"ARDE"
Capítulo 5: Demasiadas cuchillas de afeitar
En noches como aquella la ciudad se me antojaba gótica, terrorífica, fantasmal. Como sacada de un cuento tenebroso y oscuro en el que sin duda uno podría perderse entre la niebla y encontrar seres de pesadilla y perturbadores imágenes, bizarras, caóticas, tras cualquier esquina.
La masa humana lo invadía todo como una capa de humeante lodo, caliente y pegajoso, que surcaba lenta pero implacablemente las calles, yendo de acá para allá por sus estrechas venas, oscuros callejones todo el año y ahora llenos de gente ruidosa, con paso similar, torpe y espeso, en una lucha que lejos de amedrentarles les dibujaba en los rostros muecas de satisfacción malsana, simplemente por el hecho de estar en las calles de madrugada. Los ojos cosidos con las agujas de la cerveza, el tachín, el kalimocho y alrededor el puñetero olor a incienso que lo impregnaba todo.
Yo miraba las caras y también contemplaba aquellos templos andantes con las figuras talladas en madera reinando en su cénit e intentaba comprender su éxtasis. Es que son los mismos tronos todos los años, rediez.
Pero nunca lo he conseguido. Miro el paso de las cofradías, miro los imponentes tronos admirando su estructura, talla e indudable belleza, las imágenes cargadas de oro, las bandas de música y las autoridades en el palco de la Plaza de la Constitución y me pregunto qué tiene que ver todo eso con aquél carpintero judío. Veo las interminables filas se sombras oscuras puntiagudas y sigo sin saber por qué tanto follón para recordar la muerte de un hebreo ocurrida, dicen, hacía dos mil años entonces.
Lo cual no implicaba que no me gustara estar en la calle e impregnarme de todo ello, ojo. Al final lo religioso queda en un segundo plano con el pequeño y casi nunca correspondido amor que no podemos evitar sentir por nuestra ciudad, aunque a veces, como a una novia que está un poco loca, no la entendamos del todo.
Y además, ¿qué otra semana del año hacía abrir todos los bares del centro todas las noches?
- ¡Sí señor! ¡Sí señor! - vociferaba muerto de risa el "Deivid", uno de los tipos más golfos y juerguistas que jamás haya conocido nadie, mientras empezábamos a ver acercarse el desfile previo a uno de los tronos en el Parque. Era Miércoles Santo - ¡Me flipa la Guardia Civil desfilando, tronco! ¡Son los mejores!
Yo asentí dando un trago a mi lata de cerveza, no tan entusiasmado como él pero riendo sólo de oírle. Estaba de buen humor, tenía toda la noche para divertirme con mis amigos del barrio sin preocupaciones pues venía el largo finde semana sin trabajo (jueves y viernes Santos eran festivos). Más tarde había quedado en pasarme por "La Garrafa", un garito de la calle Méndez Nuñez, a tomar algo con Dani, que se suponía estaba con gente de su trabajo.
- ¡Fíjate, socio, fíjate! - seguía deciéndome el Deivid partiéndose de risa y dándome codazos para que mirara la cabeza de los guardias que desfilaban.
Tres Guardias Civiles a caballo, con sus uniformes de gala y espada al hombro la formaban. El del centro, que era el que tanto hacía descojonarse al Deivid, era un tipo muy bajito, con una larguísima y espesa barba gris y ojos adustos, que montaba con aire muy marcial y expresión de hierro en el rostro
- ¡Ese tío es la hostia, míralo, míralo bien!
Yo vengo a ver la Guardia Civil todos los años sólo por él. ¿Te imaginas la de
guantazos que habrá pegado en el cuartelillo? ¡Es la polla! – y se partía el pecho
de la risa, haciéndome reír a mí también.
Cuando terminó el desfile
y vimos pasar el trono de la cofradía de La Expiración, que ciertamente es de
los más bonitos de la Semana Santa Malagueña, nos adentramos por fin en las
callejuelas de bares. Cumplido el ritual religioso y tradicional, empezaba el
lúdico.
“La Botellita” fue nuestro
primer destino y como era de esperar estaba hasta la bandera de gente.
Demasiada aglomeración para mí, de modo que tras la primera cerveza les dije a
mis compinches que iba a buscar a Dani y que volvería en un rato.
Bajé por calle Granada
avanzando por dificultad entre el lento glaciar humano y, aprovechando el
momento de soledad, ahora que no estaban el Deivid y los demás haciéndome reír,
para pensar en mis cosas. Traducción: María.
No la había vuelto a ver
desde el juicio, cinco días antes. Pero esa misma tarde había conseguido, por
fin, que me cogiese el teléfono. Parecía menos enfadada pero aun así, distante.
- ¿Dónde estás? – le pregunté
tras los fríos saludos. Desde su móvil me llegaba el perceptible murmullo del
aire libre, algo de brisa. Yo estaba medio tumbado en mi maltrecho sofá, en una
tarde casi más veraniega que primaveral.
