Dentro 10

"Dentro" (Un cuento post-apocalíptico)

Capítulo 10:



Como había calculado Benjamin, un día y una tarde después vieron a lo lejos las altas y blancas rocas de Cabo Centenario, mal llamado así porque en realidad era una isla.
Seguía haciendo un tiempo fantástico, con el mar en calma y un sol radiante todo el día, como si el invierno se hubiese escondido y el verano hubiese llegado antes de su hora. 

Bejamin y Diana no habían hablado mucho en ese día y medio. Procuraban cuidar como podían a Sara, sobre todo ella pues su marido pasaba más tiempo al timón, pero no estaban teniendo mucho éxito. 
Tardó muchos minutos en dejar de gritar cuando se alejaron de la costa de Nueva Aurora. Tardó muchas horas en dejar de llorar. Pero lo de ahora era incluso peor, o al menos les preocupaba más.
No había dicho ni una palabra en todo el viaje tras cesar sus gritos.

Sencillamente, no estaba allí. Se había sentado en el suelo de la cubierta de popa, justo en la esquina de esta y babor, con las piernas encogidas y sus brazos rodeándolas. La mirada perdida y sin hablar. No había comido nada y bebido agua lo imprescindible. Tampoco había aceptado más cigarrillos de Benjamin, que se los había ofrecido un par de veces a ver si así provocaba alguna reacción, pero nada.

Cuando el matrimonio estaban juntos en la cabina y sabía que no les oía, comentaban lo preocupados que estaban, pero no podían hacer más. Diana se sentaba junto a ella, abrazándola, hablándole y consolándola durante horas. Pero ella apenas se movía. Esperaban que al llegar a su destino y bajar a tierra saliera por fin de su ostracismo.

Lo que ellos no sabían es que, en realidad, Sara no estaba mal, aunque lo pareciera. Sencillamente se había ido a su propio mundo. Un mundo en el que quería estar (y no el actual). Un mundo que sólo tenía unas tres semanas de vida. Su tiempo con Daniel. 
Los recuerdos llegaban vívidos, claros, perfectos. Era como vivirlo otra vez. Cuando despertó y él le dió sopa. Cuando entraron en la granja. Cuando cenaban charlando de tonterías o él le contaba cosas de su vida anterior. Cuando bebieron las cervezas. Las caricias. Las sonrisas. Las veces que hicieron el amor...
Y aunque supiera, pese a lo auténtico de sus sensaciones recordando, que no era donde debería estar, de momento no le apetecía volver al mundo real.

Bajo el cielo rojizo del atardecer del segundo día llegaron a la costa. Vieron al este la famosa playa en forma de media luna, de arenas blancas y aguas azules bajo la formación rocosa principal, de piedra caliza muy clara también. Y en todo lo alto, el faro. 
El barco continuó hacia el oeste bordeando la montaña y pronto vieron un pequeño muelle de piedra y cemento. Era muy corto, no cabrían en línea más de tres patrulleras como la que ellos llevaban y de la breve pasarela de piedra partía una escalera muy empinada, también de piedra, que ascendía por la escarpada roca.

Una vez atracaron y amarraron la nave Benjamin y Diana se colocaron su mochila y su bolsa de deporte respectivamente y luego Diana, cariñosa y delicadamente, pudo poner a Sara en pie y ajustarle la suya.
Por alguna razón les pareció buena idea no darle ningún arma de momento y Benjamin guardó su pistola automática del 45. La mochila de Daniel, que se había quedado en el barco, la guardaron en el compartimento de la bodega, sólo cogieron el agua.

Después de bajar y pisar el pequeño y estrecho muelle observaron que en la dirección contraria a la escalera el lugar acababa en unos escalones y había otra pequeña playa, pero les parecía más interesante subir a ver qué había arriba además del faro.

Tras el ascenso largo y pesado llegaron arriba, donde el terreno era muy distinto.
Había un enorme espacio muy plano de terreno, más o menos circular, de arena y piedra, sin una sola planta. Conforme habían accedido veían a su izquierda el faro, que era completamente normal, grande y con su pintura blanca sobre el ladrillo bastante estropeada por la falta de mantenimiento y a su lado, frente a ellos ahora, un pequeño edificio de cemento, como si fuese una garita pero sin ventanas ni ningún elemento que rompiese la figura cúbica. En el frente una puerta metálica, como de garaje, completamente cerrada.
- ¿Qué será eso? - preguntó Diana. Benjamin se encogió de hombros.
- No tengo ni idea, un almacén quizá - dijo él.
Sara ni hacía ni, por supuesto, decía nada. Estaba allí de pie, donde la habían dejado cuando dejaron de andar.

