuchillo de montaña, de una funda que llevaba colgada de su cinturón.
A horcajadas sobre Sara juntó las manos para clavárselo pero ella se las sujetó por las muñecas, parándola con todas su fuerzas.
Daniel apuntó a la cabeza de Lucy y otra vez se disponía a disparar cuando Sara impulsó su cuerpo hacia un lado y rodaron. Benjamin se puso a su lado, también apuntando... pero tampoco se atrevía a disparar debido al confuso forcejeo de las dos mujeres.
Rodando y luchando el cuchillo cayó de la mano de Lucy, y Sara la golpeó con un buen croché de derecha en la barbilla, dejándola aturdida por unos segundos. Suficientes para coger el cuchillo, ahora con la situación inversa, Sara sentada a horcajadas sobre el abdomen de Lucy.
Sara levantó el cuchillo con sus dos manos, gritando de rabia mientras sus ojos expulsaban fuego mirando a la mujer.
Pero se detuvo, dejando el cuchillo en alto.
- ¡Vamos, bruja, hazlo! - le gritaba con desprecio infinito Lucy - ¡Haz lo que mejor sabes hacer, zorra! ¡Acaba ya!
Benjamin ahora apuntaba a Sara, sin saber qué hacer. Daniel dejó de apuntar y sin mirarle le dijo con voz serena:
- Tranquilo, no lo hará.
Sara bajó los brazos un poco, muy despacio y respirando aún pesadamente, antes de arrojar el cuchillo lo más lejos que pudo.
- No - dijo, aún con la voz rota -, yo no soy así. Ya no...
Daniel llegó hasta ella y la cogió del brazo para levantarla, mientras Benjamin levantaba a Lucy y una vez en pie la llevaba hasta el grupo, donde se abrazó con Jonah, al que le dijo:
- Sujeta a tu gata, Jonah... y seguid andando.
Mientras el grupo se alejaba Daniel abrazó a Sara otra vez. Ella lloraba y no dejaba de repetir:
- Ya no soy así... yo ya no soy así...
Él cogió su cara entre sus manos, tiernamente, la miró a los ojos y dijo:
- Esta es quien eres ahora. Y esta es a la que quiero.
A sólo unas millas de distancia, mientras el primero de los veleros surcaba el oscuro mar, Marco miraba hacia el lejano resplandor blanco. Eliseo miraba por los prismáticos.
- Es luz eléctrica - dijo -. Estoy seguro.
- Tienen que ser ellos - dijo Marco y empezó a hacer girar el timón, variando el rumbo.
(continuará)
Ellos no sabían qué decir.
- Bueno, ya hablaremos de eso, eh - le dijo Benjamin a su mujer -. De momento son ellos los que se van.
- Pero, ¿qué era Cabo Centenario antes? - preguntó Daniel, siempre intentando saber más - Antes del apagón, antes de los Nocturnos, ¿qué había allí?
Benjamin se mesó la barba, recordando.
- Pues no hubo gran cosa hasta que se montó esta base y, aunque esté muy lejos, el gobierno también adquirió aquello. Durante los ochenta era zona restringida porque se usó como campo de pruebas de armamento.
- ¿Nuclear? - preguntó Sara.
- No, por dios, está demasiado cerca de poblaciones para eso - explicó Benjamin -. Armas normales: helicópteros, carros de combate, cañones... esas cosas tambien hay que probarlas. En cualquier caso después de la Guerra Fría se recortaron mucho los presupuestos para defensa. Esta base se redujo, en tamaño y en personal, y en Cabo Centenario recogieron el petate y desarmaron el campamento. Y no quedó nada aparte de un faro y de una bonita playa que de todas formas poca gente visitaba, porque con las corrientes es difícil acceder. Dejó de ser zona restringida, pero como los terrenos continuaron siendo propiedad del gobierno, nunca se pudo edificar nada... lo cual fue una suerte porque seguro que hubiesen levantado un par de hoteles y se hubiese jodido todo. Así que hasta se fue la luz, sólo los aficionados a la vela, a tomar el sol en pelotas sin que les molesten los mirones y a la pesca submarina iban por allí. De todas formas - dijo levantándose del taburete -, en esa chatarra en la que habéis venido no podréis llegar.
