"El interior de la ola"
Lo primero es el miedo, que se atenaza al pecho como un parásito que no te deja respirar, justo cuando más aire necesitas. La capacidad de tu ser para absorberlo es limitada. Lo procesas, lo filtras y lo expulsas a través de ideas inconexas como que nada puede ocurrirte porque estás tocado por ese halo mágico de los soñadores. Los que soñamos de día somos conscientes de muchas más cosas que los que sueñan sólo de noche, sólo dormidos.
Los soñadores tenemos esa mirada triste, esa perpetua melancolía en los ojos que nos impide ver la realidad tal y como es. La miseria en los corazones, la podredumbre en las palabras de los demás, la niebla en la percepción alimenticia del ego. La negrura del odio que te pinta el cuerpo como barro seco, como engrudo listo para arder.
"Arderás imperturbable prematuramente tarde", me suelen decir unos amigos...
Los soñadores tenemos, a veces, ideas así. Donde los demás ven una puerta cerrada, nosotros vemos un resquicio. Donde los demás sienten que se acerca el final, nosotros vemos un principio.
Donde tú ves un pozo, yo veo una salida.
Nunca esperamos que nos comprendan; es imposible. Pasamos con nuestra mirada melancólica, con nuestro miedo y nuestro vidrio seco en los dientes apretados mientras se ríen de nosotros. "Es que eres un soñador", nos dicen, despectivos, tras su fachada de haber cruzado la meta, tras su propia satisfacción de ver el mundo real sin un cristal de color ante sí que lo distorsione. Sean felices, buenas noches y buena suerte. Yo sigo adelante. Recojan el cambio antes de marcharse, no lo olviden. Yo ya dejé la propina.
Así que fuera miedo. O quédate pero no molestes. Porque soy un soñador y pienso entrar ahí. Aunque me ahogue, aunque me queme.
Ahora siento que floto en el agua fría y salada pero también que algo tira de mí hacia el fondo del mar. Pero no podrá conmigo por más que consiga que trague un poco de agua. Respiro hondo para abrir las válvulas de mi pecho y de mi cabeza y me protejo la vista con las gafas acuáticas.
Y miro la roca, imponente y amenazante sobre la espumarada blanca de las olas que se suicidan estruendosas y refrescantes, saladas, contra su base. A cada muerte entre una lluvia de gotas blancas llega un movimiento de la suave manta del mar que me bambolea, como si quisiese alejarme, como si me rechazara. Pero hoy no, hoy pienso entrar. He soñado demasiado.
Me sumerjo y todo el sonido de mi cabeza cambia, como dentro de una burbuja, como dentro de la ola. Me siento Pool perdido en el vacío después de que Hal le expulse de la cápsula. Me siento la mosca atrapada en la burbuja de jabón de un niño. Soy el viajero del vacío, el que emerge en la oscuridad, el autoestopista del tiempo, el octavo pasajero.
No hay nada más que nada, tranquila y serena, allí abajo. Y silencio. El único silencio real e incontestable que consigue instalarse en mi cabeza como una rémora de la ruidosa conciencia. Como un vecino gruñón que toca en la pared, molesto, cuando haces ruido. Pero me atrapa y me gusta. Me quedaría en el silencio, a veces, para siempre.
Mas no puedo, el aire es limitado así que hay que moverse. Imprimo fuerza a mis brazos, a mi cuerpo e impulso con mis piernas mi ansia de vacío en la dirección que sé es la correcta. Hacia las rocas donde mueren las olas. Hacia el filo de la navaja de la oscura mar salada. Hacia el final del sueño y el comienzo del mundo. Me impulso midiendo bien los tiempos. Demasiado esfuerzo y consumiré todo el aire; demasiado tranquilo y no llegaré a tiempo, el túnel será demasiado largo.
Lo veo ya. La semi oscuridad azul se abre lentamente en un pequeño círculo gris, y sé que es la entrada. La marea está baja y la corriente me empuja contra las rocas, hacia los lados; quiere ponérmelo difícil para enfilar el círculo gris que se va agrandando conforme me acerco. Pero no lo conseguirá; ya he soñado este momento antes muchas veces.