Ellos dos dieron unos pasos con intención de examinarlo más de cerca. Entonces de la estructura sonó un pitido. Como un timbre. 
Benjamin y Diana se miraron extrañados. Incluso él se echó la mano al bolsillo pensando que no hubiese cubierto bien el núcleo al bajar del barco. Pero no, estaba perfectamente tapado. Ese pitido tenía que tener un origen eléctrico y no lo estaban provocando ellos.
El pitido cesó y lo sustituyó un zumbido y una muy tenue vibración que claramente venía de la estructura. Se acercaron un poco más y se miraron.
- Juraría... - empezó a decir Benjamin, casi sin poder creerlo.
- ...¿un ascensor? - completó lo que pensaban ambos Diana.

Casi les dió miedo y retrocedieron unos pasos, quedando sólo un par de metros por delante de Sara, que seguía quieta, en pie, mirando a la nada.

La vibración y el sonido cesaron, se oyeron unos ruídos metálicos, como de cierres y engranajes y la puerta, lentamente, se abrió hacia la izquierda lateralmente como desplazándose sobre rieles, exactamente como la de un ascensor.

Vieron tres figuras blancas que salieron de la oscuridad del interior del ascensor (o lo que fuera) con paso firme pero tranquilo. Ellos dos estaban tan estupefactos que ni descolgaron los fusiles para apuntar, no hicieron nada salvo poner caras de asombro.

Hasta ellos llegaron tres personas. A los lados dos hombres, vestidos con una especie de monos de color blanco sucio, casi gris, sin ningún tipo de dibujo, marca, etiqueta o logotipo. Tenían alrededor de sus cinturas unos correajes, blancos también y pendían de sus cartucheras unas pistolas automáticas plateadas.
La de en medio era una mujer de una edad parecida a la de Diana, unos cincuenta o puede que más. Vestía el mismo mono blanco que los dos hombres pero ella no llevaba armas y por encima llevaba una bata blanca, como de médico. Tenía el pelo rubio recogido en un sencillo moño y un rostro amable.
Y sonreía.

- Bienvenidos - empezó a decir -. No sé si han llegado aquí intencionada o accidentalmente pero, lo sepan o no, están a salvo.

Benjamin y Diana se miraron, aún extrañados, pero también ahora un poco esperanzados. La mujer continuó hablando:
- Sé que tendrán cientos de preguntas y todas serán respondidas - dijo -. Pero lo más importante que deben saber ahora mismo es que este es un lugar en el que estarán completamente seguros.
- Tienen... - dijo Benjamin aún asombrado -... tienen electricidad.
- Así es - dijo la mujer -. No sería posible este lugar sin energía. Y discúlpenme, no me he presentado ni les he preguntado sus nombres. Soy la doctora Valen, Angélica Valen.
Ellos les dijeron sus nombres y luego la mujer se interesó por Sara.
- ¿Es hija suya?
- No - dijo Diana -. La conocimos hace un par de días sólamente pero... no hubiésemos llegado hasta aquí sin ella y... sin quien la acompañaba. Un joven que en el último momento... - y empezó a temblarle la voz.
La doctora Velen la sujetó con cariño por los hombros:
- Puedo imaginar todo lo que han sufrido en estos años - dijo con ternura y compasión -. Podrán contarlo todo con calma, cuando y como deseen. Pero sepan que para nosotros todos los que sobreviven ahí fuera y consiguen llegar hasta aquí son héroes. Ustedes, los tres, lo son. Por favor, vayamos abajo, a salvo, y hablaremos.
Diana retrocedió unos pasos para coger cariñosamente a Sara del brazo y acompañarla al andar. Benjamin comenzó a caminar junto a la doctora.
- Es un refugio, ¿no? - dijo Benjamin - Un refugio antinuclear del gobierno, ¿verdad?
- No pertenecemos a ningún gobierno - dijo Valen -. Ya no hay gobiernos. Ni siquiera tenemos un nombre oficial. Algunos nos llaman Santuario, otros El Refugio... llámenlo como quieran, incluso "nuestro nuevo hogar".
Fueron entrando en el ascensor mientras los dos guardias (eso parecían) se apostaban en los lados de la puerta. 
- Lo primero será un proceso de descontaminación y un reconocimiento médico - les informó Valen - no serán más de un par de horas. Luego me reuniré con ustedes y hablaremos.

Entraron los guardias y bajaron todos en el ascensor, durante largo rato. Estaban a mucha profundidad al parecer.