- Sí, ya contábamos con eso - dijo Daniel -. Pero supongo que en el puerto de la ciudad podremos encontrar algo mejor...
- La ciudad está infectada de carroñeros - dijo Benjamin -. Pero no os preocupéis por eso, en la parte sur de la base está la zona naval y el hangar. Allí hay varios barcos que podréis usar. Mañana os lo enseñaremos.
Daniel se levantó y le tendió la mano.
- Muchas gracias, Benjamin - le dijo. Y el hombre estrechó su mano. Sara también le dió las gracias y luego abrazó a Diana. Y cuando el marido ya había salido, le dijo a ella:
- Convéncele y venid con nosotros - Diana le hizo un guiño y le dijo en voz baja:
- Lo intentaré. Si no funciona con el sexo le apuntaré con mi rifle; disparo mucho mejor que él...
Sara se echó a reír.
- De acuerdo... - le decía antes de cerrar la puerta, aún entre risas.
Daniel se había vuelto a sentar en el camastro y ella corrió hacia él y se tiró encima, sonriendo.
- ¡Son geniales! - dijo Sara, muy alegre -. Creo que lo vamos a conseguir.
- No te emociones aún - dijo él aunque también estaba visiblemente animado -. Quizá no haya nada allí.
- Bueno - dijo Sara encogiéndose de hombros, despreocupada -, puede que no haya un refugio pero, ¿te suena mal una isla desierta, con una playa y un faro?
- Y por lo visto hay muchos peces.... - dijo Daniel -. Yo pescaré cada día para los dos.
- Y yo iré todo el tiempo desnuda, como Brooke Shields en "El lago azul".
- Hmmm... - dejó caer Daniel pensativo -... de repente no quiero que venga nadie más con nosotros...
Ella rió con despreocupación juvenil antes de besarle. Por primera vez en mucho tiempo sólo era una chica, riendo con su chico y hablando de tonterías.
Mientras volvían a sus habitaciones, con la lámpara de gas en la mano él, Benjamin y Diana ya iban discutiendo el tema.
- ... ¿y no te importa dejar a esta gente abandonada aquí?
- ¿Abandonada? Ben, no somos niñeras ni ellos son niños - argumentaba ella de forma certera -. Son supervivientes como nosotros y les dejamos una base fortificada, con armas y suministros.
- Precisamente por eso, Diana; es un buen lugar para vivir, ¿y si vamos allí y no hay nada?
- ¡Pues buscamos otro sitio!...
Abrieron la puerta de su habitación y se quedaron en silencio. Había al menos diez personas, armadas, con Jonah y Lucy al frente, mirándoles amenazantes.
- ¿Qué coño pasa aquí ? - dijo Benjamin, visiblemente enfadado.
- Tenemos que hablar, Ben - dijo Jonah.
Unos diez minutos después Sara y Daniel estaban ya cada uno en su camastro, pero aún despiertos, charlando bajo la débil luz de la lámpara de gas. Como de costumbre no se habían desvestido ni descalzado, pero sí quitado los abrigos, que habían dejado junto a las mochilas en el suelo.
Estaban riéndose de algo sin importancia cuando escucharon unos pasos por el pasillo acercarse a la puerta. No eran estruendosos pero sí parecía un grupo grande personas.
- ¿Qué pasará? - dijo Daniel.
No dió tiempo a más por que la puerta se abrió de golpe y entró un nutrido grupo, al menos siete u ocho, encabezados por el corpulento Jonhan que les encañonó con una escopeta de caza.
- ¡Ni os mováis! - dijo. Ellos aún así se habían incorporado, asustados, y estaban sentados sobre los delgados colchones. Un par de tipos a cada uno, todo bien estudiado, les sujetaron de los brazos.
- ¿Qué es esto? ¿Qué pasa? - preguntaba Daniel - ¡Quienes sois!
Lucy y Helen se acercaron a Sara mientras dos tipos la sujetaban. La miraron llenas de odio y fue la primera la que le dijo a Jonah:
- Es ella; sin ninguna duda.
A Sara, muy asustada aún por la irrupción, no le sonaba de nada la mujer... pero empezó a imaginar de qué iba todo aquello.
- ¡Dejadla en paz! - gritó Daniel - ¿Dónde están Benjamin y Diana?
