Dentro 1

   "Dentro" (Un cuento post-apocalíptico)
                              
  Capítulo 1:




Pasados unos días se cruza una línea, se traspasa una barrera, tras la cual el hambre ya no es sólo hambre. No es esa necesidad de comer y llenar el estómago, de calmar un ansia o saciar un apetito. Cuando llevas varios días sin comer se transforma en un dolor físico, en una barrera mental que no te deja pensar en nada más. Una presión en el pecho que impide respirar con normalidad. Un punzón de hierro en la cabeza que nubla la vista, que dobla hacia dentro tu ojo interior y sólo deja moverse a tu cuerpo por un instinto de supervivencia como un robot, como una máquina creada con un único fin: comer.

Daniel ya había traspasado esa línea. En su vida anterior no recordaba un sólo día en el que hubiese pasado hambre. No había conocido esa sensación. Era dolorosa, le impedía pensar con claridad. Después del medio sandwich mohoso que encontró en el asiento de atrás de aquél coche ya habían pasado varios días. "O encuentro algo para comer o me volveré loco", pensó aferrándose a un último atisbo de claridad mental.

La sombra que proporcionaba el camión (un viejo remolque de combustible aparentemente inerte e inútil varado en el arcén de la autopista como un esqueleto de ballena en la playa) era agradable y le protegía del calor de la tarde pero, ahora que esta se iba diluyendo en el rojizo atardecer, decidió que era hora de moverse. Tras sopesarlo unos segundos, sacó de la mochila una de las pequeñas botellas de plástico y tomó un sorbo de agua. Ese botellín estaba casi finiquitado pero aún tenía otro sin abrir, encontrados ambos en el mismo coche del sandwich mohoso... con aquellos tres cadáveres sobre los que no quiso tomarse mucho tiempo para mirarlos.
En definitiva, el agua aún no era una emergencia... por poco tiempo. "¡Pero tengo que comer!", volvió a gritarle su mente. 

Midiendo bien los esfuerzos se puso en pie y continuó la marcha, siempre siguiendo la carretera de Meridiana dirección sur. Una carretera que en coche había recorrido infinidad de veces... antes. Cuando había coches. Cuando había un mundo con coches. "Sé que tiene que estar ahí", pensó mientras caminaba tratando de llevar un ritmo constante. Despacio pero uniforme, calculando el esfuerzo de cada paso. "Recuerdo esa gasolinera; estaba a poco de pasar el puente con los carteles... en coche eran cinco minutos; no puede estar lejos ya... ahí encontraré algo".

Mientras caminaba observaba el paisaje a ambos lados de la carretera, tratando de reconocer imágenes familiares que le sirvieran como referencia. Una ladera, una colina, una arboleda... estaba casi seguro de estar en lo correcto, pronto vería la gasolinera... pero otra parte de él recelaba de su propia memoria, de su propia mente. Estaba cansado, estaba hambriento y estaba aterrorizado. ¿Y si estaba más atrás y se la había pasado al rodear el río? ¿Y si había calculado mal y estaba mucho más adelante de lo que recordaba? 

"Ni lo pienses", trató de animarse a sí mismo, "está ahí, lo sabes. En cuando doble la carretera hacia la izquierda vendrá una cuesta y la verás a lo lejos; está ahí". Sin quererlo su corazón se fue acelerando conforme la carretera empezaba, tímidamente, a dibujar una cuerva. "¿Lo ves? ¡Hacia la izquierda! Y ahora cuesta abajo, ¡y la verás!".

Frente a sus ojos el paisaje se desdibujó de la tierra al cielo. Sí que había un prolongado desnivel en la carretera. Sí que había una cuesta... Y cuando la pendiente comenzó a formarse bajo sus pies, la vio. A lo lejos. La gasolinera de su memoria, en la que repostó cientos de veces al ir o volver del trabajo. En la que lo más importante era ver si tenía suelto o tendría que usar la tarjeta de crédito. Y que ahora podría salvarle la vida.

Estaba allí.


Tardó casi diez minutos en decidirse. Desde lejos fue oteando y analizando cada detalle del pequeño recinto, azuzado por el hambre. Obligado por el miedo. 
No había grandes señales que interpretar. Varios coches en la carretera y en la gasolinera, inertes como estatuas en un viejo panteón romano, inútiles ahora. Las puertas y ventanales parecían cerrados. Algún graznido de un pájaro, un cuervo quizás.
Nada más.
Pero apostado con una rodilla en tierra junto al tubo de hierro que sujetaba en pareja el enorme cartel de entrada, ahora cubierto de polvo comenzando a mostrar algo de óxido, seguía observando, prudente, ansioso, en guardia.
"Bueno, por fuera parece muerto", se decidió por fin, "vamos a acercarnos... con cuidado".

Sin ninguna razón en especial para ello, no se acercó a la puerta principal directamente, sino rodeando los surtidores de combustible por la izquierda. Por los lados el pequeño edificio no tenía grandes ventanales como por su frontal y, de haber alguien dentro, le costaría más ver como Daniel se acercaba. 
Había desechos por todas partes, latas y basura en general. Restos del naufragio. Una de las vidrieras de la fachada principal estaba rota y por dentro una de las persianas estaba medio caídas, como si hubiese pasado un tornado.
Apostado en la esquina estudió el terreno una vez más. Era evidente que otros había pasado por allí tras la oscuridad, seguramente buscando víveres, como él. "Pero puede quedar algo", pensó oprimido por el hambre. "Siempre queda algo..."