Una vez abajo los separaron. Multitud de personas de blanco, algunos también con batas como la doctora Valen, les condujeron por diferentes pasillos y salas, todo perfectamente iluminado y perfectamente limpio.
Sara, como un autómata sin voluntad, dejó que hicieran lo que quisiesen. La llevaron a una sala donde la desnudaron completamente, la hicieron pasar a un espacio pequeño y rectangular acristalado y tras embadurnarla con unos polvos que parecían de talco, unos potentes chorros de agua cayeron de unos surtidores del techo, duchándola con un agua tibia. Dos personas que además de los monos llevaban por encima unos plásticos transparentes que les cubrían todo el cuerpo, le cepillaron toda la piel.

Al salir le dieron una toalla pero ella apenas se molestó en secarse. La hicieron pasar, aún desnuda, a otra sala muy pequeña donde le examinaron meticulosamente el pelo. Luego le dieron, perfectamente plegado, un mono gris claro como el que llevaban todos, una muda interior completa y unas cómodas zapatillas, parecidas a las de deporte, por supuesto blancas.

Unos minutos después estaba en otra sala con varias de aquellas personas, ahora todos con batas. Había varias camillas, escáners y numerosos aparatos y equipamiento médico, todo muy avanzado y sofisticado. La examinaron completamente, muestras de piel, cabello, saliva y sangre incluídas.

Y tal como había prometido Valen, un par de horas después los tres volvieron a encontarse juntos, limpios y vestidos igual, en un amplio despacho, con las paredes, techos y hasta los suelos de color gris claro, con mucha claridad procedente de grandes neones en el techo. Les hicieron pasar y se sentaron en tres cómodos sillones. Sara a la izquierda, Diana en el centro y Benjamin a la derecha. Frente a ellos una amplia mesa y detrás un enorme archivador que ocupaba toda esa pared, metálico pero también pintado de gris claro o blanco sucio.
Les dejaron solos y Diana le preguntó a Sara si estaba bien, pero ella no contestó y la mujer, muy apenada y preocupada por ella, se limitó a peinarle su aún húmedo y corto pelo negro hacia atrás con sus manos cariñosamente.
Entonces entró la doctora Valen y otro hombre, también con bata de médico blanca por encima del mono. El hombre, completamente calvo y con unas pequeñas gafas de montura metálica, traía unas pequeñas carpetas de cartulina color sepia con algún tipo de documentos en su interior. 
Se saludaron y se sentaron al otro lado de la mesa. Valen les preguntó si todo había ido bien y tras unas sonrisas cordiales estudió los documentos que contenían las carpetas junto con el otro hombre durante algo más de un minuto. No dijeron nada pero Valen señaló algún aspecto destacable de los documentos que el hombre observó con interés. Luego dejaron las carpetas sobre la mesa y la doctora les miró, sonriente. Y empezó a hablar.
- Como les dije en la entrada ahora están a salvo. Lo primero que se estarán preguntando es cómo tenemos energía. Bien, al principio la obtuvimos de los xenocristales como el que han traído ustedes y aún hoy los usamos - mientras hablaba sacó el núcleo, o como lo había llamado ella, xenocristal y lo puso en la mesa delante de ellos tres -. Siguen siendo extremadamente útiles, por supuesto. Pero ya hemos conseguido generar nuestra propia energía. Estamos aún en una etapa muy temprana de cuanto esperamos poder llegar a hacer, pero avanzamos.
- ¿Generan energía? - preguntó Diana, asombrada - ¿Es posible entonces?
- Lo es. Cuado esos seres llegaron como tristemente sabrán absorbieron toda la electricidad que había en el planeta. Aún hoy desconocemos completamente cómo lo hicieron. No sabemos si con ondas, con un campo electromagnético... pero lo hicieron, para nuestra desgracia. Sea lo que sea, y disculpen que no me explique mejor pero no soy científica, sólo la jefe médico, puedo decirles que ese... efecto, se está diluyendo. Está cesando muy poco a poco. Y va cesando de dentro afuera. Por eso en la superficie aún es imposible crear electricidad pero en las profundidades de la tierra, como aquí, hemos podido empezar a hacerlo.
