"ARDE"
Capítulo 1: Su nombre de guerra
Aún no sé qué saldrá de todo esto, pero quiero dejar de pensar en ello. Quiero que esta ansiedad desaparezca para siempre y poder volver a mirar en mi interior sin miedo a lo que pueda encontrar, escondido en los cajones del fondo de mi memoria.
A que el mismo rostro de siempre, el que me persigue cuando sueño, el que se revela como una fotografía en mis párpados cada vez que cierro los ojos me observe con esa mirada punzante y turbia que tanto desordenó mi interior.
No deseo ser el que era; eso lo sé. Pero tampoco quiero ser este que soy ahora.
De alguna forma o de otra siempre acabo en el mismo sitio, maldita sea. Se deshojan las horas y aquí sigo, bajo la luz eléctrica, ante el papel en blanco y con la agradable pluma estilográfica en la mano, deseando que todo empiece a fluír para que todo acabe.
Y ante el impulso de escribir el comienzo, de plasmar el primer recuerdo, me ataca la misma duda: ¿servirá de algo? ¿Conseguiré librarme de la carga que llevo en mis hombros escribiendo sobre ello? Es una carga muy pesada, os lo aseguro.
Hablamos de una vida humana, joder...
No lo sé. Demasiado tiempo, demasiada obsesión. La cabeza me dice que sí, que adelante. Que plasmarlo en el papel será la única catarsis posible para no seguir regresando al mismo lugar. Pero luego el impulso se queda en nada. Detengo mi mano y trato de imaginar qué puede salir de estas hojas... de mi cabeza. Tal vez sea lo mejor y no lo sabré hasta que no lo haga.
Así que, aunque dentro de unos cuantos folios pueda arrepentirme, será cuestión de echarle pelotas al asunto y empezar de una vez. Dentro de poco me vencerá el sueño y cuando amanezca supongo que parte de la ansiedad habrá desaparecido. Volveré a leer estas líneas y tiraré todo esto a la basura; siempre ocurre igual.
Hasta que dentro de un tiempo cuando otro hecho casual e insignificante volverá a golpearme con un directo de recuerdos y de nuevo comenzará todo el proceso. Otra vez me sentaré aquí a oscuras, mientras la ciudad duerme, a dudar entre olvidarme de todo o contármelo a mí mismo para no olvidarlo mientras viva.
Llevo demasiado tiempo sin escribir; supongo que se nota. Antes era lo que más me apasionaba, lo hacía continuamente. No había para mí nada mejor que inventar historias, largas o cortas, crear personas imaginarias, buenas o malas, y llenar hojas y hojas. Todo por puro placer, desde luego. No creo tener ni las aptitudes ni el talento ni el genio para ser escritor; uno de verdad. Pero es una buena forma de canalizar energías que, de otra forma, ocuparían un espacio en mi cabeza que necesito para asuntos más importantes. Nada de lo escrito hasta ahora ha traspasado los ámbitos de mis amistades, de revistas de aficionados y de algunos concursos locales.
Esta vez será diferente. Esta vez no inventaré la historia y yo seré uno de los personajes. Y sólo espero que el final sea este; un tipo que recuerda algo terrible y escribe sobre ello, porque no puede encontrar otro modo de dar un cierto sentido a lo que pasó. Y porque, si no lo hace, la historia podría devorarle, mascarle como un chicle y destrozar una vida de la que aún se podría sacar algún provecho; digo yo...
Pero debería dejar ya los rodeos y tirarme a la piscina o no empezaré nunca. Podría empezar con lo sucedido esta noche, ese encuentro casual (como eran siempre) que vuelve a desenterrar la obsesión, como un cadáver putrefacto. Que vuelve a desmontar de un soplido el castillo de naipes que llevo meses levantando cuidadosamente.
Que vuelve a llevarme a ella... pero no. Dejemos eso, lo ocurrido hoy, para el final y empecemos por el principio. Por aquellos tiempos del cambio de era y mis treinta y dos años...