- En la playa de El Rincón
– me dijo -. Me gusta pasear por aquí a veces… siempre que no sea verano,
claro. ¿Y tú? ¿estás en tu casa? Oigo música.
- Sí, aquí tirado –
confesé -. He intentado echar la siesta, que empieza el puente y saldremos esta
noche. Pero no ha dado resultado.
- ¿Y qué escuchas? Me
resulta familiar…
Cogí el mando del equipo y
subí el volumen. Sonaba un tema del disco “TAK” llamado “El viento”. Alcé el
móvil para que oyera mejor la música a través de los teléfonos móviles. Luego
volví a hablar.
- Los Tahúres – dije -.
Una de las muchas cosas buenas que has descubierto gracias a mí, reconócelo.
María guardó silencio por
un momento pero, de algún modo, pude sentirla sonreír por el teléfono antes de
contestar.
- Es cierto… ¿sabes? Aún
no sé bien de qué vas conmigo, qué es lo que quieres. Nadie ha querido
acercarse tanto a mí, ¿por qué quieres tú?
- ¿Nadie ha querido o a
nadie se lo has permitido?
- Ambas cosas – la escuché
suspirar, un suspiro que pareció fundirse con el sonido de las olas que
escuchaba por detrás de ella. Parecía estar dudando, algo inaudito en ella, o
sopesando las posibilidades de algo. De mí quizá. Y de nuevo pude sentir lo
terriblemente sola que estaba, aunque fuese algo elegido por ella en cierta
forma -. Al final llegará el día en que descubras que no merece la pena, querrás
tener una vida normal, una novia normal… y yo te sobraré. Y harías bien,
además.
- Tú te lo dices todo –
argumenté, intentando no parecer molesto -. Sólo quería que fuésemos amigos.
Buenos amigos.
- No es verdad – dijo -.
Es la puta curiosidad, confiésalo.
Contesté sin pensar porque
no tenía que pensarlo, le dije la pura verdad.
- Puede que al principio…
pero ahora no – y luego, aunque no era lo que pretendía, soné a rendición -…
pero da igual porque al final será lo que tú quieras. Eres experta en
desaparecer y yo no podré hacer nada. Pero como amigo, amigo de verdad, siempre
me tendrás aquí si quieres. Esto quiero que quede perfectamente claro.
- Lo está… - se limitó a
decir. Y luego cambió de tema radicalmente, lo cual sentí como una pequeña
victoria - ¿Sabes qué peli vi la otra noche en La 2? “Con faldas y a lo loco”.
¡Dios, qué guapa estaba Marilyn ahí!
- Sí que lo estaba –
recordé -. En ésa y en “La tentación vive arriba” estaba para comérsela.
- Ya, pero según los
cánones de hoy en día dirían que estaba gorda – argumentó certera -. Menudo
asco de época estamos viviendo… - luego comenzó a despedirse -. En fin, tío, te
dejo. Tengo que ir volviendo a casa… ¿sales hoy entonces?
- Sí, hemos quedado los viejos
amigos del barrio… ¿y tú?
- No lo creo, me asquea el
ambiente en Semana Santa… pero nunca se sabe; ya conoces cómo funciona mi cabeza.
- Pero si sales… ¿me darás
un toque al móvil?
Guardó silencio un par de
segundos. Luego volví a sentirla, más que oírla, sonreír.
- Sabes que sí, capullo –
dijo, por fin, risueña de nuevo -. No te regodees en lo importante que eres
para mí, cabronazo.
Yo me reí también.
Esta conversación
vespertina se tradujo en que desde calle Álamos, donde estaba “La Botellita”,
hasta la plaza de Méndez Núñez, donde estaba la antigua cervecería “La Garrafa”, miré
el móvil como tres veces. Pero de momento, nada.
Entré en el concurrido
local donde Dani me había dicho hacía un rato, vía mensaje de texto, que iba a estar
y que me pasara a echar un trago. No fue fácil localizarle entre el gentío pero
pude verle finalmente en una mesita de una de las esquinas, a lengua partida
con una morenita de pelo corto.
Definitivamente, Lola
parecía haber pasado a mejor vida.
Me vio al despegarse por
fin y me saludó efusivamente. Dijo algo al oído a su nueva amiga y vino hasta
mí que me había hecho hueco en la barra no sin esfuerzo. Tenía en los ojos,
otra vez, ese brillo que tanto placer le producía y tan poco tiempo le duraba.
Como el de un niño con sus juguetes la mañana de Reyes, juguetes que a los
pocos días ya habrá olvidado en un rincón de su habitación. Y tuve que admitir
para mí mismo que aquella vez al menos me molestaba de verdad lo que ello
significaba. A veces me preguntaba si Dani era consciente del daño que hacía a
sus víctimas. Pero luego, con los días, se me pasaba y llegaba a la conclusión
que tampoco había que exagerar. Nadie se muere de esto.