Todos asentían asombrados ante la explicación. Todos menos Sara, claro.
- Pero entonces - dijo Benjamin -... ¿son... alienígenas?
Valen hizo un gesto como diciendo "es complicado". Pero lo intentó:
- La respuesta fácil sería: deben serlo, ¿qué si no? La respuesta compleja es que algunas piezas no encajan. De nuevo no puedo darles los detalles pues yo misma no los conozco en profundidad, pero sabemos que no se detectaron naves espaciales ni nada que se le parezca. Los satélites, los telescopios, los observatorios... no detectaron absolutamente nada. Simplemente un día aparecieron las tormentas de aparato eléctrico rojo... y aparecieron ellos. Y toda la electricidad, sin más , se fue. 
- Es espeluznante - dijo Diana, sobrecogida.
- Lo es, sin duda - dijo Valen. Luego intentó reconfortarles -. Pero aquí estamos a salvo. Ahora, según sus capacidades, serán invitados a compartir sus conocimientos, su experiencia y sus ganas de ayudar, además de la gran fuerza de voluntad que han demostrado sobreviviendo y llegando hasta aquí. Me han dicho que ambos tienen experiencia militar y usted - miró a Diana - además es médico. Pues podrá estar en mi equipo entonces - Diana asintió y ambas mujeres se sonrieron -. Estoy segura de que podrán aportar mucho en este lugar.
- Entonces... - dijo Benjamin -... y no es que no estemos encantados de estar aquí pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Algún día podremos...?
- Esa es  la idea, desde luego - dijo Valen -. Creo que no lo he mencionado pero este no es el único lugar seguro y oculto en el mundo; hay otros. Y estamos en contacto, compartimos datos. Pese a las terribles pérdidas sufridas en el planeta, materiales y lo peor, como no puede ser de otro modo, humanas, somos muchos los que estamos a salvo, investigando, creando y, en definitiva, preparándonos para cuando podamos volver a la superficie. ¿Cuándo me pregunta, Benjamin? Ojalá pudiera darles una fecha, un lapso de tiempo. Pero no lo sabemos. Lo que sí sabemos y este es un hecho comprobado en base a multitud de datos, análisis y observaciones, es que estos... seres, se están retirando.
- ¿Se están retirando? - dijo Benjamin con esperanza - De ahí que su capacidad de... absorber la energía vaya menguando...
- Pensamos que está relacionado, sí - admitió Valen -. Pero además, ¿no han notado que las tormentas rojas, como creo que las llaman en la superficie, cada vez son más espaciadas?
- Es cierto... - admitió Diana -... hubo una hace unos cuantos días pero la anterior a esa...
- Por lo menos fue hace dos meses o más - dijo Benjamin.
- Así es - dijo Valen complacida -. La teoría más aceptada es que, sencillamente, ya les queda poco por absorber. O que la electricidad que pueden absorber, por desgracia la de los seres vivos como las personas... empieza a no bastarles, a no saciarles o a no resultarles suficiente. No les compensará el esfuerzo, llegado el momento. Y creemos que algún día, como una plaga de langostas cuando arrasan un cultivo y ya no queda nada, simplemente, se irán. Ojalá fuese mañana pero aún podemos estar hablando de años, quién sabe si décadas. Pero sea cuando sea se marcharán, y entonces empezará nuestra verdadera labor. Una labor titánica; la mayor empresa de la historia de la humanidad: salir de estos refugios y reconstruírlo todo. Un nuevo y esperemos que mejor mundo.
Hubo un momento de silencio mientras la doctora Valen les observaba satisfecha  y Benjamin y Diana se miraban con amor y esperanza.

