Querido extraño


La mujer disfrutaba de la soleada mañana sentada en el banco, viendo a las demás personas del parque disfrutar también sus paseos, charlas y juegos. No conocía a ninguno de ellos pero de algún modo no los sentía ajenos a ella. Allí estaban todos, dejando pasar los minutos al sol, con el olor a césped, a rosales silvestres y margaritas.


Continuó leyendo su libro tras atusarse un poco el pelo y colocar bien el filo de la falda de su bonito vestido sobre sus rodillas. No recordaba cuándo había comprado aquél conjunto pero le resultaba muy agradable, con su ligera tela sedosa y su estampado de orquídeas sobre fondo azul.


De nuevo enfrascada en la lectura (no era más que una novela rosa, pero resultaba entretenida), notó que alguien se sentaba en el otro extremo del banco de madera, a menos de un metro de distancia. Aunque no giró la cabeza a su izquierda para mirarle, supo que era un hombre. Una nota esas cosas, por los movimientos al sentarse, la respiración e incluso el olor.


—Buenas —dijo la voz, en efecto, masculina.

—Buenas... —respondió ella y, ahora sí, se sintió un poco obligada a echarle un vistazo.


Era un joven más o menos de su misma edad, treinta y tantos, de aspecto muy agradable. Se miraron de forma fugaz y se sonrieron antes de volver a sus cosas; ella a su libro y él a observar a la gente sobre el césped. 


Pero a ella le costó concentrase en la lectura. Volvió a mirarle y estuvo a punto de preguntarle, observando su rostro, si se conocían de algo. Porque le resultaba muy familiar.


Pero no lo hizo, desde luego. La vergüenza se lo impidió. Por el contrario, un absurdo aunque agradable rubor la invadió al sentir que también él la miraba. Sabía de sí misma que tenía una figura bonita y unas largas y suaves piernas, así que algo la hizo volver a bajarse un poco la falda sobre las rodillas.


Pero la mirada de él, sintió al devolvérsela ya sin disimulo, no parecía de esas. No era una mirada lasciva, ni siquiera de coqueteo. Era de profundo afecto y ternura.


“¡Oh, dios mío”, pensó, “sé que le conozco de algo!”


Entonces el agradable joven se puso en pie, se acercó aún más a ella y, ofreciéndole su mano, la invitó a acompañarle. Solo dijo:


—Ven, regresemos ya.


Y eso fue suficiente. 


Él asió su brazo suavemente para ayudarla a caminar por el jardín de la residencia de ancianos, de vuelta a su habitación. Era uno de los celadores que llevaba más tiempo allí y conocía a la señora a la perfección. Le tenía cariño.

 

Y es que a pesar de su avanzada edad, más de noventa, y su deterioro mental, ella siempre sonreía. Supuso que no estaba segura de quién era él, pese a tantos años allí, ocupándose de ella. Y que seguramente a veces olvidaba quién era ella. O se veía distinta a sí misma.


Pero siempre estaba sonriendo.

 

Comentarios

  1. Emotivo, precioso, entrañable... De esos relatos que dejan el vello de punta y una amalgama de sentimientos atorados en la garganta

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  2. Hermoso, un relato muy conmovedor.Ternura me encantó su lectura.Saludos

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