Aun así pensé en Lola y me
sentí realmente mal por ella. Creo que él lo detectó en mí al saludarnos, pero
disimuló. Nos pedimos en la barra dos jarras de cerveza de grifo y me empezó a
hablar, entusiasmado, de su nueva conquista.
- ¿Has visto qué buena
está? – decía mirándola. La chica nos sonreía y nos saludaba con la mano. En
ese mismo instante resolví, por supuesto influenciado por lo que sentía, que
era tonta del culo. Mientras, Dani seguía a lo suyo – La conozco del curro. Trabaja
en la oficina de al lado y me ha costado un huevo hace que caiga… ¡pero cayó!
- Ya lo veo, ya… - dije
fingiendo admiración. Nos sirvieron las jarras y brindamos. Tras el trago
declaré mis intenciones – Bueno, como no quiero molestaros me bebo esto en un
soplo y me piro, ¿vale? El Deivid y los demás me están esperando en “La
Botellita”.
- Vale, vale… no hay prisa…
- Noté que algo le correteaba por dentro. Le pregunté por ello y lo soltó sin
rodeos unos segundos después, notando que yo le observaba -… Es que verás…
bueno, la verdad es que Lola aún no sabe nada, tío. Y me fastidiaría que se
enterara de la peor manera. Es decir, viéndonos. Querría haber terminado con
ella ya, pero esto ha ocurrido antes de lo que yo esperaba.
- Tú como siempre, Dani –
le reproché -; yéndote de vacaciones sin haber terminado el colegio. Los cabos
sueltos hay que atarlos, socio – él aguantó mi reprimenda en silencio,
asintiendo como un niño al que regañan por las malas notas (vamos, sin
importarle mucho) – Y qué, ¿sabes si ha salido, si está por aquí?
Mi pregunta era casi
innecesaria: Málaga, Semana Santa y dos días festivos por delante. Habría
salido sí o sí.
- Eso creo… - corroboró él
-… esta tarde discutimos por teléfono y no quedamos. Pero, oye; si te la
encuentras…
- Qué, ¿miento y le digo
que no te he visto y que no sé si has salido? ¿O le digo la verdad para que no
te busque más? Me sé los dos guiones de memoria; tú dirás.
Dani sonrió pero a pesar
de ello pude notar que le llegaba mi incomodidad. Me puso la mano en el hombro
y me zarandeó un poco, cariñosamente.
- Haz lo que tú veas,
socio. No te preocupes; tarde o temprano tendré que dar la cara – y me sonrió
-. No vas a sacarme tú las castañas del fuego.
También yo sonreí sin
poder evitarlo. Bebimos otro trago mientras yo pensaba que, con todos sus
defectos, me era imposible enfadarme con él.
Me despedí de mi voluble amigo sin saber
muy bien qué le diría a Lola en el caso de encontrármela. Pensaba que, de todas
formas tampoco sería fácil que nos viéramos entre tanto follón.
Pero, como dije antes,
esta ciudad es según las circunstancias, muy grande o muy pequeña. Y aquella
noche, no podía ser de otra forma, fue minúscula.
Apareció por el “Ye-yé”
apenas un par de horas después, con la mirada ansiosa recorriendo todas las
caras. Nos vimos casi a la vez entre los rostros animados de la gente que poblaba el bar. Se
acercó decididamente hasta mi grupo de amigos y tras saludar a los otros con
rapidez y simple corrección, me llevó sin mucha sutileza un poco aparte para
hablar. Yo ni siquiera había decidido en ese momento qué decirle, cuál versión
contarle. Sólo veía el leve fulgor de una semilla de angustia en sus ojos
aceituna, y algo de decepción de sí misma al hablar. Daba la sensación de
querer acabar con todo aquello de una vez.
- Oye, ¿has visto a Dani?
Parecía que lo estaba
pidiendo.
Lo asumió bastante bien
durante toda la noche. No quise que se fuera a casa tan mal, a un paso de
derrumbarse y me ofrecí a acompañarla a tomar una copa en un sitio más
tranquilo.
Fuimos al “Onda”, detrás
del teatro Cervantes, que solía ser de los que cerraba muy tarde y donde se
refugiaban los que huían del cierre de los otros bares pero que, al ser más
temprano, aún estaba tranquilo.
Lola aceptó un chupito de
Ponche Caballero con lima, del que yo le aseguré que era el padre del Red-Bull
y todas esas bebidas revitalizantes.
- Pero esto es en plan
natural, eh – decía tratando de animarla -. Nada de guarradas químicas. Sólo
alcohol del bueno.
- Vale, vamos para dentro –
dijo levantando su trago.
Nos pegamos un par de
latigazos más y, efectivamente, al rato parecía algo más en forma. Aun así no
podía dejar de hablar del tema, como era de esperar.
