"Dentro" (Un cuento post-apocalíptico)
Capítulo 2:
Capítulo 2:
En el sueño (porque tenía que ser un sueño... esperaba que fuese un sueño) el rostro frente a ella era irrealmente indefinido. Se intuían sus rasgos pero estaban como desdibujados, como trazos emborronados en el papel por la mano torpe de un niño. Lo veía tan cerca y a la vez le costaba tanto reconocer sus facciones que aún la aterrorizaba más. Como un rostro que se recuerda con el filtro de una memoria ajada.
Pero sí podía ver que sonreía y que le hablaba. Ella sólo sentía dolor, miedo, frío y oscuridad mientras el rostro (que cada vez le parecía menos humano) sonreía y hablaba. Pero tampoco podía distinguir qué le decía. Su voz sólo eran ecos que retumbaban dentro de su cabeza en todas direcciones. En ninguna.
Sólo sabía una cosa; quería que se fuera. No quería ver más ese rostro, no quería ver esa sonrisa ahora más ancha, más abierta. Y no quería oír esa voz aunque no entendiese las palabras. "Déjame", pensaba en su sueño, "márchate, déjame sola... quiero irme a casa. Déjame irme a casa".
Entonces, como si el rostro la hubiese oído, abrió más la boca. La sonrisa se abrió y se abrió como una herida en la piel tras el paso casi invisible del bisturí. Ahora esa sonrisa era completamente irreal; no podía pertenecer a esa cara, aunque allí estaba. Mostró unos colmillos largos y amarillentos, supurantes de saliva viscosa que caía sobre ella, sobre su cara.
Y aquello dijo: "Vamos a comérnosla" antes de abalanzarse sobre ella y morder su cara, toda su cara con aquellos colmillos. En su pesadilla, por fin tuvo fuerzas para gritar.
El grito cruzó el aire pasando sobre el tejado de la gasolinera como una ráfaga de viento. Desde ahí no sonó muy fuerte... pero lo suficiente. Algún ave graznó, como asombrada de que quedase un grito humano aún en el mundo, y uno de los caballos relinchó.
"¡Mierda!" , pensó Daniel, "¡la van a oír!".
Inmediatamente la puerta trasera de la gasolinera, aquella que un par de días antes había cruzado él en busca de comida, se abrió y uno de los tipos salió fuera con estruendo. A estos no les preocupaba hacer ruido y Daniel pudo ver en sus manos la razón. De dos cañones y cartuchos de postas del 12.
- ¡Te digo que he escuchado algo, coño! - dijo el tipo oteando el desolado yermo que tenía ante sí.
Daniel estaba a menos de diez metros, oculto en la zanja que rodeaba el recinto tras los auto lavados de coches, agachado y con la mochila y la bolsa de lona donde llevaba la cantimplora y las botellas vacías. Inmóvil, casi procurando no respirar. Si el tipo daba unos pocos pasos hacia delante, le vería.
Otra voz de desde dentro del recinto sonó en una frase que no pudo entender y el que estaba fuera respondió:
- A lo mejor sigue viva. Joder, lo dudo mucho, la machacamos a base de bien pero quién sabe...
Entonces un segundo hombre salió por la misma puerta. Daniel asomó la cabeza lo mínimo imprescindible para poder verle. Sopesó la posibilidad de retroceder para volver al cobertizo pero la idea le parecía nefasta. Tras la zanja venían unos metros de pequeña elevación antes del enorme llano, que en tiempos debió ser un sembrado, seguidos de unos cuarenta o cincuenta metros de aridez muy plana. Le verían sin remisión. En la zanja, siempre que no se asomasen, estaba oculto.
- Pues juraría que estaba muerta - dijo el segundo en aparecer. Este no llevaba ningún arma en las manos, pero del cinturón pendía un enorme machete en un costado - , pero a fin de cuentas, ¿a quién coño le importa? La habrán sacado los coyotes, carroñeros... o los Nocturnos. ¿Qué más da?
