"Dentro" (Un cuento post-apocalíptico)
Capítulo 9:
Con las primeras luces de la incipiente mañana Daniel, Sara, Diana y Benjamin ya estaban en el patio, con las mochilas y el resto de equipo preparado. Tras volver a cubrirla de aluminio Diana había devuelto el núcleo a Daniel y él lo guardó de nuevo en su chaqueta, de donde la habían cogido tras escapar de su captor la noche anterior.
Mientras Benjamin hablaba con varios supervivientes, tristes y asustados porque se marchaban, los otros tres revisaban el equipo.
Diana se había vestido con su mono caqui y llevaba encima un anorak de camuflaje gris. Seguía llevando su rifle de precisión con mira colgado por la correa a su espalda pero además se había equipado con una pistola reglamentaria que llevaba en su cinto en la cadera. De unos enormes cajones que los hombres habían traído del arsenal, revisaban nuevas armas de las muchas que quedaban en la base, que además contaban con abundante munición.
Daniel, que ya había recuperado a la amiga de Elmer y volvía a descansar colgada de su pierna derecha, escogió un fusil GLX-160, del calibre 5´56. Exactamente igual que el de Benjamin. Y se deshizo del lento aunque potente fusil de caza de los saqueadores.
Sara encontró munición del 45 para la pistola automática. Metió un cargador lleno y guardó otros dos en los bolsillos de su chaqueta. Daniel y Diana la animaron a llevar también un fusil de asalto, pero ella, además de parecerle muy grande y pesado (aunque estaba mucho más repuesta que cuando Daniel la encontró, hacía ya casi tres semanas, seguía pesando poco más de cincuenta kilos y no llegaba al metro sesenta) argumentó que no sabría manejarlo bien.
- También dijiste que no sabías manejar un machete... - dejó caer Daniel, entre hiriente y divertido, mientras preparaba los cargadores para su fusil.
Ella le miró con fiereza, en realidad también simulada.
- Me las tienes guardadas todas, ¿no? - le dijo exageradamente ácida.
- Hasta la última - respondió él sonriendo.
- Te odio - dijo Sara intentando no reír.
- Qué va - ahora sí la miró sonriendo abiertamente -, estás loca por mí...
Diana les escuchaba y no podía evitar sonreír también, mientras preparaba un sencillo botiquín para el camino.
Mientras esto ocurría Benjamin daba las últimas instrucciones y consejos a los refugiados más fieles, entre los que estaba también un arrepentido Emilio. Le dió un manojo de llaves.
- Cuando nos hayamos ido podéis sacarlos de las celdas - dijo refiréndose a los insurrectos de la noche anterior - o lo que creáis conveniente. Cuidado con Jonah y esa serpiente de Lucy; son peligrosos. Racionad bien los suministros y no tendréis que ir a la ciudad en varias semanas.
- De acuerdo, Ben - decía Emilio compungido -. Pero de veras que siento lo de anoche; no os marchéis. Sin vosotros...
- Tranquilo, Emilio - le tranquilizó Benjamin poniéndole la mano en la nuca afectuosamente -, no pasa nada. Todo está olvidado; no nos vamos por eso. Y no os preocupéis más; sólo vamos a echar un vistazo. Si no encontramos nada, como tendremos un barco a motor, volveremos.
Diana, terminado el botiquín y guardado en su larga bolsa de deporte, se acercó también a ellos y empezó a saludar y a abrazar a varios de los refugiados como despedida.
Sara y Daniel veían la escena, ya con todo preparado y ella le dijo que no podía evitar sentirse mal:
- Estaban aquí tan seguros y tranquilos... y siento que los hemos embaucado para una aventura loca - dijo.
- No los hemos embaucado a nada. Les dimos una información y quieren averiguar más, como nosotros - argumentó correctamente Daniel -. Vienen porque quieren, ya oíste anoche. Diana hace tiempo que quería marcharse. Si hubieran conservado algún núcleo para hacer funcionar un barco, seguramente lo hubiesen hecho antes de llegar nosotros.
- Lo sé, y aún así... me da cierta pena por esos otros, los que se quedan. Benjamin y Diana eran el motor aquí.
- Sobrevivirán - dijo Daniel para animarla. Y no pudo evitar pensar en cuánto había cambiado, desde la feroz saqueadora que fue, y que pudo ver por un instante allá en Caledonia, hasta convertirse en la chica que ahora tenía delante, preocupándose por desconocidos.
Quizá era verdad que tuvo que cambiar, disfrazarse de brutal e implacable instrumento de odio y maldad. Pero ahora sólo podía ver a una mujer luchadora, justa y con un gran corazón.
Y sintió que la quería de verdad.
Terminadas las despedidas con sus antiguos compañeros la pareja de soldados llegó hasta ellos.
- Vámonos, muchachos - dijo Benjamin -, aún hay trabajo por delante y nos queda una buena caminata.
Se equiparon con sus bolsas y mochilas, comprobaron sus armas y se encaminaron a la puerta sur, la contraria por la que entraron, también metálica con barrotes y cadenas aunque algo más pequeña. Dos de los hombres, dirigidos por Emilio, la abrieron. Y sin más, sin mirar atrás, escucharon a sus espaldas cómo la volvían a cerrar. Mientras les veía caminar por una árida planicie, Emilio dijo:
- Vayan con Dios, amigos...
Lo que veían ante sí era una gran nada que descendía lentamente desde la altiplanicie de la base. Un árido yermo sólo roto por alguna roca y algún matojo. Pero a lo lejos, muy lejos les parecía, veían unas lejanas edificaciones.
- Aquellos son los hangares - explicó Benjamin, señalándolos -. Nadie sabe pilotar un avión, ¿no? - preguntó con sorna. Sara y Daniel negaron, entre sorprendidos y divertidos - Lo suponía, seguiremos con el plan del barco... además, aunque supiéramos pilotar Cabo Centenario es una puñetera roca; no podríamos aterrizar. Sólo un hidroavión serviría y de éso no teníamos aquí...
Luego continuó explicándoles la distribución del amplio exterior de la antigua base.
Justo tras pasar las pistas de aterrizaje y los hangares estaban el muelle principal y la naviera. Allí era donde les dijo deberían encontrar (a menos que los saqueadores, por gusto, o alguien que tuviese un núcleo hubiese hecho algo con ellas) varias patrulleras torpederas, con suficiente potencia y autonomía para llegar a su destino. Y allí mismo estaba el taller marítimo donde encontrarían gasóleo.
- Un par de kilómetros y estaremos preparando el barco - concluyó.
- Si al final vamos a un muelle - apuntó Daniel -, podíamos haber cogido nuestra lancha y rodear la isla.
Benjamin hizo una mueca de disconformidad:
- Demasiado ruidosa, demasiado llamativo - explicó -. Mira este sitio, ni los pájaros pasan por aquí...
- ¿Cuánto tardaremos en llegar a Cabo Centenario si todo va bien? - quiso saber Sara.
- Si el mar está en calma - calculó Benjamin -... un día y una noche. Mañana a estas horas podríamos estar ya viendo el faro...
Sara y Daniel se miraron, esperanzados e ilusionados. Y casi sin querer se cogieron la mano mientras caminaban bajo un cielo cada vez más soleado.
Sólo unos minutos después de haberse marchado el grupo y tal como les habían indicado, en la base liberaron a los prisioneros. Tras algunos momentos de desconcierto al saber que Benjamin y Diana se habían marchado con "los nuevos", hubo algunas tensiones por el control de la base.
El principal conflicto consistía en que los que había permanecido al margen de lo de la noche anterior, comandados por un venido arriba Emilio, creían que los rebeldes no deberían tener, al menos de momento, muchas responsabilidades en temas clave como la comida, el agua o las armas. Naturalmente estos, encabezados por Jonah, no estaban de acuerdo.
- Emilio, tú siempre has sido un idiota - le decía despectivamente Jonah -, ¿y ahora quieres dirigir el cotarro?
- Yo no - decía Emilio -, lo haremos entre todos. Somos una comunidad, no una banda de salvajes con un cabecilla... ¡y no vuelvas a llamarme idiota! - le gritó sacando, para sorpresa de Jonah, algo de carácter por fin - Benjamin y Diana han dicho que volverán - esto no era exactamente así pero a Emilio le pareció buena idea alterar un poco la realidad para que la sombra de sus grandes líderes planeara aún sobre Jonah y los suyos -, así que vamos a procurar que la base siga en pie cuando lo hagan...
Todas estas disquisiciones a una Lucy visiblemente triste y derrotada la traían sin cuidado. Durante la larga noche en la celda sólo había podido revolcarse en su doloroso fracaso, en su ansia de venganza no saciada... en que la bruja había escapado y se había ido de rositas. En su ensimismamiento, se sentó en un escalón de la entrada al edificio, sin ganas de nada.
- ¡Hombres! - gritó un vigía - ¡Muchos, por el sureste! ¡Por la playa!
- ¡Vamos! - indicó, asustado pero sacando coraje, Emilio - ¡Coged las armas y todos al muro!
Todos lo hicieron. Incluso Lucy salió de su universo de odio y subió las escaleras del muro norte para mirar.
Se dispusieron en línea por el muro armados en su mayoría con los fusiles de asalto y algunos otros con rifles.
Por el camino de la playa, ya llegando a la garita y a la barrera a rayas del acceso de vehículos, venían en una formación no muy heterogénea al menos treinta o cuarenta hombres armados. Aunque el aspecto general sin duda era de saqueadores, desde arriba pudieron observar que tenían buenas armas.
- ¡Carajo! - dijo Emilio observando desde el muro con primásticos -, uno tiene hasta un lanzacohetes.
- Nosotros tenemos decenas de lanzacohetes aquí - respondió Jonah intentando darle ánimos, a Emilio y a sí mismo.
- Sí, grandullón - dijo el otro -, pero ¿alguien sabe usarlos?
Jonah guardó silencio.
Eliseo y Marco abrían la comitiva. Vieron a los hombres armados apostados en lo alto del muro observándoles y por el momento mantuvieron la calma. Iban todos a pie (no había sido posible transportar hombres y caballos en los veleros que habian encontrado en buen estado) y se detuvieron tras levantar Marco su puño. Eliseo volvía a llevar sus gafas de sol, aunque no la capucha. Para ser aún invierno, hacía una mañana primaveral y de momento lucía el sol, aunque en la lejanía, hacie el este, amenazaban unos nubarrones grises.
- Es una auténtica fortaleza - dijo Eliseo con admiración -, aún más robusta e inexpugnable que la nuestra.
- Todos los muros pueden caer - apuntó Marco -, si sabe hacerse...
- Evitemos los enfrentamientos de momento, hermano - dijo Eliseo, ordenando en realidad aunque lo hiciese en tono afectuoso -. Ahora sólo hemos de averiguar si siguen ahí o si han estado de paso únicamente... Habla tú, se te dan bien las palabras.
Marco se adelantó unos pasos y levantó las manos, sin ningún arma en ellas, aunque llevaba un revólver en la cintura y un fusil colgado en la espalda. Observó que desde arriba le apuntaban y le seguían con sus miradas. Habló alto para que le escucharan bien:
- ¡No hemos venido a atacaros! - dijo para empezar. Eliseo le observaba complacido y pensó "...por ahora" - Nuestras intenciones no son de beligerancia...