Eran muchas las razones por las que me gustaba aquella librería, "Agua", escondida en su pequeño hueco de la calle Granada, una de las más antiguas y ahora comerciales de nuestra ciudad. Y de las más conocidas y transitadas por turistas y visitantes. En pleno centro.
Me gustaba porque tenía libros raros y difíciles de encontrar en otros sitios, muchos de segunda mano. Porque olía a papel viejo y polvo sabio. Porque su luz era rara y combustible. Y sobre todo me gustaba por Susana.
Siempre mirando desde atrás, como un gato que te estudia, con un pitillo en el cenicero y un libro abierto sobre el mostrador con el marcapáginas al lado que nunca parecía leer, aunque luego era capaz de recitarte párrafos de memoria. Por entonces aún no sabía demasiado de Susi, como la llamaba todo el mundo, pero intuía que ya era más de lo que conocía sobre ella la mayoría. Sospechaba que no era tan de hierro como parecía, con su pelo liso y débilmente rubio, sus rasgos algo egipcios y sus ojos negros tan profundos como el túnel que baja a una mina de carbón. Si te miraba bien, te disparaba. Si te hablaba con su voz aterciopelada y tersa, con su acento que no era andaluz ni de ningún sitio en realidad, la escuchabas sin más opción. Más delgada que muchas modelos y más demacrada que muchos veteranos de guerra, seguía siendo enigmática y hermosa.
Sospechaba también que debía haberlas pasado putas, no sé bien por qué, pese a que debía tener sólo cuatro o cinco años más que yo. Aunque aparentaba más.
Pese a que nos caíamos bien y de que conmigo tenía más trato que con cualquier otra persona de la que yo tuviese constancia, la mayor parte de su vida de antes de abrir y empezar a regentar la pequeña librería, sólo un par de años antes, era un completo misterio oculto entre medias verdades y evasivas. Cuando hablaba de su vida anterior era como preguntarle a tu amigo despistado dónde está aparcado el coche; "oh sí, sé que está por aquí. Por alguna parte..."
Yo compraba todos mis libros allí, pero la mayoría de las veces sólo pasaba a saludar y charlar. Ella solía aprovechar mis visitas para sacarme tabaco y para enviarme al bar más cercano a por café. No sé si éramos amigos, pero lo parecíamos.
No solía haber demasiada gente a la vez en la librería y aquella tarde de diciembre (aquí debería escribir "nunca lo olvidaré", como hacen los malos escritores, pero joder, es que es terriblemente cierto) me pareció al entrar que estaba sola, sentada en su taburete tras el mostrador y revisando unos catálogos de una editorial.
Ya había anochecido pese a que no eran más de las siete de la tarde y yo acababa de salir del trabajo. Me apetecía tomar una cerveza rápida antes de irme a casa y tenía la esperanza de que aquella fuera una de las escasísimas ocasiones en que aceptaba acompañarme.
- Sí, tal vez - me dijo sorprendentemente jovial -. Además, hoy tengo hambre.
- Ah, pues nos vamos ahí al mesón - propuse -. O si no al O´Neill´s y tapeas algo.
- Vale, pero aún tendrás que esperar un trato a que cierre - me dijo mirando el reloj de la pared.
- Tranquila, no hay prisa.
Luego pasé a informarle de lo mucho que me estaba gustando el libro que me había recomendado y que yo le había comprado hacía un par de semanas; una biografía interesantísima y muy completa de Stanley Kubrick del que ella sabía, a fuerza de ser yo muy pesado, que era mi cineasta favorito. Susi ya conocía mis gustos mejor que yo mismo y cuando me recomendaba un libro, solía acertar.