Justo cuando voy a entrar en el túnel recibo un último empujón y esta vez sí, en la dirección correcta, hacia el interior del agujero de gusano, con una fuerza desmedida. Es como si el mar dijese: "¿No querías entrar?... ¡Pues entra!"
Entonces me doy cuenta de que no llegaré al final del túnel, como de costumbre, nunca consigo pasarlo de un único intento. Acepto la derrota, como siempre se acepta porque no queda otra que aceptarla, como si tuviésemos otra opción. Busco con la mirada las pequeñas líneas del agua en el techo del túnel, sobre mi cabeza. Las tenues roturas de la implacable cuchilla del mar y su falta de aire y las veo mecerse con la marea, como danzando movidos por el viento y la luna. Ahora más pequeña... ahora más grande. Y me elevo y saco la cabeza rompiendo la capa de nada, donde muere el agua y nace el aire, como un filo que puede cortarme el cuello. Y respiro.
Cojo aliento en la pequeña bolsa de aire, que crece y decrece con cada ola, con cada beso de amante del mar. Me sumerjo y continuo hacia mi interior, hacia la autopsia de mi sueño.
El túnel me arroja a la escasa orilla como una bala saliendo por un cañón. Exhausto, de rodillas y con las manos clavadas en la arena, respiro. Me dejo caer en la húmeda y oscura arena de la gruta y me vuelvo boca arriba.
Y ya no hay nada más. Ya estoy en mi lugar de poder. En el interior de la ola, en las venas de mi sueño nacido de los agitados espasmos de mi locura.
Pero estoy solo, por fin solo, completamente en soledad.
La gruta es pequeña, es fea y ni siquiera huele demasiado bien, sino a humedad espesa y vieja, a algas muertas y moluscos en descomposición. Es perfecta por tanto para mí. Nadie espera nada del final de ese túnel como nadie espera nada de mí. No es hermosa como no lo soy yo. No está llena de misterio ni hay enterrado ningún tesoro. Como no lo hay en mí. Y desde luego, no aparecerá ninguna hermosa sirena, como tampoco aparecen fuera.
Pero es mía. Ahora al menos, en este momento, es mía. Y sólo allí puedo ser yo. Respiro. No pienso. Pensar se hace fuera, aquí está prohibido. Dejo pasar el tiempo, que se escurra entre los dedos como la arena mojada con la que jugueteo. Dejo que se vayan los fantasmas, los demonios más terribles. El odio, el rencor, la envidia, la desesperación. El agua se los lleva y los convierte en vagos recuerdos que ya nunca saldrán de esa cueva; se irán en forma de humo de cigarrillo, de espuma añeja del rompeolas en miniatura, de lágrimas nunca derramadas porque no puedo derramarlas. Ni por los que se las ganaron ni por los que no las merecían.
Y me dejaré allí parte de lo que no me deja respirar. De lo que amé y me mató. De lo que odié y me dio la vida.
Cuando la luz que se cuela por las heridas en la piedra del techo empiece a escasear sabré que sube la marea y me marcharé. Pero aún puedo quedarme un rato más.
Al fin solo. Por un momento al fin.
Solo.
Pero me gustaría llevarte alguna vez...
Me sumerjo y todo el sonido de mi cabeza cambia, como dentro de una burbuja, como dentro de la ola. Me siento Pool perdido en el vacío después de que Hal le expulse de la cápsula. Me siento la mosca atrapada en la burbuja de jabón de un niño. Soy el viajero del vacío, el que emerge en la oscuridad, el autoestopista del tiempo, el octavo pasajero.
No hay nada más que nada, tranquila y serena, allí abajo. Y silencio. El único silencio real e incontestable que consigue instalarse en mi cabeza como una rémora de la ruidosa conciencia. Como un vecino gruñón que toca en la pared, molesto, cuando haces ruido. Pero me atrapa y me gusta. Me quedaría en el silencio, a veces, para siempre.
Mas no puedo, el aire es limitado así que hay que moverse. Imprimo fuerza a mis brazos, a mi cuerpo e impulso con mis piernas mi ansia de vacío en la dirección que sé es la correcta. Hacia las rocas donde mueren las olas. Hacia el filo de la navaja de la oscura mar salada. Hacia el final del sueño y el comienzo del mundo. Me impulso midiendo bien los tiempos. Demasiado esfuerzo y consumiré todo el aire; demasiado tranquilo y no llegaré a tiempo, el túnel será demasiado largo.