Entonces se oyó la voz de Sara; rasgada, rota, áspera como papel de lija y quebradiza como una fina capa de barro que se ha secado al sol. Habló en voz baja, pero rotunda. Lo primero que decía en dos días:

- ¿Y ya está?... ¿Eso es todo? - las caras de todos los presentes era de estupefacción y sorpresa. Pero nada comparado con las que pusieron a continuación - ¿ésa es su puta mierda de plan?
La doctora Valen, completamente perpleja (al igual que su ayudante y Benjamin y Diana), sólo acertó a decir:
- No... no comprendo...
- No, y tanto que no lo comprende... - continuó Sara, dura e hiriente como un cuchillo -. Lo que nos está diciendo es a que ustedes aquí, con todos sus científicos y toda su tecnología, lo mejor que se les ha ocurrido para salvar el mundo es quedarse escondidos en este agujero como gusanos y esperar a que esos seres acaben con todo, o se cansen y se vayan, ¿no es eso? Pues me reafirmo; es un enorme montón de mierda, una puta mierda de plan - volvió a repetir.
- Sara - intentó razonar Valen -, tienes que entender que no es tan sencillo... - pero de nuevo la interrumpió.
- No, desde luego que no es tan sencillo - dijo, y comenzó a elevar el tono -. Y es usted la que tiene que entender... - acabó a pleno pulmón -...¡que ahí fuera la gente está muriendo! - las caras de todos eran ya casi de miedo - ¡Están muriendo, maldita sea! - y continuó gritando, furiosa - ¡Están teniendo que sobrevivir cada día a caníbales sin cerebro, a asesinos, salvajes y violadores! ¡Teniendo que buscar su comida en la basura y escondiéndose bajo tierra de esos seres, joder! ¡No tienen ustedes ni la más puñetera idea de qué es lo que tienen que salvar! - calló durante un par de segundos pero entonces empezó a reir nerviosamente. Diana le puso una mano en el hombro intentando tranquilizarla pero ella volvió a la carga -... ¡Oh dios mío, no me puedo creer que vaya a decir esto - dejó de reír - pero me alegro de que él no haya llegado hasta aquí! Él quería... salvar el mundo, o encontrar a alguien que lo estuviese intentando salvar... salvar de verdad, ¡a la gente, joder! ¡Menuda decepción se hubiese llevado!
- Sara - lo intentó Valen de nuevo -, cuando pase el tiempo y lo veas con perspectiva, comprenderás que sí que es una forma de salvarlo. De hecho, es la única forma de salvarlo...
- Se pueden ir a la mierda el tiempo y la perspectiva - dijo Sara, de nuevo con rabia en la voz -. Y no voy a darles ningún tiempo porque yo me largo...
Diana y Benjamin trataron de intervenir con "Sara, por favor", "pequeña, tienes que tranquilizarte" y frases similares pero no sirvió de nada. Valen estaba atónita.
- ¿Irte?... pero...
- Exacto, me largo de aquí - dijo Sara -. Prefiero el infierno allí con él que estar aquí con ustedes.
- Sara, cariño - intentó Diana poniéndolo todo en su voz y en su tono -, puedo entender lo que sientes, créeme. No puedo ni imaginar cómo estaría yo si Ben se hubiese quedado allí. Pero tienes que aceptar que Daniel... seguramente ha...
- No voy a aceptar ni una maldita cosa, Diana - la cortó ella con firmeza. Y luego volvió a dirigirse a la doctora Valen -. Quiero mi puto cristal, quiero mi puto barco y quiero largarme de aqui de una puta vez.
- Sara, por favor, - siguió intentándolo Valen, con calma aunque visiblemente contrariada -, escúchame...
- No quiero escuchar nada más de usted - dijo ella. Y se puso en pie, como si realmente fuese a marcharse -. Lo único que quiero que me diga, la única pregunta a la que quiero que me responda es, ¿puedo marcharme libremente o tengo que empezar a idear un plan de fuga? ¡Y puede apostar su vida a que me escaparé tarde o temprano!
Ahora la doctora Valen además de contrariada pareció un poco ofendida.
- Nunca hemos retenido a nadie aquí en contra de su voluntad - dijo con mucha dignidad aunque seguía calmada -. Jamás fue necesario... nadie ha querido marcharse.
- Pues ya lo ve - dijo Sara inclinándose sobre la mesa y cogiendo el núcleo -, para todo hay una primera vez.
Tanto Diana como Benjamin intentaron pedirle, desesperados, que se calmara y que entrara en razón. Pero fue la doctora la que, con un tono más enérgico aunque sin llegar a levantar la voz, consiguió frenarla cuando ya estaba casi en la puerta:
- ¡Sara, tienes que escucharme, te lo imploro! - y se detuvo, girándose para mirar a la mujer a los ojos. Más sosegada de nuevo, Valen continuó - Hay... cientos de razones que puedo darte para que no te vayas... pero confío en que bastará sólo con una de ellas.



Periódicamente y en pequeños grupos salían al exterior unas horas. Aunque el aire se reciclaba sin problemas gracias a un sofisticado sistema de ventilación accionado por turbinas, la luz del sol era beneficiosa e incluso necesaria de vez en cuando. La mayoría de habitantes iban a la espectacular playa en forma de media luna del lado este, pero Sara jamás la pisó. Le recordaba demasiado a la playa de su sueño, la que vió desde el apartamento de la ciudad donde vivía con su padre. Y luego, sin duda influenciada por ese sueño, fue también la playa donde se imaginó que iba a vivir con Daniel como si fuesen los protagonistas de una nueva versión de "El lago azul".
De modo que nunca fue.
Ella prefería irse, sola si hacía falta aunque Diana a veces la acompañaba, a la otra, la pequeña y mucho más vulgar playita del lado oeste, tras el pequeño muelle de piedra y cemento.

Allí estaba ahora, sentada en la arena muy cerca de la orilla, sintiendo la brisa de una mañana otoñal pero a pesar de ello con un sol incipiente que brillaba sin nubes que lo obstaculizaran.

Sonreía mientras observaba a Diana, que se había descalzado y remangado las perneras del mono, y estaba jugando, ya en plena orilla y mojándose los pies, con la pequeña Débora.
La niña, con su año recién cumplido, reía en brazos de Diana mientras esta la amenzaba, en su juego, con tirarla al agua cuando venía una ola. Y cuando hacía el amago para luego volver a abrazarla con fuerza, la pequeña se rompía de risa, haciendo reír también a Sara observándolas.