- Nunca he tenido muy buen
ojo para los tíos, ¿sabes? – me contó tras encender un pitillo. Era la primera
vez que la veía fumar, que yo recordara. Lo hacía con caladas toscas y ansiosas
– Joder, todos con los que he estado han sido iguales; muy especiales y
diferentes. Supongo que eso es lo que nos atrae a todas… o al menos a mí. Pero
luego esas mismas diferencias son las que acaban mandándote a paseo. Es como si no acabara
de comprender que la única opción, la más sensata y la más cabal es buscar a un
tío absolutamente normal y sencillo. Nada de grandes mentes atormentadas, ni
corazones apasionados llenos de energía ni adonis encantadores y a la vez
embaucadores. Sólo un tío normal, coño.
- ¿Cabal... sensato? – decía
yo intentando dejar claro que no me burlaba de ella - ¿Desde cuándo se enamora
uno siendo cabal y sensato?
- Tienes razón – admitió ella
riendo, como dándose cuenta de la tontería que había dicho.
- Y en cuanto a lo otro,
lo de tíos sencillos y normales – entonces no sé por qué empecé a hablar
pensando en mí mismo -, mira, hasta los que parecemos muy normalitos guardamos
ases en la manga y tenemos escondida alguna pistola en un cajón. Lo que hay que
hacer no es buscar, sino encontrar.
- Lo sé, lo sé… pero si yo
sé estar sola, no te creas. De hecho, he tenido largas épocas en mi vida en que
no he estado con nadie y todas las recuerdo como épocas de paz y tranquilidad.
Salía con mis amigas, hacía un montón de cosas… no se trata de eso. Se trata de
que siempre que apuesto, pierdo.
- Pero eso nos pasa a
todos Lola, es que va así el tema. Sólo los que no se juegan todo el dinero que
llevan encima, sólo ponen algunas fichas en la ruleta, no pierden. Pero para
eso hay que servir.
- Tienes razón – repetía asintiendo
y mirando al suelo, o a la nada. Pero al momento levantó la vista, me miró y
casi llegó a sonreír -. Oye, ¿y a ti quién te ha dicho que eres normalito… o
sencillito? Que no eres especial, vamos. Porque a mí no me pareces nada del
montón, vamos.
- ¿No? - me encogí de
hombros – Pues algo estoy haciendo mal entonces.
Intenté hacer un gesto
divertido, para entretenerla, pero ella no varió el gesto. Me observaba con
verdadero interés, o eso me parecía. Y lo hizo durante bastantes segundo,
durante un instante que a mí me pareció muy largo y caldeado. Esta vez no veía
antes mí sobras que podía aprovechar, podría jurarlo si hace falta. Veía una
mujer hermosa, inteligente y equilibrada que estaba pasando un mal momento y a
la que respetaba profundamente. No tenía la más mínima intención de hacer
ninguna tontería.
Lola no era como las
demás, tenía corazón. Cualquiera podía verlo detrás de cada gesto, de cada
palabra y de cada estremecimiento. Y hasta esa noche había conocido a muy poca
gente así.
- Creo que eres mucho más
de lo que aparentas – dijo por fin, dándole voz a la mirada que me estudiaba
con detenimiento -. Llevas puesto el disfraz de “huy, no quiero molestar; yo
sólo pasaba por aquí”… pero por dentro está el verdadero Ángel. Uno que tiene
armas… en todos los cajones.
- ¿Tú crees? – dije. Luego
negué con la cabeza – Qué va, te aseguro que todo el género está en el
mostrador. No hay más.
- Ya, pero no me convences
– insistió ella. Y sonreía -. Además, algo habrá ahí dentro para intensar a tu
María, la chica infernal.
- ¿”Chica infernal”? –
pregunté, fingiendo que me hacía gracia.
- Es como la llama Dani.
Por cierto, ¿qué ha sido de ella?
Contesté con vaguedad
mientras me daba cuenta de que Lola había conseguido algo increíble; durante un
buen puñado de horas no había pensado en María.
La llevé a casa en mi
coche y al parar junto a su portal, por fin, se echó a llorar. Duró un buen
rato durante el cual no pude hacer otra cosa más que ofrecerle pañuelos de
papel y decirle suavemente que no se preocupara, que se desahogara cuanto
quisiera.
Cuando se calmó me abrazó
con fuerza antes de despedirse y me besó en la mejilla.
- Gracias por todo, Ángel –
dijo -. No sé qué habría hecho sin ti.
- Nada de gracias. Puedes
contar conmigo para lo que sea, ya lo sabes.
Salió del coche y ya desde
fuera, asomada a la ventanilla, dijo:
- Eres un tío de verdad,
en serio – dijo antes de irse – Te llamo, ¿vale?
- Cuando quieras. Y ya
sabes ¡arriba!
Afirmó enérgicamente con
un gesto y una sonrisa. Y se metió en casa.
Yo me fui a dormir con mil
cosas dándome vueltas en la cabeza. Y todas tenían nombre de mujer.