Mientras charlábamos sobre ello alguien salió de la parte más al fondo de la librería, detrás y a la derecha del mostrador, que era donde se ordenaban los libros esotéricos, de medicinas alternativas y otras cursiladas que a ambos nos hacía bastante gracia pero que se vendían sorprendentemente bien, y se acercó al mostrador en silencio y con cierta premura. Yo me aparté un poco para dejarle espacio mientras Susi cogía un par de libros y consultaba sus precios. No dijo nada, sólo puso los libros sobre el mostrador. La observé.
Era una chica, furiosamente pelirroja, de baja estatura y parecía que delgada, aunque era difícil saberlo por la gruesa trenca de lana que llevaba, de múltiples colores. El pelo incandescente, rizado y muy espeso, le caía hasta más allá de los hombros y le tapaban a mis ojos toda la cara, ya que estaba a su lado y la veía de perfil. Sus manos eran pequeñas, de dedos muy largos y delgados y llenos de anillos raros.
Susi le dijo amablemente el precio total y ella dejó un billete sobre el mostrador, y entonces me fijé en esa mano con la que había deslizado el dinero, la derecha. La piel del dorso y la muñeca, todo cuanto podía ver que no ocultaba la ancha manga de lana, estaba cruelmente demacrada por lo que parecía una vieja y grave quemadura.
Y en ese momento, sin saber bien por qué, pensé que quizá llevaba el pelo tan largo y echado sobre la cara para ocultarlo un poco; es decir, porque también lo tenía desfigurado.
Pero dicha idea sólo sobrevivió unos segundos, porque cuando recogió el cambio y los libros y se giró para marcharse, pasando a mi lado, pude verla bien durante un instante.
No sólo no estaba desfigurada sino que era una auténtica belleza. Tenía un rostro ovalado y pequeño, casi perfecto. La piel muy blanca y con una nube de pecas por la nariz y las mejillas, como muchas pelirrojas. Y unos enormes ojos de un azul oscuro absolutamente increíble.
Me miró sólo por unas décimas de segundo antes de sobrepasarme y salir, desapareciendo calle abajo, pero me bastaron para resolver que eran los ojos más apabullantes que había visto en mi vida. Aún a día de hoy no he visto nada igual.
- Es guapa, ¿eh? - dijo Susi a mi espalda. Yo no me había dado ni cuenta pero la había seguido con mi cuerpo mientras se marchaba y me había quedado como un gilipollas mirando a la puerta de la calle, dando la espalda a Susana. Me giré, volviendo al planeta Tierra, para contestarle.
- Sí, no estaba mal. Muy joven para mí, supongo... - dije tratando de no parecer impresionado.
- Ya, ya... mientes relativamente bien para ser hombre, ¿sabes? - me dijo, casi divertida por mi turbación - Pero mientes. No te cortes por mí, eh. No soy celosa y sí la primera en admitirlo; esa cría es increíble. Por más que intente disimularlo con el pelo sobre la cara y la ropa hippie.
Me sorprendía bastante oír a Susana hablando así de alguien; por norma general la gente no solía interesarle mucho. Y menos aún su físico. Luego añadió algo más que en parte explicaba su interés y en parte lo volvía más enigmático:
- Pero te digo una cosa: esa niña me pone nerviosa...
Una hora después, tomando unas pintas de Guinnes negra en el O´Neill´s, me contó que iba a veces por la librería, siempre sola, siempre en silencio. Pero no con una actitud tímida o asustadiza, sino con el temple y la confianza de un depredador sigiloso.
Solía comprar libros como aquellos, de hierbas medicinales, naturismo, acupuntura y fisioterapias. Nunca ficción. Nunca preguntaba nada ni hacía encargos. Sólo olisqueaba entre los libros, los pagaba y se iba.
- Suelo tener un sexto sentido para la gente así, ¿sabes? - dijo después de un sorbo espumoso con seguridad, no con presunción. Yo no acababa de entenderla del todo; para mí sólo parecía una joven algo extraña.
- Así... ¿como? - pregunté confuso.
- Intranquilizadora - dijo -. He conocido a algunos así a fuerza de palos.