Mientras seguía mirándolas sonriendo, se recogió el pelo, que ya le llegaba más allá de los hombros, en una sencilla cola con una goma elástica. "Debería habérmelo cortado", pensó, "así no es práctico".
Luego se puso en pie y se acercó a ellas. Diana al verla venir dejó poco a poco de reir. 
Sara no iba vestida con el mono gris aquella mañana. Iba vestida completamente del ejército. Botas negras, pantalón y camisetas caqui y un chaleco de camuflaje, también en tonos caquis y verdes, repleto de bolsillos y compartimentos.
Porque aquella mañana era distinta.

Se acercó a Diana y la niña, al verla llegar, sonrió emitiendo sílabas aún inconexas. No hablaba del todo pero ya decía algunas cosas como "mamá", "no" y "caca".
- ¿Se divierte mi pequeña? - dijo Sara extendiendo los brazos hacia ella. Diana la sostuvo y Sara la cogió entre sus brazos cariñosamente, segura, como una madre experta - ¿Se lo pasa bien en el agua con la tía Diana, sí?
- Le encanta el agua - dijo Diana, sonriendo aún -. Creo que aprenderá a nadar antes que a andar.
- ¿Sí, mi sirenita? - le decía Sara sintiendo su corazón explotar de amor - ¿Te gusta el agua, Debbie?
La niña, que tenía una especie de muñequito de goma en una mano, intentó entonces concienzudamente, siguiendo una lógica que sólo en su mente de bebé tenía sentido,  combinarlo de alguna forma con una de las cremalleras del chaleco de Sara.

Sara y Diana se miraron. La mujer, aunque aún mantenía su sonrisa, la miró con pesar.
- Vamos - dijo Sara simplemente -. Benjamin nos está esperando.

Caminando sin prisas por la arena y luego por el muelle de piedra y hormigón, Sara no paraba de decirle cosas cariñosas y divertidas a la pequeña mientras la llevaba en brazos. Y la besaba sin parar en la mejilla o en la cabecita.

Al final del muelle estaba Benjamin en la patrullera. Como el resto de los barcos de los que habían conseguido llegar a la isla en aquellos años, había estado oculto en un hangar disimulado por una gruta en la cara sur de la gran roca.
Pero ahora volvía a estar en el muelle. 

Benjamin, tambien con su mono gris, las vió llegar mientras colocaba cajas y enseres en la cubierta de popa. Cuando estaban ya a pocos metros de la patrullera, Sara observó que la doctora Valen estaba bajando por la escalinata de piedra que descendía desde el faro.
Casi al mismo tiempo que ellas se detuvieron a pocos metros del barco, Benjamin bajó de él y se acercó.
- Todo listo, pequeña - le dijo a Sara con un aire que intentaba ser formal, profesional -. Provisiones, agua, combustible, armas y munición de sobra. Y el núcleo...
- En la bitácora - dijo Sara sonriéndole -. Lo sé, Ben. Muchas gracias.

La doctora Valen llegó hasta ellos. Saludó a Diana y a Benjamin y luego miró a Sara, a la que dedicó una mirada no de enfado, pero sí de reprobación. Sara sin embargo mantenía la sonrisa cuando le habló:
- Doctora Valen - dijo fingiendo sorpresa -, no esperaba verla esta mañana, ¿viene a intentar convencerme otra vez?
- No pierdo nada por probar... - dijo la mujer en un tono cordial pero que dejaba asomar un reto.
- Sólo su tiempo - dijo Sara antes de volver a reír con la pequeña Débora y su empecinamiento en combinar cremalleras y muñeco de goma.
- Sara... - empezó a decir Valen -... en tu interior... debes saber que no puede ser. Han pasado veintidos meses, casi dos años. Es imposible que...
- Lo sé - contestó Sara antes de tener que oír alguna palabra que la hiciese enfadar de verdad. Llevaba la automática en el cinto y no respondía de sí misma -, es imposible - hizo otra carantoña al bebé y continuó hablando a Valen, sin dejar de sonreír -. Como era imposible que sobreviviese en la ciudad tras morir mi padre y quedarme sola. Como era imposible escapar viva, y cuerda, después de dos años con aquellos maníacos. Como era imposible que alguien pasara por donde me dejaron tirada, medio muerta y en lugar de mirar hacia otro lado me curase y me salvase. Como era imposible encontrar a un hombre bueno escondido en la arena bajo un barco varado que nos abrió los ojos y nos mostró un camino. Como era imposible llegar hasta aquí... y crear esto - miró a Débora, henchida de afecto por su hija, besándola de nuevo -. Ella también era imposible. Mi vida no es más que una colección de imposibles; qué importa uno más.
Volvió a hacer mimos y gracietas a la pequeña.
- Pero por este imposible - continuó Valen que de momento no pensaba rendirse - abandonas a tu hija.
Sara, antes de hablar, negó con la cabeza suavemente.
- No la abandono - dijo. Entonces besó a la niña en la frente, un beso largo en el que puso todo su amor. Luego, mirándola con los ojos llenos de orgullo, porque se sentía más orgullosa de ese milagro que Daniel y ella habían creado para el mundo que de cualquier otra cosa que pudiera imaginar, la acercó y la entregó a Diana, que la cogió entre sus brazos. Y Sara continuó hablándole a Valen -. La dejo a salvo, en el lugar más seguro del mundo... - miró a Diana y Benjamin. Él echó el brazo sobre los hombros de su mujer y ambos la miraron emocionados -... con buenas personas que la quieren y la cuidarán por mí... hasta que volvamos.