- Respetamos mucho a Ben y a Diana... - dijo Jonah -... pero esto es entre nosotros. Registradles bien y vamos abajo - ordenó al grupo.
Tras quitarles todas las armas, que se quedaron por la habitación al igual que el núcleo, que continuaba en el interior del anorak de Daniel, y sin decirles nada más los sacaron, siempre bien agarrados por varios hombres y recorrieron pasillos y bajaron escaleras. De algunas puertas asomaban otros refugiados, con caras de extrañeza, preguntando qué ocurría, pero por respuesta sólo obtenían un seco: "¡Meteos dentro y no salgáis!" de Lucy o de Jonah.
Por fin salieron al exterior, al patio y se detuvieron junto al muro oeste donde, aparte de algunas cajas y trastos varios sólo había destacable un jeep medio desvencijado, sin ruedas ni nada, y una farola de hierro, evidentemente apagada desde hacía tres años.
- Ponedla ahí - dijo Lucy y todos los demás, incluyendo a Daniel al que seguían sujetando pese a sus forcejeos, quedaron en semicírculo. Los dos que sujetaban a Sara la llevaron hacia atrás hasta que su espalda tocó la farola. Y Lucy y Helen se pusieron frente a ella.
Daniel, quizá porque también empezó a sospechar o simplemente a temerse lo peor, que aquello iba contra Sara y querían hacerle daño, empezó a forcejear y a gritar otra vez:
- ¡Soltadla, hijos de perra u os mato a todos, cabrones! - y cosas así. Jonah pareció hartarse y con la culata de la escopeta le golpeó en el estómago, fuerte y seco. Inmediatamente se quedó sin aire, aparte del dolor, y se dobló hacia delante. Cayó de rodillas, incapaz de emitir sonido alguno mientras intentaba soportar el dolor y poder volver a respirar.
- ¡No - gritó Sara -, dejadle en paz!
Jonah le habló a Daniel, con un tono que intentaba ser duro y amenazante, pero tranquilo:
- Esto no va contigo, amigo - le dijo -. Si no causas más problemas de los necesarios, no te haremos daño.
Sara miró entonces a las dos mujeres que tenía delante.
- ¡Qué queréis, qué estáis haciendo! - gritaba - ¡¿Qué les habéis hecho a Ben y a Diana?!
- No te acuerdas de mí, - dijo Lucy - ¿verdad? Pero yo de tí sí que me acuerdo...
- Y yo también - apoyó Helen.
- ¡Pues yo no os he visto en mi puta vida, joder! ¡Soltadme! - gritaba y pataleaba.
- Oh, claro - continuó Lucy con escupiendo rabia en cada sílaba -, eras demasiado importante para mirarnos y acordarte de nuestra cara, ¿verdad, zorra? Te convertiste en la puta de Eliseo y nos escupías al pasar, mandando como si fueras la reina de aquél infierno...
- ¡Os estás confundiendo! - dijo Sara - ¡Esa no era yo! - y lo dijo con tanta sinceridad que hasta Jonah y algunos de los demás dudaron. Porque lo decía de corazón, aquella ya no era ella.
Pero para Lucy y Helen seguía siendo la misma.
- Claro que eras tú - dijo la primera con una voz distorsionada por el odio -, no me olvido de la cara de la que ordenó matar a... - le tembló la voz por un instante -... mi hombre... sólo porque le molestó alguna estupidez que hizo.
- No era yo - insistía Sara, ya sin gritar, suplicante -. Créeme que esa no era la persona que ves ahora...
- Sí lo es... para mí sí lo es.
Jonah se acercó a ellas.
- Bueno, basta - dijo. Y desplazó la corredera de la escopeta para cargar un cartucho en la recámara -. Acabemos con esto.
- ¡No! - le gritó Lucy - ¡No tan rápido ni tan fácil! ¡Tiene que pagar por lo que hizo, no se trata sólo de matarla!
- Pues ¿qué demonios quieres entonces? - preguntó el hombre.
Lucy debía haberlo imaginado ya porque no tuvo ni que pensárselo:
- Atadla ahí - señaló con la cabeza a la farola - y hagamos con ella lo que se hacía con las brujas, ¡quemémosla viva!