- ¿De qué ha dicho? - preguntó Jonah. Emilio fingió que lo había entendido.
- Creo que significa que... vienen de buen rollo - explicó.
Mientras, Marco continuaba:
-... sólo buscamos a unas personas que nos han robado. Han tenido que llegar hace muy poco; nadie que viva ahí desde hace tiempo.
Arriba Emilio y Jonah se miraron.
- Ni una maldita cosa - dijo el primero -. Recuerda que Ben y Diana van con ellos.
- De acuerdo... déjame a mí - dijo Jonah confiado -. Sé tratar con escoria como esta - luego empezó a hablar muy alto a los de abajo - ¡Nadie ha llegado recientemente, los dos que buscáis no están aquí!
- Es curioso - dijo Marco -. No he dicho que fueran dos...
Emilio atravesó a Jonah con la mirada.
- Luego soy yo el idiota... - le dijo visiblemente enfadado.
Mientras decidían qué decir a continuación y quién, Lucy miraba a los recién llegados, que para ella desde luego no eran desconocidos, asomada en el muro y mantenía una terrible lucha en su interior. Luchaban su odio y rabia por Eliseo y los suyos... y su sed de venganza.
Y ganó la venganza.
- ¡Eliseo! - gritó desde el muro.
Abajo, los dos líderes se miraron sorprendido.
- ¿Cómo es que me conoce? - le dijo a Marco, quien se limitó a encogerse de hombros. No les sonaba su cara. Pero tampoco solían fijarse mucho en las esclavas de Eleden.
- ¡Eliseo! - volvió a decir - ¡Sé a quién buscas y sé a dónde van!
Arriba Jonah la cogió fuertemente del brazo y la obligó a mirarle.
- ¡Qué estás haciendo, maldita loca!
- ¿Nos conoces? - dijo Eliseo desde abajo.
- ¡Os conozco! - gritó Lucy.
- ¡He dicho que te calles o...! - le amenazó Jonah. Pero ella se limitó a sonreír.
- ¡O qué! - le dijo con rabia. Y Jonah vió en sus ojos algo mucho peor que la locura. Vió un odio ciego que la había acabado por consumir.
- ¡Rodea la base y ve al sur! - gritó Lucy. Jonah la zarandeó gritándole que se callara pero ella continuó - ¡Al sur, a los hangares, van a por un barco! ¡Si corréis los alcanzaréis! ¡Sólo os llevan una hora de ven...!
La culata del fusil de Emilio impactó contra su frente, impulsando la cabeza de Lucy hacia atrás como si se hubiese golpeado con el quicio de una puerta, quedando desmayada al instante. Jonah la recogió entre sus brazos evitando que además se golpease al caer.
Dicho movimiento fue interpretado como amenazante por ambos grupos, los de arriba y los de abajo, que apuntaron sus armas y las amartillaron casi al unísono, como una orquesta bien afinada.
Pero Marco, abajo, ordenó no disparar:
- ¡Quietos, quietos - gritó a sus hombres -, todos quietos! ¡Es cosa de ellos, tenemos lo que queríamos!
- ¡Vámonos! - ordenó Eliseo - ¡A la carrera hacia el sur, vamos!
Mientras los invasores se marchaban a paso ligero, rodeando la base por el muro oeste como ella había indicado, arriba Jonah sostenía a Lucy entre sus brazos. Se volvió y miró a Emilio con furia, pero este se limitó a decir:
- No la callas tú... pues la callo yo.
Conforme llegaron a la altura de los hangares y los fueron dejando atrás, acercándose al mar, encontraron más restos de cuando la base bullía de actividad militar. Camiones, todoterrenos, un helicóptero por allí o un carro de combate por allá, todos destrozados y abandonados. Desguazados por saqueadores o simplemente por el paso del tiempo y la lluvia.
Pero a pesar de todo el lugar no parecía tan arrasado como abandonado, lo cual les dió esperanzas de que los barcos, de los cuales ya estaban cerca, siguiesen allí y estuviesen en buen estado.
Pasaron por delante de los hangares, donde vieron varios cazas y algunos helicópteros de combate, ahora varados en tierra, inútiles sin nadie ni nada que los hiciese volar. Luego cruzaron las pistas de aterrizaje y unos pocos metros después ya veían y podían oler el mar.
- La última vez que vinimos - explicó Benjamin - la patrullera estaba en el muelle norte. A ver si sigue allí, estaba en buen estado y es perfecta para nuestro viaje.
Llegaron hasta la zona naval. Había una especie de nave, o hangar, al borde del muro que caía al agua, con los bolardos de hierro y los puestos de amarre vacíos al lado. Luego había un descenso en el terreno y hacia la izquierda se abria a una playa, hasta el espigón de madera, ya sobre la valla, tras un muro de ladrillo de poco más de un metro que limitaba la zona. Y al final del puente de madera que se introducía en el agua por lo menos cincuenta metros, la patrullera.
- ¡Allí sigue, Ben! - dijo Diana visiblemente contenta.
- Perfecto - dijo su marido -. Yo iré a comprobarla a ver si todo está en orden. Necesitaré el núcleo, chico - le dijo a Daniel.
- Claro - dijo él y tras sacarla del bolsillo se la entregó, aún envuelta en aluminio. Benjamin la guardó en su guerrera.
- Vosotros tres id a la nave y a ver si hay algo útil para el viaje - les indicó Benjamin -. Sobre todo buscad gasóil, no sé cómo estará de combustible.
Se desviaron al interior del hangar, que si alguna vez había tenido puerta ahora sólo tenía apertura, grande como la de un garaje, mientras Benjamin saltaba el muro y seguía hacia el muelle de madera, en dirección al barco.
Dentro del hangar había múltiples piezas y chatarra, incluso otro pequeño barco medio desguazado.
- ¿Qué tenemos que buscar, Diana? - preguntó Sara.
- Ya habéis oído a Ben. Cualquier cosa que os parezca útil y sobre todo - les indicó la mujer - gasóil. A ver si queda algún bidón.
Sara y Daniel empezaron por unas enormes estanterías que llegaban casi hasta el techo, repletas de piezas mecánicas y herramientas, aunque nada les parecía aprovechable, o directamente ni sabían qué eran los diversos objetos. Diana sin embargo se fue al fondo de la nave donde podían verse algunos barriles metálicos sin identificar.
Rebuscando, Sara llamó la atención de Daniel:
- Ey - le dijo para que él la mirara. Él lo hizo y vió que ella tenía en una mano un pequeño arpón de pesca submarina, bastante estropeado, y en la otra unas gafas de buceo aún con el tubo de respiración atado a ellas. Daniel la miró con cara extraña, como diciendo "¿para qué queremos eso?". Entonces ella le recordó su promesa de la noche anterior:
- Dijiste que pescarías cada día para comer - le dijo sonriente.
- Así es - dijo él muy conforme -. Y tú que...
Ella soltó una risita que a él le pareció deliciosa y a la vez muy erótica. Luego entornó cómicamente los ojos y dijo:
- Como Brooke Shields...
Diana les llamó desde el fondo del hangar y tuvieron que dejar las bromas.
- ¿Qué pasa? - dijo Daniel cuando llegaron hasta ella. Estaba en la esquina contraria y vieron que aquella pared de fondo del hangar tampoco tenía puerta - ¿Encontraste algo?
Diana había desenroscado el tapón de un bidón metálico y ahora olía su interior.
- ¡Bingo! - dijo después volviendo a tapar el recipiente metálico - Gasóil...
- Perfecto - dijo él.
- Volquémoslo con cuidado y lo llevamos rodando hasta allí - dijo Diana. Y así lo hicieron.
Fue bastante pesado y difícil sacarlo sólo de la nave. Y aún mucho más por la arena, el muro y el muelle. Algunos minutos y mucho esfuerzo después llegaron hasta la patrullera, donde Benjamin seguía activando válvulas y bombas.
- Combustible - dijeron jadeando.
- Perfecto - dijo Benjamin, mucho más descansado que ellos, por supuesto -. Tiene el depósito al cincuenta por ciento, suficiente para llegar. Y con ese barril ya tenemos para volver... o para imprevistos.
Diana se sentó en uno de los salientes de la cubierta de los lados de la parte trasera, que estaban acolchados para hacer de asientos.
- Estoy muerta... - dijo casi sin aliento - dejad que me siente un momento.
- Haber dejado el rifle allí, mujer - dijo Benjamin.
- Nunca - respondió ella y luego sonrió -. Antes te dejo a tí...
- ¡Qué graciosa!... vamos chicos, volvamos nosotros para que yo eche un vistazo a ese hangar. Quizá se os haya pasado algo. Nos vendría bien aceite de motor... - les dijo Benjamin y los tres, aunque Sara y Daniel también resoplaban tras el paseo al barril, volvieron a caminar por el muelle, no sin antes quitarse las mochilas y dejarlas ya en barco. Benjamin también se había quitado la suya y sólo llevaba a la espalda su fusil, al igual que Daniel.
Antes de alejarse mucho volvió a dirigirse a Diana:
- Cuando hayas descansado, sigue cebando el motor, ya casi está.
- ¿Y el núcleo? - preguntó ella porque, de llevárselo él encima y alejarse tanto no iba a funcionar nada. Pero Benjamin señaló con la mano al puente de la lancha y dijo:
- Ahí, en la bitácora.
Ella miró y lo vió en el soporte, con el papel de aluminio sólo rasgado por un extremo, junto al timón.
Por el muelle Benjamin les fue contando que el barco estaba en perfecto estado. Daniel y Sara no veían la hora de partir y dejar todo aquello atrás, de modo que volvieron a mirarse y sonreírse.
Llegaron al muro y volvieron a saltarlo.
- ¿No os habréis fijado si había unas latas amarillas...? - empezó a decir Benjamin, pensando en aceite para las válvulas del motor del barco.
Sonó un disparo y Daniel sintió como si alguien le diese un puñetazo en el costado. Un puñetazo llevando un puño americano. Cayó hacia atrás soltando un grito ahogado.
- ¡Daniel! - gritó Sara tirándose al suelo junto a él.
- ¡Mierda! - fue lo único antes que dijo Benjamin antes de agacharse y retroceder mientras descolgaba su fusil de asalto. Luego gritó a Sara - ¡Tras el muro, ayúdale a llegar tras el muro!
Daniel sintió como Sara, gritando de miedo, tiraba de su brazo. Pero el dolor del costado le embotaba la cabeza.
- ¡Joder... - pudo exclamar -... me han dado... esos cabrones me han dado!
Mientras retrocedía aún más y cogía a Daniel del otro brazo, viendo que a la pequeña Sara le costaba mucho arrastrarlo, Benjamin ya pudo ver a lo lejos, más o menos a la altura de los Hangares aéreos, una línea de hombres. Muchos.
Sonó otro disparo pero impactó a su lado, en el muro. Por fin pudieron guarecerse.
- ¡Está herido, Ben! - gritaba Sara - ¡Oh, dios mío, le han dado!
Daniel se incorporó como pudo, quedando sentado en el suelo con la espalda apoyada en el muro de piedra y hormigón. Le dolía toda la mitad inferior del cuerpo, hasta las piernas.