- No han sido los coyotes - argumentó el primero. Sólo por la forma de hablar Daniel supo que este era más inteligente. Por tanto, más peligroso -. Y los carroñeros se la hubieran comido ahí dentro. ¿Para qué iban a sacarla? Además, mira los surcos de sangre que hay en el suelo. La agarraron por los brazos y la sacaron arrastrándola.
- Bueno, ¿y qué? - insistió el otro (el idiota).
- Que alguien ronda por aquí... y no me gusta no saber quién es.
Una tercera voz dijo algo desde dentro. "Joder, son tres", pensó Daniel que, aunque en ningún momento había sopesado la posibilidad de enfrentarse a ellos, con cada aparición lo descartaba aún más. No tenía más arma que su navaja, la cual sólo usaba como herramienta, y nunca había sabido pelear. Cuando había un mundo, antes de la oscuridad, antes del apagón, Daniel era de esos tipos que en un bar, o en una trifulca de tráfico, hacía lo imposible por evitar una pelea.
Aun así tenía la navaja en la mano, pero... "tres nada menos. Y con armas".
- Venga, vámonos - dijo el idiota -, ya tenemos el agua. Que se pudra y se la coman los gusanos - y volvió hacia dentro dejando solo al primero (al listo), que seguía igual, oteando el horizonte .
El de la escopeta aún se quedó unos segundos más, quieto, en silencio, lo cual ponía aún más nervioso a Daniel ("aterrorizado" es la palabra). Pero finalmente oyó sus pasos alejarse mientras, un poco más lejos, relinchaban los caballos.
En este nuevo sueño se encontraba en su antigua casa, en el jardín con las mesas y las butacas de terraza blancas, el vallado de madera y la portezuela que nunca cerraba del todo bien. Pero, más allá de la cerca, donde debería estar la calle y las casas de enfrente, había una playa. Un embravecido océano de aguas oscuras agitaba su manto de agua y hacía que pequeñas gotas fugitivas impactasen en su rostro, como imperceptible metralla de agua salada. Parecía el mar que se forma en una tormenta.
Miró a su lado y sentado junto a ella en otra silla, como muchas tardes de verano y primavera, su padre miraba al mar mientras fumaba un cigarrillo, aparentemente complacido del espectáculo. Sin poder dejar de mirarle, de reconocer (incluso en lo desdibujado del sueño) su rostro amable, sus ojos de serenos párpados algo caídos por la edad y su barba escasa y canosa, perfectamente recortada y cuidada, se atrevió a hablar, sin estar muy segura de si podría hacerlo.
- Papá - pudo decir mientras sentía brotar las lágrimas. El hombre giró la cabeza y le sonrió con dulzura. Su sola mirada bastaba para apaciguarla, siempre había bastado con eso -, ¿estoy muerta? ¿He muerto, papá?
- Claro que no, pequeño pony - dijo con su voz grave y templada, llamándola como siempre había hecho cariñosamente, desde muy pequeña -. Nunca morimos del todo en realidad, pero puedes estar segura de que tú no lo estás. Ni un poquito.
- Papá quiero volver... quiero que esto acabe, quiero irme de aquí - sintió que él la escuchaba, pero no sabía si podía entender -. No me importa morir si esto acaba. Quiero volver con vosotros, papá...
Mientras él sólo la miraba y sonreía el mar se enrabietaba más y más. Olas gigantescas enpezaron a formarse frente a ellos. El hombre se puso en pie, dando otra calada al cigarrillo y acercándose a la valla, a la portezuela.
- Vas a tener que continuar, pequeño pony - dijo mientras empezaba a abrir la pequeña puerta de madera, pintada de blanco -, tendrás que resistir por mí. Por todos nosotros.
Mientras hablaba el rostro del hombre empezó a desmoronarse, como si estuviese hecho de arena y el viento la estuviese erosionando. Su expresión y tono de voz, todo ello enfocado a mostrar su amor, seguían imperturbables. Pero ella empezaba a estar cada vez más aterrorizada.