Siempre he pensado que, incluso estando solo, la cama se disfruta despierto. Cuando duermes no te enteras de nada. Pero despertarte con la claridad de una mañana avanzado intentando colarse por los agujeros de la persiana y comprobar, tras el desasosiego incial porque coño, te has quedado dormido y llegas tarde, que es día festivo y puedes remolonear entre las sábanas cuanto quieras, es algo que no tiene precio.
En momentos así ni siquiera deseo volver a
dormirme, sino disfrutar de la pereza, hacer del no hacer nada un arte,
saborear la acogedora tibieza del lecho hasta que el cuerpo pida actividad y
movimiento a gritos. Tienes tiempo para pensar cuanto quieras y también para no
pensar en nada si es lo que te place. Jugar con la almohada y buscar otra
postura aún más agradable.
Así era aquella mañana de
Jueves Santo. Miré el reloj; las doce y media. Ni siquiera tenía ganas de tomar
café aún. Nada de nada. Aquello no era el “Hoy no me puedo levantar" de
Mecano, porque ni tenía resaca que era de lo que hablaba esa canción. Aquello
era el “Hoy no me sale de los huevos levantarme”, de un servidor.
Mi plan funcionó sólo
media hora más, porque entonces el portero electrónico chirrió con su zumbido irritante
y torturador. En principio pensé en no levantarme pero volvió a sonar varias
veces, con insistencia. Aceptando la derrota me levanté de la cama y tras
cruzar el pequeño y desordenado apartamento descogué el auricular.
- ¿Si? – pregunté
jurándome a mí mismo que como se tratara de un repartidor de publicidad cogía
un cuchillo y bajaba al portal a hacerle una corbata colombiana. Pero nadie
contestó. Pude escuchar por el interfono la pesada puerta del portal cerrarse y
supuse, con acierto, que algún vecino había facilitado la entrada a mi
visitante,
Poco después sonó el
timbre de la puerta. Aún somnoliento abrí enseguida sin siquiera echar un
vistazo por la mirilla.
- Hola – dijo María
sonriente. Me miró de arriba abajo y añadió - ¡Qué guapo!
Lógicamente le divertía mi
aspecto de desastre recién levantado; en gayumbos, camiseta raída y con el
pelo, que sin ser melena tenía entonces más largo, alborotado y despavorido.
Yo tardé un par de
segundos en reaccionar. Era la primera vez que estaba en mi casa y su aparición
no pudo ser más inesperada. Creí recordar que alguna vez al pasar con ella en
el coche o en su moto le había dicho “mira, ahí vivo yo”, pero ¿también
especifiqué piso y letra? Parecía que sí, después de todo.
- María… - dije extrañado
y confuso -… menuda sorpresa.
- Ya veo que te he sacado
de la cama – dijo aunque ciertamente no aparentaba estar arrepentida de haberlo
hecho.
- No, en realidad llevaba
ya un rato despierto – le expliqué -. Pero venga, pasa.
Ella entró con mucha
seguridad, como un virrey tomando posesión de sus nuevos dominios. Se quitó la
chaquetilla vaquera que traía puesta sobre una camiseta azul, sin mangas y
escotada y se dejó caer en el sofá sin importarle que estuviera poblado de
prendas de vestir usadas, revistas y objetos varios. Parecía estar de buen
humor.
Tras empaparme la cara y
el pelo con agua en el baño para terminar de despejarme y ponerme un pantalón
de chándal gris estilo Rocky Balboa, volví al salón.
Ella hojeaba un ejemplar
del Mondo Sonoro algo antiguo y le pregunté si le apetecía un café.
- Preferiría una cerveza,
si tienes – me dijo sin apartar los ojos del periódico musical -. Hoy he
madrugado bastante y ya hace mucho rato que desayuné.
- Claro – contesté
mientras rebuscaba en la nevera. Aún quedaban un par de latas de San Miguel -
¿Y cómo es que has madrugado siendo fiesta?
- El plasta de mi padre se
empeñó en que me despidiera de mi madre antes de irse al aeropuerto, y ya no
pude volver a dormirme. Ahora estarán fuera un par de semanas. No veas qué
descanso.
Me senté junto a ella en
el otro extremo del sofá tras darle su lata de cerveza y poner la cafetera en
el fuego. Ella la abrió mientras me seguía rondando por la cabeza la incógnita
del motivo de la visita. Pero me gustaba tenerla allí, iluminada por el brillo
naranja del mediodía que teñía su cabello de llamas y daba a su blanca piel un
fulgor de escarcha. Aunque nos separaba más de un metro de aire podía sentir la
extraña vibración eléctrica que desprendía su menudo y herido cuerpo.
Seguramente todo salía de mí en realidad. Tal vez sólo imaginaba esas ondas de
extraña vida que emitía aquella pequeña mujer de fuego. Pero se clavaban con
violencia en mi subconsciente como el anzuelo en la boca del pez. Y sólo
tenía que mirarme para sentir como tiraba del sedal.