- ¡Estoy bien...! - decía para intentar tranquilizar a Sara. Pero sabía que lo que estaba era bien jodido.
Momentáneamente a salvo tras el grueso muro de piedra, Benjamin le dijo a Sara:
- ¿Donde le han dado?
- ¡En el costado!
- ¡Mírale la herida y busca algo para taponarla! - mientras, preparó su fusil de asalto.
Sara le levantó un poco la camiseta. Daniel seguía diciendo que estaba bien, pero ella procuró describirlo bien para Benjamin mientras seguían impactando disparos en el muro o tras ellos, en la arena.
- ¡Hay... hay dos agujeros! ¡Sangra mucho, Ben!
- Vale, tapónale con lo que sea, un pañuelo, algo... ¡su cinturón! ¿De qué color es la sangre?
- ¿Qué...? - Sara no entendía la pregunta. Fue Daniel quien contestó. El shock iba pasando.
- Es normal, Ben - dijo.
- Estupendo - les dijo dándoles ánimos -; hay entrada y salida y no ha dado al hígado. Taponadla bien y Diana te curará en cuanto lleguemos al barco. ¡Saldrás de esta! ¡Ahora vamos a recibir a esos cabrones!
Mientras se acercaban al hangar y los hombres con rifles de más alcance disparaban, Eliseo preguntó a Marco:
- ¿Quién lleva el lanzacohetes?
- ¡Lamar!
- Que se quede cerca de mí... ¡no van a escapar!
Entre Sara y Benjamin consiguieron un apaño para Daniel, taponando ambos agujeros con el pañuelo azul que había sido de Débora que ella se quitó del pelo y el gris que Daniel siempre llevaba en el cuello. Luego con su cinturón, bien apretado para presionar, los sujetó.
- Tendrá que valer... - dijo Daniel. Y aunque seguía sentado con la espalda en el muro, pudo descolgar su fusil y cargarlo. Vió que Sara le miraba profundamente asustada.
- Estoy bien, Sara. ¡Estoy bien! - le dijo.
- No se te ocurra dejarme... - le dijo. Las lágrimas estaban a punto de brotar.
- Nunca - dijo él.
Consiguió, no sin esfuerzo, ponerse tras el muro para observar, como Benjamin. Los disparos de los saqueadores no cesaban, aunque aún con poca precisión pues estaban a más de treinta metros y en movimiento. Los veían posicionándose tras los vehículos abandonados u otras coberturas improvisadas, pero cada vez más cerca.
- ¡Es hora de darles la bienvenida! - dijo Benjamin.
Los tres abrieron fuego, dos fusiles de asalto y una automática del 45. Fue una ráfaga corta pero que cumplió su objetivo, les detuvo. Los que aún no habían encontrado cobertura se tiraron al suelo.
Ellos volvieron a sentarse tras el muro.
- ¡Vale, ya les hemos acojonado, chicos! - indicó Benjamin - No desperdiciemos munición, que se confíen, se levanten y les atizamos otra vez.
- ¡Hay que llegar al barco! - dijo Daniel.
- Esa pasarela son muchos metros en línea recta, hijo - dijo el hombre - ¿Cómo te ves para correr?
Sara le miró, absolutamente angustiada.
- ¡Puedo hacerlo! - respondió.
- ¡Arriba! - les gritaba Eliseo a sus hombres, furioso como pocas veces le habían visto - ¡Arriba, nadie os ha dicho que paréis! ¡Avanzad y no dejéis de disparar! ¡Que llueva fuego! ¡Inundadles de nuestra cólera!
Marco, agachado tras unos barrilles metálicos, pensaba: "¡Puto loco! Va hacer que maten a la mitad..."
Pero le obedecieron. Sin importarles nada se pusieron en pie, avanzando despacio, caminando, casi en línea y disparando sin cesar. La lluvia de proyectiles impactaba sobre el muro y hacía que les cayeran en la cabeza pequeños fragmentos de hormigón. Era imposible asomarse ahora para disparar, pero si no lo hacían llegarían hasta ellos.
- ¡Hos... tias...! - decía Benjamin aguantando el chaparrón.
Entonces, pese al infernal ruído de los disparos incensantes de los hombres de Eliseo, un disparo sonó más fuerte que el resto y media cabeza de un saqueador se desintegró. A los cinco segundos, otro. Luego, otro...
- ¡Francotirador! - gritó Marco a todo lo que daban sus pulmones y su garganta - ¡Francotirador... al suelo!
Desde el barco Diana apuntaba tranquila, respirando pausadamente, en calma, como cuando remendaba la ropa de ambos en el fuerte e intentaba enhebrar una aguja bajo la escasa luz de los candiles y lámparas de gas. Pulso y paciencia, no había más secretos. Movía suavemente el dedo sobre el gatillo, sin apretar de golpe.
- Asomad la cabecita... - decía para sí misma -... piiitas, pitas, pitas...
Otro disparo, otra cabeza hecha añicos. Llevaba una baja por bala, no había desperdiciado ni una.
Los hombres estaban ya muy cerca. Eliseo y Marco en el interior del hangar, cubiertos tras el barco abandonado y el resto por los alrededores. A menos de diez metros, junto a Eliseo, otra cabeza reventó como una sandía estrellada contra el suelo.
- ¡Nos está destrozando! - le gritaba Marco. Eliseo, visiblemente enfurecido, gritó:
- ¡Alto el fuego! ¡Dejad de disparar y cubríos! ¡Alto el fuego!
Poco a poco, primero de los hombres de Eliseo y luego de Diana, que dejó de ver objetivos claros, el fuego cesó. Y llegó un silencio extraño después de la tormenta.
Benjamin aprovechó para revisar su equipo, rebuscaba por su chaleco y en los bolsillos de su guerrera.
Sara no dejaba de mirar a Daniel, que sudaba copiosamente y estaba más pálido de lo normal.
- ¿Cómo estás? - le dijo en voz baja, temblorosa - Tenemos que salir de aquí, tenemos que llegar al barco y que Diana te cure...
- Tranquila, lo conseguiré - le dijo él -. No vas a ir a ninguna parte sin mí...
Ella sonrió y le besó en los labios.
- ¡Sara! - se escuchó entonces, como un trueno lejano de tormenta. Era la voz de Eliseo - ¡Sara!... hija mía...
Tras el muro, Sara cerró los ojos, como si le doliera oír esa voz.
Mientras, Benjamin encontró lo que buscaba en sus bolsillos: granadas de humo. Miró hacia el barco. No podía distinguir a su mujer, bien parapetada en la cubierta, pero estaba seguro que les estaría observando por la mira telescópica. Empezó a hacer señas con las manos. Códigos de combate para incursiones silenciosas.
- Sara - continuaba Eliseo -. No quiero más violencia, hija mía. No quiero matar a esos con los que vas. Sólo quiero la joya...
Diana, desde el barco, miraba por la mirilla las señales de su marido.
- De acuerdo, cariño - dijo en voz baja -. Vosotros corred como el Diablo, que yo los mataré sin fallar como si fuera Dios...
Sara seguía escuchando la voz de Eliseo:
- ... también te quiero a tí, por supuesto. Sabes de mi amor por tí. Pero con esa joya no seríamos una comunidad... tan sólo. Seríamos un reino. Un imperio... y tú serías mi reina. Mi heredera... deja a esos infieles. Tú ya no perteneces a ese mundo que dejaste atrás. Perteneces al mío...
Se puso la pistola pegada a la frente, cerrando los ojos. Luego los abrió y cayeron dos lágrimas. Miró a Daniel y él vió algo en sus ojos que le asustó profundamente.
-... la que eras en el impío y degenerado mundo de antes dejó de existir - continuaba Eliseo -. Y lo sabes... puedes fingir que eres como la Sara del mundo de antes... pero ahora eres diferente. Eres mejor, más grande, más fuerte. Renacida desde el dolor, como debe ser. Aquella niña ya no existe. Ahora eres como nosotros. Perteneces a nuestro mundo.
"¿Estás ahí?", preguntó Sara. Pero nadie respondió. Pequeña Zorra había dejado de existir. "Es igual... ya no te necesito".
- Sara - dijo Daniel -, ¿qué vas a hacer? - preguntó asustado.
Y Sara, lenta y tranquilamente se puso en pie. A Benjamin no le dió tiempo ni a decir.
- ¡Chiquilla, no!
Pero no pasó nada. Nadie disparó. Esa mirada fría y serena, de alguna manera, los hombres de Eliseo la reconocieron como algo poderoso. Y él también. Despacio como ella, se puso en pie. Los demás permanecieron a cubierto, incluído un Marco que no sabía cómo podría acabar aquello, viendo que ella tenía una automática en la mano, aunque la mantenía abajo.
- Ven conmigo, hija mía - dijo Eliseo empleando todo el poder de seducción del que disponía, lo que le había hecho poderoso siempre. En el mundo de antes y en el de ahora.
Sara le miraba no con furia ni odio. Le miraba simplemente como a alguien inferior, casi con desprecio. Y Eliseo se sintió turbado por ello. Nunca había visto esa mirada.
Los hombres les miraban a ambos, a uno, a la otra y luego a Marco, como preguntándole qué hacer. Pero Marco no entendía absolutamente nada de aquellas mierdas místicas.
También Benjamin y Daniel asomaron la cabeza hasta los ojos por detrás del muro para poder ver a Eliseo.
Diana sin embargo desde el barco no le veía, en la semioscuridad del hangar. Pero estaba viendo a Sara ponerse de pie, sin apuntar y quedarse quieta y pensaba: "¡Pero qué estás haciendo, Sara!..."
- Mi padre era un gran hombre - dijo Sara con una templanza que ni Eliseo ni Daniel le habían escuchado nunca. Y ambos estaban igual de hipnotizados por lo que decía y por cómo lo decía - Un hombre bueno lleno de amor. Era arquitecto. Construía cosas hermosas. Yo también quería serlo. Iba a ser arquitecta e iba a trabajar con él, padre e hija, maestro y alumna, para construír juntos rascacielos, puentes, teatros... pero se apagó el mundo y no pudo soportar un mundo en la oscuridad. Tu mundo es oscuro... y yo no soy tu hija, bastardo.
Y alzando la mano como un rayo, le disparó.
Sin ver el resultado del disparo, tanto Benjamin como Daniel tiraron de sus piernas y la hicieron caer tras el muro, justo una décima de segundo antes de que una lluvia de balas, tras el grito de "¡Disparar!" de Marco, pasara silbando por encima de ellos.
Eliseo se levantó del suelo, con su mano izquierda tapando lo que le quedaba de oreja, que no era mucho, ciego de ira.
- ¡Matadlos! - gritaba como un loco - ¡Matadlos a todos! ¡Matadlos!
Aguantando tras el muro, Benjamin les gritó:
- ¡De acuerdo - explicó a voces -, tengo unos botes de humo! Lanzo uno y a correr por el muelle, Diana nos cubre. ¡Otro bote diez segundos después y sale otro y luego el tercero! ¿De acuerdo chicos?
Sara y Daniel asintieron.
- ¡Tú primero, Ben! - gritó Daniel - ¡Tienes que poner en marcha el barco! ¡Luego Sara y luego yo!