- Algún día vas a tener contarme algo más de tu vida, Susi - le dije yo, casi suspirando -. No puedo soportar tanto misterio.
- Quedan muchas cervezas para eso todavía - me replicó casi sonriendo. Luego volvió a sonar seria -. Pero hazme caso; si alguien te parece así... huye. A veces la primera impresión sí que es la buena.
Dani era prácticamente mi único amigo por aquél entonces pero, de haber tenido más, él habría sido el mejor. Colegas muchos, claro; pero un amigo es otra cosa.
Nos concíamos casi desde críos y aunque nuestros trabajos nos habían distanciado un poco en el día a día, inevitablemente los fines de semana ambos éramos el primero al que el otro acudía. Él siempre ha sido un punto más lanzado, más golfo, más visceral que yo. Él era el divertido, el juerguista y el imán de las chicas. Era el acelerador y yo el freno. Él sacaba a las chicas a bailar mientras yo intentaba impresionarlas con mi verborrea. Él se las llevaba a la cama mientras yo las invitaba a cenar y al cine en versión original. Luego, cuando él terminaba las relaciones con la delicadeza de la Goma-2, venían a mi hombro a llorar y yo aprovechaba las sobras, si se terciaba. Ambos nos sentíamos a gusto en nuestros papeles y de ahi las pocas fisuras de nuestra amistad.
La edad no le había suavizado demasiado pero sí que le otorgó un matiz más cínico y una visión más agridulce de la vida que al muy cabrón aún le hacían más atractivo. Metido ya en los treinta como yo, ni se planteaba la posibilidad de asentarse sentimentalmente (yo no es que no quisiera; es que no encontraba con quien). "La convivencia, haya anillo de por medio o no, es lo único capaz de matar el verdadero amor", decía. Y luego venía el gran final a una de sus frases favoritas: "El día que a la chica no le importe que entres en el baño mientras caga, sal huyendo".
Yo solía pincharle con eso y le aseguraba que algún día le vería con la mujer y los críos yendo a ver la cabalgata de Reyes. "Calla, calla... que vomito", decía.
Odiaba su trabajo (en las oficinas de una caja de ahorros) tanto como yo el mío (en un despacho de gestión de fincas y comunidades de vecinos), pero ambos disfrutábamos gastando gran parte de la paga en bares y saraos. Su piso en calle Victoria era aún más pequeño que el mío en Fuente Olletas (apenas a quinientos metros el uno del otro), pero estaba más cerca del centro y los bares que el mío. Dani pasaba de coche e iba a todas partes andando, mientras que yo no sabía ir ni a por tabaco si no era a bordo de mi Ibiza blanco.
Diferentes pero muy parecidos. Estando con él la ví por segunda vez.
Era viernes ya cerca de las tres de la madrugada. Habíamos estado en un garito, el Village Green, viendo un concierto acústico de Julián Hernández, el de Siniestro Total, que había dado un recital de blues y rock en acústico de padre y muy señor mío. Al acabar y aunque el sueño tras un día laborable empezaba a dañar nuestras neuronas, decidimos tomarnos la penúltima en otro local del centro, el Roadhouse. Sólo tuvimos que recorrer unos pocos metros hasta entrar y, abriéndonos paso entre el gentío, llegar a la barra, aún con los decibelios de buena música resonando en nuestras cabezas. Como muchos bares ya empezaban a cerrar a aquellas horas, los que iban resistiendo como aquél estaban atestados de gente. Tuvimos que hacernos sitio en la barra casi a empujones.
- ¡Joder, qué bulla!- exclamó Dani al conseguir poner los codos sobre el mármol húmedo - Pero, ¿a qué hora se van a dormir estos niñatos?