Valen no dijo nada más de modo que ambas dieron por concluído el debate. Sara abrazó a Diana y a Benjamin a la vez, ya que estaban tan juntos. Los besó a ambos en las mejillas y luego otra vez a Débora, ajena a todo, en la frente de nuevo. Nadie pronunció la palabra "adiós".
Cuando se separó, antes de darse la vuelta y subirse al barco, sólo dijo:
- Si todo sale mal... contadle cómo éramos... y lo que hicimos.
Ellos dos no dijeron nada; no pudieron. Diana comenzó a dejar caer lágrimas.

Sara fue hasta el puente de la cabina y encendió el motor, abrió la válvula y accionó la palanca de velocidad. Lentamente el pequeño navío empezó a moverse y a alejarse poco a poco del muelle.

Sara no lloraba, aunque naturalmente la mitad de ella quería saltar del barco y quedarse a salvo con su hija. Pero nada de lágrimas. "Se acabaron las lágrimas", pensó. "Tengo que encontrar a tu padre, pequeña... y contarle lo increíble que eres".

Miró la brújula que estaba integrada en el cuadro de mandos y fue variando suavemente el rumbo hasta dejarlo fijado en la orientación correcta.
"Al norte, señorita Teschmacher", pensó, "al norte... al norte... al norte..."



Epílogo:


Siendo viernes por la noche el enorme y céntrico local de comida rápida estaba atestado de gente e invadido por un gran alboroto. Chicos jóvenes en su mayoría lo llenaban todo con sus risas, bromas y teléfonos móviles que tenían casi todos en las  manos, haciéndose fotos, escuchando música o intercambiando datos, mensajes e imágenes.

En una de las muy largas colas que avanzaban lentamente, Sara y su amiga Miriam trataban de forma intensa temas de gran trascendencia, a juzgar por sus caras y gestos, mientras esperaban su turno. Miriam hablaba completamente desesperada:
-... en serio, Sara, tía ¡olvídate ya de él! No es más que un pijo gilipollas que se cree... yo que sé el qué. ¡Tienes dieciséis años! Eres demasiado joven para una relación seria. Y hay tantos chicos en el mundo por conocer...
Sara miraba al frente y continuó con sus quejas sin hacer mucho caso a los consejos de su amiga.
- De todas formas no tenía nada que hacer - dijo más enfadada que triste -. Sé por uno de sus amiguitos que le gustan las chicas con mucho pecho.
Su amiga soltó un resoplido desesperado y miraba hacia arriba, como si necesitara ayuda divina para hacerla entrar en razón, mientras decía:
- Oh, Sara, por favor, no empieces con eso otra vez...
Pero ella seguía a lo suyo:
- Te lo juro, tía - decía con una determinación furibunda -. En cuanto empiece a trabajar con mi padre y a ganar pasta, lo primero que voy a hacer es ponerme un buen par de tetas. Me voy a poner unas tetas a lo Pamela Anderson que lo flipas...
- Sara, te lo he dicho mil veces - explicaba Miriam como si repitiese una retahíla expuesta, efectivamente, en infinidad de ocasiones -. ¡No sabes la suerte que tienes con esas tetas tan pequeñas y preciosas! Puedes ponerte esos delicados y  finísmos sujetadores de marca, con sus bordados, sus encajes tan sexys... ¡Yo tengo que ponerme putos sujetadores de vieja si es que quiero que sujeten algo! - Miriam ciertamente tenía mucho pecho para su edad - ¿Tú sabes lo que es eso? No puedo ponerme ni un escote bonito, ni un vestido con la espalda al aire porque se vería ¡mi puto sujetador de vieja! Y de los dolores de espalda hablamos otro día...
- Bueno, vale, tía, ya - formuló Sara rindiéndose definitivamente.