Mientras tanto Diana seguía sin empeorar su porcentaje. Un disparo, una cabeza menos.
- ¡Conforme! - dijo Benjamin - ¡La lanzo y a correr!
- ¡Vamos, ya! - gritó Daniel - ¡A Diana no le van a durar las balas para siempre!
Benjamin dejó dos bombas de humo en el suelo, entre ellos, y agarró la tercera.
- ¡Ya ! - y la lanzó hacia el hangar.
A los pocos segundos, tras un chispazo, una cortina de humo densa y gris se creó junto delante del hangar y Benjamin echó a correr, casi saltando en dos zancadas el pequeño tramo de arena y enfilando el puente de madera sobre el agua.
- ¡Cubrámosle! - gritó Daniel. Y casi a la vez se asomaron sobre el muro lo suficiente para abrir fuego.
Dentro y a los lados del hangar los hombres de Eliseo vieron el humo e instintivamente, como si les protegiera, se levantaron y dispararon sin cesar a través de él, aunque no veían absolutamente nada. Pero también recibían los disparos de Daniel, de Sara y de Diana, que aunque no les veía seguía disparando por intuición. Varios saqueadores reciberon impactos quedando heridos.
Benjamin corría por la pasarela lo más rápido que podía. Las balas silbaban pasando junto a él e impactaban en el agua o en la madera, levantando una pequeña nube de ínfimas astillas. Casi sin aliento y con el corazón a punto de explotar, sólo pensaba: "Dejo de fumar... lo juro por Dios, si salgo de esta, lo dejo..."
Cuando vieron que el humo comenzaba a ser menos denso, Sara y Daniel volvieron a sentarse de espaldas con el muro protegiéndoles. Daniel agarró el segundo bote de humo.
- ¡Te toca! - le dijo.
Ella le miró a los ojos, aterrorizada. Y volvió a besarle.
- No vayas a hacer ninguna estupidez - le dijo, más bien le ordenó. Pero Daniel sonrió.
- Tranquila - le dijo - esta vez tengo buenas cartas; no necesito marcarme un farol... ¡ Y ahora... corre!
Y lanzó el bote. En cuanto escucharon la pequeña detonación y el siseante y áspero zumbido que producía el gas al salir y transformarse en niebla Sara, mirándole una vez más, se levantó y echó a correr.
Corrió con toda su alma puesta en sus piernas, en su cuerpo y en su mente, intentando fijarse sólo en el barco. Ignorando los silbidos de las balas, los impactos en la pasarela cuya vibración notaba en sus pies y los trozos de madera que volaban por el aire. A lo lejos, aún demasiado lejos, vió que Benjamin estaba a punto de llegar.
El hombre saltó al barco y cayó al suelo.
- ¡Joder, Diana - dijo levantándose - ¿te he dicho alguna vez que te quiero?!
- ¡Arranca este puto barco ya, abuelo! - dijo ella guareciéndose de los impactos que daban en el casco. Luego sonó un click de su rifle - ¡Sin munición! - dijo.
Benjamin ya estaba en el puente, accionando botones y palancas. El motor arrancó sin problemas.
- ¡Coge mi fusil! - le dijo - ¡No acertarás tanto pero los acojonarás!
Ella lo hizo y antes de disparar vió a Sara ya por la mitad del puente.
- ¡Vamos, pequeña, sigue... sigue...! - y empezó a disparar al hangar.
Daniel vió que Sara ya estaba más cerca del barco que de su posición y que seguía corriendo. "¡Vamos, nena", pensó, "vas a conseguirlo!".
Cogió el último bote de humo. "¡Me toca!", pensó... y lo lanzó.
Una tercera cortina de humo se levantó delante de ellos. Pero aún así podían ver el movimiento de personas al final del muelle.
Eliseo, presa de una furia ciega e incontrolable, se puso en pie, ignorando los silbidos de las balas y los impactos en el metal de las paredes del hangar que sonaban como un concierto de platillos y gongs y buscó con la mirada.
- ¡Lamar... - gritó -... Lamar, el lanzacohetes!
Vió el lanzacohetes plegable en el suelo, junto al cuerpo sin cabeza de Lamar. Lo recogió y sin importarle el humo ni los disparos, salió fuera.
Sara pudo ver que el barco estaba ya muy cerca. Sentía su corazón hinchado como un globo a punto de reventar y la sangre hervía en sus venas. Sus pulmones dolían y apretaban su pecho... pero le daba igual. Cuatro pasos, un salto y... cayó en la cubierta trasera del barco.
- ¡Bravo, pequeña, bravo! - gritaba Diana - ¡Quédate agachada, no te levantes!
Eliseo sentía que el poder era suyo, sólo suyo y por tanto tendría que ser él quien lo hiciera. No le importaba en ese momento que el núcleo volara por los aires, entre los miles de fragmentos del barco y se hundieran en el agua. Ya lo encontrarían. En este momento lo que le importaba, lo único que le importaba, es que Sara muriese, que no escapara. "Y no lo hará", pensaba ciego de odio.
Apoyando un pie para impulsarse saltó el muro, quedándose de pie en la arena de playa, erguido, sin importarle las balas que pasaban casi rozándole. Dios no permitiría que le dieran.
Desplegó el segmento tubular del lanzacohetes, estirándolo. Levantó la mirilla rectangular y apuntó.
Era un blanco fácil.
- Eh, alelao - sonó la voz de Daniel a su espalda, tranquila, serena, sosegada. Como un amigo que te saluda al entrar en el bar tras no haberle visto en la barra. Eliseo se giró. Daniel estaba sentado en la arena con la espalda apoyada en el muro y las piernas muy abiertas, como si estuviese tomando el sol en la playa sentado en una tumbona. Estaba a poco más de un metro y medio. Y le apuntaba con una escopeta recortada de dos cañones. Sonriendo añadió -... escalera de color.
Daniel apretó los dos gatillos de la amiga de Elmer a la vez. Eso sumaron casi doscientas postas de acero que escupieron los dos cañones bajo el trueno de un mismo disparo. Atravesaron el abdomen de Eliseo partiéndolo en dos sobre una nube vaporosa de sangre y vísceras. La parte superior de su cuerpo, del esternón hacia arriba, voló un par de metros y cayó en la arena como un muñeco de trapo. Sus piernas se quedaron quietas y luego cayeron lentamente hacia atrás como el tronco de un árbol al ser talado.
El resto de hombres llegaron al muro, sin dejar de disparar al barco. Saltaron sobre las piedras y salvo un par que apuntaron a Daniel y le golpearon con los pies antes de quitarle las armas, continuaron escupiendo fuego hacia el mar.
Marco vió el cuerpo de Eliseo y sin perder un segundo en pensar más en ello, buscó con la mirada el lanzacohetes.
Sobre el suelo de la cubierta trasera de la patrullera Sara, reuniendo algo de fuerzas y aliento, se incorporó lo suficiente para poder mirar por la borda.
- ¿Donde... está Daniel? - pudo exhalar.
No le veía. Miró a Diana y esta negó con la cabeza. Soltó el fusil de asalto y volvió a coger su francotirador para poder mirar por la lente de aumento.
- ¡¿Dónde está...?! - gritó Sara.
- ¡Le tienen! - dijo con la voz rota por la angustia. Miró a Benjamin. Los disparos seguían impactando en el casco - ¡Le tienen, Ben!
Marco cogió el lanzacohetes y apuntó.
- ¡Tenemos que irnos, Sara! - gritó Benjamin y pulsó la palanca hasta avante toda.
Sara gritó "¡NO!" a todo lo que daba su garganta, hasta romperla, y se levantó con la muy firme intención de volver a saltar la cubierta. Pero Diana la agarró por la cintura, teniendo que emplearse a fondo, mientras la nave empezaba a moverse.
- ¡No podemos, Sara! - decía Diana - ¡Le tienen, tenemos que irnos!
Sara continuó gritando y forcejeando todo el rato.
Marco disparó. Tenía el barco bien fijado en la mira pero no había calculado bien el tiempo de trayectoria. Pudo ver como el barco comenzaba a avanzar dirección oeste y luego empezaba a describir una curva. Y pudo ver dos o tres segundos después como el cohete impactaba en el agua, un par de metros tras la popa.
El barco se zarandeó y una cascada de agua salada les cayó encima, empapando sobre todo a Sara y Diana. Pero no se detuvo. Poco a poco, virando al sur, empezó a alejarse de la costa. Y por mucho que se alejaban, Sara continuaba gritando y llorando y Diana teniendo que sujetarla con todas sus fuerzas.
- ¡Maldita sea! - gritó Marco tirando el lanzacohetes, de un solo disparo y ya inútil, al agua.
- Dios mío, Marco - dijo uno de los hombres - ¡Eliseo ha muerto!
Marco se pasó las manos por los ojos y por la cara, respirando hondo, intentando pensar.
- ¡Lo sé ! - dijo a continuación. Volvió a mirar como el barco se alejaba, ya fuera de su línea de tiro. Los hombres se dieron cuenta de ello y dejaron de disparar. Habían llegado treintaycinco y quedaban veintidos. Les habló con voz enérgica y decidida - ¡Pero vamos a continuar! seremos más fuertes. Ahora haremos las cosas de un modo distinto; con más cabeza y sin tanta gilipollez de dios ni fé. ¡Somos hombres! Y vamos a reconquistar este planeta con la cabeza... - se dirigió hacia el muro, hacia Daniel que seguía sentado, vigiliado por un par de hombres y sonriente. Le apuntó con su revólver tras sacarlo de su funda - ...y con la energía de esa cosa. Porque este hijo de perra nos va a decir ahora mismo a dónde se dirigen - Daniel le miró sonriente, tranquilo. Victorioso. Y eso enfureció aún más a Marco - ¡Dime a dónde van! - le gritó con todas su fuerzas. Y luego, sin gritar pero con toda la rabia que le cabía en el cuerpo, lo repitió - Vas a decirme ahora mismo a dónde se dirigen o te juro por dios que te arranco la piel a tiras...
Daniel, cansado pero satisfecho, sintiéndose de algún modo el ganador de la partida, continuó sonriendo mientras le decía en tono sarcástico:
- Oh, eso no será necesario. Te lo digo ahora mismo, sin ningún problema - dejó de sonreír y ahora sonó rotundo, inapelable, como una sentencia -. Fuera de tu alcance. Total y completamente fuera de tu alcance. Jamás llegarás hasta ella.
Marco, lejos de enfadarse más, pareció relajarse. Pareció aceptar su derrota (de la batalla, que no de la guerra. Empezaba a bullir su cabeza con ideas para hacer del suyo un grupo mejor y más poderoso) y comprendió que Daniel decía la verdad.
Sorprendentemente tranquilo y sereno, dijo:
- Sí, supongo que es así - y amartilló el revólver mientras seguía apuntando a su cabeza. Luego dijo -. Con lo cual ya no me sirves para nada.
Daniel asintió, conforme. Pero no quiso perder sus últimos segundos de vida mirando a ese tipo. Prefirió mirar al mar, un hermoso mar azul, en calma. Un mar que no parecía de invierno. El barco no era ya más que un pequeño borrón gris escalando las aguas hacia el horizonte.