-¡No, papá! ¡No te vayas, quiero ir contigo...! - empezó a decir. A gritar más bien porque el sonido de la tormenta era cada vez mayor y más ensordecedor.
- Recuerda, pequeño pony. Recuerda lo más importante. La clave de todo - dijo ya con media cabeza borrada.
- ¡Qué, papá! ¿Qué es?
- Bebe - dijo la voz -, tienes que beber un poco, vamos.
La semioscuridad del pequeño espacio en el que estaban (ella no podía distinguir exactamente dónde) no dejaba ver gran cosa, pese a que hacía calor por lo que aún debía ser de día. Alguien sostenía junto a su boca un cuenco o una taza con un líquido caliente. Olía bien y dió un sorbo. La reconfortó inmediatamente al pasar por su garganta y su cuerpo enseguida pidió más. Poco a poco sus ojos empezaron a distinguir mejor.
Frente a ella quien sostenía el cuenco era un hombre que, a pesar del polvo y su barba rojiza desaliñada, el pelo descuidado y la piel ajada por el sol, no debía tener más de treintaytantos. Su aspecto era como el de cualquiera en el mundo de la oscuridad. Pero en sus ojos había un pequeño brillo de compasión y no tuvo miedo.
Se sintió con fuerzas para coger ella misma el cuenco.
- Muy bien - dijo Daniel ayudándola -, eso es. Cógelo tú y tómatelo; lo necesitas.
Tras asegurarse de que no se le iba a caer el cuenco de las manos, se echó hacia atrás, aún sentado, para dejarle a ella un poco más de espacio.
La chica dió algunos sorbos más y, algo más despierta, intentó hablar.
- Está bueno - dijo a duras penas, la voz salía rota de su garganta, y tosió de nuevo.
- Sólo es repugnante sopa instantánea - dijo él -, pero te vendrá bien.
Tras algunos sorbos más, en silencio, ella alzó un poco la mirada intentando distinguir dónde se encontraba. Él se adelantó y empezó a explicarle:
- Bueno, parece que ya estás más despejada así que te pondré en situación, ¿de acuerdo? - ella no dijo nada así que Daniel decidió continuar -. Esto es una especie de cobertizo o... cuartucho de herramientas, seguramente de un antiguo agricultor de estas tierras... antes. Estamos cerca de la gasolinera donde... - trató de buscar las palabras, temeroso de desestabilizarla ahora que parecía más tranquila - ... te atacaron - pero ella apenas se inmutó -. Te encontré y te traje aquí como pude. Estabas... bastante mal. No soy... - rectificó casi sin darse cuenta -... no "era" médico ni nada parecido pero creo que no tienes nada roto, aunque esa tos no me gusta nada. Suena a bronquitis, a neumonía o a algo que se le parece mucho. No tengo nada para eso; en la gasolinera encontré aspirina y paracetamol. Pero si hay infección necesitarás antibióticos... pero ya nos ocuparemos de eso. ¿Todo claro hasta aquí? No quiero agobiarte, acabas de despertar después de tres días que sólo hacías dormir y delirar...
Ella asintió y continuó bebiendo. Miró entonces, por primera vez reparando en ella misma, la ropa que llevaba puesta.
- Es un mono que encontré en una de las taquillas, en la gasolinera - dijo él adivinando su mirada -. Seguramente de la gente que trabajaba ahí. Tu ropa estaba... destrozada. Te curé y te... limpié lo mejor que pude. Afortunadamente tenemos un cargamento inmenso de toallitas de bebé, de esas húmedas.
- Gra... cias - dijo ella con dificultad aún para hablar - ¿Por... qué?