Algo la impulsó a girarse. Un instinto, un presentimiento, una sensación se sentirse observada a pesar del gentío que tenía alrededor. 
Al hacerlo vió que el siguiente en la cola tras ellas era un joven de unos treinta años. No era guapo en realidad pero tenía un rostro muy agradable. Miraba hacia arriba, a los carteles luminosos con los diferentes menús y ofertas, pero a Sara le dió la sensación de que estaba disimulando. 
Se giró de nuevo y dijo a su amiga en voz más débil:
- Tía, baja un poco la voz. Creo que el de detrás se está enterando de todo.
- Bueno - dijo Miriam sin darle importancia -. Tampoco es nada malo, sólo hablamos de tetas...

Cuando Daniel llegó a su mesa, con la bandeja repleta de comida, aún sonreía. Su mujer estaba sentada pero se inclinaba sobre el carrito de bebé que mantenía junto a ella, supervisando su interior. 
El pequeño apenas tenía tres meses y dormía plácidamente pese al jaleo del lugar. Ella simplemente comprobó que su posición fuese apropiada y que estuviese bien tapado. Luego se incorporó para centrar su atención en la comida y en su marido. Observando la sonrisa que aún traía puesta no pudo evitar preguntarle, divertida:
- ¿De qué te ríes?
- Nada - dijo él mientras empezaba a repartir la comida, una vez sentado -, las conversaciones de los chicos de hoy en día. Son alucinantes...
- Oh, vaya... - dejó escapar ella lentamente y continuó con el mismo tono entre la burla y la ternura -... escuchen eso: "los chicos de hoy en día"... ¡qué mayor se siente desde que ha sido papá!
- En absoluto - dijo Daniel muy seguro de sí mismo; tanto que resultaba cómico para ella, que reía -, estoy en la flor de la vida.
- Además, cielo; no importa que tengas treinta, cincuenta o setenta años; siempre tendrás cara de niño.
- Eso es verdad - dijo él y rieron los dos.

Un rato después Sara y su amiga se levantaron y se dispusieron a salir del local, llevando sólo lo que les había sobrado de refresco en unos enormes vasos de cartón. 
Cuando se acercaron a la puerta, en la última mesa y de cara a ella, reconoció al joven que estaba detrás en la cola.
También Daniel reconoció a la jovencita con complejo de tetas pequeñas.

Ambos se miraron por un ínfimo instante y sólo un par de segundos después se olvidaron por completo el uno del otro, borrando de su memoria aquél breve encuentro para siempre.

Una vez en la calle, Sara y Miriam echaron a andar siguiendo la gran avenida atestada de gente y de coches, llena de vida.
Pese a que ya era noche cerrada una inmensa claridad artificial  lo inundaba todo, debido a las miles de luces procedentes de las ventanas de los edificios, de las farolas, de los coches y de los grandes anuncios de neón de colores brillantes.






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  1. Querido amigo!! Pedazo de historia... Además te has lucido con el final y con el epílogo. No me esperaba ni una cosa, ni la otra. La historia queda abierta a que la continúes, aunque a veces uno prefiere que el lector le de él final que estime oportuno. Me has sorprendido gratamente y creo que esta historia podría publicarse como libro, vale muchísimo.

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    1. Muchísimas gracias. Lo que empezó como un simple "volver al gimnasio" después de una decáda (o más) sin escribir ficción, se convirtió poco a poco en una historia que me apetecía leer. Y como no estaba escrita, me tocó escribirla a mí, jajaja...
      Desde muy al principio (puede que desde el Cp. 2) tuve muy claro lo que quería hacer: coger el típico escenario pos-apocalíptico de los que soy fan ("Mad Max", "Fallout", "El libro de Eli", "The road"...) e intoducir como núcleo principal algo que no suele protagonizar esas historias: una historia de amor. Si te fijas, es un "chico conoce a chica" de manual... pero en ese escenario.
      Lo del Epílogo es curioso; es un inserto que tenía claro también desde muy al principio. Intenté meterlo en otros capítulos varias veces... y no me gustaba cómo quedaba. Al final dudaba si meterlo (y dónde) y probé como Epílogo. Creo que es el mejor sitio, viendo a los dos personajes inocentes y felices... ahora que ya sabes (como lector) por lo que van a pasar. Un truco sucio si quieres, pero me gustó como quedaba.

      Gracias por haberme acompañado. A ver qué me sale ahora escribir...

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