Sonrió y pensó: "Lo conseguiste, nena".
(continuará)
Mientras Benjamin hablaba con varios supervivientes, tristes y asustados porque se marchaban, los otros tres revisaban el equipo.
Diana se había vestido con su mono caqui y llevaba encima un anorak de camuflaje gris. Seguía llevando su rifle de precisión con mira colgado por la correa a su espalda pero además se había equipado con una pistola reglamentaria que llevaba en su cinto en la cadera. De unos enormes cajones que los hombres habían traído del arsenal, revisaban nuevas armas de las muchas que quedaban en la base, que además contaban con abundante munición.
Daniel, que ya había recuperado a la amiga de Elmer y volvía a descansar colgada de su pierna derecha, escogió un fusil GLX-160, del calibre 5´56. Exactamente igual que el de Benjamin. Y se deshizo del lento aunque potente fusil de caza de los saqueadores.
Sara encontró munición del 45 para la pistola automática. Metió un cargador lleno y guardó otros dos en los bolsillos de su chaqueta. Daniel y Diana la animaron a llevar también un fusil de asalto, pero ella, además de parecerle muy grande y pesado (aunque estaba mucho más repuesta que cuando Daniel la encontró, hacía ya casi tres semanas, seguía pesando poco más de cincuenta kilos y no llegaba al metro sesenta) argumentó que no sabría manejarlo bien.
- También dijiste que no sabías manejar un machete... - dejó caer Daniel, entre hiriente y divertido, mientras preparaba los cargadores para su fusil.
Ella le miró con fiereza, en realidad también simulada.
- Me las tienes guardadas todas, ¿no? - le dijo exageradamente ácida.
- Hasta la última - respondió él sonriendo.
- Te odio - dijo Sara intentando no reír.
- Qué va - ahora sí la miró sonriendo abiertamente -, estás loca por mí...
Diana les escuchaba y no podía evitar sonreír también, mientras preparaba un sencillo botiquín para el camino.
Mientras esto ocurría Benjamin daba las últimas instrucciones y consejos a los refugiados más fieles, entre los que estaba también un arrepentido Emilio. Le dió un manojo de llaves.
- Cuando nos hayamos ido podéis sacarlos de las celdas - dijo refiréndose a los insurrectos de la noche anterior - o lo que creáis conveniente. Cuidado con Jonah y esa serpiente de Lucy; son peligrosos. Racionad bien los suministros y no tendréis que ir a la ciudad en varias semanas.
- De acuerdo, Ben - decía Emilio compungido -. Pero de veras que siento lo de anoche; no os marchéis. Sin vosotros...
- Tranquilo, Emilio - le tranquilizó Benjamin poniéndole la mano en la nuca afectuosamente -, no pasa nada. Todo está olvidado; no nos vamos por eso. Y no os preocupéis más; sólo vamos a echar un vistazo. Si no encontramos nada, como tendremos un barco a motor, volveremos.
Diana, terminado el botiquín y guardado en su larga bolsa de deporte, se acercó también a ellos y empezó a saludar y a abrazar a varios de los refugiados como despedida.
Sara y Daniel veían la escena, ya con todo preparado y ella le dijo que no podía evitar sentirse mal:
- Estaban aquí tan seguros y tranquilos... y siento que los hemos embaucado para una aventura loca - dijo.
- No los hemos embaucado a nada. Les dimos una información y quieren averiguar más, como nosotros - argumentó correctamente Daniel -. Vienen porque quieren, ya oíste anoche. Diana hace tiempo que quería marcharse. Si hubieran conservado algún núcleo para hacer funcionar un barco, seguramente lo hubiesen hecho antes de llegar nosotros.
- Lo sé, y aún así... me da cierta pena por esos otros, los que se quedan. Benjamin y Diana eran el motor aquí.
- Sobrevivirán - dijo Daniel para animarla. Y no pudo evitar pensar en cuánto había cambiado, desde la feroz saqueadora que fue, y que pudo ver por un instante allá en Caledonia, hasta convertirse en la chica que ahora tenía delante, preocupándose por desconocidos.
Quizá era verdad que tuvo que cambiar, disfrazarse de brutal e implacable instrumento de odio y maldad. Pero ahora sólo podía ver a una mujer luchadora, justa y con un gran corazón.
Y sintió que la quería de verdad.
Terminadas las despedidas con sus antiguos compañeros la pareja de soldados llegó hasta ellos.
- Vámonos, muchachos - dijo Benjamin -, aún hay trabajo por delante y nos queda una buena caminata.
Se equiparon con sus bolsas y mochilas, comprobaron sus armas y se encaminaron a la puerta sur, la contraria por la que entraron, también metálica con barrotes y cadenas aunque algo más pequeña. Dos de los hombres, dirigidos por Emilio, la abrieron. Y sin más, sin mirar atrás, escucharon a sus espaldas cómo la volvían a cerrar. Mientras les veía caminar por una árida planicie, Emilio dijo:
- Vayan con Dios, amigos...
Lo que veían ante sí era una gran nada que descendía lentamente desde la altiplanicie de la base. Un árido yermo sólo roto por alguna roca y algún matojo. Pero a lo lejos, muy lejos les parecía, veían unas lejanas edificaciones.
- Aquellos son los hangares - explicó Benjamin, señalándolos -. Nadie sabe pilotar un avión, ¿no? - preguntó con sorna. Sara y Daniel negaron, entre sorprendidos y divertidos - Lo suponía, seguiremos con el plan del barco... además, aunque supiéramos pilotar Cabo Centenario es una puñetera roca; no podríamos aterrizar. Sólo un hidroavión serviría y de éso no teníamos aquí...
Luego continuó explicándoles la distribución del amplio exterior de la antigua base.
Justo tras pasar las pistas de aterrizaje y los hangares estaban el muelle principal y la naviera. Allí era donde les dijo deberían encontrar (a menos que los saqueadores, por gusto, o alguien que tuviese un núcleo hubiese hecho algo con ellas) varias patrulleras torpederas, con suficiente potencia y autonomía para llegar a su destino. Y allí mismo estaba el taller marítimo donde encontrarían gasóleo.
- Un par de kilómetros y estaremos preparando el barco - concluyó.
- Si al final vamos a un muelle - apuntó Daniel -, podíamos haber cogido nuestra lancha y rodear la isla.
Benjamin hizo una mueca de disconformidad:
- Demasiado ruidosa, demasiado llamativo - explicó -. Mira este sitio, ni los pájaros pasan por aquí...
- ¿Cuánto tardaremos en llegar a Cabo Centenario si todo va bien? - quiso saber Sara.
- Si el mar está en calma - calculó Benjamin -... un día y una noche. Mañana a estas horas podríamos estar ya viendo el faro...
Sara y Daniel se miraron, esperanzados e ilusionados. Y casi sin querer se cogieron la mano mientras caminaban bajo un cielo cada vez más soleado.
Sólo unos minutos después de haberse marchado el grupo y tal como les habían indicado, en la base liberaron a los prisioneros. Tras algunos momentos de desconcierto al saber que Benjamin y Diana se habían marchado con "los nuevos", hubo algunas tensiones por el control de la base.
El principal conflicto consistía en que los que había permanecido al margen de lo de la noche anterior, comandados por un venido arriba Emilio, creían que los rebeldes no deberían tener, al menos de momento, muchas responsabilidades en temas clave como la comida, el agua o las armas. Naturalmente estos, encabezados por Jonah, no estaban de acuerdo.
- Emilio, tú siempre has sido un idiota - le decía despectivamente Jonah -, ¿y ahora quieres dirigir el cotarro?
- Yo no - decía Emilio -, lo haremos entre todos. Somos una comunidad, no una banda de salvajes con un cabecilla... ¡y no vuelvas a llamarme idiota! - le gritó sacando, para sorpresa de Jonah, algo de carácter por fin - Benjamin y Diana han dicho que volverán - esto no era exactamente así pero a Emilio le pareció buena idea alterar un poco la realidad para que la sombra de sus grandes líderes planeara aún sobre Jonah y los suyos -, así que vamos a procurar que la base siga en pie cuando lo hagan...
Todas estas disquisiciones a una Lucy visiblemente triste y derrotada la traían sin cuidado. Durante la larga noche en la celda sólo había podido revolcarse en su doloroso fracaso, en su ansia de venganza no saciada... en que la bruja había escapado y se había ido de rositas. En su ensimismamiento, se sentó en un escalón de la entrada al edificio, sin ganas de nada.
- ¡Hombres! - gritó un vigía - ¡Muchos, por el sureste! ¡Por la playa!
- ¡Vamos! - indicó, asustado pero sacando coraje, Emilio - ¡Coged las armas y todos al muro!
Todos lo hicieron. Incluso Lucy salió de su universo de odio y subió las escaleras del muro norte para mirar.
Se dispusieron en línea por el muro armados en su mayoría con los fusiles de asalto y algunos otros con rifles.
Por el camino de la playa, ya llegando a la garita y a la barrera a rayas del acceso de vehículos, venían en una formación no muy heterogénea al menos treinta o cuarenta hombres armados. Aunque el aspecto general sin duda era de saqueadores, desde arriba pudieron observar que tenían buenas armas.
- ¡Carajo! - dijo Emilio observando desde el muro con primásticos -, uno tiene hasta un lanzacohetes.
- Nosotros tenemos decenas de lanzacohetes aquí - respondió Jonah intentando darle ánimos, a Emilio y a sí mismo.
- Sí, grandullón - dijo el otro -, pero ¿alguien sabe usarlos?
Jonah guardó silencio.
Eliseo y Marco abrían la comitiva. Vieron a los hombres armados apostados en lo alto del muro observándoles y por el momento mantuvieron la calma. Iban todos a pie (no había sido posible transportar hombres y caballos en los veleros que habian encontrado en buen estado) y se detuvieron tras levantar Marco su puño. Eliseo volvía a llevar sus gafas de sol, aunque no la capucha. Para ser aún invierno, hacía una mañana primaveral y de momento lucía el sol, aunque en la lejanía, hacie el este, amenazaban unos nubarrones grises.
- Es una auténtica fortaleza - dijo Eliseo con admiración -, aún más robusta e inexpugnable que la nuestra.
- Todos los muros pueden caer - apuntó Marco -, si sabe hacerse...
- Evitemos los enfrentamientos de momento, hermano - dijo Eliseo, ordenando en realidad aunque lo hiciese en tono afectuoso -. Ahora sólo hemos de averiguar si siguen ahí o si han estado de paso únicamente... Habla tú, se te dan bien las palabras.
Marco se adelantó unos pasos y levantó las manos, sin ningún arma en ellas, aunque llevaba un revólver en la cintura y un fusil colgado en la espalda. Observó que desde arriba le apuntaban y le seguían con sus miradas. Habló alto para que le escucharan bien:
- ¡No hemos venido a atacaros! - dijo para empezar. Eliseo le observaba complacido y pensó "...por ahora" - Nuestras intenciones no son de beligerancia...
- ¿De qué ha dicho? - preguntó Jonah. Emilio fingió que lo había entendido.
- Creo que significa que... vienen de buen rollo - explicó.