- ¿Que por qué te ayudé? - quiso asegurarse Daniel. Ella asintió. Lo primero que le vino a la cabeza fue "eso quisiera saber yo". Pero no lo dijo, claro - Bueno, no lo sé... y no tiene importancia ahora. Lo que quiero que comprendas es esto y es muy importante - dijo acercándose un poco más a ella -. Seguimos estando muy cerca y muy a la vista de esa gasolinera. Esos tipos... creo que son los mismos que... que te atacaron, siguen viniendo cada mañana a por agua. Necesitamos - lo recalcó con claridad - largarnos de aquí. Sé que aún estás muy débil pero es vital que repongas fuerzas y nos marchemos, antes de que les dé por echar un vistazo a este sitio. Tengo agua, tengo comida y un montón de cosas que he sacado de ahí. Sólo necesitamos que te sientas con fuerzas para caminar. Lo comprendes, ¿verdad?
Ella asintió, dando los últimos sorbos y tosiendo otra vez. Tras ello pudo preguntar con su quebradiza voz:
- A dónde...
- ¿Que a dónde iremos? - preguntó Daniel. Ella asintió levemente y él prosiguió - Bueno, queda claro que cuando te encuentres mejor puedes ir a donde quieras. Yo voy al sur. Siempre al sur... - entonces tornó su voz en una cómica y teatral tonalidad - ¡Al sur, señorita Teschmacher! ¡Al sur, al sur...! - ella le miraba impertérrita y él, algo azorado, volvió a su voz normal - Era de Supermán... una película, ya sabes... bah, no tiene importancia. Dame eso.
La chica había terminado el caldo y él recogió el cuenco. Luego la ayudó a echarse sobre el abrigo (también sustraído de los vestidores de la gasolinera) que usaba como almohada para ella.
- Eso es, descansa - dijo Daniel ayudándola -. Cuando despiertes, si te encuentras mejor probaremos a darte algo sólido para comer. Ahora no te preocupes, tienes que reponerte.
Ella cerró casi inmediatamente los ojos. Daniel volvió a echarse más hacia atrás y empezó a servirse algo de sopa en el mismo cuenco, de un pequeño cazo metálico que reposaba sobre un hornillo de gas, de ésos de cámping.
Entonces la voz de la chica, siseante, llegó hasta él:
- Era al norte...
- ¿Cómo? - preguntó él. Ella habló sin abrir los ojos, antes de caer en un profundo sueño:
- En Super... man... Lex Luthor decía... al norte... al norte...
Nada más entrar en la gasolinera, mientras los otros se ocupaban del agua, Marco fue a la estantería junto a la puerta, la más visible de las que quedaban en pie. Siempre con su escopeta recortada en las manos, se quedó observando, pensativo.
Lázaro entró después haciendo ruido y diciendo estupideces, como siempre. Al llegar hasta él, viéndolo tan ensimismado, se quedó a su lado mirando la estantería. Sin saber qué miraba en realidad, claro.
Lo que Marco miraba eran las dos conservas, lo único que había en la estantería. Los pequeños envases de cartón que envolvían las latas relucían con sus fotos de apetitosos mejillones y sardinas, respectivamente. Cogió una de ellas y la sostuvo en su mano, sonriendo después.
Sin entender absolutamente nada, Lázaro preguntó:
- ¿Qué pasa?
- Dejé estas dos conservas aquí ayer, bien visibles... para que las encontrara.
- Ajá. Y...
- Se llevó las latas, pero ha dejado las cajas exactamente como estaban. Descubrió mi trampa. Y me ha mandado un mensaje.
- ¿Un mensaje?... ¿en las latas? ¿de quién? - a Lázaro le iba a explotar la cabeza de intentar pensar - ¿Y que dice?
- Dice - dijo Marco para si mismo en realidad - "sé que eres listo, pero yo también".
- Tío - dijo Lázaro -, estoy flipando. No entiendo nada...
Marco por primera vez desde que se puso a su lado se dignó a mirar a su torpe compañero.
- Es inteligente - dijo -. Y ya conoces las órdenes de Eliseo: todo aquél que sepa hacer algo más que comer y cagar, debe ser reclutado - miró de arriba a abajo a Lázaro y añadió - ...aunque no sé por qué hizo una excepción contigo.