En los últimos tiempos bromeábamos mucho sobre el innegable hecho de que empezábamos a sacar algunos años de ventaja a la mayoría de jóvenes que poblaban las noches del centro. Al principio decíamos cosas como ésa: "Joder, últimamente por el centro sólo salen niñatos". Fue sobrecogedor descubrir que éramos nosotros los que íbamos envejeciendo, aunque también nos aportaba un cierto grado de superioridad, para qué negarlo. A ojos de una cría de veinte añitos éramos mucho más interesantes que un chaval de su edad. Y en el amor y la guerra, todo vale.
El ambiente estaba denso y cargado, con poca luz, mucho humo y la música muy alta. Con nuestras espaldas en la barra y las botellas en la mano mirábamos la fauna nocturna que poblaba el local. Costaba mucho entenderse así que apenas hablábamos.
Entonces comenzó a sonar una canción que me gustaba mucho por aquél entonces, "New born", del grupo Muse. Y sin saber por qué, mientras más o menos seguía el ritmazo con los hombros, me fijé en una escena que se estaba produciendo a escasos metros.
Junto a la entradita arqueada que daba acceso a los servicios, una chica de pelo corto muy arreglada discutía acaloradamente con otras dos de pintas parecidas. Debían ser amigas porque el motivo de la discusión parecía ser otro. A cada momento la del pelo corto señalaba y las otras miraban en esa dirección, al otro lado del bar. Un par de chicos estaban con ellas y parecían pertenecer al mismo grupo, aunque no participaban en la discusión, incluso se sonreían entre ellos, como si fuese un asunto de chicas sin mucha importancia.
De pronto todos callaron y miraron en la misma dirección, donde antes señalaba la chica. Seguí sus miradas y ví lo que avanzaba hacia ellas. Estatura más bien pequeña, chaqueta de cuero roja muy desgastada y una masa de cabellos rizados del color de la lava que tapaban casi por completo el perfil de un rostro que yo no necesité ver. Lo recordaba perfectamente. Le dí unos codazos a Dani como aviso y le indiqué que mirara en dicha dirección.
- Esa es la niñata - dije, un poco despectivamente para no aparentar estar muy impresionado - de la que te hablé el otro día. La que estaba en la librería de Susi.
- Sí, ya me acuerdo... a ver, no la veo bien.
Seguimos observando mientras ella avanzaba hacia el fondo del bar. El grupo de amigos y amigas no le quitaba ojo de encima. Al llegar a su altura por fin, la del pelo corto la sujetó del brazo y se puso a hablarle coléricamente. Pude ver fugazmente que "mi pelirroja" llevaba una media de cerveza en una mano.
Entonces me acordé de las palabras de Susi y tuve un mal presentimiento: "Gente intranquilizadora..."
Ella hizo un brusco gesto para zafarse de la otra quien pareció enfadarse aún más y la empujó. La pelirroja no se lo pensó y le reventó la botella en la cabeza, justo sobre la oreja derecha.
Es aterrador lo que se puede formar en un bar pequeño y cargado de gente como era el Roadhouse aquella noche cuando hay un follón así. En un segundo los gritos, los empujones, las caídas y el caos más absoluto infectaron el tugurio, que evolucionó en segundos de bar de copas a zona de guerra sin tiendas de campaña de la ONU.
A Dani lo tiraron al suelo, mi cerveza salió despedida de mi mano como si le hubiesen puesto un cohete y un tipo gordo con una camiseta negra pasó volando por encima de mi cabeza, lo juro.
Yo no corrí y no por valentía, sino porque la inundación humana que escapa de allí como el agua de una tubería rota me arrastraba hacia la calle sin remedio.
Pude echar un último vistazo hacia atrás antes de que el bar me vomitase por sus puertas y la ví. Allí estaba, repartiendo patadas con sus botas de soldado a todo bicho viviente que se le acercaba. "Esa no sale viva de aquí", fue lo último que pensé antes de salir despedido al exterior.