Nada más oir aquello Sara volvió a forcejear y patalear, obligando a los dos hombres a emplearse con todas sus fuerzas para que no se soltara. También Daniel desde el suelo, donde estaba de rodillas, sacó fuerzas para intentar levantarse, pero volvió a recibir nuevos golpes de los hombres que le sujetaban y volvió a caer.
- Joder, Lucy... - dijo Jonah, al que aquello ya le parecía un poco excesivo.
- ¡Cállate! - gritó la otra. Luego le habló a Helen, que sabía estaba de su parte - Coge un cubo y llénalo de combustible del taque.
Se refería a un depósito de varios hectolitros de capacidad que había a unos diez metros por la derecha, en la misma pared, y que en los tiempos del ejército se usaba para que repostaran los vehículos.
La otra obedeció sin dudarlo.
- Ahora vas a sufrir sólo una pequeña parte de lo que sufríamos nosotras, puta. Tú eras la reina y nosotras las esclavas...
- ¡Yo también era una esclava - gritó Sara -, maldita estúpida! ¡¿Por qué crees que me escapé?! ¡Por lo mismo que tú! ¿No lo ves? Si era tan bueno para mí, ¿por qué escapé como tú?
Durante unos segundos Lucy guardó silencio, aunque seguía matándola con la mirada, de modo que Sara pensó que podía estar convenciéndola. Pero luego habló:
- No vas a envenenarme con tu lengua de víbora, zorra - dijo llena de ira -. Eso te valdría con Eliseo y te habrá valido con ese joven idiota, al que habrás hechizado... pero conmigo, no... ¡bruja!.
Helen regresaba ya portando un cubo hasta arriba de gasóil. Entonces por detrás de Jonah llegó la voz, aún ahogada y entrecortada, de Daniel:
- Si le hacéis algo... os mataré a todos, hijos de puta. Uno a uno.
- Cállate, amigo - le dijo Jonah -, por lo que me han contado, te vamos a hacer un favor; es una zorra de cuidado.
- ¿Y vas a matar a una cría por lo que te han contado? ¡Vaya, estoy impresionado! ¿Qué eras en el mundo de antes? ¿Premio Nobel o algo así? ¡Qué inteligente, rebelándote contra Ben y Diana que os lo han dado todo, que os han salvado la vida...
- ¡No le escuches, Jonah! - gritó Lucy, notando que Jonah, efectivamente, empezaba a dudar.
Pero Daniel tenía a su presa y no iba a soltarla.
- ... y que nos han acogido sin reparos, para que ahora vosotros matéis a una chiquilla a la que hace un rato Diana quería casi adoptar. Qué movimiento más inteligente, Jonah - se había quedado rápido con su nombre. Es muy importante llamar al cliente por su nombre para ganarte su confianza y poder convencerle; lo aprendió vendiendo casas -. Si dejaras de pensar con la polla, te darías cuenta de lo mucho que te estás complicando tu futuro. Pero adelante, quemadla viva como los malos de un cuento para niños... ya veréis qué divertido cuando os echen de aquí y tengas que volver a vagar por los yermos, Jonah; de nuevo a comer basura y esconderte de los Nocturnos...
- ¡No le escuches! - volvió a gritarle Lucy - ¿No ves que está hechizado también? ¡Vamos! - y cogió el cubo que había traído la otra - ¡Atadla ya! - le dijo a los hombres que la sujetaban.
Sonó un disparo y todos miraron hacia atrás, hacia el edificio, que era de donde había venido. Por la puerta principal había salido Benjamin y llevaba su fusil de asalto apuntando hacia arriba, con la culata apoyada en la cadera. Había hecho el disparo al aire. Jonah y los otros le apuntaban, pero sin mucho convencimiento y él lo sabía. Era como si los hijos apuntaran al padre.
- No os puedo dejar solos... - empezó diciendo mientras se acercaba al grupo.
- Benjamin - dijo Jonah sin entender -, ¿cómo...?
- ¿Qué como hemos salido? - dijo el hombre tranquilamente - ¿te refieres a como hemos convencido al que has dejado apuntándonos a mi esposa y a mí? Jonah, nunca te he tenido por muy inteligente y el hecho de que quisiérais hacer una hoguera a pocos metros de un tanque de combustible ya es bastante prueba de ello. Pero que dejaras custodiándonos al buenazo de Emilio, al que recogimos muerto de hambre, lleno de ampollas que mi mujer limpió y curó... en fin. Lo hemos dejado arriba, llorando desconsoladamente. No es mal chico. Idiota, pero buen muchacho.