Sin más palabras, ignorando las farfulladas inconexas del otro, salió fuera, a la parte de los surtidores donde el tercero del grupo cargaba ya las garrafas de agua en las sillas de los caballos. Marco le habló con tono decidido:
- Tobías - el otro se giró para escucharle -, vuelve con los caballos, deja el agua y regresa con tres hombres más. Provisiones para varios días. Dile a Eliseo que salimos a cazar a un posible recluta.
Tobías no era mucho más inteligente que Lázaro, pero al menos tenía una cualidad: era obediente y fiel como un perro guardián. Sólo dijo:
- De acuerdo - y continuó sujetando las garrafas.
Mientras tras él Lázaro seguía protestando y quejándose ("tío, venga ya... de caza pero a quién... ahí no hay nadie... no quiero viajar de noche... los Nocturnos, tío ¿y si nos encontramos a los Nocturnos?...") Marco se giró otra vez hacia el lado opuesto a la carretera, hacia el campo. Se dió cuenta de que aún tenía en la mano el pequeño envase de cartón de una de las conservas. Lo aplastó y lo tiró contra el suelo mientras, sin dejar de otear el horizonte, pensaba: "Te encontraré... os voy a encontar a los dos".
(continuará)
Daniel estaba a menos de diez metros, oculto en la zanja que rodeaba el recinto tras los auto lavados de coches, agachado y con la mochila y la bolsa de lona donde llevaba la cantimplora y las botellas vacías. Inmóvil, casi procurando no respirar. Si el tipo daba unos pocos pasos hacia delante, le vería.
Otra voz de desde dentro del recinto sonó en una frase que no pudo entender y el que estaba fuera respondió:
- A lo mejor sigue viva. Joder, lo dudo mucho, la machacamos a base de bien pero quién sabe...
Entonces un segundo hombre salió por la misma puerta. Daniel asomó la cabeza lo mínimo imprescindible para poder verle. Sopesó la posibilidad de retroceder para volver al cobertizo pero la idea le parecía nefasta. Tras la zanja venían unos metros de pequeña elevación antes del enorme llano, que en tiempos debió ser un sembrado, seguidos de unos cuarenta o cincuenta metros de aridez muy plana. Le verían sin remisión. En la zanja, siempre que no se asomasen, estaba oculto.
- Pues juraría que estaba muerta - dijo el segundo en aparecer. Este no llevaba ningún arma en las manos, pero del cinturón pendía un enorme machete en un costado - , pero a fin de cuentas, ¿a quién coño le importa? La habrán sacado los coyotes, carroñeros... o los Nocturnos. ¿Qué más da?
- No han sido los coyotes - argumentó el primero. Sólo por la forma de hablar Daniel supo que este era más inteligente. Por tanto, más peligroso -. Y los carroñeros se la hubieran comido ahí dentro. ¿Para qué iban a sacarla? Además, mira los surcos de sangre que hay en el suelo. La agarraron por los brazos y la sacaron arrastrándola.
- Bueno, ¿y qué? - insistió el otro (el idiota).
- Que alguien ronda por aquí... y no me gusta no saber quién es.
Una tercera voz dijo algo desde dentro. "Joder, son tres", pensó Daniel que, aunque en ningún momento había sopesado la posibilidad de enfrentarse a ellos, con cada aparición lo descartaba aún más. No tenía más arma que su navaja, la cual sólo usaba como herramienta, y nunca había sabido pelear. Cuando había un mundo, antes de la oscuridad, antes del apagón, Daniel era de esos tipos que en un bar, o en una trifulca de tráfico, hacía lo imposible por evitar una pelea.
Aun así tenía la navaja en la mano, pero... "tres nada menos. Y con armas".
- Venga, vámonos - dijo el idiota -, ya tenemos el agua. Que se pudra y se la coman los gusanos - y volvió hacia dentro dejando solo al primero (al listo), que seguía igual, oteando el horizonte .
