"ARDE"
Fue
como volver de la guerra. Y no es que haya estado en ninguna, pero imagino que algo
así debe ser.
La
primera fase duró muchas semanas. Básicamente me aislé de todo y de todos. Mi
vida se reducía al trabajo, donde funcionaba en piloto automático, e irme a
casa después donde me tiraba en el sofá, ponía la tele para no hacerle ningún
caso y pensar.
Pensar
en todo lo sucedido repasándolo mentalmente antes de que comenzara a
distorsionarse al pasar por el filtro de mi memoria, antes de que empezara mi
mente a cambiar las cosas tal y como sucedieron.
Fue
un tiempo extraño, como el insecto que teje un capullo y pasa una metamorfosis.
Debía dejar todo atrás y que saliera un Ángel nuevo. Una etapa de cambio, de
crisis. Un renacer.
Y
no fue fácil, tuvo muchos pequeños momentos dolorosos. Borrar sus números del
móvil. Dejar de mirar a todas las caras por las calles deseando verla. Y
temiendo verla. No girarme cuando escuchaba el sonido de un desvencijado motor
de poca cilindrada. No estremecerme con cualquier recuerdo que me asaltaba en
cualquier parte, en cualquier momento.
Poco
a poco fui saliendo de ese estado, rasgué el capullo y salí de nuevo a la luz.
No sin heridas, no sin cicatrices.
Pasaron las semanas, los meses y poco a poco volvía a mi vida antes de
ella, antes de arder en su infierno.
Pero
no pasaba un solo día sin recordarla y sin preguntarme qué sería de ella. Todo
seguía ahí, agazapado, en algún lugar oscuro de mí mismo. Un lugar que no sabía
situar exactamente pero del que era consciente de su existencia. Pero no quería
asomarme, no quería ir en su búsqueda ni siquiera para destruirlo, para
deshacerme de él. No tenía el valor de Ripley en “Alien 3”, cuando va en busca
del bicho para que la destruya, armada solamente con un palo de hierro y
diciendo “sé más o menos dónde está: ahí abajo… en el sótano”…
Nadie
hablaba mucho de ella conmigo. Era como recordarle su enfermedad a alguien que
ha tenido un cáncer. Como recordarle su pasado a un ex presidiario. Una especie
de condescendiente cortesía. Sutil y en realidad innecesaria para mí, aunque
agradecía la preocupación en los demás y su tacto.
Volvieron
las noches con Dani, que tuvo la delicadeza de olvidarse de ella y no hacer
bromas. Nunca agradecí tanto la sencilla forma de funcionar de su cabeza.
Volvieron
los bares, los amigos de siempre y las noches por los bares de siempre. Naturalmente
ella estaba en todos ellos. Yo sonreía, sostenía mi cerveza y me introducía en
las charlas sin que aparentemente hubiera ningún problema en mí. Pero aunque
físicamente no estuviese, miraba las caras en los bares y me parecía verla.
Aún
me ocurre.
Cada
calle, cada esquina, cada barra, cada trozo de asfalto y cada canción llevaban
su sello. Pero podía vviir con ello. Vivo con ello.
Susana
fue la que mejor lo entendió todo, por supuesto. Creo que la primera vez que me
pasé por la librería después de que todo acabase lo supo solo con verme la
cara, antes siquiera de decir nada. Luego nos fuimos a tomar algo al “Pil-pil”,
que estaba sólo a unos metros y allí le conté todo el desenlace.
No
me juzgó, como era de esperar. Lo escuchó todo en paciente silencio, opinando
sólo cuando yo se lo pedí.
-
No es fácil, ¿verdad? – dijo – Se te queda ahí dentro, agazapado, durmiente… o
como quieras llamarlo… pero está. Te disfrazas de normal – entornó los ojos al
decir esa palabra con una sonrisa amarga -, piensas que es como deshacerte de
los trastos viejos y meterlos en el trastero; así ya no los verás más. Pero no
es tan sencillo. Joder si no lo es…
-
¿Y se acaba pasando? – no pude evitar preguntar.
Ella
me atravesó con su sonrisa de hiel y sus ojos negros llenos de cicatrices y
contestó sin paños calientes:
-
Nunca. Vives con ello. Pero no se irá nunca.
-
Dime una cosa – me atreví a preguntar. Con ella me atrevía a preguntarlo porque
en ese momento necesitaba saberlo -. Pese a todo lo que pasaste, todo aquello que
dijiste de tus diez años por el lado salvaje hasta que acudiste a Álvaro… ¿alguna
vez lo echas de menos? ¿Echas de menos aquellas sensaciones, lo que sentías
cuando estabas al límite?
Volvió
a sonreír y dijo antes de dar un sorbo a su copa de vino:
-
Cada día… bienvenido al club.
Y
pese a todo pasó todo un año sin volver a verla. Como dijo Susana aprendí a
vivir con todo ello, con la presencia de su ausencia pero tuve suerte, o
simplemente ella se ocultó, no tengo forma de saberlo pero durante todo un año
la ciudad fue gigantesca y no volvimos a vernos. Hasta esa noche en la Feria.