Mientras, Marco continuaba:
-... sólo buscamos a unas personas que nos han robado. Han tenido que llegar hace muy poco; nadie que viva ahí desde hace tiempo.
Arriba Emilio y Jonah se miraron.
- Ni una maldita cosa - dijo el primero -. Recuerda que Ben y Diana van con ellos.
- De acuerdo... déjame a mí - dijo Jonah confiado -. Sé tratar con escoria como esta - luego empezó a hablar muy alto a los de abajo - ¡Nadie ha llegado recientemente, los dos que buscáis no están aquí!
- Es curioso - dijo Marco -. No he dicho que fueran dos...
Emilio atravesó a Jonah con la mirada.
- Luego soy yo el idiota... - le dijo visiblemente enfadado.
Mientras decidían qué decir a continuación y quién, Lucy miraba a los recién llegados, que para ella desde luego no eran desconocidos, asomada en el muro y mantenía una terrible lucha en su interior. Luchaban su odio y rabia por Eliseo y los suyos... y su sed de venganza.
Y ganó la venganza.
- ¡Eliseo! - gritó desde el muro.
Abajo, los dos líderes se miraron sorprendido.
- ¿Cómo es que me conoce? - le dijo a Marco, quien se limitó a encogerse de hombros. No les sonaba su cara. Pero tampoco solían fijarse mucho en las esclavas de Eleden.
- ¡Eliseo! - volvió a decir - ¡Sé a quién buscas y sé a dónde van!
Arriba Jonah la cogió fuertemente del brazo y la obligó a mirarle.
- ¡Qué estás haciendo, maldita loca!
- ¿Nos conoces? - dijo Eliseo desde abajo.
- ¡Os conozco! - gritó Lucy.
- ¡He dicho que te calles o...! - le amenazó Jonah. Pero ella se limitó a sonreír.
- ¡O qué! - le dijo con rabia. Y Jonah vió en sus ojos algo mucho peor que la locura. Vió un odio ciego que la había acabado por consumir.
- ¡Rodea la base y ve al sur! - gritó Lucy. Jonah la zarandeó gritándole que se callara pero ella continuó - ¡Al sur, a los hangares, van a por un barco! ¡Si corréis los alcanzaréis! ¡Sólo os llevan una hora de ven...!
La culata del fusil de Emilio impactó contra su frente, impulsando la cabeza de Lucy hacia atrás como si se hubiese golpeado con el quicio de una puerta, quedando desmayada al instante. Jonah la recogió entre sus brazos evitando que además se golpease al caer.
Dicho movimiento fue interpretado como amenazante por ambos grupos, los de arriba y los de abajo, que apuntaron sus armas y las amartillaron casi al unísono, como una orquesta bien afinada.
Pero Marco, abajo, ordenó no disparar:
- ¡Quietos, quietos - gritó a sus hombres -, todos quietos! ¡Es cosa de ellos, tenemos lo que queríamos!
- ¡Vámonos! - ordenó Eliseo - ¡A la carrera hacia el sur, vamos!
Mientras los invasores se marchaban a paso ligero, rodeando la base por el muro oeste como ella había indicado, arriba Jonah sostenía a Lucy entre sus brazos. Se volvió y miró a Emilio con furia, pero este se limitó a decir:
- No la callas tú... pues la callo yo.
Conforme llegaron a la altura de los hangares y los fueron dejando atrás, acercándose al mar, encontraron más restos de cuando la base bullía de actividad militar. Camiones, todoterrenos, un helicóptero por allí o un carro de combate por allá, todos destrozados y abandonados. Desguazados por saqueadores o simplemente por el paso del tiempo y la lluvia.
Pero a pesar de todo el lugar no parecía tan arrasado como abandonado, lo cual les dió esperanzas de que los barcos, de los cuales ya estaban cerca, siguiesen allí y estuviesen en buen estado.
Pasaron por delante de los hangares, donde vieron varios cazas y algunos helicópteros de combate, ahora varados en tierra, inútiles sin nadie ni nada que los hiciese volar. Luego cruzaron las pistas de aterrizaje y unos pocos metros después ya veían y podían oler el mar.
- La última vez que vinimos - explicó Benjamin - la patrullera estaba en el muelle norte. A ver si sigue allí, estaba en buen estado y es perfecta para nuestro viaje.
Llegaron hasta la zona naval. Había una especie de nave, o hangar, al borde del muro que caía al agua, con los bolardos de hierro y los puestos de amarre vacíos al lado. Luego había un descenso en el terreno y hacia la izquierda se abria a una playa, hasta el espigón de madera, ya sobre la valla, tras un muro de ladrillo de poco más de un metro que limitaba la zona. Y al final del puente de madera que se introducía en el agua por lo menos cincuenta metros, la patrullera.
- ¡Allí sigue, Ben! - dijo Diana visiblemente contenta.
- Perfecto - dijo su marido -. Yo iré a comprobarla a ver si todo está en orden. Necesitaré el núcleo, chico - le dijo a Daniel.
- Claro - dijo él y tras sacarla del bolsillo se la entregó, aún envuelta en aluminio. Benjamin la guardó en su guerrera.
- Vosotros tres id a la nave y a ver si hay algo útil para el viaje - les indicó Benjamin -. Sobre todo buscad gasóil, no sé cómo estará de combustible.
Se desviaron al interior del hangar, que si alguna vez había tenido puerta ahora sólo tenía apertura, grande como la de un garaje, mientras Benjamin saltaba el muro y seguía hacia el muelle de madera, en dirección al barco.
Dentro del hangar había múltiples piezas y chatarra, incluso otro pequeño barco medio desguazado.
- ¿Qué tenemos que buscar, Diana? - preguntó Sara.
- Ya habéis oído a Ben. Cualquier cosa que os parezca útil y sobre todo - les indicó la mujer - gasóil. A ver si queda algún bidón.
Sara y Daniel empezaron por unas enormes estanterías que llegaban casi hasta el techo, repletas de piezas mecánicas y herramientas, aunque nada les parecía aprovechable, o directamente ni sabían qué eran los diversos objetos. Diana sin embargo se fue al fondo de la nave donde podían verse algunos barriles metálicos sin identificar.
Rebuscando, Sara llamó la atención de Daniel:
- Ey - le dijo para que él la mirara. Él lo hizo y vió que ella tenía en una mano un pequeño arpón de pesca submarina, bastante estropeado, y en la otra unas gafas de buceo aún con el tubo de respiración atado a ellas. Daniel la miró con cara extraña, como diciendo "¿para qué queremos eso?". Entonces ella le recordó su promesa de la noche anterior:
- Dijiste que pescarías cada día para comer - le dijo sonriente.
- Así es - dijo él muy conforme -. Y tú que...
Ella soltó una risita que a él le pareció deliciosa y a la vez muy erótica. Luego entornó cómicamente los ojos y dijo:
- Como Brooke Shields...
Diana les llamó desde el fondo del hangar y tuvieron que dejar las bromas.
- ¿Qué pasa? - dijo Daniel cuando llegaron hasta ella. Estaba en la esquina contraria y vieron que aquella pared de fondo del hangar tampoco tenía puerta - ¿Encontraste algo?
Diana había desenroscado el tapón de un bidón metálico y ahora olía su interior.
- ¡Bingo! - dijo después volviendo a tapar el recipiente metálico - Gasóil...
- Perfecto - dijo él.
- Volquémoslo con cuidado y lo llevamos rodando hasta allí - dijo Diana. Y así lo hicieron.
Fue bastante pesado y difícil sacarlo sólo de la nave. Y aún mucho más por la arena, el muro y el muelle. Algunos minutos y mucho esfuerzo después llegaron hasta la patrullera, donde Benjamin seguía activando válvulas y bombas.
- Combustible - dijeron jadeando.
- Perfecto - dijo Benjamin, mucho más descansado que ellos, por supuesto -. Tiene el depósito al cincuenta por ciento, suficiente para llegar. Y con ese barril ya tenemos para volver... o para imprevistos.
Diana se sentó en uno de los salientes de la cubierta de los lados de la parte trasera, que estaban acolchados para hacer de asientos.
- Estoy muerta... - dijo casi sin aliento - dejad que me siente un momento.
- Haber dejado el rifle allí, mujer - dijo Benjamin.
- Nunca - respondió ella y luego sonrió -. Antes te dejo a tí...
- ¡Qué graciosa!... vamos chicos, volvamos nosotros para que yo eche un vistazo a ese hangar. Quizá se os haya pasado algo. Nos vendría bien aceite de motor... - les dijo Benjamin y los tres, aunque Sara y Daniel también resoplaban tras el paseo al barril, volvieron a caminar por el muelle, no sin antes quitarse las mochilas y dejarlas ya en barco. Benjamin también se había quitado la suya y sólo llevaba a la espalda su fusil, al igual que Daniel.
Antes de alejarse mucho volvió a dirigirse a Diana:
- Cuando hayas descansado, sigue cebando el motor, ya casi está.
- ¿Y el núcleo? - preguntó ella porque, de llevárselo él encima y alejarse tanto no iba a funcionar nada. Pero Benjamin señaló con la mano al puente de la lancha y dijo:
- Ahí, en la bitácora.
Ella miró y lo vió en el soporte, con el papel de aluminio sólo rasgado por un extremo, junto al timón.
Por el muelle Benjamin les fue contando que el barco estaba en perfecto estado. Daniel y Sara no veían la hora de partir y dejar todo aquello atrás, de modo que volvieron a mirarse y sonreírse.
Llegaron al muro y volvieron a saltarlo.
- ¿No os habréis fijado si había unas latas amarillas...? - empezó a decir Benjamin, pensando en aceite para las válvulas del motor del barco.
Sonó un disparo y Daniel sintió como si alguien le diese un puñetazo en el costado. Un puñetazo llevando un puño americano. Cayó hacia atrás soltando un grito ahogado.
- ¡Daniel! - gritó Sara tirándose al suelo junto a él.
- ¡Mierda! - fue lo único antes que dijo Benjamin antes de agacharse y retroceder mientras descolgaba su fusil de asalto. Luego gritó a Sara - ¡Tras el muro, ayúdale a llegar tras el muro!
Daniel sintió como Sara, gritando de miedo, tiraba de su brazo. Pero el dolor del costado le embotaba la cabeza.
- ¡Joder... - pudo exclamar -... me han dado... esos cabrones me han dado!
Mientras retrocedía aún más y cogía a Daniel del otro brazo, viendo que a la pequeña Sara le costaba mucho arrastrarlo, Benjamin ya pudo ver a lo lejos, más o menos a la altura de los Hangares aéreos, una línea de hombres. Muchos.
Sonó otro disparo pero impactó a su lado, en el muro. Por fin pudieron guarecerse.
- ¡Está herido, Ben! - gritaba Sara - ¡Oh, dios mío, le han dado!
Daniel se incorporó como pudo, quedando sentado en el suelo con la espalda apoyada en el muro de piedra y hormigón. Le dolía toda la mitad inferior del cuerpo, hasta las piernas.
- ¡Estoy bien...! - decía para intentar tranquilizar a Sara. Pero sabía que lo que estaba era bien jodido.
Momentáneamente a salvo tras el grueso muro de piedra, Benjamin le dijo a Sara:
- ¿Donde le han dado?