El de la escopeta aún se quedó unos segundos más, quieto, en silencio, lo cual ponía aún más nervioso a Daniel ("aterrorizado" es la palabra). Pero finalmente oyó sus pasos alejarse mientras, un poco más lejos, relinchaban los caballos.
En este nuevo sueño se encontraba en su antigua casa, en el jardín con las mesas y las butacas de terraza blancas, el vallado de madera y la portezuela que nunca cerraba del todo bien. Pero, más allá de la cerca, donde debería estar la calle y las casas de enfrente, había una playa. Un embravecido océano de aguas oscuras agitaba su manto de agua y hacía que pequeñas gotas fugitivas impactasen en su rostro, como imperceptible metralla de agua salada. Parecía el mar que se forma en una tormenta.
Miró a su lado y sentado junto a ella en otra silla, como muchas tardes de verano y primavera, su padre miraba al mar mientras fumaba un cigarrillo, aparentemente complacido del espectáculo. Sin poder dejar de mirarle, de reconocer (incluso en lo desdibujado del sueño) su rostro amable, sus ojos de serenos párpados algo caídos por la edad y su barba escasa y canosa, perfectamente recortada y cuidada, se atrevió a hablar, sin estar muy segura de si podría hacerlo.
- Papá - pudo decir mientras sentía brotar las lágrimas. El hombre giró la cabeza y le sonrió con dulzura. Su sola mirada bastaba para apaciguarla, siempre había bastado con eso -, ¿estoy muerta? ¿He muerto, papá?
- Claro que no, pequeño pony - dijo con su voz grave y templada, llamándola como siempre había hecho cariñosamente, desde muy pequeña -. Nunca morimos del todo en realidad, pero puedes estar segura de que tú no lo estás. Ni un poquito.
- Papá quiero volver... quiero que esto acabe, quiero irme de aquí - sintió que él la escuchaba, pero no sabía si podía entender -. No me importa morir si esto acaba. Quiero volver con vosotros, papá...
Mientras él sólo la miraba y sonreía el mar se enrabietaba más y más. Olas gigantescas enpezaron a formarse frente a ellos. El hombre se puso en pie, dando otra calada al cigarrillo y acercándose a la valla, a la portezuela.
- Vas a tener que continuar, pequeño pony - dijo mientras empezaba a abrir la pequeña puerta de madera, pintada de blanco -, tendrás que resistir por mí. Por todos nosotros.
Mientras hablaba el rostro del hombre empezó a desmoronarse, como si estuviese hecho de arena y el viento la estuviese erosionando. Su expresión y tono de voz, todo ello enfocado a mostrar su amor, seguían imperturbables. Pero ella empezaba a estar cada vez más aterrorizada.
-¡No, papá! ¡No te vayas, quiero ir contigo...! - empezó a decir. A gritar más bien porque el sonido de la tormenta era cada vez mayor y más ensordecedor.
- Recuerda, pequeño pony. Recuerda lo más importante. La clave de todo - dijo ya con media cabeza borrada.
- ¡Qué, papá! ¿Qué es?
- Bebe - dijo la voz -, tienes que beber un poco, vamos.
La semioscuridad del pequeño espacio en el que estaban (ella no podía distinguir exactamente dónde) no dejaba ver gran cosa, pese a que hacía calor por lo que aún debía ser de día. Alguien sostenía junto a su boca un cuenco o una taza con un líquido caliente. Olía bien y dió un sorbo. La reconfortó inmediatamente al pasar por su garganta y su cuerpo enseguida pidió más. Poco a poco sus ojos empezaron a distinguir mejor.
Frente a ella quien sostenía el cuenco era un hombre que, a pesar del polvo y su barba rojiza desaliñada, el pelo descuidado y la piel ajada por el sol, no debía tener más de treintaytantos. Su aspecto era como el de cualquiera en el mundo de la oscuridad. Pero en sus ojos había un pequeño brillo de compasión y no tuvo miedo.