Lo veo ya. La semi oscuridad azul se abre lentamente en un pequeño círculo gris, y sé que es la entrada. La marea está baja y la corriente me empuja contra las rocas, hacia los lados; quiere ponérmelo difícil para enfilar el círculo gris que se va agrandando conforme me acerco. Pero no lo conseguirá; ya he soñado este momento antes muchas veces.
Justo cuando voy a entrar en el túnel recibo un último empujón y esta vez sí, en la dirección correcta, hacia el interior del agujero de gusano, con una fuerza desmedida. Es como si el mar dijese: "¿No querías entrar?... ¡Pues entra!"
Entonces me doy cuenta de que no llegaré al final del túnel, como de costumbre, nunca consigo pasarlo de un único intento. Acepto la derrota, como siempre se acepta porque no queda otra que aceptarla, como si tuviésemos otra opción. Busco con la mirada las pequeñas líneas del agua en el techo del túnel, sobre mi cabeza. Las tenues roturas de la implacable cuchilla del mar y su falta de aire y las veo mecerse con la marea, como danzando movidos por el viento y la luna. Ahora más pequeña... ahora más grande. Y me elevo y saco la cabeza rompiendo la capa de nada, donde muere el agua y nace el aire, como un filo que puede cortarme el cuello. Y respiro.
Cojo aliento en la pequeña bolsa de aire, que crece y decrece con cada ola, con cada beso de amante del mar. Me sumerjo y continuo hacia mi interior, hacia la autopsia de mi sueño.
El túnel me arroja a la escasa orilla como una bala saliendo por un cañón. Exhausto, de rodillas y con las manos clavadas en la arena, respiro. Me dejo caer en la húmeda y oscura arena de la gruta y me vuelvo boca arriba.
Y ya no hay nada más. Ya estoy en mi lugar de poder. En el interior de la ola, en las venas de mi sueño nacido de los agitados espasmos de mi locura.
Pero estoy solo, por fin solo, completamente en soledad.
La gruta es pequeña, es fea y ni siquiera huele demasiado bien, sino a humedad espesa y vieja, a algas muertas y moluscos en descomposición. Es perfecta por tanto para mí. Nadie espera nada del final de ese túnel como nadie espera nada de mí. No es hermosa como no lo soy yo. No está llena de misterio ni hay enterrado ningún tesoro. Como no lo hay en mí. Y desde luego, no aparecerá ninguna hermosa sirena, como tampoco aparecen fuera.
Pero es mía. Ahora al menos, en este momento, es mía. Y sólo allí puedo ser yo. Respiro. No pienso. Pensar se hace fuera, aquí está prohibido. Dejo pasar el tiempo, que se escurra entre los dedos como la arena mojada con la que jugueteo. Dejo que se vayan los fantasmas, los demonios más terribles. El odio, el rencor, la envidia, la desesperación. El agua se los lleva y los convierte en vagos recuerdos que ya nunca saldrán de esa cueva; se irán en forma de humo de cigarrillo, de espuma añeja del rompeolas en miniatura, de lágrimas nunca derramadas porque no puedo derramarlas. Ni por los que se las ganaron ni por los que no las merecían.
Y me dejaré allí parte de lo que no me deja respirar. De lo que amé y me mató. De lo que odié y me dio la vida.
Cuando la luz que se cuela por las heridas en la piedra del techo empiece a escasear sabré que sube la marea y me marcharé. Pero aún puedo quedarme un rato más.
Al fin solo. Por un momento al fin.
Solo.
Pero me gustaría llevarte alguna vez...
Magnífico!!!!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Espero que cada uno le encuentre su significado.
EliminarArfon... Es impresionante. Me he quedado pasmada: es poético, delicado, profundo y lleno de sensaciones y sentimiento. Pero bueno, pensándolo bien, viniendo de alguien como tú no me impresiona, tú eres todo eso y mucho más.
ResponderEliminarDaba por sentado que tú ibas a entenderlo mejor que los demás. Tanto que hemos hablado de cuevas y montañas. De pozos y de playas.
EliminarEra muy importante para mí que a tí, en concreto, te gustará.
Me alegro de que así sea.