Estábamos
en la Caseta de la Juventud viendo un concierto de Bunbury. Dani estaba con su
chica del momento (no la morenita de pelo corto; la siguiente) y yo estaba con
Lola.
Nadie
buscó a nadie, simplemente los encuentros fortuitos eran inevitables al
movernos los mismos bares. Y de saludos rápidos y “¿Cómo estás?” más o menos
diplomáticos pasamos a charlas más sinceras. Y luego a quedar. Fue gradual, no
planeado ni forzado. Un proceso que duró meses y en el que no hablamos
demasiado de lo ocurrido.
Aunque
también María estaba, de alguna manera, agazapada siempre en nuestras
conversaciones.
Ella
aún no se fiaba del todo y con razón. Pero lo aceptó supongo como parte de mí,
como mis cicatrices.
La
noche de agosto caía sobre la gente que se apretujaba en el recinto, hirviendo
en risas y bebidas que no eran fáciles de conseguir por las apreturas. Cada
pareja compartíamos un litro de tinto con limón. Sin pajitas, que había
confianza.
El
sonido era tan fuerte que apenas podíamos hablar, solo sonreírnos al pasarnos
la bebida y había tanta gente en el recinto al aire libre que nos apretábamos
aunque no lo quisiéramos. Era uno de los conciertos estrella de aquella semana
y no cabía un alfiler. Nosotros no estábamos demasiado pegados al escenario, a
unos diez o 15 metros. Suficiente para verlo bien pero sin hacer demasiado
difícil el acceder a la barra para pedir más bebidas.
Hubo
gritos de júbilo, aplausos y vítores
cuando empezaron a sonar los acordes de aquella canción de su primer disco que
pegó tan fuerte, la de “Alicia expulsada al país de las maravillas”. También
Lola saltó y chilló de alegría y yo sonreía divertido por verla así.
Ajeno
a tanta pasión disfrutaba de la música y de la agradable noche con más calma.
Los focos del escenario se movían con una programada secuencia y las luces
giraban por los rostros y las cabezas del público.
Vi
en primer lugar el destello, el reflejo de una de las luces rojas sobre su pelo
me disparó a los ojos como una pistola de bengalas. Unas cuatro o cinco
personas por delante, entre nosotros, su cabellera roja, inconfundible,
moviéndose tenuemente por la brisa de aquella estrellada y clara noche de
agosto, resaltaba como la lava de un volcán en un paisaje carbonizado. Como la
bandera americana en la superficie lunar. Como una gota de sangre en un plato
de leche.
El
tiempo se detuvo, se hizo el silencio. El pulso se disparó y me quedé
paralizado. De repente todo tembló, todo quedó en éxtasis, a la espera del fin
del proceso que recorría mis venas, de la descarga que pulsaba y arañaba mi
piel, de los trozos de hielo en que se convirtieron mis pulmones.
Ella
se movía suavemente al compás de la canción pero a los pocos segundos de yo
haberla divisado se detuvo, se quedó quieta.
Entonces
se giró y sólo tuvo que otear dos o tres caras hasta dar con la mía. Nos
miramos como dos gladiadores, como dos duelistas que van a batirse a muerte.
Y
entonces ella sonrió y me sacó la lengua a modo de burla, volviendo a girarse
después.
Luego,
tras unas cuantas canciones y en un momento en que prestaba atención a los
demás durante unos segundos, volví a buscarla con la mirada pero ya no estaba.
Eso
fue hace ya muchos meses, pero sé que sigue por ahí cerca, tan cerca como la
siento detrás de mis párpados.
¿Esto
se detendrá alguna vez? No lo sé. Me he demostrado a mí mismo que puedo vivir
con ello. Pero me gustaría algún día conseguir vivir sin ello, enterrarlo para
siempre. Vivir sin la duda, sin el miedo a mí mismo. A lo oscuro.
A
lo que arde.
FIN
El capítulo perfecto para cerrar. Ha sido un placer acompañar a Ángel durante todo este viaje y en ésta resaca, para la que muchos sabemos no existe antidoto.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu apoyo y constantes ánimos capítulo a capítulo.
EliminarCuando esté en papel te debo un ejemplar firmado.
Uffff, vaya final. Creo que yo también me he quedado enganchada a María,asi que me has puesto en la piel de Ángel y me ha producido angustia ese momento en el concierto.
ResponderEliminarEres un genio metiendo a los lectores en el sentir de tus personajes definidos e inigualables.
"Cuando miras demasiado tiempo al abismo, el abismo te acaba mirando a tí" - Nietzche.
EliminarHay muchas cosas de mi interior que ardían desde hace mucho tiempo en esta novela. No sé si las he sacado por fin de dentro pero me ha hecho bien. Creo que todos tenemos nuestro sótano... ahí abajo.
Gacias por haberme acompañado en el viaje.
Realmente fuerte, muy buena, me costo mucho leer todo el libro, su intensidad es penetrante y no puedes dejar de involucrarte con Angel, con su dolor, con su drama.
ResponderEliminarDrama que haces tuyo con el paso de la lectura y que te va doliendo a ti también.