Llegó hasta el grupo y se puso entre ellos y Sara, apuntando después directamente a Lucy con su fusil.
- Suelta eso ahora mismo - se refería a la pistola automática que ella llevaba en una mano - o te vuelo la cabeza sin pensármelo dos veces.
- ¡Benjamin, ella es...! - empezó a decir la mujer, pero él la interrumpió.
- Una saqueadora, lo sé. Nos lo dijo nada más llegar, no lo escondió. Suelta... eso.
Lucy, a pesar de la rabia, vió en sus ojos que no bromeaba. Soltó el arma y dejó en el suelo el cubo de gasóil, pero volvió a hablar:
- ¡No sabes las cosas que hacía!
- Puedo imaginarlo... no sé, ¿quemar muchachas en una hoguera, por ejemplo? Ponte ahí con ellos, ¡vosotros, todas las armas al suelo! Y vosotros dos - se dirigía a los que sujetaban a Sara -, soltadla y poneos ahí con los demás.
Lo hicieron y Sara inmediantamente corrió hacia Daniel, al que también dejaron de sujetar.
- ¿Estas bien? - le preguntó agachándose junto a él y luego ayudándole a levantarse.
- Sí... estoy bien...- decía aún con el estómago dolorido. Se acercaron a Benjamin y se pusieron junto a él, frente al grupo. Daniel se agachó y cogió la pistola que había soltado Lucy.
Jonah no soltó la escopeta así que los demás tampoco lo hicieron con sus armas. A fin de cuentas él estaba solo con Daniel y ellos eran más de diez.
- Escucha, Ben - dijo -, tampoco creas que debemos obedecerte así porque así. Este lugar no es tuyo.
- Lo es mientras yo sea el que ve y vosotros estéis ciegos - dijo Benjamin -. Y te aseguro que en mi casa no se va a linchar a nadie.
- ¿Ver? - preguntó Jonah sin comprender - ¿qué quieres decir?
- ¡Cielo! - dijo en voz muy alta - ¡Haz que vean!
Y de pronto los grandes focos de la base, sobre varias torres de iluminación, se encendieron, inundando completamente el patio con una claridad que algunos no habían visto en tres años. Sonó un disparo procedente del muro e impactó en el suelo justo delante del pie derecho de Jonah, a menos de un centímetro.
Miraron hacia arriba y vieron a Diana sobre el muro norte de la base, encima del arco de entrada, apuntándoles con un rifle de precisión con mira telescópica.
Todos se quedaron paralizados.
- ¿Le tienes, Diana? - vociferó Benjamin.
- ¡Ya te digo que le tengo, cariño! - dijo Diana desde el muro, apuntando por la mira - ¿Qué ojo quieres que le vuele primero, el izquierdo o el derecho?
Jonah empezaba a estar realmente asustado, pero por si acaso, Benjamin continuó apretándole las tuercas:
- Ya os conté que mi mujer es médico de profesión - dijo sonriendo -. Pero en el ejército se especializó en rifles de largo alcance... puede peinarte con la raya en medio desde allí, Jonah... - dejó de sonreír -... suelta esa puta escopeta. Esto se ha acabado. Nadie va a ser linchado en mi base. Me da igual lo que hiciera, aquí sólo cuenta lo que ocurre aquí; y ahora sólo veo a una turba de desagradecidos que querían quemar viva a una niña. Soltad las armas de una maldita vez...
Jonah ya no tenía ganas de seguir con nada de aquello. La escopeta cayó al suelo con un ruído sordo. Luego los demás le imitaron.
- Y ahora andando - dijo Benjamin indicándoles que caminaran hacia su izquierda -. Vais a pasar la noche en las celdas, mañana decidiré que hacer con vosotros.
Mientras todo esto había ocurrido, el resto de supervivientes que no habían participado en el motín, comenzaban a salir tímidamente del edificio, mirando la mayoría hacia las luces, alucinados. Algunos se acercaron más y Benjamin les dijo que cogieran las armas del suelo y le echaran una mano. En cuestión de segundos ya eran tres o cuatro los que le ayudaban a escoltar a los prisioneros.
