Relato: Deriva


“Deriva”





No dejaba de mirar el suave oleaje del mar en los últimos días, desde que empezó a preocuparse seriamente por la escasez de agua potable. Había perdido la cuenta de cuántos días llevaba navegando a la deriva, llevado por las fuertes mareas de aquellas aguas inmensas que le habían arrastrado hasta dios sabría donde.

El viaje de la salvación se iba a convertir en el viaje de su final, del final de todo. Perdido y desorientado, rendido ante la imposiblilidad de vencer a aquellas monstruosas mareas, se dejó caer en el suelo de la cubierta, a la sombra de la pequeña cabina de mando, mientras los jirones de las velas rasgadas, ya inútiles, ondeaban y bailoteaban con la brisa.

Unos días antes había partido desde la costa armándose de valor y con sus muy escasos conocimientos de navegación en busca de una última esperanza.

– No lo conseguirás – le dijeron mientras preparaba la pequeña embarcación –. Las corrientes por aquella zona son tremendas; sucumbirás si no posees la suficiente pericia para surcarlas en esa pecera.
– No tengo nada que perder – contestó él –. Aquí es la muerte segura; hacia allí tengo una pequeña posibilidad.
Muy pequeña, visto el desarrollo de su aventura.

El inmenso monstruo de aguas azules había sujetado el pequeño velero un par de noches antes mientras el viento desatado y arrasador de una brutal tormenta había destrozado las velas, cabos y amarras.
Cuando la tormenta pasó y volvió salir el sol se sintió completamente derrotado. Aún peor, sin esperanza.

Durante toda nuestra existencia, lo admitamos o no, por más negro y terrible que se nos muestre el futuro o lo que tenemos por delante, que nos angustie lo que llegará y nos aplastará de forma inexorable, siempre hay una pequeña llama de esperanza. Un rescoldo. Una chispa.
Pero ahora, por primera vez en su vida, no sentía absolutamente ninguna. Nada. El vacío. La ausencia total de “¿Y si…?”
Estaba vivo pero solo porque respiraba y porque su corazón latía, nada más. Pero ya estaba muerto en vida en realidad.

Así que decidió no luchar más, para qué. “No, se acabó”, pensó con una sorprendente calma. “Me quedaré aquí sin hacer nada hasta que la sed me vuelva loco, o me desmaye. O hasta que no pueda soportarlo más y me arroje por la borda. No gastaré una pizca más de energía en sobrevivir, ni perderé un segundo más en soñar con la esperanza de la salvación. La esperanza es una bruja embustera, una zanahoria delante del asno que nos hace avanzar solo para descubrir al final que caminamos sobre el abismo. Y mientras caemos al vacío, mientras nos precipitamos hacia el final lo último que oímos es su risa. La mueca de burla descarnada y cruel de la esperanza”

Dejó caer la cabeza hacia atrás apoyada en la baranda de la cubierta y cerró los ojos. Nada más había para mirar. El cielo y el mar. Su tumba y su lápida.

Al poco rato un sonido extraño llamó su atención. Como un murmullo resoplado del pasar de unas hojas secas de otoño.
Abrió los ojos y atisbó mirando a su alrededor la pequeña nave. Frente a él, apoyado en la baranda de madera de la cubierta, un ave blanca movía su cabeza nerviosamente mientras con el pico se atusaba las alas. Era grisácea, más pequeña que una gaviota y más grande que una paloma. Miró al hombre con sus ojillos nerviosos y su cabecita inquieta siempre en movimiento.
El hombre sonrió un poco.
– ¿Te manda la esperanza a burlarte de mí? – dijo. El pájaro siguió mirándole con una expresión más de no importarle lo que decía que de no entenderlo en realidad – Adelante, puedes hacerlo. Me lo merezco. Moriré aquí solo en alta mar.

El ave, casi como si respondiera, emitió un leve gorgojo y luego revoloteó hasta posarse en la proa del velero, donde volvió a arreglarse sus plumas ignorando al hombre.
Súbitamente el hombre se echó hacia delante, sorprendido, aterrorizado casi. Tan de repente que el ave se asustó un poco y revoloteó aún en la proa pero posándose un poco más lejos de él, al principio del mascarón.

El hombre respiraba agitadamente mientras miraba al ave.
– ¿De dónde… has salido… tú? – dijo casi sin aliento, sintiendo que el corazón le iba a mil por hora bombeando tanta sangre dentro de sus venas que sentía que iban a estallar. Volviendo a notar cómo se le erizaba la piel y cómo su cerebro volvía a bullir de ideas, de sueños, de recuerdos… de esperanzas – Tienes que vivir en algún sitio, ¿verdad? ¡Un sitio cercano!

Y entonces el ave, pareciera que diciéndole “sígueme”, echó a volar. Y el hombre fue presto al timón para para variar el rumbo, sujetando los cabos de las pocas velas que aún aguantaban y sin perder de vista al ave.

“Maldita, maldita seas”, pensó poniendo toda su vida en no perder de vista al pájaro, “¡has vuelto!”.



Comentarios

  1. Oooh!! Preciosa esa esperanza al final de la desesperanza.

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    1. ¡Gracias! Al final la esperanza siempre nos acaba liando

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  2. que bonito chico! un abrazo... Olga Paraíso

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  3. Hoy me di el lujo de leer este relato de nuevo. Es maravillosa esa forma que tienes de girar el timón y cambiar el rumbo de la historia.
    Un naufrago que se había rendido, pero que descubre que SIEMPRE habrá algo en el viaje que nos ilumine, y alguien que por el camino nos enseñe algo. Precioso relato, un abrazo fuerte!

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    1. Gracias, hermosa. Me alegra infinito que te haya gustado

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