Se sintió con fuerzas para coger ella misma el cuenco.
- Muy bien - dijo Daniel ayudándola -, eso es. Cógelo tú y tómatelo; lo necesitas.
Tras asegurarse de que no se le iba a caer el cuenco de las manos, se echó hacia atrás, aún sentado, para dejarle a ella un poco más de espacio.
La chica dió algunos sorbos más y, algo más despierta, intentó hablar.
- Está bueno - dijo a duras penas, la voz salía rota de su garganta, y tosió de nuevo.
- Sólo es repugnante sopa instantánea - dijo él -, pero te vendrá bien.
Tras algunos sorbos más, en silencio, ella alzó un poco la mirada intentando distinguir dónde se encontraba. Él se adelantó y empezó a explicarle:
- Bueno, parece que ya estás más despejada así que te pondré en situación, ¿de acuerdo? - ella no dijo nada así que Daniel decidió continuar -. Esto es una especie de cobertizo o... cuartucho de herramientas, seguramente de un antiguo agricultor de estas tierras... antes. Estamos cerca de la gasolinera donde... - trató de buscar las palabras, temeroso de desestabilizarla ahora que parecía más tranquila - ... te atacaron - pero ella apenas se inmutó -. Te encontré y te traje aquí como pude. Estabas... bastante mal. No soy... - rectificó casi sin darse cuenta -... no "era" médico ni nada parecido pero creo que no tienes nada roto, aunque esa tos no me gusta nada. Suena a bronquitis, a neumonía o a algo que se le parece mucho. No tengo nada para eso; en la gasolinera encontré aspirina y paracetamol. Pero si hay infección necesitarás antibióticos... pero ya nos ocuparemos de eso. ¿Todo claro hasta aquí? No quiero agobiarte, acabas de despertar después de tres días que sólo hacías dormir y delirar...
Ella asintió y continuó bebiendo. Miró entonces, por primera vez reparando en ella misma, la ropa que llevaba puesta.
- Es un mono que encontré en una de las taquillas, en la gasolinera - dijo él adivinando su mirada -. Seguramente de la gente que trabajaba ahí. Tu ropa estaba... destrozada. Te curé y te... limpié lo mejor que pude. Afortunadamente tenemos un cargamento inmenso de toallitas de bebé, de esas húmedas.
- Gra... cias - dijo ella con dificultad aún para hablar - ¿Por... qué?
- ¿Que por qué te ayudé? - quiso asegurarse Daniel. Ella asintió. Lo primero que le vino a la cabeza fue "eso quisiera saber yo". Pero no lo dijo, claro - Bueno, no lo sé... y no tiene importancia ahora. Lo que quiero que comprendas es esto y es muy importante - dijo acercándose un poco más a ella -. Seguimos estando muy cerca y muy a la vista de esa gasolinera. Esos tipos... creo que son los mismos que... que te atacaron, siguen viniendo cada mañana a por agua. Necesitamos - lo recalcó con claridad - largarnos de aquí. Sé que aún estás muy débil pero es vital que repongas fuerzas y nos marchemos, antes de que les dé por echar un vistazo a este sitio. Tengo agua, tengo comida y un montón de cosas que he sacado de ahí. Sólo necesitamos que te sientas con fuerzas para caminar. Lo comprendes, ¿verdad?
Ella asintió, dando los últimos sorbos y tosiendo otra vez. Tras ello pudo preguntar con su quebradiza voz:
- A dónde...
- ¿Que a dónde iremos? - preguntó Daniel. Ella asintió levemente y él prosiguió - Bueno, queda claro que cuando te encuentres mejor puedes ir a donde quieras. Yo voy al sur. Siempre al sur... - entonces tornó su voz en una cómica y teatral tonalidad - ¡Al sur, señorita Teschmacher! ¡Al sur, al sur...! - ella le miraba impertérrita y él, algo azorado, volvió a su voz normal - Era de Supermán... una película, ya sabes... bah, no tiene importancia. Dame eso.