En resumen, tenía que
decir algo o me abrasaría allí mismo como un bonzo.
- ¿Tan chungo es tener a
tu padre en casa? – pregunté cuidando de que mi voz no sonase a psicólogo. Tenía muy presente
su reacción conmigo el día del juicio. Ella no pareció molestarse, se limitó a
entornar los ojos antes de contestar.
- Malo no, solamente
incómodo – me contó -. Nunca nos hemos aguantado. Es el clásico “trepa” que,
casándose con mi madre, consiguió salir de la nada y acceder al mundo que
siempre soñó. Un mundo que para mí está lleno de mierda, pero en fin… le jode
que yo no sea así. Ya sabes; siempre pegando la paliza con que nosotros siempre
lo hemos tenido muy fácil, que disfrutamos de cosas que él nunca pudo tener,
que si supiésemos lo que es cargar cajas en el puerto a las seis de la mañana…
como si yo tuviese la culpa. Si tiene que putear a alguien por haber sido
pobre, que putee a Dios, joder. En fin, de cualquier modo, también él soporta
su carga.
- Tu madre, supongo…
- Exacto. Ya le gustaría
librarse de ella pero, hasta el día que la palme tiene que apechugar.
- ¿No puede divorciarse?
Quiero decir, ya sé que podría pero, ¿lo perdería todo?
- No, no tanto – dijo ella
tras sopesarlo un segundo -. Es cierto que la pasta y todo lo de valor lo trajo
ella en la tarta de boda, pero en este tiempo también él ha amasado ya lo suyo.
Pero probablemente se ganaría enemigos entre la familia de mi madre, que esos
sí que son peces gordos y cabrones. Resumiendo: no es que no pueda hacerlo, es
que le faltan cojones.
María dio otro trago y subió
las piernas al sofá, cruzándolas. Calzaba unas sandalias un poco hippies. Dejó
la revista que no había dejado de hojear durante toda su explicación y me
apuntó con sus pupilas transatlánticas. Parecía claro que iba a cambiar de tema
y disfrutaba haciéndomelo ver. Su voz se hizo más rugosa, como el papel de lija
sobre el barniz.
- Te vi anoche, ¿sabes? –
dijo por fin. Yo me limité a negar con la cabeza levemente, como no
comprendiendo, así que ella prosiguió -. Estuviste en el “Onda” con Lola. Y
después os fuisteis los dos en tu coche, ¿verdad? Os estuve observando todo el
rato.
- ¿Por qué no te
acercaste? – pregunté sólo para salir de la duda de si era capaz de hablar en
ese instante – Me hubiera gustado verte. Te dije que avisaras si salías al
centro…
- No te avisé porque
quería darte una sorpresa y porque… quería buscarte. Buscarte por los bares y
entre las caras. Nunca lo había hecho. Nunca busco a nadie – (llamen a los
bomberos) – Y cuando te vi allí en el “Onda”, no me acerqué por tres razones –
mientras hablaba me fijé en sus pies, minúsculos y perfectos. En el tobillo
izquierdo se adivinaba el principio de una aparatosa y vieja cicatriz,
seguramente el trofeo de una operación. Pensé que ya era hora de ver por fin
todas las heridas y cicatrices de su cuerpo y tuve que apartar la idea
rápidamente antes de que se disparase mi libido y ella lo intuyera -. Primero
porque se os veía muy enfrascados en temas de conversación muy importantes o,
al menos, ella parecía estar muy afectada por algo. No quería molestar… supongo
que tu amigo la habrá mandado ya a paseo, ¿no?
- Y tanto – admití -. Eres
una buena observadora, ya te lo dije.
- No era difícil. Además,
cuando los vi juntos la última vez ya me pareció que tu amigo no estaba
demasiado entusiasmado con ella.
- Sí, a mí tampoco me ha
sorprendido. Pero claro, yo tengo ventaja; le conozco desde siempre. Lo tuyo sí
que tiene mérito. ¿Y el segundo motivo?
- Pues que me pareció que
estabas muy interesado en ella. Y no quería estropeártelo.
- Ahí la has cagado – dije
levantándome del sofá. La cafetera estaba silbando desde el fuego a gas de la
cocina. Seguí hablando desde allí mientras la retiraba del fuego. Ella me
observaba desde el sofá y pese a que ya me hubiese gustado, no detectaba celos
en ella. Curiosidad científica: “Anda, estos seres humanos se aparean, por lo
visto…”, ya saben. Yo intenté sonar natural, que no pareciera que me
justificaba -. Ni siquiera borracho, y no lo estaba, soy tan mezquino. Lo
estaba pasando mal y yo sólo trataba de consolarla; eso es todo.
- Pero te gusta; admítelo
que no pasa nada –insistió María -. Pude verlo en tus ojos, en tus gestos…
- Claro que me gusta. Es
una tía cojonuda. Pero no como tú insinúas.
- Ya… - dejó caer no muy
convencida. O no importándole mucho ese aspecto, en realidad.