Sara y Daniel se abrazaron.
- ¿Estas bien? - le preguntó él.
- Ahora sí... - y le besó. Luego, al mirarse, le sonrió un poco -... pero me vendría bien mi inhalador...
Él sonrió también.
Luego fueron tras Benjamin, que dirigía al grupo sin dejar de apuntarles hacia una puerta metálica al lado de la entrada principal, mientras los demás refugiados miraban la escena.
- Benjamin, lo siento - dijo Sara -. Siento todo esto. Yo...
- Ahora no, muchacha - dijo él -. Encerremos a esta gente. Luego hablamos.
Lucy, caminando junto a Jonah y Helen, no dejaba de mascullar, tratando de contener su rabia.
- Maldita... otra vez se va a salir con la suya... maldita...
- Vamos, Lucy - dijo él en voz baja -. Déjalo ya, bastantes problemas tenemos y...
Pero no pudo terminar. Súbitamente ella se giró y echó a correr hacia atrás, pasando junto a Benjamin al que no le dió tiempo a reaccionar; cuando empezó a apuntarla con el fusil ya estaba junto a Sara.
Daniel sí la apuntó con la pistola pero justo cuando iba a disparar la mujer, rápida como un relámpago se echó sobre Sara y las dos cayeron al suelo.
- ¡Te mataréeee... ! - gritaba como loca, y de detrás de su pantalón sacó un cuchillo de montaña, de una funda que llevaba colgada de su cinturón.
A horcajadas sobre Sara juntó las manos para clavárselo pero ella se las sujetó por las muñecas, parándola con todas su fuerzas.
Daniel apuntó a la cabeza de Lucy y otra vez se disponía a disparar cuando Sara impulsó su cuerpo hacia un lado y rodaron. Benjamin se puso a su lado, también apuntando... pero tampoco se atrevía a disparar debido al confuso forcejeo de las dos mujeres.
Rodando y luchando el cuchillo cayó de la mano de Lucy, y Sara la golpeó con un buen croché de derecha en la barbilla, dejándola aturdida por unos segundos. Suficientes para coger el cuchillo, ahora con la situación inversa, Sara sentada a horcajadas sobre el abdomen de Lucy.
Sara levantó el cuchillo con sus dos manos, gritando de rabia mientras sus ojos expulsaban fuego mirando a la mujer.
Pero se detuvo, dejando el cuchillo en alto.
- ¡Vamos, bruja, hazlo! - le gritaba con desprecio infinito Lucy - ¡Haz lo que mejor sabes hacer, zorra! ¡Acaba ya!
Benjamin ahora apuntaba a Sara, sin saber qué hacer. Daniel dejó de apuntar y sin mirarle le dijo con voz serena:
- Tranquilo, no lo hará.
Sara bajó los brazos un poco, muy despacio y respirando aún pesadamente, antes de arrojar el cuchillo lo más lejos que pudo.
- No - dijo, aún con la voz rota -, yo no soy así. Ya no...
Daniel llegó hasta ella y la cogió del brazo para levantarla, mientras Benjamin levantaba a Lucy y una vez en pie la llevaba hasta el grupo, donde se abrazó con Jonah, al que le dijo:
- Sujeta a tu gata, Jonah... y seguid andando.
Mientras el grupo se alejaba Daniel abrazó a Sara otra vez. Ella lloraba y no dejaba de repetir:
- Ya no soy así... yo ya no soy así...
Él cogió su cara entre sus manos, tiernamente, la miró a los ojos y dijo:
- Esta es quien eres ahora. Y esta es a la que quiero.
A sólo unas millas de distancia, mientras el primero de los veleros surcaba el oscuro mar, Marco miraba hacia el lejano resplandor blanco. Eliseo miraba por los prismáticos.
- Es luz eléctrica - dijo -. Estoy seguro.
- Tienen que ser ellos - dijo Marco y empezó a hacer girar el timón, variando el rumbo.
(continuará)
Ufff!! Cuanta tensión ⚡ a por el siguiente 😍😍
ResponderEliminarPues agárrate al 9...
ResponderEliminar