Ya en la calle el revuelo no era menor. La gente alterada que había escapado se unía a la gente curiosa que llegaba de todos lados, colapsando la estrecha calle Álamos de coches y de follón. La policía tardó varios minutos en llegar y durante todo ese tiempo yo no le había quitado ojo a la puerta del bar. No la había visto salir. "¡Qué mal rollo!", pensé.
Fue casi lo mismo que me dijo Dani cuando al fin me encontró entre el gentío en la acera de enfrente. Parecía indemne aunque muy nervioso y pálido. La violencia le gustaba tan poco como a mí.
- ¡Joder, tío - me dijo encendiendo un pitillo y ofreciéndome otro -, ha sido como ser arrollado por un tsunami! Te juro que ha habido un momento en que mis pies no tocaban el suelo mientras iba hacia la puerta. Y encima me han puesto perdido de cerveza y de cubatas... hemos tenido suerte, socio.
- Ya ves... - dije yo prestando toda mi atención a lo que ocurría enfrente.
Los nacionales salían del bar escoltando a la chica del pelo corto, que apretaba la camiseta de alguien sobre su oreja derecha. Su pandilla iba alrededor, vociferando a los policías unos y hablando por sus móviles otros. La víctima lloraba visiblemente descompuesta.
Ni rastro de ella.
- No puede ser... - dije para mí -... no ha podido desaparecer.
- ¿Qué? - preguntó Dani que no me había entendido con tanto jaleo.
- La chica... la pelirroja. Estoy seguro de no haberla visto salir aún... pero no está, o la hubiesen sacado los maderos.
- A lo mejor está tirada en el suelo hecha mierda... eran cinco contra ella.
Negué con la cabeza.
- Entonces la policía no prestaría tanta atención a esa, que sólo lleva un botellazo... - le expliqué señalando a la del pelo corto, a la que ayudaban a subir al asiento de atrás de un coche patrulla. Uno de los chicos subió con ella y los demás explicaban alterados lo ocurrio a los otros agentes - No, te digo que no sé cómo pero se ha esfumado.
- Pues es una buena combinación de genes la nenita. Un cruce entre Houdini y Bruce Lee...
Reímos nerviosamente. Dani aún parecía asustado. Yo, además, intrigado.
Una vez pasado el revuelo y sin otro motivo que nos retuviese allí, decidimos marcharnos a casa. Nos despedimos allí mismo ya que como mi coche estaba aparcado cerca de El Molinillo, a él le salía más a cuenta irse a su estudio andando, apenas a cien metros.
Yo recorrí toda la calle Álamos fumando absorto en mis pensamientos. Luego enfilé calle Ollerías, oscura y solitaria a aquellas horas, y apenas me crucé con nadie en muchos metros de acera.
Hacía bastante frío. El invierno, al igual que el verano, cada vez eran más crudos, como si el clima mediterráneo estuviese dando paso, año tras año, a uno más continental. Seguramente todo será culpa de la capa de ozono, el efecto invernadero o cualquier putada de esas.
Por delante de mí empezó a llegar un crujido metálico y correoso. Una vez, otra y otra más, a breves intervalos. Distinguí lo que era antes de verlo: alguien intentaba arrancar un ciclomotor con los pedales, al parecer sin mucho éxito.
La acera se abrió hacia la derecha en una especie de plazoleta cuadrada en la que sólo había unos bancos destrozados y unas jardineras con unos arbolitos y muy pocas plantas, pero perfectas para que hicieran sus cosas los chuchos.
Y me encontré con ella.
Estaba subida en un destartalado ciclomotor, tipo scooter de color negro, que aún seguía con las patas metálicas apoyadas en el suelo. Ella estaba encima, tratando de hacerlo funcionar con la patilla de arranque (no debía funcionar el botón eléctrico de encendido) al parecer con pocos resultados.
Como me daba la espalda no me vió llegar. Yo supe que era ella sólo con ver su chupa de cuero rojo y su pelo de fuego.