Mientras yo me servía el
café ella se levantó y vino hasta la cocina. Había dejado en el sofá las
sandalias y caminó descalza. Se quedó de pie con la espalda apoyada en el filo
de la puerta. Parecía que eso era lo que más le gustaba; los filos. Sobre todo
caminar por el filo de la navaja.
- Pero por lo que de
verdad no me acerqué fue por el tercer motivo – dijo desde la puerta.
- ¡Tachán, tachán! –
bromeé yo. Bebí de mi taza y le sonreía, como si me lo estuviese tomando a
broma. Realmente necesitaba una buena dosis de cafeína. Y necesitaba que
hiciese efecto de inmediato. María estaba diferente; podía verlo, podía olerlo.
Tenía una expresión extraña que yo nunca había visto. Estaba claro que
disfrutaba poniéndome nervioso pero eso no era nada nuevo. Había algo más -. ¿Y
cuál es?
- Que me gustaba mirarte
allí, entre la música, entre las luces y la gente, sin que tú me vieras, sin
que supieras que estaba allí. Comportándote como eres realmente. Y me gustaba
mirar cómo fumabas, cómo bebías, cómo gesticulabas…a tu aire, tranquilo. Me
puse bastante nerviosa y eso me hizo sentir de puta madre. No me había ocurrido
con nadie; te lo digo por si te interesaba saberlo.
Dejé la taza sobre la
encimera de la cocina y encendí un pitillo, observándola a ver si decía algo
más y manteniendo el tipo. Ella se acercó y se puso frente a mí. Dejó la lata
de cerveza sobre la encimera y se puso las manos tras su espalda.
- ¿Qué quieres decir con
“nerviosa”? – tuve que soltar sin poder remediarlo. Ella se echó a reír.
- Sabía que preguntarías
eso… - dijo aun riendo y mirando al suelo. Luego, en un segundo, levantó la
vista fusilándome con ella, ya sin reír, e inmediatamente lanzó su mano derecha
a mi entrepierna agarrándome todo lo que pilló sin ninguna contención,
cortándome con ello la respiración y puede que el pulso -… quiero decir así de
nerviosa.
Acto seguido estrelló su
boca contra la mía, me la abrió con sus labios y me devoró con su lengua. Sabía
un poco a tabaco, un poco a cerveza y muchísimo a parada cardíaca.
Yo también la besé con
todo y ella recibió mi lengua con gusto. Pero cuando fui a abrazarla por la
cintura, súbitamente, se apartó.
Mientras yo recuperaba el
aliento ella sonrió y volvió a transformarse en la niña pequeña que pide perdón
por haber pintorreado la pared con rotuladores.
- Lo siento – dijo con los
labios apretados. Luego volvió a ser ella y ya no daba la impresión de sentir
nada -. Pero es en lo único que podía pensar desde anoche. Y no sé por qué,
pero me flipa que haya cosas de mi misma que desconozco.
- No, lo entiendo – dije
yo sólo por decir algo mientras decidía si intentar abalanzarme sobre ella o
no, y por comprobar que no había entrado en coma también. Pero ella pareció
interpretarlo de otra forma. Dejó de sonreír y con un pequeño pero ágil salto
se subió en la encimera, quedando sentada en ella con los pies en el aire, los
cuales mecía mientras volvía a estudiarme con el rostro pétreo. Yo empecé a
reaccionar por fin -. Lo que quiero decir es que…
- Sí, sí; ya sé – me cortó
-. Vuelves a ser el tipo curioso, el intrigado. El que ve algo misterioso y
enigmático en mí. Un caso por resolver.
Cogí una silla y me senté
frente a ella para hablar en serio, tratando que mi voz sonase clara y sincera.
- No es eso, María –
empecé a decir -, nunca ha sido eso por más pesada que te pongas. Me interesas
tú, no los avatares de tu vida. Pero sigues cerrándote como un puño y así no
hay manera de que podamos ser amigos. Creía que querías tener un amigo. No
tienes que contarme historias de tu vida, sino abrirte…
- ¿De piernas? – dijo
sonriendo y haciendo exactamente eso, abrir mucho las piernas enfundadas en sus
vaqueros.
Repliqué con algo que
sabía le quitaría las ganas de broma:
- No seas cría – Y dio
resultado. Volvió a juntar las piernas y
dejó de sonreír otra vez. Continué – Me refiero a que abras tu corazón.
- Claro… ¿Y si ni tengo?