Decidió en el último instante rodear la pequeña edificación de la gasolinera; puede que hubiera una entrada trasera. Pasó, siempre lo más silenciosamente posible, pegado a la pared, hasta la parte posterior. En la explanada tras la fachada principal estaban los auto lavados ("¿Funcionarán aún las tuberías de agua?... luego lo miraré") y también algún vehículo abandonado yacía frente a ellos.
Pero nada más, ninguna señal de vida aparte del graznido de las aves de rapiña, que no podía ver pero escuchaba en el silencio del atardecer sin viento.

Por fin vio lo que buscaba, Había una pequeña puerta de metal y no estaba cerrada del todo. Otra entrada. Se acercó al umbral y oteó por la apertura que dejaba la puerta semi abierta, pero dentro estaba bastante oscuro y no veía con claridad. Del interior emanaba un olor a cerrado, a basura y a comida descompuesta... "Todo lo que estuviese en neveras estará estropeado, lo sé. Pero puede quedar algo en conserva..." pensó sin poder esperar más. El HAMBRE le empujaba hacia dentro pasando por encima de su miedo.

Empujó por fin la puerta para abrirla un poco, lo suficiente para poder pasar y varios objetos en el suelo opusieron resistencia, desperdicios y restos. La claridad que entraba por los ventanales rotos del otro lado no iluminaban gran cosa, pero al menos pudo distinguir el interior un poco mejor. Aparte del terrible desorden y destrozos habituales vistos en cada sitio por el que había pasado, todo parecía tranquilo. No oía nada.

A pesar de la aparente soledad del sitio, a pesar del terrible hambre, la prudencia que le había mantenido vivo estas semanas no le abandonó mientras empezaba a buscar con la mirada, con ansia primitiva, por las estanterías e incluso por el suelo. Las primeras estaban mayormente vacías; quedaba algún artículo pero como supervivientes de manos y brazos desesperados por la prisa. Revistas, productos para el automóvil, artículos de aseo (aquí fue previsor y cogió del suelo un paquete de pañuelos de papel, que metió en la mochila como un primer pequeño tesoro) y... finalmente, comida.

Estaba ya cerca del mostrador de los empleados y la caja registradora cuando vio varios suministros comestibles en el último estante: zumo embotellado, unas chocolatinas. Los restos alfombraban el suelo y rebuscó por allí. ¡Latas! Encontró varias latas de conserva. Ni siquiera se paró a mirar qué eran; ¡a la mochila! Más chocolatinas, una lata de aceitunas... ¡patatas fritas Pringles! "¡Dios mío, estoy salvado!", pensó notando su estomago rugir y sus ojos llenarse de lágrimas... viviría. Al menos unas semanas más, no moriría... de hambre.

Para cuando llegó al mostrador la mochila ya pesaba mucho más que cuando llegó. Por descontado su cuerpo entero, cada molécula de su organismo, le pedía sentarse en el suelo y ponerse a devorar aquellas viandas con salvaje fruición. Pero no, aún le quedaba cordura para saber que aquél no era el mejor sitio. "Aguanta un poco, no la fastidies ahora. Terminemos de registrar, larguémonos y ya encontraré algún sitio más seguro para comer".

Rodeó el mostrador, analizando cada pequeño objeto que veía tirado por el suelo y encontrando alguna cosa más. Tras la caja registradora había otra puerta, también entreabierta y en la apertura, del interior, asomaba un pie.

Se detuvo unos segundos, sin saber bien qué hacer. Miraba el pequeño pie, sucio y con un rastro de sangre bajo él, sin saber bien si lo sentía como una amenaza o como un aviso. Sólo tenía que empujar un poco la puerta para ver más. "Vamos, lárgate", pensaba, "tienes un botín en la mochila, ¡aprovéchalo, lárgate!".

Pero la abrió.

Era un pequeño cuartillo con taquillas y alguna mesa. El vestidor de los que trabajan allí antes de la oscuridad. Fue un vistazo rápido porque su mirada fue enseguida al pie, recorriendo la silueta para ver más. El otro pie estaba apoyado en el quicio de la puerta, y pertencían a unas piernas jóvenes. Era una chica, no podía tener más de diceciséis, dieciocho años quizá. Yacía boca arriba, sin nada de ropa de cintura para abajo. Había bastante sangre, ya camino de secarse, entre sus piernas. Arriba una camiseta naranja, rota por algunas partes. La cara amoratada y también ensangrentada en la pequeña boca y bajo la nariz. El pelo negro y corto. Los ojos cerrados.

"Bien, ya la has visto", le azuzó su cordura, "¡lárgate de una puta vez! ¡Arranca, Daniel!".
Se giró (ni se planteó si habría algo de valor allí, en el pequeño cuartucho) para irse. Sin querer su bota rozó uno de los pequeños pies. Y un hilo de voz, como papel de lija, llegó hasta él.

- Por... fav... or...por... fav...oooor...

"Está viva".



(continuará)


Comentarios

  1. Vayaaaa!!! Quiero saber más. ¡Qué bien descrito el ambiente post-apocalíptico! realmente más que leer el relato tenía la impresión de estarlo viendo. No tardes mucho en continuarlo.

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    1. Viniendo de tí, piropo gordísimo. No tardaré, palabrita...

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  2. Que bueno. Como me he perdido yo esto

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