- ¿Te ayudo? - dije con suavidad para no sobresaltarla aunque fue inútil. Giró el torso tan bruscamente casi perdió el equilibrio.
Me clavó aquellos enormes ojos azul oscuro con un gesto entre sorprendida y desafiante.
- ¿Qué? - exclamó con una voz más ronca de lo esperado. Entonces, durante un instante, pude fijarme en sus señales de lucha. Tenía un enrojecimiento, que en menos de una hora sería un moratón, en el pómulo izquierdo. En el cuello se le habían dibujado varios arañazos sanguinolentos y quedaba algún indicio que de que había sangrado por la nariz. "Casi nada ", pensé. "Eran cinco contra ella..."
O mejor dicho, ella contra cinco.
Y Susana tenía razón en una cosa: si te miraba como me miraba a mí en aquél instante daba miedo. El miedo que produce un animal acorralado, puede que más pequeño y más débil que tú, pero que se te enfrenta con la desesperación del que no tiene nada que perder. Era una mirada que atravesaba, que quemaba, que ardía. Parecía poder ver dentro de tí, escudriñar en tu interior, hurgar entre tus vísceras para encontrar tu punto flaco.
Luego descubrí que era capaz de eso y de mucho más, pero ya en ese momento me produjo un inmenso respeto. Y más después de lo que había visto en el Roadhouse hacía menos de una hora.
Traté de mostrarme pacífico. Gandhi a mi lado, en aquél momento, hubiese parecido una bestia asesina.
- Nada, que si me dejas que lo intente yo.
Ella volvió a darme la espalda y continuó dando patadas al pedal de arranque.
- No. Yo puedo. Piérdete - me escupió.
Dudé un instante pero decidí echarle valor y me acerqué a ella por su lado con aire muy tranquilo. La hermana Teresa de Calcuta, una psicótica pasada de tripis.
- Así la estás ahogando, socia - le dije haciendo el gesto de ir a coger el manillar. Ella lo soltó con rabia y me miró aún peor.
- ¡Joder!
Levanté las manos en son de paz.
- Ey, ey... tranquila, chica; no te alteres, sólo intento ayudar...
Seguía mirándome como si quisiese matarme, pero su respiración se fue relajando.
- Va, a la mierda... - dijo bajándose de la moto -. Haz lo que te dé la gana.
Se quedó a mi lado, sacando un arrugado paquete de Ducados (negro) del bolsillo de su chupa y encendiendo uno, sin quitarme ojo. Sorbió mientras se limpiaba la nariz, bruscamente, con el dorso de la mano. Parecía más cansada que herida.
Ya antes de subirme al ciclomotor me dí cuenta de que no había abierto el grifo de la gasolina. No sólo no se lo dije sino que lo abrí con mucho disimulo para que no se diese cuenta. Ya estaba bastante alterada como para que encima se cabrease consigo misma. Monté en el scooter y traté de darle a los pedales con energía. Al momento echó a andar el motor con su ronroneo ahogado y el olor a gasolina nos rodeó.
Ella rápidamente hizo ademán de tomar los mandos para subirse, pero primero tenía que bajar yo.
- ¿Lo ves? - dije dándole al acelerador - Ahogadita perdida estaba...
- Sí. Vale. Muy bien - dijo mecánicamente, asintiendo sin ganas de charla, era obvio. Decidí no forzar más la situación y bajé, subiendo ella al momento.
- ¿Estás bien? - le pregunté. Ella no me miró. Moviendo la moto las patas de apoyo se plegaron y ella comenzó a girarla para marcharse.
- Ya ves... de puta madre - dejó caer como si no me lo dijese a mí en realidad. A la nada. O a sí misma. Yo sin querer, sonreía.
- Vale, vale... - dije empezando a alejarme -... pues cuídate y... ya nos veremos en "Agua".
Por fin se detuvo y me miró con algo de interés, casi reparando por primera vez en que yo era un ser vivo. Y habló con menos rabia:
- ¿Dónde dices?