¿Y si está tan lleno de mierda que… que… ¡Joder! – resopló y apuró lo que le
quedaba de cerveza en la lata de un trago – Te lo dije una vez y no estaba de
coña. Si supieras algunas cosas… saldrías pitando. Ahí me gustaría ver tu
sentido de la amistad. ¿No podemos seguir como hasta ahora? Salir por ahí,
emborracharnos, desmadrarnos, pasear, charlar, escuchar música, hacer el bestia…
- Naturalmente que podemos
– decidí gastar la bala que ella misma me había regalado -. Pero has dicho hace
un momento que te gusta descubrir que puedes sentir cosas nuevas…
- No juegues con mi puta
cabeza, te aseguro que es malo para tu salud – yo arqueé las cejas como diciéndole
“¿en serio?” y ella pareció relajarse un poco -. Joder, no acabas de creerte
algunas cosas que te digo; pero son verdad. Nunca he estado tan cerca de nadie
y me da un poco de miedo, ¿sabes? Para ti una
amiga no será nada del otro mundo; tendrás muchas. Para mí tú eres un
salto mortal sin red.
- Ey – me acerqué y le
puse las manos sobre los hombros, sonriéndole levemente, tratando que se
relajase -, tranquila, ¿vale? Poco a poco; no tengo ninguna prisa. Sé que
necesitas asimilar cada paso y… ya te dije que la paciencia es mi mayor virtud.
Entonces ella me abrazó.
Esta vez no había juegos ni filos. Era un abrazo de verdad.
- El Santo Job… - dijo
contra mi pecho.
Luego volvimos al salón y
ella empezó a decir que tenía que marcharse mientras volvía a ponerse sus
sandalias. En realidad yo también, tenía una comida familiar pero vamos; de no
haberse ido ella le habrían dado por saco a la familia.
Cuando ya la iba
acompañando a la puerta, antes de llegar ella se giró y me miró otra vez con
seriedad.
- Dime una cosa, ¿Qué te
dijo de verdad Cristina, mi psicóloga?
- ¿Qué me dijo?
- Sí. Sé que te contó algo
de mí. Algo importante de lo que no te has atrevido a preguntarme hasta ahora –
ya dije que no se le escapaba nada, ¿cierto? -. Pude verlo en tu mirada, en la
de los dos, cuando me uní a vosotros en la cafetería. Dime qué fue.
No tenía más opción que
coger el toro por los cuernos. No podía pedirle sinceridad y ocultarle aquello.
Así que agarré el chaleco salvavidas por si explotaba el barco y se lo solté:
- Me dijo que había
intentado suicidarte. Más de una vez, creo.
Ella asintió e incluso
sonrió un poco, como complacida por mi honestidad. Luego extendió los brazos
con las palmas de las manos hacia arriba. Vi los cortes enseguida. En la muñeca
de su brazo izquierdo, donde no había tantos daños en la piel, eran bastante
visibles y me extrañó no haberme fijado antes. En el derecho también se veían,
pero quedaban mucho más disimulados entre la demacración de la piel. Ella habló
con serenidad, con una suave cadencia neutra:
- Hubo un tiempo, no hace
mucho, en que llegué a tener miedo de todo. De mí misma para empezar. De mi
angustia, de mi soledad y de mi podredumbre. De no saber dónde estaba el fondo
del pozo por el que me sentía caer. Me acojoné, sencillamente. Soy humana, qué
coño. Y me asusté; como Corbain, como Marilyn… tenía dieciséis años, F se había
convertido en un fantasma amenazador pero al que no podía dejar de amar, mi cuerpo estaba destrozado y ya no
quería vivir más así. Tan simple como eso. Me sumergí en mi bañera con el agua
muy caliente y me abrí las venas. Pensé en hacerlo como Marilyn, pero tomo
tantas pastillas por lo de la espalda que las tengo aborrecidas. Y tampoco
quería estar borracha. Quería ser consciente en todo momento de que me iba,
despedirme de todo lo repugnante que había en mí y sentir el placer de hacerlo.
Ya sabes, como despedirte del cabrón de tu jefe porque te ha tocado la lotería.
Fueron dos intentos y dos salvamentos milagrosos en el último suspiro en seis
meses. Luego se me pasó; decidí luchar y hoy veo las cosas de otra manera –
bajó los brazos y se empezó a poner su cazadora -. Tampoco mejor, pero al menos
diferentes. Así que no te preocupes; el mundo aún tendrá que soportarme un poco
más. Pero es difícil, creéme. Es difícil sobrevivirme cada puto día… aunque desde
que te conozco, lo es un poco menos.
La única puñetera cosa que
me salió fue:
- No sé qué decir…
- No hace falta que digas
nada – dejó caer ella sin dejar de sonreírme todo el tiempo -. Me basta y me
sobra con que no hayas salido huyendo… todavía.
- No pienso hacerlo – dije
yo, ahora sí, intentando sonar muy seguro.
- Ya veremos…
Le abrí la puerta y salió.
Pero antes de echar a andar escaleras abajo volvió a girarse y me dijo, ahora
con una nueva sonrisa, la de diablesa:
- Y oye, que somos amigos.
Si te interesa esa chica… Lola, o alguna otra, no tengas miedo. No hay ningún
problema… siempre y cuando tengan muy
claro que eres mío.
Ni siquiera hice el amago
de replicar.
(continuará)
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