- ¡En el costado!
- ¡Mírale la herida y busca algo para taponarla! - mientras, preparó su fusil de asalto.
Sara le levantó un poco la camiseta. Daniel seguía diciendo que estaba bien, pero ella procuró describirlo bien para Benjamin mientras seguían impactando disparos en el muro o tras ellos, en la arena.
- ¡Hay... hay dos agujeros! ¡Sangra mucho, Ben!
- Vale, tapónale con lo que sea, un pañuelo, algo... ¡su cinturón! ¿De qué color es la sangre?
- ¿Qué...? - Sara no entendía la pregunta. Fue Daniel quien contestó. El shock iba pasando.
- Es normal, Ben - dijo.
- Estupendo - les dijo dándoles ánimos -; hay entrada y salida y no ha dado al hígado. Taponadla bien y Diana te curará en cuanto lleguemos al barco. ¡Saldrás de esta! ¡Ahora vamos a recibir a esos cabrones!
Mientras se acercaban al hangar y los hombres con rifles de más alcance disparaban, Eliseo preguntó a Marco:
- ¿Quién lleva el lanzacohetes?
- ¡Lamar!
- Que se quede cerca de mí... ¡no van a escapar!
Entre Sara y Benjamin consiguieron un apaño para Daniel, taponando ambos agujeros con el pañuelo azul que había sido de Débora que ella se quitó del pelo y el gris que Daniel siempre llevaba en el cuello. Luego con su cinturón, bien apretado para presionar, los sujetó.
- Tendrá que valer... - dijo Daniel. Y aunque seguía sentado con la espalda en el muro, pudo descolgar su fusil y cargarlo. Vió que Sara le miraba profundamente asustada.
- Estoy bien, Sara. ¡Estoy bien! - le dijo.
- No se te ocurra dejarme... - le dijo. Las lágrimas estaban a punto de brotar.
- Nunca - dijo él.
Consiguió, no sin esfuerzo, ponerse tras el muro para observar, como Benjamin. Los disparos de los saqueadores no cesaban, aunque aún con poca precisión pues estaban a más de treinta metros y en movimiento. Los veían posicionándose tras los vehículos abandonados u otras coberturas improvisadas, pero cada vez más cerca.
- ¡Es hora de darles la bienvenida! - dijo Benjamin.
Los tres abrieron fuego, dos fusiles de asalto y una automática del 45. Fue una ráfaga corta pero que cumplió su objetivo, les detuvo. Los que aún no habían encontrado cobertura se tiraron al suelo.
Ellos volvieron a sentarse tras el muro.
- ¡Vale, ya les hemos acojonado, chicos! - indicó Benjamin - No desperdiciemos munición, que se confíen, se levanten y les atizamos otra vez.
- ¡Hay que llegar al barco! - dijo Daniel.
- Esa pasarela son muchos metros en línea recta, hijo - dijo el hombre - ¿Cómo te ves para correr?
Sara le miró, absolutamente angustiada.
- ¡Puedo hacerlo! - respondió.
- ¡Arriba! - les gritaba Eliseo a sus hombres, furioso como pocas veces le habían visto - ¡Arriba, nadie os ha dicho que paréis! ¡Avanzad y no dejéis de disparar! ¡Que llueva fuego! ¡Inundadles de nuestra cólera!
Marco, agachado tras unos barrilles metálicos, pensaba: "¡Puto loco! Va hacer que maten a la mitad..."
Pero le obedecieron. Sin importarles nada se pusieron en pie, avanzando despacio, caminando, casi en línea y disparando sin cesar. La lluvia de proyectiles impactaba sobre el muro y hacía que les cayeran en la cabeza pequeños fragmentos de hormigón. Era imposible asomarse ahora para disparar, pero si no lo hacían llegarían hasta ellos.
- ¡Hos... tias...! - decía Benjamin aguantando el chaparrón.
Entonces, pese al infernal ruído de los disparos incensantes de los hombres de Eliseo, un disparo sonó más fuerte que el resto y media cabeza de un saqueador se desintegró. A los cinco segundos, otro. Luego, otro...
- ¡Francotirador! - gritó Marco a todo lo que daban sus pulmones y su garganta - ¡Francotirador... al suelo!
Desde el barco Diana apuntaba tranquila, respirando pausadamente, en calma, como cuando remendaba la ropa de ambos en el fuerte e intentaba enhebrar una aguja bajo la escasa luz de los candiles y lámparas de gas. Pulso y paciencia, no había más secretos. Movía suavemente el dedo sobre el gatillo, sin apretar de golpe.
- Asomad la cabecita... - decía para sí misma -... piiitas, pitas, pitas...
Otro disparo, otra cabeza hecha añicos. Llevaba una baja por bala, no había desperdiciado ni una.
Los hombres estaban ya muy cerca. Eliseo y Marco en el interior del hangar, cubiertos tras el barco abandonado y el resto por los alrededores. A menos de diez metros, junto a Eliseo, otra cabeza reventó como una sandía estrellada contra el suelo.
- ¡Nos está destrozando! - le gritaba Marco. Eliseo, visiblemente enfurecido, gritó:
- ¡Alto el fuego! ¡Dejad de disparar y cubríos! ¡Alto el fuego!
Poco a poco, primero de los hombres de Eliseo y luego de Diana, que dejó de ver objetivos claros, el fuego cesó. Y llegó un silencio extraño después de la tormenta.
Benjamin aprovechó para revisar su equipo, rebuscaba por su chaleco y en los bolsillos de su guerrera.
Sara no dejaba de mirar a Daniel, que sudaba copiosamente y estaba más pálido de lo normal.
- ¿Cómo estás? - le dijo en voz baja, temblorosa - Tenemos que salir de aquí, tenemos que llegar al barco y que Diana te cure...
- Tranquila, lo conseguiré - le dijo él -. No vas a ir a ninguna parte sin mí...
Ella sonrió y le besó en los labios.
- ¡Sara! - se escuchó entonces, como un trueno lejano de tormenta. Era la voz de Eliseo - ¡Sara!... hija mía...
Tras el muro, Sara cerró los ojos, como si le doliera oír esa voz.
Mientras, Benjamin encontró lo que buscaba en sus bolsillos: granadas de humo. Miró hacia el barco. No podía distinguir a su mujer, bien parapetada en la cubierta, pero estaba seguro que les estaría observando por la mira telescópica. Empezó a hacer señas con las manos. Códigos de combate para incursiones silenciosas.
- Sara - continuaba Eliseo -. No quiero más violencia, hija mía. No quiero matar a esos con los que vas. Sólo quiero la joya...
Diana, desde el barco, miraba por la mirilla las señales de su marido.
- De acuerdo, cariño - dijo en voz baja -. Vosotros corred como el Diablo, que yo los mataré sin fallar como si fuera Dios...
Sara seguía escuchando la voz de Eliseo:
- ... también te quiero a tí, por supuesto. Sabes de mi amor por tí. Pero con esa joya no seríamos una comunidad... tan sólo. Seríamos un reino. Un imperio... y tú serías mi reina. Mi heredera... deja a esos infieles. Tú ya no perteneces a ese mundo que dejaste atrás. Perteneces al mío...
Se puso la pistola pegada a la frente, cerrando los ojos. Luego los abrió y cayeron dos lágrimas. Miró a Daniel y él vió algo en sus ojos que le asustó profundamente.
-... la que eras en el impío y degenerado mundo de antes dejó de existir - continuaba Eliseo -. Y lo sabes... puedes fingir que eres como la Sara del mundo de antes... pero ahora eres diferente. Eres mejor, más grande, más fuerte. Renacida desde el dolor, como debe ser. Aquella niña ya no existe. Ahora eres como nosotros. Perteneces a nuestro mundo.
"¿Estás ahí?", preguntó Sara. Pero nadie respondió. Pequeña Zorra había dejado de existir. "Es igual... ya no te necesito".
- Sara - dijo Daniel -, ¿qué vas a hacer? - preguntó asustado.
Y Sara, lenta y tranquilamente se puso en pie. A Benjamin no le dió tiempo ni a decir.
- ¡Chiquilla, no!
Pero no pasó nada. Nadie disparó. Esa mirada fría y serena, de alguna manera, los hombres de Eliseo la reconocieron como algo poderoso. Y él también. Despacio como ella, se puso en pie. Los demás permanecieron a cubierto, incluído un Marco que no sabía cómo podría acabar aquello, viendo que ella tenía una automática en la mano, aunque la mantenía abajo.
- Ven conmigo, hija mía - dijo Eliseo empleando todo el poder de seducción del que disponía, lo que le había hecho poderoso siempre. En el mundo de antes y en el de ahora.
Sara le miraba no con furia ni odio. Le miraba simplemente como a alguien inferior, casi con desprecio. Y Eliseo se sintió turbado por ello. Nunca había visto esa mirada.
Los hombres les miraban a ambos, a uno, a la otra y luego a Marco, como preguntándole qué hacer. Pero Marco no entendía absolutamente nada de aquellas mierdas místicas.
También Benjamin y Daniel asomaron la cabeza hasta los ojos por detrás del muro para poder ver a Eliseo.
Diana sin embargo desde el barco no le veía, en la semioscuridad del hangar. Pero estaba viendo a Sara ponerse de pie, sin apuntar y quedarse quieta y pensaba: "¡Pero qué estás haciendo, Sara!..."
- Mi padre era un gran hombre - dijo Sara con una templanza que ni Eliseo ni Daniel le habían escuchado nunca. Y ambos estaban igual de hipnotizados por lo que decía y por cómo lo decía - Un hombre bueno lleno de amor. Era arquitecto. Construía cosas hermosas. Yo también quería serlo. Iba a ser arquitecta e iba a trabajar con él, padre e hija, maestro y alumna, para construír juntos rascacielos, puentes, teatros... pero se apagó el mundo y no pudo soportar un mundo en la oscuridad. Tu mundo es oscuro... y yo no soy tu hija, bastardo.
Y alzando la mano como un rayo, le disparó.
Sin ver el resultado del disparo, tanto Benjamin como Daniel tiraron de sus piernas y la hicieron caer tras el muro, justo una décima de segundo antes de que una lluvia de balas, tras el grito de "¡Disparar!" de Marco, pasara silbando por encima de ellos.
Eliseo se levantó del suelo, con su mano izquierda tapando lo que le quedaba de oreja, que no era mucho, ciego de ira.
- ¡Matadlos! - gritaba como un loco - ¡Matadlos a todos! ¡Matadlos!
Aguantando tras el muro, Benjamin les gritó:
- ¡De acuerdo - explicó a voces -, tengo unos botes de humo! Lanzo uno y a correr por el muelle, Diana nos cubre. ¡Otro bote diez segundos después y sale otro y luego el tercero! ¿De acuerdo chicos?
Sara y Daniel asintieron.
- ¡Tú primero, Ben! - gritó Daniel - ¡Tienes que poner en marcha el barco! ¡Luego Sara y luego yo!
Mientras tanto Diana seguía sin empeorar su porcentaje. Un disparo, una cabeza menos.
- ¡Conforme! - dijo Benjamin - ¡La lanzo y a correr!
- ¡Vamos, ya! - gritó Daniel - ¡A Diana no le van a durar las balas para siempre!