La chica había terminado el caldo y él recogió el cuenco. Luego la ayudó a echarse sobre el abrigo (también sustraído de los vestidores de la gasolinera) que usaba como almohada para ella.
- Eso es, descansa - dijo Daniel ayudándola -. Cuando despiertes, si te encuentras mejor probaremos a darte algo sólido para comer. Ahora no te preocupes, tienes que reponerte.
Ella cerró casi inmediatamente los ojos. Daniel volvió a echarse más hacia atrás y empezó a servirse algo de sopa en el mismo cuenco, de un pequeño cazo metálico que reposaba sobre un hornillo de gas, de ésos de cámping.
Entonces la voz de la chica, siseante, llegó hasta él:
- Era al norte...
- ¿Cómo? - preguntó él. Ella habló sin abrir los ojos, antes de caer en un profundo sueño:
- En Super... man... Lex Luthor decía... al norte... al norte...
Nada más entrar en la gasolinera, mientras los otros se ocupaban del agua, Marco fue a la estantería junto a la puerta, la más visible de las que quedaban en pie. Siempre con su escopeta recortada en las manos, se quedó observando, pensativo.
Lázaro entró después haciendo ruido y diciendo estupideces, como siempre. Al llegar hasta él, viéndolo tan ensimismado, se quedó a su lado mirando la estantería. Sin saber qué miraba en realidad, claro.
Lo que Marco miraba eran las dos conservas, lo único que había en la estantería. Los pequeños envases de cartón que envolvían las latas relucían con sus fotos de apetitosos mejillones y sardinas, respectivamente. Cogió una de ellas y la sostuvo en su mano, sonriendo después.
Sin entender absolutamente nada, Lázaro preguntó:
- ¿Qué pasa?
- Dejé estas dos conservas aquí ayer, bien visibles... para que las encontrara.
- Ajá. Y...
- Se llevó las latas, pero ha dejado las cajas exactamente como estaban. Descubrió mi trampa. Y me ha mandado un mensaje.
- ¿Un mensaje?... ¿en las latas? ¿de quién? - a Lázaro le iba a explotar la cabeza de intentar pensar - ¿Y que dice?
- Dice - dijo Marco para si mismo en realidad - "sé que eres listo, pero yo también".
- Tío - dijo Lázaro -, estoy flipando. No entiendo nada...
Marco por primera vez desde que se puso a su lado se dignó a mirar a su torpe compañero.
- Es inteligente - dijo -. Y ya conoces las órdenes de Eliseo: todo aquél que sepa hacer algo más que comer y cagar, debe ser reclutado - miró de arriba a abajo a Lázaro y añadió - ...aunque no sé por qué hizo una excepción contigo.
Sin más palabras, ignorando las farfulladas inconexas del otro, salió fuera, a la parte de los surtidores donde el tercero del grupo cargaba ya las garrafas de agua en las sillas de los caballos. Marco le habló con tono decidido:
- Tobías - el otro se giró para escucharle -, vuelve con los caballos, deja el agua y regresa con tres hombres más. Provisiones para varios días. Dile a Eliseo que salimos a cazar a un posible recluta.
Tobías no era mucho más inteligente que Lázaro, pero al menos tenía una cualidad: era obediente y fiel como un perro guardián. Sólo dijo:
- De acuerdo - y continuó sujetando las garrafas.
Mientras tras él Lázaro seguía protestando y quejándose ("tío, venga ya... de caza pero a quién... ahí no hay nadie... no quiero viajar de noche... los Nocturnos, tío ¿y si nos encontramos a los Nocturnos?...") Marco se giró otra vez hacia el lado opuesto a la carretera, hacia el campo. Se dió cuenta de que aún tenía en la mano el pequeño envase de cartón de una de las conservas. Lo aplastó y lo tiró contra el suelo mientras, sin dejar de otear el horizonte, pensaba: "Te encontraré... os voy a encontar a los dos".
(continuará)
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