- En la librería "Agua", en calle Granada - dije tratando de aparentar buen rollo, casual -. Tu vas mucho por allí, ¿no?
- A veces.
- Yo es que soy muy amigo de Susi. Susana, la dueña - expliqué -. Y te he visto por allí algunas veces - en realidad sólo la había visto una vez, pero sabía que iba con regularidad, gracias a Susi.
- Ya...
Seguía estudiándome, estaba claro. Como un depredador que rebusca entre el suelo a ver si eso que hay por ahí es comestible. Decidiendo si mandarme al carajo o no, básicamente. Teniendo en cuenta la nochecita que llevaba, ya me había prestado demasiada atención, en cualquier caso. Aunque por alguna razón sospechaba que aquello no había sido ni tan grave ni tan importante para ella como lo hubiese sido para mí o para cualquier otro. Seguro que no era la primera vez que se veía envuelta en una movida así, pensaba yo al recordar cómo había reaccionado en el bar, cómo se había quitado de en medio y viendo ahora con qué dignidad llevaba sus heridas.
Puede que estuviese dolorida, pero estaba seguro de que no había llorado. Sus ojos estaban limpios y cristalinos.
Así que decidí no darle más el coñazo y dejarla marchar.
- Bueno - dije encogiéndome de hombros y sonriendo, pero sin pasarme -, pues ya nos veremos. Y cuídate un poco, nena.
Trató de parecer dura, pero se le notaba que era una pose. Sólo estaba jugando. Cómo podía tener ganas de jugar después de organizar una revuelta callejera era algo que aún escapaba a mi entendimiento. Me faltaba mucho por descubrir sobre el increíble modo en que funcionaba su cabeza. Pero mientras quisiese jugar, allí estaba yo.
- No me gusta ni un pelo que me digan "nena" - dijo -. Y menos un desconocido que se las da de listo.
- Es una forma original de dar las gracias, no la había escuchado nunca - dije. Y ella abrió un poco más los ojos, casi sorprendida. Como diciendo: "¿Me está vacilando? ¿Es que quiere morir?". Yo continué -. Además, no sé como te llamas, así que me salió solo, perdona.
"Oh, sí", pensé, "tú serás Terminator, pero a diálogos con trampa no hay quien me gane, bonita. Soy escritor".
Ella pareció leerme el pensamiento porque mientras llevaba la moto hacia el asfalto y la hacía bajar de la acera, incluso sonrió un poco mientras movía la cabeza. Fue la primera vez que la ví sonreír.
- Lo dicho, un listillo - dijo sin mirarme. Luego sí me miró y dijo -. María, ¿y tú?
- Angel.
Meneó la cabeza con sorna, pero no dijo nada más y salió disparada por Ollerías pero en dirección a El Molinillo, es decir, en dirección contraria. Un coche que entraba por la calle casi se la llevó por delante, pero ella lo esquivó a la velocidad el rayo. El coche tuvo que frenar en seco y chirriar ruedas, al tiempo que le dedicaron una sonora pitada y toda clase de insultos mientras ella se perdía en dirección a Capuchinos, cuesta arriba.
Yo me llevé las manos a la cabeza mientras pensaba: "¡Dios mío, no sé si es maravillosa o está como una puta cabra!".
A veces esas dos cosas se confunden bastante.
No solo me gusta Muse, sino el estilo desenfadado, callejero y cotidiano que empleas en los diálogos. Tus personajes femeninos me encantan, alejados siempre de tópicos estúpidos. Este es el ejemplo de extracto que hace que el lector se decante por leer la historia completa (no sé si captas la indirecta jejeje?)
ResponderEliminarEs un poco más larga que dentro... pero se puede estudiar.
ResponderEliminarMaría es posiblemente el mejor personaje que he creado nunca. Sara (de "Dentro") tiene un poco de ella (valientes, misma edad...).
Lo que pasa es que María es chunga, chunga...