Benjamin dejó dos bombas de humo en el suelo, entre ellos, y agarró la tercera.
- ¡Ya ! - y la lanzó hacia el hangar.
A los pocos segundos, tras un chispazo, una cortina de humo densa y gris se creó junto delante del hangar y Benjamin echó a correr, casi saltando en dos zancadas el pequeño tramo de arena y enfilando el puente de madera sobre el agua.
- ¡Cubrámosle! - gritó Daniel. Y casi a la vez se asomaron sobre el muro lo suficiente para abrir fuego.
Dentro y a los lados del hangar los hombres de Eliseo vieron el humo e instintivamente, como si les protegiera, se levantaron y dispararon sin cesar a través de él, aunque no veían absolutamente nada. Pero también recibían los disparos de Daniel, de Sara y de Diana, que aunque no les veía seguía disparando por intuición. Varios saqueadores reciberon impactos quedando heridos.
Benjamin corría por la pasarela lo más rápido que podía. Las balas silbaban pasando junto a él e impactaban en el agua o en la madera, levantando una pequeña nube de ínfimas astillas. Casi sin aliento y con el corazón a punto de explotar, sólo pensaba: "Dejo de fumar... lo juro por Dios, si salgo de esta, lo dejo..."
Cuando vieron que el humo comenzaba a ser menos denso, Sara y Daniel volvieron a sentarse de espaldas con el muro protegiéndoles. Daniel agarró el segundo bote de humo.
- ¡Te toca! - le dijo.
Ella le miró a los ojos, aterrorizada. Y volvió a besarle.
- No vayas a hacer ninguna estupidez - le dijo, más bien le ordenó. Pero Daniel sonrió.
- Tranquila - le dijo - esta vez tengo buenas cartas; no necesito marcarme un farol... ¡ Y ahora... corre!
Y lanzó el bote. En cuanto escucharon la pequeña detonación y el siseante y áspero zumbido que producía el gas al salir y transformarse en niebla Sara, mirándole una vez más, se levantó y echó a correr.
Corrió con toda su alma puesta en sus piernas, en su cuerpo y en su mente, intentando fijarse sólo en el barco. Ignorando los silbidos de las balas, los impactos en la pasarela cuya vibración notaba en sus pies y los trozos de madera que volaban por el aire. A lo lejos, aún demasiado lejos, vió que Benjamin estaba a punto de llegar.
El hombre saltó al barco y cayó al suelo.
- ¡Joder, Diana - dijo levantándose - ¿te he dicho alguna vez que te quiero?!
- ¡Arranca este puto barco ya, abuelo! - dijo ella guareciéndose de los impactos que daban en el casco. Luego sonó un click de su rifle - ¡Sin munición! - dijo.
Benjamin ya estaba en el puente, accionando botones y palancas. El motor arrancó sin problemas.
- ¡Coge mi fusil! - le dijo - ¡No acertarás tanto pero los acojonarás!
Ella lo hizo y antes de disparar vió a Sara ya por la mitad del puente.
- ¡Vamos, pequeña, sigue... sigue...! - y empezó a disparar al hangar.
Daniel vió que Sara ya estaba más cerca del barco que de su posición y que seguía corriendo. "¡Vamos, nena", pensó, "vas a conseguirlo!".
Cogió el último bote de humo. "¡Me toca!", pensó... y lo lanzó.
Una tercera cortina de humo se levantó delante de ellos. Pero aún así podían ver el movimiento de personas al final del muelle.
Eliseo, presa de una furia ciega e incontrolable, se puso en pie, ignorando los silbidos de las balas y los impactos en el metal de las paredes del hangar que sonaban como un concierto de platillos y gongs y buscó con la mirada.
- ¡Lamar... - gritó -... Lamar, el lanzacohetes!
Vió el lanzacohetes plegable en el suelo, junto al cuerpo sin cabeza de Lamar. Lo recogió y sin importarle el humo ni los disparos, salió fuera.
Sara pudo ver que el barco estaba ya muy cerca. Sentía su corazón hinchado como un globo a punto de reventar y la sangre hervía en sus venas. Sus pulmones dolían y apretaban su pecho... pero le daba igual. Cuatro pasos, un salto y... cayó en la cubierta trasera del barco.
- ¡Bravo, pequeña, bravo! - gritaba Diana - ¡Quédate agachada, no te levantes!
Eliseo sentía que el poder era suyo, sólo suyo y por tanto tendría que ser él quien lo hiciera. No le importaba en ese momento que el núcleo volara por los aires, entre los miles de fragmentos del barco y se hundieran en el agua. Ya lo encontrarían. En este momento lo que le importaba, lo único que le importaba, es que Sara muriese, que no escapara. "Y no lo hará", pensaba ciego de odio.
Apoyando un pie para impulsarse saltó el muro, quedándose de pie en la arena de playa, erguido, sin importarle las balas que pasaban casi rozándole. Dios no permitiría que le dieran.
Desplegó el segmento tubular del lanzacohetes, estirándolo. Levantó la mirilla rectangular y apuntó.
Era un blanco fácil.
- Eh, alelao - sonó la voz de Daniel a su espalda, tranquila, serena, sosegada. Como un amigo que te saluda al entrar en el bar tras no haberle visto en la barra. Eliseo se giró. Daniel estaba sentado en la arena con la espalda apoyada en el muro y las piernas muy abiertas, como si estuviese tomando el sol en la playa sentado en una tumbona. Estaba a poco más de un metro y medio. Y le apuntaba con una escopeta recortada de dos cañones. Sonriendo añadió -... escalera de color.
Daniel apretó los dos gatillos de la amiga de Elmer a la vez. Eso sumaron casi doscientas postas de acero que escupieron los dos cañones bajo el trueno de un mismo disparo. Atravesaron el abdomen de Eliseo partiéndolo en dos sobre una nube vaporosa de sangre y vísceras. La parte superior de su cuerpo, del esternón hacia arriba, voló un par de metros y cayó en la arena como un muñeco de trapo. Sus piernas se quedaron quietas y luego cayeron lentamente hacia atrás como el tronco de un árbol al ser talado.
El resto de hombres llegaron al muro, sin dejar de disparar al barco. Saltaron sobre las piedras y salvo un par que apuntaron a Daniel y le golpearon con los pies antes de quitarle las armas, continuaron escupiendo fuego hacia el mar.
Marco vió el cuerpo de Eliseo y sin perder un segundo en pensar más en ello, buscó con la mirada el lanzacohetes.
Sobre el suelo de la cubierta trasera de la patrullera Sara, reuniendo algo de fuerzas y aliento, se incorporó lo suficiente para poder mirar por la borda.
- ¿Donde... está Daniel? - pudo exhalar.
No le veía. Miró a Diana y esta negó con la cabeza. Soltó el fusil de asalto y volvió a coger su francotirador para poder mirar por la lente de aumento.
- ¡¿Dónde está...?! - gritó Sara.
- ¡Le tienen! - dijo con la voz rota por la angustia. Miró a Benjamin. Los disparos seguían impactando en el casco - ¡Le tienen, Ben!
Marco cogió el lanzacohetes y apuntó.
- ¡Tenemos que irnos, Sara! - gritó Benjamin y pulsó la palanca hasta avante toda.
Sara gritó "¡NO!" a todo lo que daba su garganta, hasta romperla, y se levantó con la muy firme intención de volver a saltar la cubierta. Pero Diana la agarró por la cintura, teniendo que emplearse a fondo, mientras la nave empezaba a moverse.
- ¡No podemos, Sara! - decía Diana - ¡Le tienen, tenemos que irnos!
Sara continuó gritando y forcejeando todo el rato.
Marco disparó. Tenía el barco bien fijado en la mira pero no había calculado bien el tiempo de trayectoria. Pudo ver como el barco comenzaba a avanzar dirección oeste y luego empezaba a describir una curva. Y pudo ver dos o tres segundos después como el cohete impactaba en el agua, un par de metros tras la popa.
El barco se zarandeó y una cascada de agua salada les cayó encima, empapando sobre todo a Sara y Diana. Pero no se detuvo. Poco a poco, virando al sur, empezó a alejarse de la costa. Y por mucho que se alejaban, Sara continuaba gritando y llorando y Diana teniendo que sujetarla con todas sus fuerzas.
- ¡Maldita sea! - gritó Marco tirando el lanzacohetes, de un solo disparo y ya inútil, al agua.
- Dios mío, Marco - dijo uno de los hombres - ¡Eliseo ha muerto!
Marco se pasó las manos por los ojos y por la cara, respirando hondo, intentando pensar.
- ¡Lo sé ! - dijo a continuación. Volvió a mirar como el barco se alejaba, ya fuera de su línea de tiro. Los hombres se dieron cuenta de ello y dejaron de disparar. Habían llegado treintaycinco y quedaban veintidos. Les habló con voz enérgica y decidida - ¡Pero vamos a continuar! seremos más fuertes. Ahora haremos las cosas de un modo distinto; con más cabeza y sin tanta gilipollez de dios ni fé. ¡Somos hombres! Y vamos a reconquistar este planeta con la cabeza... - se dirigió hacia el muro, hacia Daniel que seguía sentado, vigiliado por un par de hombres y sonriente. Le apuntó con su revólver tras sacarlo de su funda - ...y con la energía de esa cosa. Porque este hijo de perra nos va a decir ahora mismo a dónde se dirigen - Daniel le miró sonriente, tranquilo. Victorioso. Y eso enfureció aún más a Marco - ¡Dime a dónde van! - le gritó con todas su fuerzas. Y luego, sin gritar pero con toda la rabia que le cabía en el cuerpo, lo repitió - Vas a decirme ahora mismo a dónde se dirigen o te juro por dios que te arranco la piel a tiras...
Daniel, cansado pero satisfecho, sintiéndose de algún modo el ganador de la partida, continuó sonriendo mientras le decía en tono sarcástico:
- Oh, eso no será necesario. Te lo digo ahora mismo, sin ningún problema - dejó de sonreír y ahora sonó rotundo, inapelable, como una sentencia -. Fuera de tu alcance. Total y completamente fuera de tu alcance. Jamás llegarás hasta ella.
Marco, lejos de enfadarse más, pareció relajarse. Pareció aceptar su derrota (de la batalla, que no de la guerra. Empezaba a bullir su cabeza con ideas para hacer del suyo un grupo mejor y más poderoso) y comprendió que Daniel decía la verdad.
Sorprendentemente tranquilo y sereno, dijo:
- Sí, supongo que es así - y amartilló el revólver mientras seguía apuntando a su cabeza. Luego dijo -. Con lo cual ya no me sirves para nada.
Daniel asintió, conforme. Pero no quiso perder sus últimos segundos de vida mirando a ese tipo. Prefirió mirar al mar, un hermoso mar azul, en calma. Un mar que no parecía de invierno. El barco no era ya más que un pequeño borrón gris escalando las aguas hacia el horizonte.
Sonrió y pensó: "Lo conseguiste, nena".
(continuará)
PERO COMO NOS DEJAS ASIIIIIIII. Ya puedes apurarte en colgar el siguiente.... 😤😤😤
ResponderEliminarMañana va. Ten pañuelos a mano...
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